El parque de Madrid, Lago de los patinadores

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​El parque de Madrid
Lago de los patinadores​
 de Abelardo de Carlos (Editor)

Tomado de la Ilustración española y americana de 10 de febrero de 1870.


EL PARQUE DE MADRID


y

LOS PATINADORES.

La población de Madrid, situada en medio de unos campos áridos y despoblados, sería la más triste de las capitales de España si no tuviera en sus cercanías algunos frondosos paseos y bellos jardines que, al par que embellecen los arrabales de la ex-corte, permiten al vecindario alguna expansión, ya en las floridas mañanas de la primavera, ya en las ardorosas noches del verano, en las poéticas tardes del otoño y aun en los rigurosos días de invierno, en que los fríos y las heladas roban a los jardines todas sus flores y despojan a Ia naturaleza de sus vistosas galas.

El Retiro es, sin duda alguna, el jardín más ameno y frondoso, el más bello adorno de Madrid y el sitio de recreo donde las familias pueden disfrutar la dulce calma de los campos y respirar las áuras embalsamadas por el ambiente de tas flores.

Esta posesión que tantos recuerdos trae a nuestra mente y que ha sido teatro de tantas aventuras galantes y novelescas, y servido de centro a los insignes poetas que florecieron en los siglos xvi y xvii, ha sufrido tantas variaciones, cuantos han sido los grandes acontecimientos políticos en nuestra patria durante estos últimos años.

No hace mucho tiempo que esta deliciosa posesión pertenecía a la corona; llamábase el Real Sitio del Retiro, y como una propiedad particular se hallaba acotada con verjas y tapias que designaban su jurisdicción y aun dentro de ella había otras divisiones que separaban los jardines reservados de los que se abrían al público durante algunas horas y con sujeción a determinadas superiores órdenes. Aun con estas limitaciones podía disfrutar el público de las deliciosas y tranquilas alamedas y de los paseos y laberintos que aquí y allá brindan con su frescura a las elegantes damas y almidonados pollos, lo mismo que a los filósofos y a los enfermos que prefieren las silenciosas calles de lilos, y así como a los niños que reunidos en el parterre juguetean entre las flores, entregados a la alegría infantil más expansiva y dichosa.

No queremos acordarnos de unos frondosos paseos que fueron talados hace pocos años, bajo pretextos que nadie aprobó y que motivaron mil reclamaciones de la prensa y del vecindario. Todo fue inútil: la parte del Retiro más próxima a la población quedó desde entonces reducida o un campo árido y lleno de escombros, en el que aun no se ha terminado la construcción de los edificios que han de regularizar aquel sitio.

La revolución de Setiembre ha dejado sentir sus efectos en aquel cultivado terreno, que parecía neutral y completamente ajeno a los sucesos políticos que han tenido lugar en España.

La caída de la dinastía borbónica entregó al pueblo la posesión de los jardines, y el Buen Retiro llamóse el Parque de Madrid, para indicar con este nombre que desde aquel trascendental acontecimiento, correspondía exclusivamente al municipio de Madrid el derecho de disfrutar sin limitación alguna de aquellos paseos, de aquellos panoramas y de aquella atmósfera apacible y encantadora. El municipio tomó a su cargo la administración del Sitio, y comenzó por derribar las t ipias y por abrir al público los paseos y glorietas que siempre habían estado reservados para solaz de la real familia.

No quisiéramos consignar ahora los hechos que demuestran cual fue el modo con que algunos interpretaron la libertad que el municipio les otorgara. La última primavera poblaba de llores los frondosos lilos que tanto abundan en aquellos paseos, el pueblo cruzaba libremente por ellos; pero en vez de respetar aquellas flores, hubo gentes bárbaras que se complacían en talar los arbustos y en despojar los jardines de sus mejores atavíos. Actos tan vergonzosos y tan indignos de la cultura de un pueblo civilizado, dieron motivo a algunas medidas represivas para evitar tales robos, hijos mas bien de la inadvertencia que del dañado intento de sus autores. Desgraciadamente no puede aún decirse de todo el pueblo de Madrid que sabe imitar la conducta observada en otros pueblos extranjeros, donde hay jardines abiertos al público en los que no se cometen tales desmanes, porque todos cuantos a ellos concurren, sin distinción, saben perfectamente que aquellas llores no pertenecen a ninguna individualidad, y que todos se hallan obligados no sólo a respetarlas, sino a impedir que otro cause el menor daño en aquellos planteles tan esmeradamente cultivados y que se consonan siempre bajo la custodia de los mismos que a ellos concurren, mejor que bajo la vigilancia de los guardas y floricultores.

El Parque de Madrid tiene hoy paseos para todas las clases de la sociedad, brindando sus sencillos goces lo mismo al elegante aristócrata, que al modesto artesano; al escéntrico y meditabundo filósofo, que a la bulliciosa y alegre costurera; al pretencioso y rico capitalista, que al empleado de corto sueldo que se contenta con beber en la cristalina fuente de la Salud, al paso que acompaña a su esposa ya entrada en años, o a su abuelo, constantes panegiristas de las virtudes de aquellas aguas.

Encomendada al alcalde señor Alvareda la administración del Parque de Madrid, ha procurado y procura constantemente aumentar las diversiones que pueden disfrutarse en este sitio, ofreciendo al mismo tiempo a las damas de la aristocracia y a los pollos comm' il faut nuevos recreos aun en la presente estación, la menos a propósito para las diversiones campestres. Sin embargo, los patinadores sólo en el rigor del invierno pueden entregarse a sus ejercicios patinescos no sé si es admisible la palabra, y en verdad, el Sr. Alvareda ha tenido una feliz ocurrencia al disponer la construcción de un extenso lago de medio pie de profundidad, en el que sin peligro puedan aquellos entregarse a sus rápidos ejercicios. Con este motivo, durante la última semana ha sido el Parque de Madrid favorecido por muchas elegantes e intrépidas pollas y no pocos aristócratas del sexo feo, que prevenidos de sus correspondientes patines se han lanzado a la superficie del lago, donde han lucido su agilidad y firmeza ante la numerosa concurrencia que con la mayor puntualidad acudía a presenciar tan divertido espectáculo. Es verdad que muchos acaramelados jóvenes solían recibir sendos batacazos cuando más seguros se creían en aquel resbaladizo pavimento. Otros, llevados de su impetuosidad y no cotentándose con patinar sobre el hielo, se extralimitaban hasta llegar a algunos puntos donde se sumergían súbitamente, recibiendo unos pediluvios que no creemos les fueran recelados por ningún Galeno.

Parque de Madrid, Lago de los patinadores.

Una de estas escenas ofrecemos hoy en el grabado de nuestro número, el cual no reproduce, sin embargo, algunos detalles cómicos que suelen producir gran efecto en el original.

La aristocrática sociedad veloz Club, que tiene por objeto la propaganda de esta diversión, así como el cultivo de la velocipedología (si a Vds. no les parece mal la palabra), aun no ha planteado en grande escala sus proyectos; pero en tanto, gracias al Sr. Alvareda, pueden los patinadores y velocipedistas ejercitar sus aficiones en el delicioso Parque de Madrid.

La primavera próxima ofrecerá aquel sitio nuevos atractivos, a los que se agregarán regalas en el estanque grande, carreras de velocípedos alrededor del lago, y otras diversiones que añadirán nuevos atractivos a aquellos amenos jardines.

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Nota: se ha mantenido la ortografía original, pero algunos acentos han sido modernizados.