El principe inocente/Acto I

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Elenco
El principe inocente
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Salen Alejandro, príncipe de Frisia, Tacio, criado, con botas y espuelas.
ALEJANDRO:

En fin, ¿es Cleves aquesta?

TACIO:

Así parece, señor

ALEJANDRO:

No he visto ciudad mejor
ni en mejor asiento puesta
Entristéceme mirarla
por la que dejo perdida.

TACIO:

¡Qué bien está guarnecida
de este lienzo de muralla!
¡Qué de torres que compiten
con las estrellas se ven!

ALEJANDRO:

Todas me parecen bien,
todas mis males repiten.
De mi querida Burgrave,
Tacio amigo, se me acuerda.

TACIO:

No es consuelo que se pierda
para que solo se alabe.
Lo que bien te ha parecido
este gallardo lugar,
más ánimo te ha de dar
para cobrar lo perdido.

ALEJANDRO:

Triunfe el suecio arrogante
que me ha quitado mi reino,
que en mí mismo valor reino
al que perdí semejante;
que mientras el corazón
aqueste valor sustenta,
el cobrar está a su cuenta
lo que ha perdido a traición.
¿Hemos llegado a palacio?

TACIO:

El edificio es indicio.

ALEJANDRO:

Pues a fe que es edificio
para mirarse despacio.

TACIO:

Coríntica es la portada
y dóricas las columnas.

ALEJANDRO:

Y del ventanaje algunas.

TACIO:

El fron[t]ispicio me agrada.

ALEJANDRO:

¿Sabes tú de Arquitectura?

TACIO:

Lo que Vitrubio no sabe.

ALEJANDRO:

¿Cuál es de estos arquitrabe?

(Los dos se embebezcan en esto, y salgan dos cazadores.)
PRIMERO:

Es caza menos segura,
pero, en efecto, ya es gusto
del Duque.

SEGUNDO:

No hay disputar
de gustos, pero ha de dar
el suyo mucho disgusto.
Con dos mujeres intenta
ir a caza de leones.

PRIMERO:

Tales son sus condiciones.

SEGUNDO:

Sus hermosuras afrenta.
¡Ay del pobre que ha de ir
con un venablo y a pie,
y donde el Duque le ve,
que es imposible el huir!

PRIMERO:

Pues por cuanto el Duque tiene,
no me pondré en ocación
de que me mate un león.

SEGUNDO:

¿Qué gente es esta que viene?

PRIMERO:

De camino y caballeros.

ALEJANDRO:

Sin duda son cazadores.
¿Qué hace el Duque, mis señores?
Entrambos son estranjeros.

PRIMERO:

Señor, estase vistiendo,
que quiere a caza salir.

SEGUNDO:

Ya se acaba de vestir;
caballo estaba pidiendo.
Si queréis entrarle a ver,
hallareisle en el patín.

ALEJANDRO:

Tacio, hablémosle, que en fin,
tarde o temprano ha de ser.
Suplícoos que nos guieis,
señores, porque le hablemos.

PRIMERO:

Poco servicio os haremos,
que mucho más merecéis.

(Vanse, y salgan HIPÓLITA y ROSIMUNDA, hijas del DUQUE.)
HIPÓLITA:

Aunque el Duque lo mandara,
por nadie en el mundo fuera,
y solo tu gusto hiciera
que mi voluntad forzara.
Ya sabes que ha muchos días
que me traen como loca,
aunque con causa bien poca,
aquestas melancolías.
¿Piensas que yo he de gustar
de ver matar un león?

ROSIMUNDA:

No es pequeña obligación
la que me quieres cargar.
Con todo, te lo agradezco,
por no ir sola esta jornada,
que soy del Duque mandada,
que como a padre obedezco;
y porque si voy contigo
enfadada del cazar,
podemos las dos hablar
de aquel tu ausente enemigo.

HIPÓLITA:

Con eso que me dijeras
y del Príncipe me hablaras,
por mil Libias me llevaras,
llenas de víboras fieras.
¡Ay, costosos pensamientos
de un engaño imaginados,
al fin en viento fundados
para que os lleven los vientos!

