El pintor de su deshonraEl pintor de su deshonraPedro Calderón de la BarcaJornada III
Jornada III
Sale DON LUIS, leyendo una carta.
DON LUIS:
«Mandaisme que os avise de qué causa pudo tener a don Juan Roca tantos días sin escribiros. Y aunque quisiera excusarme de hablar en esto, no puedo dejar de obedeceros. Las carnestolendas pasadas, estando en la quinta de don Diego de Cardona, se prendió en ella tan grande fuego que, no sin peligro, pudieron escapar la vida. Don Juan sacó a su esposa desmayada y dejándola, por acudir a las demás, en poder de unos marineros, que no falta quien diga que eran cosarios disfrazados, se hicieron a la mar con ella, arrojándose don Juan desesperado al agua, de donde le sacaron casi muerto algunos que acudieron a favorecerle; y apenas se hubo reparado cuando faltó de su casa sin llevar consigo más que un criado; y hasta hoy no se ha sabido dél ni de su esposa».
No leo más, que no es posible
que rendido, que postrado
el corazón, a los ojos
no salga deshecho en llanto.
¡Oh, válgame Dios, a cuántas
desdichas y sobresaltos
nace sujeto el honor
del más noble, el más honrado!
Aquí el serlo lo disculpe,
pues a los ojos humanos,
por más que esta sea desdicha
no deja de ser agravio.
Diera por saber adónde
don Juan está, y a su lado
correr su misma fortuna,
cuanto soy y cuanto valgo,
para que, juntos los dos,
no dejásemos espacio
escondido de la tierra
que no inquiriésemos, dando,
con la muerte del ladrón
pirata, asombros y espantos
al mundo.
(Sale PORCIA y JULIA.)
PORCIA:
¿Señor?
DON LUIS:
¿Qué hay, Porcia?
PORCIA:
¿Qué es lo que tienes, que hablando
contigo a solas estás,
colérico y enojado?
DON LUIS:
No sé, Porcia, lo que tengo.
( Aparte.
Débame en aqueste caso,
ya que me debe el sentirlo,
también, don Juan, el callarlo.)
Una carta recibí
acerca de los pasados
pleitos de mi residencia.
PORCIA:
Pésame de haberte hallado
sin gusto, porque venía
a pedirte mi cuidado,
que me hicieras un favor.
DON LUIS:
¿Y en qué reparas?
PORCIA:
Reparo
en que quien sin tiempo pide,
es fuerza que desairado
quede.
DON LUIS:
Para ti no hay tiempo:
unos siempre mis halagos
son contigo.
PORCIA:
Pues en esa
confianza a hablarte aguardo,
don Álvaro...
DON LUIS:
No prosigas.
PORCIA:
¿Ves si hay tiempo o no?
DON LUIS:
Es engaño,
pues en cualquiera diré
que no me hable en él tu labio;
hartas veces te lo he dicho.
PORCIA:
¿Qué es lo que ha hecho mi hermano,
señor, para que con él
te dure el enojo tanto?
DON LUIS:
¿Qué más que, sin mi licencia,
sin saber cómo ni cuándo
ni dónde, faltar de casa
y venir luego muy falso,
con presumir que ha de hallar
la puerta abierta y los brazos?
PORCIA:
De todo eso le disculpa
la libertad de los años,
fuera de que ¿qué delito
es, señor, si lo miramos
sin pasión, que un hombre mozo,
viendo que has determinado
querer vivir en la aldea
entre dos rudos villanos,
neciamente se despeche,
y que, mal aconsejado,
falte de tu vista un mes?
Que desde que vino ha estado
temeroso de tus iras,
en la casa retirado
del monte, sin salir della;
merézcate, pues, mi llanto,
que vuelva a casa.
DON LUIS:
Ahora bien,
por ti, en fin, se ha de hacer algo;
avísale de que venga.
PORCIA:
Guárdete el cielo mil años;
y el aviso seré yo
que aquesta tarde cazando
iré al monte y le diré
que venga a besar tu mano.
DON LUIS:
Haz tú allá lo que quisieres.
(Aparte.)
¿Qué hiciera yo, ¡cielo santo!,
por saber dónde don Juan
está y dónde su contrario?
Que, ¡vive Dios!, que se viera
en mí el ejemplo más raro
de amistad que ha visto el mundo.
(Vase DON LUIS.)
JULIA:
Bien, señora, se ha logrado
la intención.
PORCIA:
Es cierto, pues
no es cuanto dispongo y trazo
amor de mi hermano solo,
sino mío, procurando
que la casa desocupe
del monte porque sin tantos
riesgos el Príncipe pueda
ir allá tal vez, logrando
mi amor la ocasión de verle.
Y así, Julia, a ese crïado
que trajo el papel, dirás
que a caza esta tarde salgo;
que bien puede en el castillo,
pues ya conoce a Belardo
su casero, entrar, que yo,
en diciéndole a mi hermano
como mi padre le espera,
podré hablarle en él.
JULIA:
No en vano,
como es pobre amor, es todo
trazas, cautelas y engaños.
PORCIA:
Dame un arcabuz, que quiero
por el camino ir tirando;
y venga atrás la carroza.
JULIA:
Aquí está.
(Dala el arcabuz.)
PORCIA:
¿Para qué me armo,
Amor, con armas de fuego,
si cuando a campaña salgo
contra ti, me vences solo
con una flecha y un arco?
(Vanse.)
(Salen DON ÁLVARO y FABIO.)
