Ir al contenido

El príncipe constante/Acto II

De Wikisource, la biblioteca libre.
Acto I
El príncipe constante
de Pedro Calderón de la Barca
Acto II

Acto II

Sale FÉNIX.
FÉNIX:

Zara, Rosa, Estrella, ¿no
hay quien me responda?

(Sale MULEY.)
MULEY:

Sí, que tú eres sol para mí
y para ti sombra yo,
y la sombra al sol siguió;
el eco dulce escuché
de tu voz, y apresuré
por esta montaña el paso:
¿qué sientes?

FÉNIX:

Oye, si a caso
puedo decir lo que fue:
lisonjera, libre, ingrata,
dulce, suave, una fuente
hizo apacible corriente
de cristal y undosa plata;
lisonjera se desata
porque hablaba y no sentía;
süave porque fingía,
dulce porque murmuraba,
ingrata porque corría.
Aquí cansada llegué
después de seguir ligera
en ese monte una fiera;
en cuya frescura hallé
ocio y descanso, porque
de un montecillo a la espalda,
de quien corona y guirnalda
fueron clavel y jazmín,
sobre un catre de carmín
hice un foso de esmeralda.

FÉNIX:

Apenas en él rendí
el alma al susurro blando
de las soledades, cuando
ruido en las hojas sentí;
atenta me puse y vi
una caduca africana,
espíritu en forma humana,
ceño arrugado y esquivo,
que era un esqueleto vivo
de lo que fue sombra vana,
cuya rústica fiereza,
cuyo aspecto esquivo y bronco
fue escultura hecha de un tronco
sin pulirse la corteza.
Con melancolía y tristeza,
pasiones siempre infelices
para que te atemorices,
una mano me tomó;
y entonces ser tronco yo
afirmé por las raíces.

FÉNIX:

Hielo introdujo en mis venas
el contracto; horror las voces
que, discurriendo veloces
de mortal veneno llenas,
articuladas apenas,
esto les pude entender:
«¡Ay infelice mujer!
¡Ay forzosa desventura!
Que, en efeto, esta hermosura
precio de un muerto ha de ser».
Dijo; y yo tan triste vivo
que diré mejor que muero:
pues por instantes espero
de aquel tronco fugitivo
cumplimiento tan esquivo,
de aquel oráculo yerto
el presagio y fin tan cierto
que mi vida ha de tener.

FÉNIX:

¡Ay de mí! ¡Que hoy he de ser
precio vil de un hombre muerto!

(Vase.)
MULEY:

Fácil es de descifrar
ese sueño, esa ilusión,
pues las imágines son
de mi pena singular.
A Tarudante has de dar
la mano de esposa, pero
yo, que en pensarlo me muero,
estorbaré mi rigor;
que él no ha de gozar tu amor
si no me mata primero.
Perderte yo, podrá ser,
mas no perderte y vivir;
luego si es fuerza el morir
antes que lo llegue a ver:
precio mi vida ha de ser
con que he de comprarte, ¡ay cielos!,
y tú en tantos desconsuelos
precio de un muerto serás,
pues que morir me verás
de amor, de envidia y de celos.

(Salen tres cautivos y el infante DON FERNANDO.)
CAUTIVO 1.º:

Desde aquel jardín te vimos
andar a caza, Fernando,
y todos juntos venimos
a arrojarnos a tus pies.

CAUTIVO 2.º:

Solamente este consuelo
aquí nos ofrece el cielo.

CAUTIVO 3º:

Piedad como suya es.

DON FERNANDO:

Amigos, dadme los brazos;
y sabe Dios si con ellos,
quisiera de vuestros cuellos
romper los ñudos y lazos
que os aprisionan; que a fe
que os darían libertad
antes que a mí. Mas pensad
que favor del cielo fue
esta piadosa sentencia:
él mejorará la suerte,
que a la desdicha más fuerte
sabe vencer la prudencia.
Sufrid con ella el rigor
del tiempo y de la fortuna,
deidad bárbara importuna;
hoy cadáver y ayer flor;
no permanece jamás,
y así os mudará de estado,
¡ay Dios!, que al necesitado
darle consejo no más
no es prudencia y, en verdad,
que aunque quiera regalaros
no tengo esta vez qué daros:
mis amigos, perdonad.

