El poeta (Machado)

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​El poeta​ de Antonio Machado

Para el libro “La casa de la primavera”, de Gregorio Martínez Sierra.

  Maldiciendo su destino 
como Glauco, el dios marino, 
mira, turbia la pupila 
de llanto, el mar, que le debe su blanca virgen Scyla. 
  Él sabe que un Dios más fuerte 
con la sustancia inmortal está jugando a la muerte, 
cual niño bárbaro. Él piensa 
que ha de caer como rama que sobre las aguas flota, 
antes de perderse, gota 
de mar, en la mar inmensa. 
  En sueños oyó el acento de una palabra divina; 
en sueños se le ha mostrado la cruda ley diamantina, 
sin odio ni amor, y el frío 
soplo del olvido sabe sobre un arenal de hastío. 
  Bajo las palmeras del oäsis el agua buena 
miró brotar de la arena; 
y se abrevó entre las dulces gacelas, y entre los fieros animales carniceros... 
  Y supo cuánto es la vida hecha de sed y dolor. 
Y fue compasivo para el ciervo y el cazador, 
para el ladrón y el robado, 
para el pájaro azorado, 
para el sanguinario azor. 
  Con el sabio amargo dijo: Vanidad de vanidades, 
todo es negra vanidad; 
y oyó otra voz que clamaba, alma de sus soledades: 
sólo eres tú, luz que fulges en el corazón, verdad. 
                                           Y viendo cómo lucían 
                                         miles de blancas estrellas, 
                                         pensaba que todas ellas 
                                         en su corazón ardían. 
                                         ¡Noche de amor! 
                                                              Y otra noche 
                                         sintió la mala tristeza 
                                         que enturbia la pura llama, 
                                         y el corazón que bosteza, 
                                         y el histrión que declama. 
                                           Y dijo: las galerías 
                                         del alma que espera están 
                                         desiertas, mudas, vacías: 
                                         las blancas sombras se van. 
  Y el demonio de los sueños abrió el jardín encantado 
del ayer. ¡Cuán bello era! 
¡Qué hermosamente el pasado 
fingía la primavera, 
cuando del árbol de otoño estaba el fruto colgado, 
mísero fruto podrido, 
que en el hueco acibarado 
guarda el gusano escondido! 
¡Alma, que en vano quisiste ser más joven cada día 
arranca tu flor, la humilde flor de la melancolía!