DON ÁLVARO:
¿Qué hace Serafina?
FABIO:
¿Ya
no sabes que es excusado
el preguntarlo?
DON ÁLVARO:
Eso es
decirme que está llorando.
FABIO:
Es verdad.
DON ÁLVARO:
Desde el instante
que desmayada en mis brazos
pasó del golfo del fuego
a incendios de agua, trocando
del un extremo a otro extremo
dos elementos contrarios,
no se enjugaron sus ojos;
pues apenas en el barco
se vio en mi poder, cobrada
de aquel pálido desmayo,
cuando a llorar empezó,
de suerte que un breve espacio
no han podido mis caricias
hasta hoy suspender su llanto.
Pensé yo, mas no pensé,
que aun tiempo para pensarlo
no tuve, que Serafina...
(Sale SERAFINA.)
SERAFINA:
Espérate fuera, Fabio. (Vase FABIO.)
Y tú, escuchame, porque
mi nombre oyendo en tus labios,
y oyendo mi mal, del nombre
también el intento, trato
de aprovechar la ocasión
porque de una vez salgamos
tú de dudas, yo de penas
y de confusiones ambos.
¿Pensaste, ¡ay de mí!, que fuera
mi decoro tan liviano,
tan fácil mi estimación,
mi sentimiento tan vano,
mi vanidad tan humilde,
mi tormento tan villano
y mi proceder tan otro,
que me hubiera consolado
de haber en un día perdido
esposo, casa y estado,
honor y reputación,
con solo hallarme en tus brazos
vencida de tus traiciones,
forzada de tus agravios?
DON ÁLVARO:
No pensé, pero pensé...
SERAFINA:
¿Qué?
DON ÁLVARO:
Que por el mismo paso
que fue tan desesperada
mi acción, fueran tus agrados
menos crueles, pues vemos
que amor en lo temerario
vive, y disculpa no tiene
un error enamorado,
como no tener disculpa:
tanto ama el que yerra tanto.
SERAFINA:
Esa razón, tan sin ella
para mí está, que antes saco
que quien lo destruye todo
nada estima; y así, ingrato,
y así, aleve, y así, fiero,
traidor, injusto, tirano...
Pero no, no digo bien,
ya de otro estilo me valgo:
don Álvaro, mi señor,
supuesto que ya este caso
ha sucedido y no tiene
remedio, ¿para qué andamos
arguyendo en lo que hubiera
sido mejor? Ya los astros
lo dispusieron así,
ya lo quisieron los hados,
ya lo admitieron los cielos;
pues bien, al remedio vamos,
y débate yo el oírme,
si es que he de deberte algo.
Yo, don Álvaro, no aliento,
sin temer que, inficionado
el aire de los suspiros
de don Juan, me encuentre; paso
no doy que, creyendo verle,
de mi sombra no me espanto,
siendo a aquestas ilusiones
aquesta casa de campo
adonde tú me has traído,
sepultura de mis años.
SERAFINA:
Tú, conseguida, no puedes
conseguirme, pues es claro
que no consigue quien no
consigue el alma; y es llano
que una hermosura sin ella
es como estatua de mármol,
en quien está la hermosura
sin el color del halago;
vencida, mas no gozada.
¡Oh, mal haya amor villano,
que la fuerza del cariño
la funda en la de los brazos!
Don Juan es noble ofendido:
solo en esto digo harto.
Que sepa de ti es forzoso,
pues, habiéndose quedado
Flora en Barcelona, ella
lo habrá dicho. Pues pongamos
a este miedo, a este peligro
y a esta desdicha un reparo;
este solo puede ser
que tu amor desesperado
de que en mí ha de hallar consuelo,
se resuelva en rigor tanto
a perderme de una vez:
sea mi sepulcro el claustro
de un convento en que ignorada
mi vida...
DON ÁLVARO:
Suspende el labio,
no prosigas, que primero
que yo viva sin ti, un rayo
me mate, ¡válgame el cielo!
(Disparan dentro un arcabuz.)
SERAFINA:
¡Ay de mí!, que ya este acaso
segunda vez sucedió:
mi muerte está pronunciando.
DON ÁLVARO:
No, no temas, que yo, aunque
me asusto, no me acobardo.
¡Hola! ¿Qué es eso?
(Sale BELARDO, vejete.)
BELARDO:
Que Porcia,
tu hermana, viene cazando
por el bosque y a las puertas
llega del castillo.
DON ÁLVARO:
En tanto
que yo voy a recibirla,
por si entrar quiere a este cuarto,
Serafina, al aposento
te retira de Belardo.
BELARDO:
¿Cómo ha de salir de aquí,
si ya Porcia ocupa el paso?
DON ÁLVARO:
Pues éntrate en esa cuadra.
SERAFINA:
¡Cielo, tu favor aguardo!
(Escóndese, y sale PORCIA de caza.)
DON ÁLVARO:
Hermana, Porcia, ¿qué es esto?
PORCIA:
Llegar, Álvaro, a tus brazos
con dos gustos; uno es
decirte que, más humano,
mi padre me envía por ti;
y otro, haber hecho, llegando
a las puertas de la torre,
el tiro más acertado
que hice en mi vida, porque
tan veloz pasaba un gamo
que con matarle corriendo,
puedo decir que volando.
DON ÁLVARO:
Que vengas gustosa estimo.
PORCIA:
Tan ufana me ha dejado
el tiro que no quisiera
esta tarde tan temprano
dejar el monte; y así,
mientras yo quedo cazando,
ve tú a la aldea; porque
mi padre, que has estimado,
el perdón vea en la priesa
con que le besas la mano.