DON FERNANDO:

Ya de Portugal espero
socorro; presto vendrá:
vuestra mi hacienda será;
para vosotros la quiero.
Si me vienen a sacar
del cautiverio, ya digo
que todos iréis conmigo.
Id con Dios a trabajar;
no disgustéis vuestros dueños.

CAUTIVO 1.º:

Tu vista
hace nuestra esclavitud
dichosa.

CAUTIVO 2.º:

Siglos pequeños
son los del fénix, señor,
para que vivas.

(Vanse.)
DON FERNANDO:

El alma
queda en lastimosa calma
viendo que os vais sin favor
de mis manos.

MULEY:

Aquí estoy
viendo la llaneza y amor
con que la desdicha fiera
de esos cautivos tratáis.

DON FERNANDO:

Duélome de su fortuna,
en su desdicha importuna,
que a esos esclavos miráis:
aprendo a ser infelice
y algún día podrá ser
que los haya menester.

MULEY:

¿Eso Vuestra Alteza dice?

DON FERNANDO:

Naciendo infante, he llegado
a ser esclavo; y así,
temo venir desde aquí
a más miserable estado;
que si ya en aqueste vivo,
mucha más distancia tray
de infante a cautivo que hay
de cautivo a más cautivo.
Un día llama a otro día,
y así llama y encadena,
llanto a llanto, pena a pena.

MULEY:

No fuera mayor la mía;
que Vuestra Alteza mañana,
aunque hoy cautivo está,
a su patria volverá.
Pero mi esperanza es vana,
pues no puede alguna vez
mejorarse mi fortuna,
mudable más que la luna.

DON FERNANDO:

Cortesano soy de Fez,
y nunca de los amores
que me contaste te oí
novedad.

MULEY:

Fueron en mí
recatados los favores;
el dueño juré encubrir
pero, a la amistad atento,
sin quebrar el juramento
te lo tengo de decir.
Tan solo mi mal ha sido,
como solo mi dolor,
porque el fénix y mi amor
sin semejante han nacido.
En ver, oír y callar,
Fénix es mi pensamiento;
Fénix es mi sufrimiento
en temer, sentir y amar;
Fénix mi desconfianza
en llorar y en padecer;
en merecerla y temer
aun es Fénix mi esperanza.
Fénix mi amor y cuidado;
y pues que Fénix te digo,
como amante y como amigo,
ya lo he dicho y lo he callado.
(Vase.)

DON FERNANDO:

Cuerdamente declaró
el dueño amante y cortés:
si Fénix su pena es,
no he de competirla yo;
que la mía es común pena;
no me doy por entendido,
que muchos la han padecido
y vive de enojos llena.

(Sale el REY.)
REY:

Por la falda deste monte
vengo siguiendo a Tu Alteza
porque, antes que el sol se esconda
entre corales y perlas,
te diviertas en la lucha
de un tigre que agora cercan
mis cazadores.

DON FERNANDO:

Señor,
gustos por puntos me inventas
para agradarme. Si así
a tus esclavos festejas,
no echarán menos la patria.

REY:

Cautivos de tales prendas
que honran al dueño, es razón
servirlos desta manera.

(Sale DON JUAN.)
DON JUAN:

Sal, gran señor, a la orilla
del mar y verás en ella
el más hermoso animal
que añadió naturaleza
al artificio; porque
una cristiana galera
llega al puerto, tan hermosa,
aunque toda obscura y negra,
que al verla se duda cómo
es alegre su tristeza;
las armas de Portugal
vienen por remate della
que, como tienen cautivo
a su infante, tristes señas
visten por su esclavitud;
y a darte libertad llegan,
diciendo su sentimiento.

DON FERNANDO:

Don Juan, amigo, no es esa
de su luto la razón,
que si a librarme vinieran,
en fe de su libertad
fueran alegres las muestras.

(Sale DON ENRIQUE, de luto, con un pliego.)
DON ENRIQUE:

Dame, gran señor, los brazos.

REY:

Con bien venga Vuestra Alteza.

DON FERNANDO:

¡Ay, don Juan, cierta es mi muerte!

REY:

¡Ay, Muley, mi dicha es cierta!

DON ENRIQUE:

Ya que de vuestra salud
me informa vuestra presencia:
para abrazar a mi hermano
me dad, gran señor, licencia:
¡ay, Fernando!

