El primer argentino que navegó en Vapor: 4
El autor de la correspondencia, bachiller en el Colegio de San Carlos, estudiante de medicina en Lima, conspirador en todas partes y comerciante en la Habana, entretenía sus ocios escribiendo sobre sacos de café, la poesía que empieza:
- Hay en el mundo dos felicidades:
- Una ser rico y otra ser soltero!
firmada en vísperas que en alas del amor volaba á Bogotá, á ofrendar sus laureles de poeta ante la hermosa bogotana Elvira Zulueta, hija de la señora Teresa Domínguez, modelo de suegras sin duda, que no era sólo cariño en cartas el que en delicadas expresiones le enviaba, y el Soneto con que cerraba la sátira largamente sostenida con su íntimo amigo y poeta José Fernández Madrid:
- No más el tiempo en versos malgastemos,
- Porque á la sombra del laurel de Apolo
- Coronados y hambrientos moriremos!
Estos si fueron bellos conceptos que en el papel quedaron, pues que así como cantaba la independencia del solterismo en momentos de matrimoniarse, muchas páginas siguió imprimiendo, ya con la hermosa versión de «Cartas de Jacobo Dortis», ora con la magnífica traducción «El Cementerio de Aldea», (Gray) que autoridad tan competente como Menéndez Pelayo designa la mejor en lengua castellana.
- Cuando más esperanzas prometía,
- Le sorprendió la muerte en su camino;
- Bajó la noche en la mitad del día!
escribió Zalazar sobre este periodista de fama continental, según Fernández Madrid, de quien Urquinao dijo: «La América debía vestir luto, sobre todo, la Habana, por el primitivo propagador de su independencia». Distinguido americano, hombre de superior talento, versado en los clásicos latinos, poeta fácil, elegante para hablar, encantando la sociedad que le escuchaba, agrega González y Vergara: «Hablaba con igual facilidad y corrección el español, francés, italiano, inglés y portugués, teniendo conocimientos bastantes extensos del griego y el latín, llamándole el «Príncipe de la conversación» los granadinos y el «Adonis de las damas» las colombianas.
Confirmándose una vez más que nadie es profeta en su tierra, agregado á la indiferencia con que desdeñamos todo lo de casa por ser propio, de extrañar no es que el «forastero en su tierra» fuera más conocido lejos de ella.
De tan notable compatriota, de quien el crítico Gutiérrez repite: «Fué poeta como Heredia y vivió como él la duración de un relámpago», encontramos al fin su nombre en un rincón de la Biblioteca Nacional, primero de los treinta y siete volúmenes (edición in folio de Bodoni), que por conducto de su amado condiscípulo Pacheco envió, y también según oímos á este General, una cantidad de dinero para costear lujosa encuadernación en Buenos Aires, que en la Isla no había quien la hiciera. Obsequio en testimonio del agradecimiento que guardaba hacia su respetable rector, doctor Chorroarín, jefe á la sazón del establecimiento fundado por el inmortal Moreno y hacia la gran ciudad donde recibió su instrucción según la carta del 27 de Julio de 1822, firmada con el nombre de José Antonio Miralla.