DON ÁLVARO:
Dices bien, mas no te quedes
tú aquí.
PORCIA:
Tras ti al monte salgo.
DON ÁLVARO:
Pues en él te dejaré.
PORCIA:
Norabuena. [Aparte a BELARDO.]
¿Oyes, Belardo?
Di al Príncipe que me espere
aquí si viniere acaso
esta tarde.
BELARDO:
Así lo haré.
DON ÁLVARO:
[Aparte a BELARDO.]
Belardo, oyes, en sacando
yo de aquí a Porcia, retira
a esa dama de ese cuarto.
(Vanse los dos hermanos.)
BELARDO:
¿Que haya quien diga, señores,
que es oficio aprovechado
el de alcahuete y a mí
no sepa valerme un cuarto?
Ve aquí a don Álvaro y Porcia,
que me hacen su secretario
y al cabo del año no
me dan sino sobresaltos.
(Sale SERAFINA.)
SERAFINA:
¿Fuese Porcia?
BELARDO:
Ya se fue.
SERAFINA:
Y lo estuve deseando,
porque si quisiera entrar
no pudiera embarazarlo;
que no tiene por de dentro,
aunque la anduve buscando,
llave ni aldaba esta puerta;
pero ya segura salgo.
BELARDO:
No muy segura.
SERAFINA:
¿Por qué?
BELARDO:
Porque hasta aquí viene entrando
un hombre.
(Sale EL PRÍNCIPE.)
SERAFINA:
Vuelvo a esconderme.
BELARDO:
Y yo a temblar.
PRÍNCIPE:
¿Qué hay, Belardo?
BELARDO:
Seas, señor, bien venido.
PRÍNCIPE:
Habiendo, Porcia, avisado
de que hoy aquí la vería,
faltando de aquí su hermano,
vengo a verla. ¿Dónde está?
BELARDO:
Con él salió ahora al campo,
mas dijo que aquí la esperes.
(Sale PORCIA.)
PORCIA:
No será mucho el espacio,
porque apenas el camino
del aldea tomé, cuando
vuelvo a verte.
PRÍNCIPE:
¿Era hora
de merecer favor tanto?
BELARDO:
[Aparte.]
¿Cómo podré remediar,
que la otra no esté escuchando?
SERAFINA:
[Aparte, al paño.]
Porcia y el Príncipe son.
PORCIA:
El estar aquí mi hermano
ha sido causa de que
aquesta ocasión perdamos;
pero ya este inconveniente
mi ingenio lo ha remediado.
PRÍNCIPE:
¿Cómo?
PORCIA:
Haciendo con mi padre
que a casa le vuelva, dando
fin a su enojo.
PRÍNCIPE:
Yo estimo,
como es justo, ese cuidado.
(Aparte.)
Miento, que aún dura en mi pecho
aquel incendio pasado.
Pero así, loca memoria,
sino te venzo, te engaño.
BELARDO:
[Aparte.]
Ella oye cuanto se dicen.
SERAFINA:
[Aparte, al paño.]
¿A qué parte, amor tirano,
iré donde tú no reines?
PORCIA:
Siempre yo quejarme trato.
PRÍNCIPE:
¿Por qué ahora?
PORCIA:
Porque sé
que os tiene un hermoso encanto
en Nápoles divertido.
PRÍNCIPE:
¿Quieres ver cuánto eso es falso?
Pues ha muchos días que yo
de Nápoles también falto,
porque una grande tristeza
me tiene tan retirado
que en esta vecina quinta
lloro tu ausencia; y es tanto
el gusto de vivir solo,
que aquestos días he dado
en no salir della, y tengo
puesto el gusto en unos cuadros
que para una galería
me hacen los más celebrados
pintores de toda Italia,
y aun de España, pues yo he hallado
alguno que a Apeles puede
competir; y tan pagado
desto estoy, que todo el día
solo en verles pintar gasto.
PORCIA:
A mí mi desconfïanza
me había dicho...
BELARDO:
Esto va malo.
PRÍNCIPE:
¿Qué tienes?
PORCIA:
¿Qué ha sucedido?
BELARDO:
Aunque no es nada, tu hermano
vuelve.
PORCIA:
Pues en esa cuadra
te esconde.
PRÍNCIPE:
Por ti lo hago
más que por mí.
SERAFINA:
[Aparte, al paño.]
Mal podré
resistirlo.
BELARDO:
[Aparte.]
¡San Hilario!
¡Zas, entrose ya!
(Éntrase donde está SERAFINA y sale DON ÁLVARO.)
DON ÁLVARO:
No puedo
asegurar el cuidado
de que Porcia a Serafina
no vea; y así, tomando
la vuelta, vengo a saber
si la ha escondido Belardo.
PORCIA:
[Aparte.]
¡Ay de mí! Sin duda viene
de algún aviso informado.
DON ÁLVARO:
[Aparte.]
¡Aquí Porcia! ¿A qué habrá vuelto?
PORCIA:
[Aparte.]
Él llega. ¿Si sabe algo?
DON ÁLVARO:
¿Porcia?
PORCIA:
¿Hermano?
DON ÁLVARO:
¿Cómo el monte
dejas tan presto?
PORCIA:
El cansancio
me rindió, y vuelvo a buscar
en este sitio el descanso.
DON ÁLVARO:
[Aparte.]
Eso sí.
PORCIA:
Mas tú, ¿a qué vuelves?