DON FERNANDO:

Enrique mío,
¿qué traje es ese? Mas cesa:
harto me han dicho tus ojos,
nada me diga tu lengua.
No llores, que si es decirme
que es mi esclavitud eterna,
eso es lo que más deseo:
albricias pedir pudieras
y, en vez de dolor y luto,
vestir galas y hacer fiestas.
¿Cómo está el Rey, mi señor?
Porque como él salud tenga,
nada siento. ¿Aún no respondes?

DON ENRIQUE:

Si repetidas las penas
se sienten dos veces, quiero
que sola una vez las sientas:
tú escuchame, gran señor,
que aunque una montaña sea
rústico palacio, aquí
te pido me des audiencia,
a un preso la libertad
y a todos juntos las nuevas.
Rota y deshecha la armada,
que fue con vana soberbia
pesadumbre de las ondas,
dejando en África presa
la persona del Infante,
a Lisboa di la vuelta.
Desde el punto que Duarte
oyó tan trágicas nuevas,
de una tristeza cubrió
el corazón de manera
que, pasando a ser letargo
la melancolía primera,
desmintió, muriendo, a cuantos
dicen que no matan penas:
murió el Rey, que esté en el cielo.

DON FERNANDO:

¡Ay de mí! ¿Tanto le cuesta
mi prisión?

REY:

De su desdicha
sabe Dios lo que me pesa.
Prosigue.

DON ENRIQUE:

En su testamento
el Rey, mi señor, ordena
que luego por la persona
del Infante se dé a Ceuta;
y así yo con los poderes
de Alfonso, que es quien le hereda,
porque solo este lucero
supliera del sol la ausencia,
vengo a entregar la ciudad,
y así...

DON FERNANDO:

No prosigas, cesa,
cesa, Enrique, porque son
palabras indignas esas,
no de un portugués infante,
de un maestre que profesa
de Cristo la religión.
Pero aun de un hombre lo fueran
vil, de un bárbaro sin luz
de la fe de Cristo eterna.
Mi hermano, que está en el cielo,
si en su testamento deja
esa cláusula, no es
para que se cumpla y lea,
sino para mostrar solo
que mi libertad desea
y esa se busque por otros
medios y otras conveniencias
o apacibles o crueles;
porque decir «dese a Ceuta»
es decir «hasta esto haced
prodigiosas diligencias».

DON FERNANDO:

Que a un rey católico y justo,
¿cómo fuera, cómo fuera
posible entregar a un moro
una ciudad que le cuesta
su sangre, pues fue el primero
que con sola una rodela
y una espada enarboló
las quinas de sus almenas?
Y esto es lo que importa menos:
una ciudad que confiesa
católicamente a Dios,
la que ha merecido iglesias
consagradas a sus cultos
con amor y reverencia,

DON FERNANDO:

¿fuera católica acción,
fuera religión expresa,
fuera cristiana piedad,
fuera hazaña portuguesa
que los templos soberanos,
atlantes de las esferas,
en vez de doradas luces
a donde el sol reverbera,
vieran otomanas luces,
y que sus lunas opuestas
en la Iglesia estos eclipses
ejecutasen tragedias?
¿Fuera bien que sus capillas
a ser establos vinieran,
sus altares a pesebres
y, cuando aqueso no fuera,
volvieran a ser mezquitas?

DON FERNANDO:

Aquí enmudece la lengua,
aquí me falta el aliento,
aquí me ahoga la pena;
porque en pensarlo no más
el corazón se me quiebra,
el cabello se me eriza
y todo el cuerpo me tiembla.
Porque establos y pesebres
no fuera la vez primera
que hayan hospedado a Dios;
pero en ser mezquitas, fueran
un epitafio, un padrón
de nuestra inmortal afrenta
diciendo: «Aquí tuvo Dios
posada y hoy se la niegan
los cristianos para dalla
al demonio».