ROSIMUNDA:

No dices poca verdad,
pues ha engendrado la fama
toda la amorosa llama
que abrasa tu voluntad.
Pensamientos son perdidos
y mal sufridos enojos,
que amor que entra por los ojos
te mate por los oídos.

HIPÓLITA:

¿No ves que es tan alto el bien
que de Alejandro me cuentan,
que a mis ojos representan,
vivo, aquello que no ven?
Y así, en la imaginación
un Alejandro he formado
a quien adoro y he dado
lo mejor del corazón;
y fuera de lo que es trato,
su hermosura y majestad
ha firmado por verdad
su verdadero retrato.

ROSIMUNDA:

¿Hasle tú visto?

HIPÓLITA:

Pues no.

ROSIMUNDA:

¿Quién [y] cómo te lo han dado?

HIPÓLITA:

A Dacia envié un criado
que al vivo le retrató.

ROSIMUNDA:

Muestra a ver, ¿tiénesle ahí?

HIPÓLITA:

No lo permitan los cielos.

ROSIMUNDA:

¿Por qué?

HIPÓLITA:

Porque tengo celos.

ROSIMUNDA:

¿De mí, Hipólita?

HIPÓLITA:

De ti.

ROSIMUNDA:

Pues si de mí estás celosa,
¿de la luna lo estarás?

HIPÓLITA:

Déjame, que me los das
de verte tan deseosa.

ROSIMUNDA:

Las mangas te he de mirar.
Por fuerza le pienso ver.

HIPÓLITA:

Déjame, ¿quiéresme hacer
de celos desesperar?

UN PAJE:

¡Paso!, que viene Fabricio.

ROSIMUNDA:

¿Qué es eso, paje?

PAJE:

Aquí viene
el Duque mi señor.

ROSIMUNDA:

Tiene
de enfadarnos siempre oficio.
Vendrá a ver si estás vestida,
qué color y de qué modo.

HIPÓLITA:

Gusta de saberlo todo;
prolijidad nunca oída.

PAJE:

Con él viene un caballero
que ha llegado de camino.

HIPÓLITA:

¿Es extranjero?

PAJE:

Imagino
que es un príncipe extranjero.

ROSIMUNDA:

¿Príncipe?

PAJE:

De Frisia, dicen,
y que también lo es de Dacia.
Un hombre de buena gracia;
cuantos le ven, le bendicen.

HIPÓLITA:

¡Válgame Apolo, y qué nueva
tan peregrina y extraña!

ROSIMUNDA:

Creo que el paje se engaña.

PAJE:

Pues remítome a la prueba.

(Salen el DUQUE DE CLEVES, ALEJANDRO, Prínci[p]e, TACIO, y cazador[es].)
DUQUE:

No os puedo hacer otro mayor regalo,
Príncipe invicto, que al presente exceda.

ALEJANDRO:

Por sin igual, con el mayor le igualo.

DUQUE:

Aquestas son mis hijas.

ALEJANDRO:

Ya no queda
otro que me podáis hacer tan grande;
dadme licencia de que hablarlas pueda.

HIPÓLITA:

No me dejes, hermana, que desmande
el corazón alegre.

ROSIMUNDA:

No me pidas
que en ocación tan justa se lo mande.

ALEJANDRO:

Prospere el alto cielo v[uest]ras vidas,
después de haberos dado las coronas
por tan inmensas partes merecidas.

ROSIMUNDA:

Álcese V[uest]ra Alteza, que a personas
de más humilde estado no es decente.
Con gran razón su gentileza abonas.

ALEJANDRO:

No juzgo yo, que ahora estoy presente,
a cosa humana que nació en el suelo,
ni v[uest]ro estado miro solamente,
que del primero y del tercero cielo
a Diana y a Venus imagino
pisar la tierra con humano velo.

ROSIMUNDA:

Vos, con mucha razón, fuérades digno
de aquese pensamiento, pareciendo
en forma humana a Júpiter divino;
y no haya más que os estaréis riendo
por habernos cogido descuidadas.

ALEJANDRO:

Antes me admira más lo que estoy viendo,
pues he visto las gracias enlazadas
todas en vos y en v[uest]ra hermana bella,
de vencedoras palmas coronadas.

