El pasaporte amarillo: 08
Capítulo VIII
-Ya estamos solos -dijo Iván, echando el cerrojo a la puerta-. Ahora, antes de tomar otras resoluciones, vuelvo a mi proposición de hace cuatro días. ¿Aceptas?
-¡Jamás! -respondió Débora, despegándose de la pared y avanzando hacia el polizonte con firme y resuelta actitud-. ¿No le basta a usted con arrebatarme la felicidad y quiere arrebatarme la honra?...
-Déjate de palabrerías. ¿Aceptas?
-¡Jamás dije, y jamás repito!
-Está bien. En tal caso, disponte a venir donde yo te llevo.
-¡Usted!...
-Yo.
-¿Dónde quiere llevarme?
-Donde te reclama tu oficio.
-¿Qué?...
-A casa de la Korablova. No dirás que te hago honor. En su clase es de las mejores.
Allí no han de valerte ni las súplicas ni los ruegos. Tu cédula los hace inútiles.
-¿Es posible que llegue usted a infamia tan horrible?...
-Tu condición oficial me permite llegar a ella sin compromiso y sin remordimiento.
-¡Canalla!
-Sólo tienes un modo de ahorrarte el camino de casa de la Korablova. Piénsalo bien antes de contestar. ¿Aceptas mi proposición de la Comisaría?
El rostro de Débora adquirió una lividez trágica; sintióse el ruido de sus uñas rasgando las palmas de las manos; en sus labios espumeó la sangre.
-Acepto -dijo secamente-. Aquella es mi alcoba -siguió, señalando el cuartito donde blanqueaba su lecho-. Acepto. Disponga usted de mí. Sólo un favor, el último, quiero suplicarle.
-Di cuál.
-Que me dejo entrar sola; que espere a que le llame yo.
-Conformes.
Cayó la cortina y se oyó el ruido de ropas desceñidas nerviosamente; después, el frufrú de las sábanas al plegarse.
-¡Ya! -dijeron adentro.
Soltando tras él la cortina entró Iván en la alcoba, y, acercándose al lecho, resopló, mientras rodeaba con sus brazos el cuerpo de la virgen.
-¡Ves como tenía que ser!...
-Sí. ¡Tenía que ser y es!...
Iván lanzó un sordo quejido y dió en tierra de espaldas. De su garganta brotaba la sangre en surtidor.
-¡No en balde se estudia Anatomía! -silabeó Débora rasgando con los dientes la frase.