DON FERNANDO:

Aún no se cuenta,
acá moralmente hablando,
que nadie en casa se atreva
de otro a ofenderle: ¿era justo
que entrara en su casa misma,
a ofender a Dios, el vicio
y que acompañado fuera
de nosotros, y nosotros
le guardáramos la puerta
y, para dejarle dentro,
a Dios echásemos fuera?
Los católicos que habitan
con sus familias y haciendas,
hoy quizá prevaricaran
en la Fe por no perderlas:
¿fuera bien ocasionar
nosotros la contingencia
deste pecado? Los niños
que tiernos se crían en ella,

DON FERNANDO:

¿fuera bueno que los moros
los cristianos inducieran
a sus costumbres y ritos
para vivir en su seta
en mísero cautiverio?
¿Fuera bueno que murieran
hoy tantas vidas por una
que no importa que se pierda?
¿Quién soy yo? ¿Soy más que un hombre?
Si es número que acrecienta
el ser infante, ya soy
un cautivo; de nobleza
no es capaz el que es esclavo:
yo lo soy, luego ya yerra
el que 'infante' me llamare;
si no lo soy, ¿quién ordena
que la vida de un esclavo
en tanto precio se venda?

DON FERNANDO:

Morir es perder el ser:
yo le perdí en una guerra;
perdí el ser, luego morí;
morí, luego ya no es cuerda
hazaña que por un muerto
hoy tantos vivos perezcan;
y así, estos vanos poderes
hoy divididos en piezas
serán átomos del sol,
serán del fuego centellas...
Mas no, yo los comeré,
porque aun no quede una letra
que informe al mundo que tuvo
la lusitana nobleza
este intento. Rey, yo soy
tu esclavo: dispón, ordena
de mi libertad; no quiero
ni es posible que la tenga.

DON FERNANDO:

Enrique, vuelve a tu patria:
di que en África me dejas
enterrado, que mi vida
yo haré que muerte parezca.
Cristianos, Fernando es muerto;
moros, un esclavo os queda;
cautivos, un compañero
hoy se añade a vuestras penas.
Cielos, un hombre restauran
vuestras divinas iglesias;
mar, un mísero con llanto
vuestras ondas acrecienta;
montes, un triste os habita
igual ya de vuestras fieras;
viento, un pobre con sus voces
os duplica las esferas;
tierra, un cadáver os labra
en las entrañas su huesa.

DON FERNANDO:

Porque Rey, hermano, moros,
cristianos, sol, luna, estrellas,
cielo, tierra, mar y viento,
montes, fieras, todos sepan
que hoy un príncipe constante
entre desdichas y penas
la fe católica ensalza,
la ley de Dios reverencia.
Pues cuando no hubiera otra
razón más que tener Ceuta
una iglesia consagrada
a la Concepción Eterna
de la que es reina y señora
de los cielos y la tierra,
perdiera, vive ella misma,
mil vidas en su defensa.

REY:

Desagradecido, ingrato
a las glorias y grandezas
de mi reino, ¿cómo así
hoy me quitas, hoy me niegas,
lo que más he deseado?
Mas si en mi reino gobiernas
mas que en el tuyo, ¿qué mucho
que la esclavitud no sientas?
Pero ya que esclavo mío
te nombras y te confiesas,
como a esclavo he de tratarte:
tu hermano, los tuyos vean
que como esclavo vil
los pies agora me besas.

DON ENRIQUE:

¡Qué desdicha!

MULEY:

¡Qué dolor!

DON ENRIQUE:

¡Qué desventura!]

DON JUAN:

¡Qué pena!

REY:

Mi esclavo eres.

DON FERNANDO:

Es verdad;
y poco en eso te vengas;
que si para una jornada
salió el hombre de la tierra,
al fin de varios caminos
es para volver a ella.
Más tengo que agradecerte
que culparte, pues me enseñas
atajos para llegar
a la posada más cerca.

REY:

Siendo esclavo, tú no puedes
tener títulos ni rentas;
hoy Ceuta está en tu poder:
si cautivo te confiesas,
si me confiesas por dueño,
¿por qué no me das a Ceuta?

DON FERNANDO:

Porque es de Dios y no es mía.

REY:

¿No es precepto de obediencia
obedecer al señor?
Pues yo te mando con ella
que la entregues.

DON FERNANDO:

En lo justo
dice el cielo que obedezca
el esclavo a su señor:
porque si el señor dijera
a su esclavo que pecara,
obligación no tuviera
de obedecerle; porque
quien peca, mandando peca.

REY:

Harete muerte.

DON FERNANDO:

Esa es vida.

REY:

Pues para que no lo sea,
vive muriendo, que yo
rigor tengo.

DON FERNANDO:

Y yo paciencia.

REY:

Pues no tendrás libertad.

DON FERNANDO:

Pues no será tuya Ceuta.

REY:

¡Hola!