HIPÓLITA:

Eso todo, Señor, decid por ella,
que yo soy sombra suya.

ALEJANDRO:

¡Y qué tal sombra!
Dichoso aquel que se cubriera de ella.

HIPÓLITA:

No en valde el mundo, por famoso, os nombra;
iguales son en vos tantos extremos,
admira el talle y el ingenio asombra.

DUQUE:

Ahora bien, por la prisa que tenemos,
cumplimientos se queden excusados,
y en lo que fuere de importancia hablem[os].
Hijas, humildes son v[uest]ros estados
para tan grande Príncipe, que apenas
pueden aposentar a sus criados;
pero las almas de riqueza llenas,
jamás entre los nobles despreciadas,
le ofrecen estas míseras almenas,
que por estar las suyas derribadas
del enemigo, que con falsa guerra
las tiene, a su pesar, tiranizadas,
las puede recibir por propia tierra,
mientras se venga del cruel tirano
que de su amado reino le destierra.
Yo, por hijo, vosotras por hermano,
desde ahora, Señor, os recibimos.

ALEJANDRO:

Dadme esos pies, que por señor os gano.

DUQUE:

Antes los brazos, que es razón pedimos
y demos luego en regalaros traza,
pues más que todos venturosos fuimos.
Despedid esa gente de la plaza,
que ya la caza aquesta vez suspendo.

ALEJANDRO:

Antes os ruego no dejéis la caza,
que de camino estoy, e iré sirviendo
aquestas damas.

DUQUE:

Descansad primero.

ALEJANDRO:

En lo contrario, mi descanso ofendo;
mas, con tal condición, descansar quiero,
que os habéis de partir luego, a la hora,
pues ya os aguarda tanto caballero,
que no habré visto la primera aurora
cuando con vos esté y os acompañe.

HIPÓLITA:

¡Ay, bello original que el alma adora,
ahora por su bien se desengañe
de aquella antigua sombra imaginada!

DUQUE:

Iréis muy bien para que el sol no os dañe.
¡Secretario!

SECRETARIO:

¡Señor!

DUQUE:

Darán posada
la gente del Príncipe, y advierto
que sea la más vil, más regalada,
y él tenga todo mi palacio abierto.
No se eche en esto menos mi persona.
Mirad que os aguardamos.

ALEJANDRO:

Iré, cierto;
y plega a Dios que vuelva a mi corona,
que con dárosla toda, si se alcanza,
muy poco tanto bien se galardona.

DUQUE:

Yo tengo en él justísima esperanza,
después de su favor en mi deseo.

ALEJANDRO:

V[uest]ra será, como es la confianza.

ROSIMUNDA:

Adiós, Príncipe.

HIPÓLITA:

Adiós.

ALEJANDRO:

Adiós.

DUQUE:

Ya creo
podemos caminar.

CAZADOR 2º:

Todo está a punto.

ALEJANDRO:

El cielo os vuelva como yo deseo.

ROSIMUNDA:

¿Qué dices?

HIPÓLITA:

Bien y mal me vino junto.

(Queden solos ALEJ[AND]RO, TACIO y el SECRET[ARI]O. )
SECRETARIO:

Mucho el Duque mi señor,
de quedar con vos se holgara.

ALEJANDRO:

A mí, señor, me pesara,
y agradézcole el favor,
que estaban ya de partida
las damas, y no era justo
estorbarles tanto gusto
dando enojo mi venida.

SECRETARIO:

Antes van de mala gana,
que tan cortesanas son
que a v[uest]ra conversación
dieran entrada más llana.
Yo aseguro que van ellas
tratando ahora de vos.

ALEJANDRO:

Tan discretas son las dos
como gallardas y bellas.
¿Cómo llaman la mayor?

SECRETARIO:

Rosimunda.

ALEJANDRO:

¡Oh, raro extremo!
No es bueno, Tacio, que temo...

TACIO:

¿Qué temes?

ALEJANDRO:

Dígalo amor.

TACIO:

Eso jurara yo luego.

ALEJANDRO:

¿Y a la menor?

