El pesimista corregido: 06

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El pesimista corregido de Santiago Ramón y Cajal
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Parece débil y anonadado, cual pájaro fascinado por la serpiente. Dispone para su defensa de ojos que atisban al enemigo; de instinto defensivo, que le dicta las reacciones motrices salvadoras; de previsión, que ordena echar en la hornilla todo el carbón..., y, sin embargo, llegado el trance supremo, como si un ángel malo le fascinara, siente el corazón latir dolorosa y tumultuosamente, experimenta ansiosa opresión en el pecho y ve con angustia que sus brazos flaquean, las piernas se doblan, y su inteligencia, al primer embite desarmada, se oscurece y entrega. ¿Y éste es el tan decantado rey de la creación? ¿Esta la imagen de Dios en la tierra? ¡Qué sangrienta ironía! ¡Qué cruel sarcasmo!

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Al llegar a este punto de sus increpaciones, fragoroso trueno resonó en la estancia, y del seno de una nube violácea, que inundó de claridad misteriosa el gabinete surgió indecisa y flotante la sombra de un anciano venerable de luengas barbas, soberano mirar, reposada e insinuante palabra y gesto de suprema y arrolladora autoridad.

Aterrado quedó Juan al contemplar la fantástica aparición. Y creyendo ser víctima de terrible pesadilla restregóse instintivamente los insomnes ojos y sacudió su cabeza, esperando, sin duda, que la visión espectral se desvaneciera.

Mas el genio avanzó hacia el pasmado filósofo, y después de tocarle suavemente en la cabeza para dar fe de su corporeidad, con acento dulce y piadoso habló de esta manera:

No temas, y calma las inquietudes y angustias de tu doliente corazón. Soy el numen de la ciencia, destinado por lo Incognoscible a iluminar los entendimientos y a endulzar, por suaves gradaciones, el triste sino de toda criatura viviente. Muchos son mis nombres: llámame el filósofo, intuición; el científico, casualidad feliz; el artista, inspiración; el mercader y el político, fortuna. Soy quien en el laboratorio del sabio o en el retiro del pensador sugiero las ideas fecundas, las experiencias decisivas, las intuiciones felices, las síntesis augustas y triunfadoras. Gracias a las confidencias que yo recatadamente deslizo en el oído de los genios, la infeliz raza humana se aparta progresivamente de los limbos de la grosera animalidad, Y el grito lastimero del dolor resuena por cada día menos insistente en las celestes esferas. Bien entiendo de qué nacen, ¡pobres ilusos!, vuestras amargas quejas. Brotan de dos groseras ilusiones que no me es permitido todavía (exceptuados algunos espíritus escogidos) desterrar enteramente de la conciencia humana. Creéis que en el orden del mundo, impenetrable a vuestra pequeñez, sois fines, más aún: el único fin, cuando sois meramente medios, rudos eslabones de inacabable cadena, simples términos de una progresión sin fin... Y este errado supuesto os ha llevado a la manía pueril de ajustar el mecanismo del mundo al menguado modelo de vuestra personalidad, atribuyendo leyes y legisladores a los fenómenos, finalidad a las causas, moralidad e intención a la Naturaleza, olvidando un postulado mil veces demostrado ya por los más agudos y esclarecidos de vuestros pensadores, esto es, que el Cosmos no es sino un conjunto de innúmeras realidades que evolucionan necesariamente, no hacia lo mejor, según vuestro mezquino interés, sino hacia playas remotas eternamente desconocidas para el hombre y aun para las formas superiores que del hombre han de salir, como sale la mariposa de la torpe y soñolienta oruga. Vuestro segundo error consiste en suponer que la Causa primera debe perturbar la augusta marcha de la evolución, suprimiendo de un golpe el mal, acicate del progreso y despertador del protoplasma, y anticipando, en provecho de vuestros infinitesimales egoísmos, la plenitud de los tiempos y el reinado definitivo de la verdad; ¡qué desvarío!