DON ÁLVARO:
A que, habiendo reparado
la condición de mi padre,
advierto lo mal que hago
en ir sin ti...
PORCIA:
[Aparte.]
Aun eso, bien.
DON ÁLVARO:
...porque, si vuelve a su enfado,
tú le reportes.
PORCIA:
Pues, ¿hay
más de que juntos volvamos?
DON ÁLVARO:
Eso quiero yo.
PORCIA:
Yo y todo.
BELARDO:
[Aparte.]
¡Quién no os entendiera a entrambos!
DON ÁLVARO:
(Aparte.)
Así excuso que no vea
a Serafina.
PORCIA:
(Aparte.)
Así trato
de que al Príncipe no vea.
DON ÁLVARO:
¿No vienes?
PORCIA:
Sí.
DON ÁLVARO:
Vamos.
PORCIA:
Vamos.
DON ÁLVARO:
(Aparte.)
Lindamente se ha dispuesto.
PORCIA:
(Aparte.)
Lindamente se ha trazado.
DON ÁLVARO:
[Aparte.]
Pues mi hermana no la ha visto.
PORCIA:
[Aparte.]
Pues no le ha visto mi hermano.
(Vanse los dos.)
BELARDO:
¡Si bien lo supieras! Pero
al fin, de mayores daños,
aqueste ha sido el menor.
¡Ha, señores encerrados,
si no estorbo, salir pueden!
(Sale EL PRÍNCIPE y SERAFINA, puesta la mano en el rostro.)
SERAFINA:
En vano intentáis osaros
a conocerme.
PRÍNCIPE:
Y aun vós
también lo intentáis en vano,
no ser de mí conocida.
SERAFINA:
Advertid...
PRÍNCIPE:
Quitad la mano
del rostro, que es poca nube
para esconder cielo tanto.
Ya sé quién sois, y ya sé
que ha sido de Amor milagro
el traeros donde os vea;
y aunque imposibles acasos
lo hayan dispuesto, no quiero
saberlos ni averiguarlos,
porque no me estará bien
el perderos, al hallaros
en esta casa; y así,
porque me dure el engaño
de la duda, elijo el medio
de estar creyendo y dudando.
BELARDO:
[Aparte.]
Solo esto faltaba ahora;
que estuviese enamorado
el amante de la hermana
de la dama del hermano.
SERAFINA:
Generoso Federico
de Ursino, si intento en vano,
como decís, ocultarme
de vós, ¡oh infelice!, en cuanto
al ser de vós conocida,
no en cuanto al segundo caso,
pues yo tan bien contra vós
de dos razones me valgo:
la primera es el secreto
que de mi vista os encargo,
y la segunda es pediros
que os vais, para que llorando
a mis solas, mis desdichas
pueda aliviarlas en algo.
PRÍNCIPE:
Una y otra razón vuestra
ya conmigo han alcanzado
su pretensión. Vuestro nombre
jamás saldrá de mi labio;
y apartándome de vós,
bien que a mi pesar me aparto,
daré esta penosa ausencia
en albricias deste hallazgo.
Quedad con Dios, advirtiendo
que me debéis más cuidados
que pensáis.
SERAFINA:
Reconocerlos
ofrezco, si no pagarlos.
Id con Dios.
PRÍNCIPE:
Guárdeos el cielo.
BELARDO:
Oís, ¿sabéis aquel adagio,
los dos, «cállate y callemos»?
PRÍNCIPE:
Yo os lo ofrezco.
SERAFINA:
Yo os lo encargo.
PRÍNCIPE:
[Aparte.]
¡Qué ventura!
SERAFINA:
[Aparte.]
¡Qué desdicha!
PRÍNCIPE:
[Aparte.]
¡Favor, cielos!
SERAFINA:
[Aparte.]
¡Piedad, hados!
PRÍNCIPE:
[Aparte.]
Que ya, viendo a Serafina,
espero vivir amando.
SERAFINA:
[Aparte.]
Que ya, sabiendo quién soy,
por puntos mi muerte aguardo.
(Vanse, y salen DON JUAN, con vestido de pobre, y CELIO.)
CELIO:
¿Qué es lo que queréis?
DON JUAN:
Hablar
con el Príncipe quisiera,
para que ese cuadro viera
que acabo de retocar.
CELIO:
Pues ahora no está aquí,
que a caza esta tarde fue.
DON JUAN:
¿Vendrá presto?
CELIO:
No lo sé.
(Vase.)
DON JUAN:
¿Qué es lo que pasa por mí,
fortuna deshecha mía?
Pero no lo digas, no,
que aun de ti no quiero yo
oírlo, porque sería
conmigo estar desairada
mi pena, al ver que una vida
que perdonó acontecida
no perdona pronunciada.
¡Válgame Dios! ¡Qué de cosas
debe en el mundo de haber
fáciles de suceder
y de creer dificultosas!
Porque, ¿quién creerá de mí,
que siendo, ¡ay de mí!, quien soy
en aqueste estado estoy?
Mas, ¿quién no lo creerá así?
Pues todos la escrupulosa
condición del honor ven:
¡mal haya el primero, amén,
que hizo ley tan rigurosa!
Poco del honor sabía
el legislador tirano
que puso en ajena mano
mi opinión, y no en la mía.
DON JUAN:
Que a otro mi honor se sujete
y sea, ¡oh injusta ley traidora!,
la afrenta de quien la llora
y no de quien la comete.
¿Mi fama ha de ser honrosa
cómplice al mal y no al bien?