(Sale CELÍN.)
CELÍN:

Señor.

REY:

Luego al punto
aquese cautivo sea
igual a todos: al cuello
y a los pies le echad cadenas;
a mis caballos acuda
en baño y jardín, y sea
abatido como todos;
no vista ropas de seda
sino sarga humilde y pobre;
coma negro pan y beba
agua salobre; en mazmorras
húmedas y obscuras duerma,
y a criados y a vasallos
se extienda aquesta sentencia.
¡Llevalde todos!

DON ENRIQUE:

¡Qué llanto!

MULEY:

¡Qué desdicha!

DON JUAN:

¡Qué tristeza!

REY:

Veré, bárbaro, veré
si llega a más tu paciencia
que mi rigor.

DON FERNANDO:

Sí verás,
porque esta en mí será eterna.

(Llévanle.)
REY:

Enrique, por el seguro
de mi palabra, que vuelvas
a Lisboa te permito;
el mar africano deja.
Di en tu patria que el Infante,
que su maestre de Avis, queda
curándome los caballos;
que a darle libertad venga...

DON ENRIQUE:

Sí harán, que si yo le dejo
en su infelice miseria,
y me sufre el corazón
el no acompañarle en ella,
es porque pienso volver
con más poder y más fuerza
para darle libertad.

REY:

Muy bien harás como puedas.

MULEY:

(Aparte.)
Ya ha llegado la ocasión
de que mi lealtad se vea:
la vida debo a Fernando;
yo le pagaré la deuda.
(Vanse.)

(Salen CELÍN y el INFANTE, con cadena y vestido de cautivo.)
CELÍN:

El Rey manda que asistas
en aqueste jardín y no resistas
su ley a tu obediencia.

DON FERNANDO:

Mayor que su rigor es mi paciencia.

(Salen los cautivos, y uno canta mientras los otros cavan en un jardín.)
CAUTIVO 1.º:

       A la conquista de Tánger,
       contra el bárbaro Muley,
       al infante don Fernando
       envió su hermano, el Rey.

DON FERNANDO:

¿Que un instante mi historia
no deje de cansar a la memoria?
Triste estoy y turbado.

CAUTIVO 2.º:

Cautivo, ¿cómo estáis tan descuidado?
No lloréis, consolaos; que ya el Maestre
dijo que volveremos
presto a la patria y libertad tendremos.
Ninguno ha de quedar en este suelo.

DON FERNANDO:

¡Qué presto perderéis ese consuelo!

CAUTIVO 2.º:

Consolad los rigores
y ayudadme a regar aquestas flores:
tomad los cubos y agua me id trayendo
de aquel estanque.

DON FERNANDO:

Obedecer pretendo.
Buen cargo me habéis dado
pues agua me pedís que mi cuidado,
sembrando penas, cultivando enojos,
llenará en la corriente de mis ojos.
(Vase.)

CAUTIVO 1.º:

Al baño han echado, y con cuidado,
más cautivos.

(Sale DON JUAN y otro, de cautivos.)
DON JUAN:

¿No sabremos
si estos jardines fueron?
Porque en su compañía
menos el llanto y el dolor sería:
dígasme amigo, que te guarde el cielo,
si viste cultivando
este jardín al maestre don Fernando.

CAUTIVO 2.º:

No le hemos visto.

DON JUAN:

Mal el dolor y lágrimas resisto.

CAUTIVO 3º:

Digo que el baño abrieron
y que nuevos cautivos a él vinieron.

(Sale DON FERNANDO con los cubos de agua.)
DON FERNANDO:

Mortales, no os espante
ver un maestre de Avis, ver un infante,
en tan mísera afrenta,
que el tiempo estas miserias representa.

DON JUAN:

Pues señor, ¿Vuestra Alteza
en tan mísero estado de tristeza?
Rompa el dolor el pecho.

DON FERNANDO:

Válgate Dios, que gran pesar me has hecho,
don Juan, en descubrirme;
que quisiera ocultarme y encubrirme
entre mi misma gente,
sirviendo pobre y miserablemente.

CAUTIVO 1.º:

Señor, que perdonéis os ruego
de haber andado yo tan loco y ciego.

CAUTIVO 2.º:

Dadnos señor, tus pies.

DON FERNANDO:

Alzad, amigo;
ved que yo humilde vivo
y soy entre vosotros un cautivo.