SECRETARIO:

Esa llaman
Hipólita.

ALEJANDRO:

No derraman
Etna ni volcán más fuego.
Hízolas el cielo iguales
en discreción y hermosura.
¡Oh, pluguiera a mi ventura
que no las hiciera tales!
Venme, Tacio, a descalzar,
e id vos delante, señor.

SECRETARIO:

Vamos.

ALEJANDRO:

¡Ah, tirano amor,
tan presto tanto pesar!

(Vanse.)
(Salen LISENO, pastor viejo, ROSINO, mozo, y TORCATO, rústico.)
LISENO:

Pues si la acertáis los dos,
digo que os daré un cordero.

ROSINO:

¿Y si la digo primero?

LISENO:

Que se os dé primero a vos.

ROSINO:

Tornádmela a repetir.

TORCATO:

Pues a fe que es cosicosa
bien difícil y engeñosa.

LISENO:

Quiero volverla a decir:
¿Cuál es la cosa que enfada
con ser señal de buen año;
no es oro, plata, ni estaño,
mas antes frisa con nada?
De dos elementos echo
y, al tiempo que se resuelve,
en un elemento vuelve,
aunque parece deshecho.

TORCATO:

¡Verá el Diabro! Dis, ¿qué enfada
con ser señal de buen año?

ROSINO:

A fe que es enigma extraño
que dis que frisa con nada,
echo de dos elementos
y de buen año señal.
¿Ella es la nieve?

LISENO:

No hay tal.

TORCATO:

Ello es andar por los vientos.
¿Es el queso?

LISENO:

¡Oh bestia, el queso!

TORCATO:

Pues yo me doy por vencido.

LISENO:

Y tú date por rendido.

ROSINO:

Por rendido me confieso.

LISENO:

¿Pues sabes que es este el lodo?
De dos elementos hecho,
que cuando queda deshecho
en uno se vuelve todo.

ROSINO:

El lodo, ¿habés uido tal?

LISENO:

¿De agua en tierra no se vuelve
y en el viento se resuelve,
y es de buen año señal?

ROSINO:

Perdí, pero va la mía.

LISENO:

¿Oirase la misma apuesta?

ROSINO:

La misma.

LISENO:

Pues dila.

ROSINO:

Es esta.

TORCATO:

Una no acierto en un día.

ROSINO:

¿Cuál es la cosa que entera
está en un profundo centro,
y tiene el pellejo dentro
y la carne sale afuera?

TORCATO:

¡Oxte, puto!

LISENO:

¿Qué te admiras?,
¿cuánto va que te la acierto?

ROSINO:

Haré de nuevo el concierto.

TORCATO:

Mucho sabes de mentiras.

LISENO:

¿Qué, la digo?

TORCATO:

¡Triste, ahuera!

ROSINO:

Apostarete una oveja.

LISENO:

¿Cuánto va que es la molleja?
¿Cuero adentro y carne ahuera,
no está en un centro profundo,
teniéndola la gallina?

TORCATO:

Que acertase tan ahína...

ROSINO:

¡Hay tal cosa en todo el mundo!
Confieso que yo he perdido.

TORCATO:

Esto estaba adivinado,
si no hubieras acertado,
pero hubiéranme corrido;
mas vaya la mía.

ROSINO:

Dila.

LISENO:

Calla, tonto. ¿Tú también?

TORCATO:

Si la aciertan, que me den
un sumurmujo en la pila,
y aun sofriré que me hagáis
la mamona.

LISENO:

Dila pues.

TORCATO:

¿Mas, que no acertáis lo que es?
Ya va; ¿mas, que no acertáis?
¿Cuál mujer nació sin madre
que por sí nada valiera
si su sangre no bebiera,
después de muerto su padre?
Su sustancia se comió,
mirad qué mujer tan loca,
y aunque se cosió la boca,
en otras muchas se vio.

LISENO:

¡Anda, vete, necio!

TORCATO:

Bueno.
¡He Dios que no la acertáis!
Reíd bien, que no igualáis
mi meollo y calvatrueno.

LISENO:

Yo ya me doy por vencido.

ROSINO:

¿Pues quién la basta a acertar?

