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El primer ferrocarril: 7

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

VII

He ahí la tradición de ese clavo que no fué un clavo, cuando su administración estuvo confiada á comisiones de ciudadanos tan honorables, como las que presidieron los señores Llavallol, Haedo, Castro, Madero, Huergo, Cambaceres, Elizalde, asistidos por ingenieros de la competencia de don Guillergo Bragge, Otto Arning, Tomás Allam, Augusto Ringuelet, Brián, etc.

Posteriormente, más sabios economistas, considerando sin duda á este ferrocarril como verdadero clavo, y cuando otras muchas lineas ya recorrían gran extensión de la campaña, se deshicieron de él como carga onerosa; á los setenta días de su enajenación la provincia de Buenos Aires se había quedado sin un kilómetro de vía férrea de su propiedad, y también sin un peso de su venta...

¿Sospecha alguien dónde fueron á parar los cuarenta millones consabidos? Si alguna alma caritativa quisiera adoctrinarnos, cumpliendo el precepto tan cristiano de enseñar al que no sabe, mucho se lo agradeceríamos, en punto tan interesante, sobre todo para los contribuyentes.


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Quédanos en el tintero muchos cuentos del primer día del ferrocarril, como los que le sucedieron, y no es el menos curioso cómo vino á nuestro conocimiento que por la locomotora que sólo había costado once mil dollars en fábrica, se cobró al gobierno veinte mil, de la casa de Londres que la envió. ¡Misterios de sabios comisionistas!

Cierto día que nos mostraba en Nueva York sus libros de fábrica, contestó el gerente de los talleres de Braldwing Locomotive á nuestra pregunta de curioso viajero:

— Hoy podríamos dar por algo menos una locomotora con todos los perfeccionamientos de los últimos adelantos, pues por la primera que exportamos á Buenos Aires nos pagaron once mil dollars.

El mismo precio que Brown calculaba en 1825 al primer barco á vapor en el Río de la Plata.

Pero eso sería ya extendemos en zona tan vasta como la que abarca la actual red de ferrocarriles, bifurcada por toda la República. Y he aquí, en resumen, la historia y el significado de este lingote de hierro que sirve de asentador, fragmento del primer riel extendido en tierra argentina...

¡Benditos los tiempos en que, con la sencillez de cotumbres de la época, un vecino de la Merced entraba al pasar en casa de su convecino el Gobernador, le invitava sin ceremonia ni etiqueta á acto tan trascendental, con estas palabras:

— Si el señor gobernador quiere clavar hoy un pedazo de hierro, empezará la obra más benéfica para el país.


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Hombre práctico, poco dado á frases, no pronunció largo discurso al asestar el primer martillazo en la vía férrea que hoy llega á los confines de la República, siendo en esta América la que más extensión mide, ni derramó champagne sobre los rieles, á guisa de agua bautismal, imprescindible en ceremonias semejantes.

Tenía un granito de esa fe, que sembrada desde la cuna, germina en el transcurso de la vida, y esparce consuelo hasta en los postreros días.

Por esto, al retirarse del despacho de gobierno, entró aquella tarde en la Capilla de San Roque, arrodillándose sobre la tumba en que reposan los restos de su abuelo, cristiano viejo, benefactor de la Iglesia, y dió gracias por haberle permitido vincular su nombre á una obra de la importancia de aquella, cuyos trabajos inauguraba.

Reasumió la satisfacción, esa muda lágrima del sencillo paisano, que como al paso de una cosa santa, se arrodillaba en medio de los campos para reverenciar al ferrocarril, que vino á dilatar la tierra y abreviar la distancia.

Las dos primeras leguas de vía férrea, el mayor timbre en la administración del primer Gobernador Constitucional, sólo costaron cuatrocientos mil pesos nacionales. Sobre los treinta y dos mil kilómetros que les han seguido, menos interesa saber su costo que el del importe de las riquezas que han transportado. Tal reflexiona este último sobreviviente de los invitados á la inauguración del primer ferrocarril.