DON JUAN:

Vuestra Alteza...

DON FERNANDO:

¿Qué alteza
ha de tener quien vive en tal bajeza?
Ninguno así me trate
sino como a su igual.

DON JUAN:

¡Que no desate
un rayo el cielo para darme muerte!

DON FERNANDO:

Don Juan, no ha de quejarse desa suerte
un noble. ¿Quién del cielo desconfía?
La prudencia, el valor, la bizarría
se ha de mostrar agora.

(Sale ZARA.)
ZARA:

Al jardín sale Fénix, mi señora,
y manda que matices y colores
borden este azafate de sus flores.

DON FERNANDO:

Yo llevársele espero;
que en cuanto sea servir seré el primero.

CAUTIVO 1.º:

Ea, vamos a cogellas.

ZARA:

Aquí os aguardo mientras vais por ellas.

DON FERNANDO:

No me hagáis cortesías:
iguales vuestras penas y las mías
son. Pues nüestra suerte,
si no hoy, mañana ha de igualar la muerte,
no será acción liviana
no dejar hoy qué hacer para mañana.

(Vanse todos haciendo cortesías al INFANTE y sale FÉNIX y ROSA.)
FÉNIX:

¿Mandaste que me trujesen
las flores?

ZARA:

Ya lo mandé.

FÉNIX:

Sus colores deseé
para que me divirtiesen.

ROSA:

¿Qué tales, señora, fueron
tus graves melancolías?

ZARA:

¿Qué te obligó a estar así?

FÉNIX:

No fue sueño lo que vi
que fueron desdichas mías.
Cuando sueña un desdichado
que es dueño de algún tesoro,
ni dudo, Zara, ni ignoro
que entonces es bien soñado;
mas si a soñar ha llegado
que desdicha le concierta,
y aquello sus ojos ven,
pues soñando el mal y el bien
halla el mal cuando despierta,
piedad no espero, ¡ay de mí!,
porque mi mal será cierto.

ZARA:

¿Y qué dejas para el muerto
si tú lo sientes así?

FÉNIX:

Ya mis desdichas creí
precio de un muerto. ¡Quién vio
tal pena! No hay gusto, no,
a una infelice mujer.
¿Qué, al fin, de un muerto he de ser?
¿Quién será este muerto?

(Sale DON FERNANDO con las flores.)
DON FERNANDO:

Yo.

FÉNIX:

¡Ay cielos! ¿Qué veo?

DON FERNANDO:

¿Qué te admira?

FÉNIX:

De una suerte
me admira el oírte y verte.

DON FERNANDO:

No lo jures, bien lo creo.
Yo pues, Fénix, que deseo
servirte, humilde traía
flores de la huerta mía:
jeroglíficos, señora,
pues nacieron con la aurora
y murieron con el día.

FÉNIX:

A la maravilla dio
ese nombre al descubrilla.

DON FERNANDO:

¿Qué flor no es maravilla
cuando te la sirva yo?

FÉNIX:

Es verdad. Di, ¿quién causó
esta novedad?

DON FERNANDO:

Mi suerte.

FÉNIX:

¿Tan rigurosa es?

DON FERNANDO:

Tan fuerte.

FÉNIX:

Pena das.

DON FERNANDO:

Pues no te asombre.

FÉNIX:

¿Por qué?

DON FERNANDO:

Porque nace el hombre
sujeto a fortuna y muerte.

FÉNIX:

¿No eres Fernando?

DON FERNANDO:

Sí soy.

FÉNIX:

¿Quién te puso así?

DON FERNANDO:

La ley
de esclavo.

FÉNIX:

¿Quién la hizo?

DON FERNANDO:

El Rey.

FÉNIX:

¿Por qué?

DON FERNANDO:

Porque suyo soy.

FÉNIX:

Pues, ¿no te ha estimado hoy?

DON FERNANDO:

Y también me ha aborrecido.

FÉNIX:

¿Un día posible ha sido
a desunir dos estrellas?

DON FERNANDO:

Para presumir por ellas
las flores habrán venido.
Estas, que fueron pompas y alegría
despertando el albor de la mañana,
a la tarde serán lástima vana
durmiendo en brazos de la noche fría.
Este matiz que al cielo desafía,
iris listado de oro, nieve y grana,
será escarmiento de la vida humana,
tanto se emprende en término de un día.
A florecer las rosas madrugaron
y para envejecerse florecieron:
cuna y sepulcro en un botón hallaron.
Tales los hombres sus fortunas vieron:
en un día nacieron y espiraron,
que pasados los siglos horas fueron.