Mal haya el primero, amén,
que hizo ley tan rigurosa.
¿El honor que nace mío,
esclavo de otro? Eso no.
¿Y que me condene yo
por el ajeno albedrío?
¿Cómo bárbaro consiente
el mundo este infame rito?
Donde no hay culpa, ¿hay delito,
siendo otro el delincuente?
De su malicia afrentosa,
¡que a mí el castigo me den!
Mal haya el primero, amén,
que hizo ley tan rigurosa.
De cuantos el mundo advierte
infelices, ¡ay de mí!,
¿habrá otro más que yo?
(Sale JUANETE, mal vestido.)
JUANETE:
Sí,
pues cómplice de tu suerte,
tu misma vereda sigo;
luego otro hay más desdichado.
DON JUAN:
Pues a este tiempo has llegado,
ven discurriendo conmigo.
En busca de mi enemigo,
patria y hacienda dejé...
JUANETE:
¿Y no hallaste rastro aunque
ya le llevabas contigo?
DON JUAN:
...no hallando huella en el mar,
disfrazado, solo y triste...
JUANETE:
A Nápoles te veniste.
DON JUAN:
La causa fue imaginar
que si aquí fue amor primero,
aquí sin duda vendría.
JUANETE:
Y aquí de un día a otro día
nos hallamos sin dinero.
DON JUAN:
A nadie quise llegar
sin honra a decir quién era.
JUANETE:
Yo, juro a Dios, lo dijera,
con hambre, a todo el lugar.
¿Don Luis no es tu amigo?
DON JUAN:
Sí
pero, ¿a qué amigo llegara
yo a fïarme, en quien no hallara
un testigo contra mí?
¡Yo, a que ninguno supiera
mi desdicha cara a cara,
que con cuidado me hablara
y con lástima me viera!
No ha de saberse quién soy,
pues no soy, mientras vengado
no esté; y así, me he aplicado
en cuanto inquiriendo voy,
a que la curiosidad
nombre de oficio me dé.
JUANETE:
No eres el primero que
sustenta su habilidad.
DON JUAN:
Y así, viendo que se hacía
esta obra de pintura,
como oficial, (¡qué locura!,
pero honrada como mía),
en ella me acomodé,
y si cúya era supiera,
antes de hambre me muriera.
JUANETE:
Hicieras mal, mas, ¿por qué?
DON JUAN:
Porque ya una vez me vio
el Príncipe, y recelara
el conocerme.
JUANETE:
Repara
en que tanto te trocó
la fortuna, que temer
no tienes, y estás de modo
que te has demudado en todo
cuanto no es enflaquecer.
Fuera de que en este estado
y en este traje, señor,
fuera el presumirlo error;
y más de quien sin cuidado
una vez sola te vio.
Pero este el Príncipe es.
(Sale EL PRÍNCIPE.)
DON JUAN:
Dame, gran señor, tus pies.
PRÍNCIPE:
Español, ¿qué te obligó
a esperarme aquí?
DON JUAN:
Creyendo
el gusto que has de tener,
Príncipe invicto, en saber
que el cuadro que estaba haciendo
está acabado, he querido
ser yo el que antes te lo diga.
PRÍNCIPE:
Mucho tu atención me obliga.
Pero, ¿qué fábula ha sido
la que acabaste primero?
DON JUAN:
La de Hércules, señor;
en quien pienso que el primor
unió lo hermoso y lo fiero.
PRÍNCIPE:
¿Cómo?
DON JUAN:
Como está la ira
en su entereza pintada,
al ver que se lleva hurtada
el centauro a Deyanira,
y con tan vivos anhelos
tras él va, que juzgo yo
que nadie le vea que no
diga: «este hombre tiene celos».
Fuera de la tabla está,
y aun estuviera más fuera
si en la tabla no estuviera
el centauro tras quien va.
Este es el cuerpo mayor
del lienzo, y en los bosquejos
de las sombras y los lejos,
en perspectiva menor,
se ve abrasándose; y es
el mote que darle quiero:
«Quien tuvo celos primero,
muera abrasado después».
PRÍNCIPE:
No solo en esta ocasión,
que el cuadro agradezca es bien;
pero el concepto también
te agradece mi pasión;
y pues a tiempo has llegado
que, trayendo mis desvelos
celos, me has hablado en celos,
te he de feriar un cuidado
a precio de una fineza
que quiero que hagas por mí.
DON JUAN:
Para servirte nací.
PRÍNCIPE:
Sabrás que de una belleza
que una vez vi solamente,
tan rendido llegué a estar,
que no la pude olvidar
con haber vivido ausente.
Hoy, bien acaso, he sabido
dónde retirada vive;
y en tanto que Amor percibe
modo en que pueda rendido
solicitar sus favores,
imagino que no hubiera
cosa que más divirtiera
mis penas y mis rigores
que tener suyo un retrato;
tú, al fin, como forastero,
no la conoces, y quiero
fiarle de ti.
DON JUAN:
Solo trato
servirte con alma y vida,
mas no me atrevo, señor,
si es beldad tan superior,
sacarla tan parecida.
PRÍNCIPE:
¿Por qué?
DON JUAN:
Porque lo intenté
alguna vez, y advertí
que la hermosura, ¡ay de mí!,
no se pinta bien.
PRÍNCIPE:
Ya sé
que es difícil de pintar
si es perfecta la belleza;
pero de tu gran destreza
puedo el acierto fïar;
y cuando por el acierto,
español, no te eligiera,
por el secreto lo hiciera.