TORCATO:

Huélgome que he de ganar,
que los dos habéis perdido.

LISENO:

Ahora bien, ¿qué es?

TORCATO:

La morcilla.

ROSINO:

¿La morcilla?

TORCATO:

¿Luego, no?
¿Su sangre no se bebió,
y su sustancia, al enchilla,
después de su padre muerto,
y no la cosen la boca
porque no se salga?

ROSINO:

¡Toca,
acertaste!

TORCATO:

Cierto.

ROSINO:

Cierto.
Tocas la mano y me das
con el pie.

(Un CAZAD[OR].)
CAZADOR 1º:

¡Ah, vaqueros, hola!

TORCATO:

No ha sido aquesta vez sola.

CAZADOR 1º:

¡Hola, ah gente!; es por demás.

LISENO:

Allí llama un caminante.

ROSINO:

Ya llega.

CAZADOR 1º:

¿Habeisme de oír?

TORCATO:

Basta ya, podéis decir
lo que queréis.

LISENO:

No se espante
que estábamos sin joicio
en ciertas quesquesicosas.

CAZADOR 1º:

Quién duda que son curiosas.

LISENO:

Conformes a n[uest]ro oficio.

CAZADOR 1º:

Sabed que el Duque ha salido
de palacio aquesta tarde
con sus hijas, que Dios guarde.

TORCATO:

¿Y no de darlas marido?

LISENO:

¿Quieres callar?

CAZADOR 1º:

Va a cazar leones.

TORCATO:

Válgame Apolo,
de solo ver uno solo
tres días suelo temblar.

CAZADOR 1º:

Y mientras llega hasta aquí,
me entretendré con vosotros.

ROSINO:

Somos rústicos nosotros.

LISENO:

Yo un tiempo soldado fui.
A mí podéis preguntarme.

CAZADOR 1º:

Dejemos cosas curiosas,
que en estas quesquesicosas
quiero con todos holgarme.
Decidme: ¿cuál es aquel
que, a traición y por detrás,
hiere a los muertos no más
con estocada cruel?

LISENO:

Bien parecéis palaciego.

TORCATO:

¡Oh, hi de puta resabido!

ROSINO:

Ya yo me doy por vencido.

LISENO:

Y yo t[r]as él.

TORCATO:

Y yo luego.

CAZADOR 1º:

Sabed que es el asador,
que a traición, por detrás, hiere
el ave muerta que quiere
al fuego asar su señor.

TORCATO:

¡Pardiez que tiene razón!

CAZADOR 1º:

¡Paso!; el Duque viene ya.

(El DUQUE, HIPÓLITA, ROSIM[UND]A, cazad[ore]s y criados.)
ROSIMUNDA:

¡Cualquiera sombra pensara
que es algún tigre o león!
Quede aquí v[uestra] señoría,
siquiera hasta la mañana,
que saldremos yo y mi herm[an]a
con menos miedo de día.

DUQUE:

¿Que tanto miedo lleváis?

HIPÓLITA:

Es la noche muy extraña
y es áspera la montaña.

DUQUE:

No me espanto que temáis,
que solo el nombre de ser
caza de leones esta,
basta a dejar descompuesta
la más valiente mujer.
¿Qué gente hay aquí?

TORCATO:

Pastores
que habitan esta montaña
en una humilde cabaña.

LISENO:

Aquí estamos los mejores.
Yo soy, con v[uest]ra licencia
mayoral de esta majada.

ROSINO:

Yo un pastor de su manada.

TORCATO:

Y yo un tonto en mi conciencia,
que aquí, desde pequeñito,
solo sirvo de comer.

ROSIMUNDA:

¿Y sabéislo bien hacer?

TORCATO:

En mi vida estuve ahíto,
tras que ya me sucedió
comer alguna ternera.

HIPÓLITA:

¿Toda entera?

TORCATO:

Más entera
que su padre la parió.
¡Piensan que son como ellas,
que se ahítan de un confite!

LISENO:

¡Guárdate, bestia!

TORCATO:

Ea, quite,
que bien puedo habrar con ellas.

DUQUE:

Dejadle, que es extremado.

