El picaflor enojado
En un jardín donde acostumbraba merodear un joven picaflor, una tarde, colocaron un gran espejo en forma de globo, para que en él se miraran las flores coquetas y las mariposas presumidas.
Como siempre, el picaflor, el día siguiente, luego que empezó el sol a calentar, entró como flecha en el jardín, en busca de miel, pinchando aquí, pinchando allá, en su vibrante aleteo de arco iris viviente, dando a la flor vencida los crueles besos de su largo pico.
De repente, vio relumbrar en el gran globo de cristal las mil flores coloradas de la misma planta que estaba saqueando, y dejando pasmarse en inútiles deseos las elegantes campanillas que le pedían su amor, fue a dar de picotazos a la sombra de ellas.
Hubiera debido ver que se equivocaba; pero, acostumbrado a no encontrar resistencia, se dejó enceguecer por la ira, y siguió picoteando, enojado, enfurecido, hasta romperse el pico en la dura pared de pintadas ilusiones, y caer moribundo, víctima de su locura.
La reflexión y la ira son enemigas mortales, y siempre una de ellas mata a la otra.