FÉNIX:

Horror y miedo me has dado:
ni oírte ni verte quiero;
sé el desdichado primero
de quien huye un desdichado.

DON FERNANDO:

¿Y las flores?

FÉNIX:

Si has hallado
jeroglíficos en ellas,
deshacellas y rompellas
solo sabrán mis rigores.

DON FERNANDO:

¿Qué culpa tienen las flores?

FÉNIX:

Parecerse a las estrellas.

DON FERNANDO:

¿Quejas?

FÉNIX:

Ninguna
estimo en su rosicler.

DON FERNANDO:

¿Cómo?

FÉNIX:

Nace la mujer
sujeta a muerte y fortuna,
y en esa estrella importuna
tasada mi vida vi.

DON FERNANDO:

¿Flores con estrellas?

FÉNIX:

Sí.

DON FERNANDO:

Aunque sus rigores lloro,
esa propiedad ignoro.

FÉNIX:

Escucha, sabraslo.

DON FERNANDO:

Di.

FÉNIX:

Esos rasgos de luz, esas centellas
que cobran, con amagos superiores,
alimentos del sol en resplandores,
aquello viven que se duelen dellas.
Flores nocturnas son; aunque tan bellas,
efímeras padecen sus ardores:
pues si un día es el siglo de las flores,
una noche es la edad de las estrellas.
De esa, pues, primavera fugitiva
ya nuestro mal, ya nuestro bien se infiere:
registro es nuestro, o muera el sol o viva.
¿Qué duración habrá que el hombre espere,
o qué mudanza habrá que no reciba,
de astro que cada noche nace y muere?

(Vase y sale MULEY.)
MULEY:

A que se ausentase Fénix
en esta parte esperé,
que el águila más amante
huye de la luz tal vez.
¿Estamos solos?

DON FERNANDO:

Sí.

MULEY:

Escucha.

DON FERNANDO:

¿Qué quieres, noble Muley?

MULEY:

Que sepas que hay en el pecho
de un moro lealtad y fe.
No sé por dónde empezar
a declararme, no sé
si diga cuánto he sentido
este inconstante desdén
del tiempo, este estrago injusto
de la suerte, este cruel
ejemplo del mundo y este
de la fortuna vaivén.
Mas a riesgo estoy si aquí
hablar contigo me ven;
que tratarte sin respeto
es ya decreto del Rey;
y así mi dolor dejando
la voz, que él podrá más bien
explicarse como esclavo,
vengo a arrojarme a esos pies:
yo lo soy tuyo; y así
no vengo, infante, a ofrecer
mi favor, sino pagar
deuda que un tiempo cobré.

MULEY:

La vida que tú me diste
vengo a darte, que hacer bien
es tesoro que se guarda
para cuando es menester.
Y porque el temor me tiene
con grillos de miedo al pie,
y está mi pecho y mi cuello
entre el cuchillo y cordel,
quiero, acortando discursos,
declararme de una vez;
y así digo que esta noche
tendré en la mar un bajel
prevenido; en las troneras
de las mazmorras pondré
instrumentos que desarmen
las prisiones que tenéis;
luego, por parte de afuera,
los candados romperé.

MULEY:

Tú, con todos los cautivos
que Fez encierra y en él,
vuelve a tu patria seguro
de que yo lo quedo en Fez;
pues es fácil el decir
que ellos pudieron romper
la prisión y así los dos
habremos librado bien,
yo el honor y tú la vida;
pues es cierto que, a saber
el Rey mi intento, me diera
por traidor con justa ley;
que no sintiera el morir.
Y porque son menester
para granjear voluntades
dineros, aquí se ve
destas joyas reducido
inumerable interés:
este es, Fernando, el rescate
de mi prisión; esta es
la obligación que te tengo;
que un esclavo noble y fiel
tan inmenso bien habrá
de pagar alguna vez.

DON FERNANDO:

Agradecerte quisiera
la libertad pero el Rey
sale al jardín.

MULEY:

¿Ha te visto
conmigo?

DON FERNANDO:

No.

MULEY:

Pues no des
que sospechar.

DON FERNANDO:

Destos ramos
haré rústico cancel
que me encubra mientras pasa.