ROSIMUNDA:

Dejadle, que gusto de él.

TORCATO:

¿Quiere que vaya con él
cuando se vuelva a poblado,
que parece hombre de bien?

DUQUE:

Por mí, negociado está.

TORCATO:

¿Hay bien que comer allá?

DUQUE:

Y bien que cenar también.

LISENO:

Dejadle, que es una bestia.

HIPÓLITA:

¿Quién os mete en eso a vos?

CAZADOR:

De que gusten de él las dos,
lo tenéis, padre, a molestia.

TORCATO:

¡Par Dios, que me pienso holgar
con estas mozas allá!

ROSINO:

¿Habéis visto en lo que da
quien apenas supo hablar?

HIPÓLITA:

Seremos grandes amigos,
que sois vos muy cortesano.

TORCATO:

Pues alto, deme la mano
y hagamos cuatro testigos.

HIPÓLITA:

Por mi vida que me agrada.
No os vais, allegáos aquí.

TORCATO:

¿Cuánto va que estáis de mí...?

HIPÓLITA:

¿Yo qué estoy?

TORCATO:

Enamorada.

LISENO:

¡Verá lo que dijo! Guarda,
guarda acá, tonto.

ROSIMUNDA:

Dejadle.

TORCATO:

Pues necio sois para alcalde,
dejadme a mí.

LISENO:

Calla, albarda.

TORCATO:

Como tan lindas las veo,
dame ganas de abrazarlas.

ROSINO:

¡Mas que se llega a besarlas!

TORCATO:

¿Quieren cumplirme un deseo?

ROSIMUNDA:

Decidle, a ver.

TORCATO:

Que dormamos
esta noche todos tres.

DUQUE:

Digo que la estancia es
mejor de lo que pensamos.
Este simple, solamente
cuando de largo pasara,
hacer noche me obligara.
¡Hola!, júntese mi gente.
Decid, buen viejo, ¿es bien grande
esta v[uest]ra casería?

LISENO:

Grande, señor, para mía;
verla, si se sirve, mande,
aunque pequeña ha de ser
para la grandeza v[uest]ra.

TORCATO:

¿Pues cabe la gente nuestra
y vos no habéis de caber?

DUQUE:

¿Qué gente?

TORCATO:

Dos mil carneros
y más de veinte pollinos
de los pastores vecinos
y de algunos estranjeros.
Pues de puercos como vos
la caballeriza a osadas.
Vos cabréis y muy a holgadas.

LISENO:

Calla, bruto.

TORCATO:

Y ellas dos.

HIPÓLITA:

No he visto tal semejanza
como aqueste simple tiene
a Alejandro.

ROSIMUNDA:

En todo viene
a engañarte la esperanza.
Por estremo se parece.

HIPÓLITA:

Por eso le miro bien.

DUQUE:

Haced que cenar nos den,
que ya del todo anochece.
Ea, hijas, de aquí vamos,
que habemos de madrugar.

TORCATO:

Padre, yo voy a cortar
espadaña, juncia y ramos.
Pardiez que tengo de ser
una polida enramada.

HIPÓLITA:

¡Ay, alba hermosa y dorada
acaba de amanecer!

(Váyanse todos y quede LISENO y ROSINO. )
LISENO:

¿Qué os parece?

ROSINO:

Estoy sin seso
de ver este tonto agudo,
que solía ser un mudo.

LISENO:

¡Qué bellaco y qué travieso!
Ya sabéis que le he criado
desde que niño le hallé
en este río.

ROSINO:

Ya sé
lo que le habéis doctrinado,
y que en más de quince días
una palabra no hablaba,
y que mil veces lloraba
profundas melancolías.
¿Qué le ha tomado?

LISENO:

No sé,
que en ver gente palaciega,
como truhan burla y juega.

ROSINO:

Pues misterio tiene a fe.
Debe de ser inclinado
a grandezas de señores.

LISENO:

Sí, pardiez, que con pastores
pocas veces ha tratado.
Vamos adentro y veremos
lo que hubiere en que sirvamos.

ROSINO:

Qué mala noche esperamos,
pero buen huésped tenemos.