DON JUAN:
Que te he de servir, es cierto.
PRÍNCIPE:
Pues ven conmigo, advertido
de que, si nos dan lugar,
a hurto la has de pintar.
Yo a la puerta prevenido
a todo trance estaré
por lo que allí sucediere,
de que he de librarte infiere.
DON JUAN:
Digo, gran señor, que iré
en tu palabra fiado,
y después en mi valor;
que aunque un humilde pintor
soy, quizá por ser honrado
vivo así.
PRÍNCIPE:
De ti lo creo;
cree de mí que, agradecido,
verás tu deseo cumplido.
(Vase.)
DON JUAN:
No sabes tú mi deseo.
JUANETE:
Señor, ¿qué es esto?
DON JUAN:
En aquella
caja pequeña pondrás
colores y los demás
pinceles, y trae con ella
una pistola.
JUANETE:
¿Qué nueva
aventura aquesta fue?
¿Dónde vas?
DON JUAN:
Yo no lo sé
donde el Príncipe me lleva;
ya que ultrajes de mi honra
quieren que pintor me vea
hasta que con sangre sea
el pintor de mi deshonra.
(Vanse, y salen DON ÁLVARO y DON LUIS.)
DON ÁLVARO:
Ya, señor, que he merecido
que más humano me hables,
habiendo debido a Porcia
hacer estas amistades
segundo honor te merezca.
¿Qué es lo que tienes? ¿Qué traes,
que las pasiones del pecho
se te ven en el semblante?
Mira que, como yo soy
la causa de tus pesares,
me tiene desconfïado
tu tristeza, viendo que haces,
como en las farsas, extremos
disimulados aparte.
DON LUIS:
Don Álvaro, mi tristeza
de causa distinta nace;
no tienes la culpa tú,
esto que te digo baste
por ahora.
DON ÁLVARO:
Poco fías
de mí.
DON LUIS:
¿Quieres no apurarme?
No me obligues que te diga
que don Juan Roca me trae
con esta pena.
DON ÁLVARO:
¿Don Juan?
DON LUIS:
Sí.
DON ÁLVARO:
Pues dime: dél, ¿qué sabes?
(Aparte.)
Apuremos, corazón,
toda la malicia al lance.
DON LUIS:
Que es desdichado por ser
mi amigo.
DON ÁLVARO:
( [Aparte.]
¡Duda notable!)
Pues, ¿qué es lo que ha sucedido?
DON LUIS:
¿Qué más que haberle, un infame,
aleve, traidor, robado...
(aquí el aliento me falte,
porque no es bien que contigo
ni aun conmigo me declare;
mas, ya lo dije) ...a su esposa,
sin ser posible ayudarle
yo a vengar de su enemigo?
DON ÁLVARO:
( Aparte.
¡Ay de mí! Todo lo sabe,
pues dice que no es posible
de su enemigo vengarle.
No sin mucha ocasión, ¡cielos!,
conmigo llegó a enojarse.
Desdichas, no me matéis...
Pues ya, ¡ay Dios!, que llega a hablarme
hoy tan claro, bien será
que yo de mano le gane
y cuente todo el suceso
tratando de disculparme.)
Señor, si...
DON LUIS:
Nada me digas,
que es en vano consolarme;
ya sé que querrás decirme
que es necia fineza darme
por entendido en desdicha
en que no puedo ampararle,
pues dél ni de su enemigo
ni de su esposa se sabe
desde el día que robada
faltó.
DON ÁLVARO:
[Aparte.]
Mejorose el lance:
alentemos, corazón,
que ya es el recelo en balde.
¡Qué desdicha! Si supiera
yo del agresor cobarde,
de su afrenta, le buscara,
¡vive Dios!, para matarle
solo en fe de ser tu amigo.
DON LUIS:
¡Oh, cuánto estimo escucharte!
DON ÁLVARO:
Pues señor, si tú no puedes,
como dices, ayudarle,
divierte tu pena.
DON LUIS:
Mal
se divierten penas tales;
pero, con todo, porque
no presumas que me falte
lugar para tu consejo,
al monte saldré esta tarde
ya que todos estos días
deste gusto me privaste.
Manda poner la carroza,
que quiero, ya que las paces
hicimos, dar por allá
la vuelta.
DON ÁLVARO:
Yo, pues, delante
iré, para que Belardo
de casa, señor, no falte.
(Aparte.)
No es sino por prevenir
que Serafina se guarde.
(Vase.)
DON LUIS:
Paréceme bien.
(Sale JULIA.)
JULIA:
Aquí
don Pedro, señor, el padre
de Serafina, te busca.
DON LUIS:
Pues dile que entre, no aguarde;
sin duda, el mismo cuidado
que tengo es el que le trae.
(Sale DON PEDRO.)
DON PEDRO:
Señor don Luis, vuestros brazos
me dad.
DON LUIS:
¿Ventura tan grande,
señor don Pedro, merecen
retiradas soledades?
DON PEDRO:
Un cuidado me ha traído:
yo, señor don Luis
( [Aparte.]
Pesares,
pues me afligís atrevidos,
no me consoléis cobardes.)
traigo una pena estos días
que de los olvidos nace
de mi hija y de don Juan,
pues no me escriben; y nadie
a quien yo escribo responde
a propósito. Pues sabe
el mundo que la amistad
vuestra ejemplo es de amistades;
merced me haced de decirme
qué sabéis dél.
DON LUIS:
[Aparte.]