(Vase y sale el REY.)
REY:

( [Aparte.]
Con tal secreto Muley
y Fernando...; y irse el uno
en el punto que me ve
y disimular el otro...:
algo hay aquí que temer;
sea cierto o no sea cierto,
mi temor procuraré
asegurar.) Mucho estimo...

MULEY:

Gran señor, dame tus pies.

REY:

...hallarte aquí.

MULEY:

¿Qué me mandas?

REY:

He sentido
mucho no llegarme a ver
señor de Ceuta.

MULEY:

Conquista,
coronado de laurel,
sus muros; que a tu valor
mal se podrá defender.

REY:

Con más doméstica guerra
se ha de rendir.

MULEY:

¿De qué suerte?

REY:

Con abatir y poner
a Fernando en tal estado
que él mismo a Ceuta me dé.
Sabrás pues, Muley amigo,
que yo he llegado a temer
que la persona del Maestre
no está muy segura en Fez;
los cautivos que en estado
tan abatido le ven
se lastiman, y recelo
que se amotinan por él.
Fuera desto, siempre ha sido
poderoso el interés;
que las guardas con el oro
son fáciles de romper.

MULEY:

( Aparte.
Yo quiero apoyar agora
que todo esto puede ser,
porque de mí no se tenga
sospecha.) Tú temes bien:
fuerza es que quieran libralle.

REY:

Pues solo un remedio hallé
porque ninguno se atreva
a atropellar mi poder.

MULEY:

¿Y es, señor?

REY:

Muley, que tú
le guardes y a cargo esté
tuyo: a ti no ha de torcerte
ni el temor ni el interés.
Alcaide eres del Infante:
procura el guardarle bien;
porque en cualquiera ocasión
tú me has de dar cuenta dél.
(Vase.)

MULEY:

Sin duda alguna que oyó
nuestros conciertos el Rey
¡válgame Alá!

(Sale FERNANDO.)
DON FERNANDO:

¿Qué te aflige?

MULEY:

¿Has escuchado?

DON FERNANDO:

Muy bien.

MULEY:

Pues, ¿para qué me preguntas
qué me aflige si me ves
en tan ciega confusión
y, entre mi amigo y el Rey,
el amistad y el honor
hoy en batalla se ven?

MULEY:

Si soy contigo leal,
he de ser traidor al Rey;
ingrato seré contigo
si con él me juzgo fiel.
¿Qué he de hacer? ¡Valedme cielos!,
pues al mismo que llegué
a rendir la libertad
me entrega para que esté
seguro en mi confianza.
¿Qué he de hacer si ha echado el Rey
llave maestra al secreto?
Mas, para acetarlo bien,
te pido que me aconsejes:
dime tú qué debo hacer.

DON FERNANDO:

Muley, amor y amistad
en grado inferior se ven
con la lealtad y el honor.
Nadie iguala con el Rey;
él solo es igual contigo;
y así, mi consejo es
que a él le sirvas y me faltes:
tu amigo soy; y porque
esté seguro tu honor,
yo me guardaré también;
que aunque otro llegue a ofrecerme
libertad, no acetaré
la vida, porque tu honor
conmigo seguro esté.

MULEY:

Fernando, no me aconsejas
tan leal como cortés.
Sé que te debo la vida
y que pagártela es bien.
Y así, lo que está tratado
esta noche dispondré:
líbrate tú, que mi vida
se quedará a padecer
tu muerte; líbrate tú,
que nada temo después.

DON FERNANDO:

¿Y será justo que yo
sea tirano y cruel
con quien conmigo es piadoso,
y mate al honor cruel
que a mí me está dando vida?
No; y así, te quiero hacer
juez de mi causa y mi vida:
aconséjame también.

DON FERNANDO:

¿Tomaré la libertad
de quien queda a padecer
por mí? ¿Dejaré que sea
vano por su honor cruel
por ser liberal conmigo?
¿Qué me aconsejas?

MULEY:

No sé;
que no me atrevo a decir
'sí' ni 'no': el 'no', porque
me pesará que lo diga,
y el 'sí', porque echo de ver
si digo al decir que sí
que no te aconsejo bien.

DON FERNANDO:

Sí aconsejas; porque yo,
por mi Dios y por mi ley,
seré un príncipe constante
en la esclavitud de Fez.