¡Duda grave!
Pues decirlo y no decirlo
es a su honor importante.
Mas menor inconveniente
es que lo dude y lo calle;
que en materias del honor
hablar sin pensado examen
es muy difícil, aunque
a muchos parece fácil.
DON PEDRO:
¿Qué me respondéis?
DON LUIS:
Que ya
no extraño que a mí me falten
cartas, faltándoos a vós.
DON PEDRO:
Pues paso más adelante,
pero dándome palabra
de que lo que os diga a nadie
lo diréis.
DON LUIS:
Sí doy.
DON PEDRO:
Pues yo...
(Sale PORCIA.)
PORCIA:
Si vas al monte esta tarde,
señor... Mas, ¿quién está aquí?
DON PEDRO:
Quien a vuestras plantas yace
tendido siempre.
PORCIA:
Los brazos,
señor, esta deuda paguen.
DON LUIS:
Perdona, Porcia, que yo
los cumplimientos ataje.
Señor don Pedro, venid
conmigo; y puesto que parte
el camino de la corte
el monte, que os acompañe
hasta él es justo; hablaremos
sin estas dificultades.
DON PEDRO:
Obedeceros me toca.
Quedad con Dios.
PORCIA:
Él os guarde.
DON LUIS:
Ven tú en la carroza, pues
ya va tu hermano delante.
(Vanse.)
PORCIA:
Con más gusto fuera sola,
si fuera a ver a mi amante.
(Vase, y sale EL PRÍNCIPE y DON JUAN, JUANETE y BELARDO.)
PRÍNCIPE:
Aquesto has de hacer por mí;
y en prendas de que premiarte
sabré, este diamante toma.
BELARDO:
Poco entiendo de diamantes,
que no valen si se venden
lo que si se compran valen.
Pero volvamos al caso:
mayores dificultades
venceré por ti. [A DON JUAN.] Venid
conmigo vós, que yo en parte
os pondré que podáis verla,
sin ser sentido de nadie.
DON JUAN:
Guiad vós, que obedecer
nos toca, no hacer examen.
PRÍNCIPE:
Piensa, español, que por mí
aquestas finezas haces.
DON JUAN:
Servirte, señor, deseo.
PRÍNCIPE:
Ningún temor te acobarde,
que yo quedo aquí.
DON JUAN:
¿Temor?
Mal, señor, mi valor, sabes;
que no acobardan peligros
a quien no matan pesares.
(Vase.)
BELARDO:
Adiós; y para otra vez
doblones y no diamantes.
(Vase.)
JUANETE:
¿De qué se queja el vejete?
Pues que yo he callado, calle.
PRÍNCIPE:
¿Qué tienes tú que decir?
JUANETE:
Un cuento lo diga antes,
si no es que llega primero
alguno que me le ataje:
«A cuatro o cinco chiquillos
daba de comer su padre
cada día, y como eran
tantas porciones iguales,
un día se olvidó de uno.
Él por no pedir, que es grave
desacato de los niños,
estábase muerto de hambre.
Un gato maullaba entonces;
y dijo el chiquillo: 'Zape,
¿de qué me pides los huesos
si aun no me han dado la carne?'».
A este propósito dije
al viejo no me maullase
al oído, pues hasta ahora
aún no me han dado qué darle.
PRÍNCIPE:
Ya te he entendido, y aquesta
cadena el descuido salve.
JUANETE:
Y a ti te salve y regine,
deseslabonada a partes,
la cadena del demonio
en la vida perdurable;
aunque solo oír el cuento
para mí es paga bastante.
'(Vanse los dos, y salen por otra puerta DON JUAN y BELARDO.)'
DON JUAN:
Quitémonos de la puerta,
y esperemos a esta parte
retirados.
BELARDO:
Desta cuadra
al jardín la reja sale
donde ella suele venir
a divertirse las tardes;
entrad dentro y no hagáis ruido.
'(Abre una puerta, entra DON JUAN por ella, y BELARDO cierra con llave, y él se asoma a una reja.)'
DON JUAN:
No haré; mas, ¿qué es lo que haces?
BELARDO:
Por más seguridad, echo
por acá fuera la llave.
DON JUAN:
No, no cierres. ¿No es mejor
que yo tenga a todo trance
la puerta abierta?
BELARDO:
No es.
DON JUAN:
Advierte...
BELARDO:
Calla, no hables,
que es la que viene hacia aquí.
DON JUAN:
Pues ya es tiempo de que saque
la lámina y los matices. (Sale SERAFINA.)
SERAFINA:
¡Oh cuántas veces, pesares,
os saco a campaña a solas,
sin que en tan duro combate,
por vuestra parte o la mía,
la vitoria se declare!
DON JUAN:
[Aparte.]
Aún no puedo verla el rostro,
que está el villano delante.
BELARDO:
¿Pues todo ha de ser, señora,
llorar?
SERAFINA:
No, amigo, te espantes,
si ya no es de ver que el llanto
no haga la pena suave.
BELARDO:
Advierte...
SERAFINA:
Nada me digas,
y si quieres consolarme
sea con dejarme sola;
que quiero a la sombra que hacen
estos emparrados, ver,
tal el desvelo me trae,
si con el sueño firmar
puedo treguas si no paces. (Siéntase de espaldas a la reja.)
DON JUAN:
[Aparte.]
De espaldas se ha puesto; no es
posible que la retrate.
BELARDO:
Pues no te sientes así,
mejor será hacia esta parte,
porque de esas rejas corre
más templadamente el aire.
SERAFINA:
Dices bien. ¡Oh sueño, ven
a dar alivio a mis males!
(Vuélvese de cara a la reja y quédase dormida. Vase BELARDO, dejándola descubierta, y DON JUAN, al verla, se suspende.)
BELARDO:
¡Ce, la dama es esta!
DON JUAN:
Ya
aplico el pincel al naipe.
Mas, ¡ay de mí!, que su sueño
es de dos muertes imagen.
¿Qué miro? ¡Valedme cielos!
Que quiere hacer el dolor
que el retrato que el amor
erró, le acierten los celos.
Todo horrores, todo yelos
soy, sin ser ni luz ni trato;
que de mi valor ingrato
mudarme el arte procura,
pues ha hecho una escritura
viniendo a hacer un retrato.
Tan fuera de mí he quedado,
sin aliento y sin acción,
que pienso que el corazón
a otro pecho se ha mudado,
si ya no es que me ha dejado
por irla a reconocer
dudando que puede ser
que sin ver, hablar ni oír,
se haya atrevido a dormir
quien se ha atrevido a ofender.
DON JUAN:
¿Cómo en tan dura batalla
tengo, a pesar de mi estrella,
valor para conocella
y temor para matalla?
Mas, si encerrado me halla
el lance, ¿qué he de intentar?
¡Que haya sabido el pesar
hacer que esté preso yo
donde pueda verle y no
donde le pueda vengar!
Venganza ha de ser segura
la que ha de hacer el honor,
que es la sobra de valor
tal vez falta de cordura.
Fuera de que, si se apura
su venganza a mi esperanza,
la media parte me alcanza;
pues sufrir, temer, penar,
corazón hasta tomar
por entero la venganza... (Despierta asustada y levántase.)
[SERAFINA]:
:
¡Aguarda, espera! ¡No manches
tu noble acero en mi vida!
¡No me mates! ¡No me mates!
(Sale DON ÁLVARO.)
DON ÁLVARO:
¿Qué es esto, mi bien?
SERAFINA:
Haber
visto entre sueños la imagen
de mi muerte, nunca fueron
tus brazos más agradables.
DON ÁLVARO:
La dicha de un desdichado
siempre de un acaso nace.
DON JUAN:
[Aparte.]
Don Álvaro es, ¡vive el cielo!,
hijo de don Luis, su amante.
DON ÁLVARO:
Repórtate, que a decirte
que viene hoy aquí mi padre
me he adelantado.
DON JUAN:
( [Aparte.]
¡Ya, cielos,
no hay sufrimiento que baste!
Cuantas razones propuse
aquí para reportarme,
al verla en sus brazos, todas
es forzoso que me falten.)
¡Muere traidor! ¡Y contigo
muera esa hermosura infame!
(Dispara una pistola a él y otra a ella; y cayendo los dos, vienen a parar, ella en los brazos de DON PEDRO, y él en los de DON LUIS, que salen al ruido, y PORCIA.)
DON ÁLVARO:
¡Ay de mí!
SERAFINA:
¡Válgame el cielo!
DON JUAN:
Ahora, más que me maten;
que ya no estimo la vida.
TODOS:
¡El ruido se oyó a esta parte!
DON LUIS:
¡Entrad todos!
DON PEDRO:
¿Qué ha sido esto?
SERAFINA:
Llegar, infelice padre,
muerta a tus brazos porque
no tengas tú que matarme.
DON ÁLVARO:
Yo a tus plantas porque en ellas
mi vida infeliz acabe.
DON PEDRO:
¿Serafina?
DON LUIS:
¿Álvaro?
PORCIA:
¡Cielos!
¿Quién vio tragedia tan grande? (Sale EL PRÍNCIPE y JUANETE.)
JUANETE:
Sin duda le han descubierto.
PRÍNCIPE:
Al que pretenda injuriarle
le quitaré yo mil vidas,
puesto que está en esta parte
en mi confianza. Pero,
¿qué espectáculo notable
es aqueste?
DON JUAN:
Un cuadro es
que ha dibujado con sangre
el pintor de su deshonra.
Don Juan Roca soy: matadme
todos, pues todos tenéis
vuestras injurias delante.
Tú, don Pedro, pues te vuelvo
triste y sangriento cadáver
una beldad que me diste;
tú, don Luis, pues muerto yace
tu hijo a mis manos; y tú,
Príncipe, pues me mandaste
hacer un retrato que
pinté con su rojo esmalte.
¿Qué esperáis? Matadme todos.
PRÍNCIPE:
Ninguno intente injuriarle,
que empeñado en defenderle
estoy. Esas puertas abre. (Abre la puerta que cerró BELARDO, y sale DON JUAN.)
Ponte en un caballo ahora
y escapa bebiendo el aire.
DON PEDRO:
¿De quién ha de hüir? Que a mí,
aunque mi sangre derrame,
más que ofendido, obligado
me deja, y he de ampararle.
DON LUIS:
Lo mismo digo yo, puesto
que aunque a mi hijo me mate,
quien venga su honor, no ofende.
DON JUAN:
Yo estimo valor tan grande;
mas, por no irritar la ira,
me quitaré de delante.
PRÍNCIPE:
Honrados proceden todos;
y para que en mí no falte
también otra ilustre acción,
la mano a Porcia he de darle
de esposo.
PORCIA:
Dichosa he sido.
JUANETE:
Porque en boda y muerte acabe
el pintor de su deshonra,
perdonad yerros tan grandes.