(Sale ALEJANDRO, en calzas y jubón, con una ropa y montera.)
ALEJANDRO:

¿Oyes, Tacio, no me escuchas?

TACIO:

(Dentro.)
Duerme, señor, pesia tal,
que hay mil horas.

ALEJANDRO:

Duermo mal,
¿y mil te parecen muchas?
¿De aquí a cuándo las habrá?

TACIO:

De aquí al día.

ALEJANDRO:

Dices bien,
y aun mil años hay también;
pero, ¿quién las dormirá?
Levántate, perezoso,
que no puedo reposar.

TACIO:

¿Pues, qué has de hacer?

ALEJANDRO:

Caminar.

TACIO:

El caminar es gracioso.

ALEJANDRO:

¡Levántate, por tu vida!,
que por aquí me paseo
mientras te vistes.

TACIO:

Ya creo
tu locura conocida.

ALEJANDRO:

Acaba, pues.

TACIO:

Ya me visto.

ALEJANDRO:

Furioso entráis, amor ciego,
no gastéis en valde el fuego,
¿no veis que no me resisto?
La noche pasa, descogiendo el velo
bordado de las luces de Diana;
vence la bella Copa y Ariana
con la Corona de que ilustra el cielo.
Vese la bella Andrómeda y el vuelo
del alado Pegaso y la inhumana
espada de Orión, y con su hermana,
Hélice bella, tan notoria al suelo.
Solo faltan aquí mis luces bellas:
Rosimunda e Hipólita, que alguna,
de día, puede oscurecer a Apolo.
Salid, que a v[uest]ra luz, mis dos estrellas,
esconderase la envidiosa luna
y gozaré mi bien secreto y solo.

(Sale TACIO.)
TACIO:

¿Pues cómo, ya estás vestido?

ALEJANDRO:

Sí, que para todo soy,
ni es mucho, si como estoy
he por ventura dormido.

TACIO:

¿Vestido te echaste?

ALEJANDRO:

Sí.

TACIO:

¿Pues yo no te desnudé?

ALEJANDRO:

Luego al punto desperté,
si es posible que dormí,
que con el grande cuidado
de madrugar, muy aprisa,
sin mudarme la camisa
me he vestido y te he llamado.

TACIO:

¿Y ahora?

ALEJANDRO:

Caminar quiero.
Ponle al caballo la silla,
dame presto una ropilla,
espada, capa y sombrero.
Ea, vámonos de aquí.

TACIO:

¿Muy de mañana te vas?

ALEJANDRO:

Creo que dormido estás,
o que estás fuera de ti.
Mientras llegare más presto,
más presto amanecerá,
pues Rosimunda saldrá
y el sol desde anoche puesto.
No me canses con razones,
(Dale la ropilla.)
no me digas disparates,
no me enojes, no me mates.
Alto, ponte esos botones;
no te quiero replicar.

ALEJANDRO:

Cualquiera cosa me enfada.
Dame la capa y la espada,
que es hora de caminar.

TACIO:

Vesla aquí; cíñete aprisa.

ALEJANDRO:

Ea, pues dame el caballo.

TACIO:

Mientras han ido a sacarlo,
quiero abrirte la camisa.

ALEJANDRO:

Ea, presto, acaba pues.

TACIO:

Aguarda, espérate un poco.

ALEJANDRO:

No puedo.

TACIO:

O él está loco,
o tiene azogue en los pies.
(Sale el SECRET[ARI]O.)
Toda la noche he estado atalayando
del Príncipe Alejandro el pensamiento,
de un celoso temor imaginado
que tiene en Rosimunda acogimiento;
que amor, los altos montes humillando
y los valles subiendo al firmamento,
tal vez un pecho humilde como el mío
obliga a más extraño desvarío.
Desde que vi la rara gentileza
del Príncipe me abraso y me destruyo;
temo que a Rosimunda, su belleza
obligue amarle, que es oficio suyo,
porque es amor, al fin, una flaqueza,
cual la que ahora de mí propio arguyo,
que desconfía con temor extraño
de que en el bien ajeno esté su daño.
Del Príncipe ya sé que a Rosimunda,
desde que ayer la vio, la adora y ama,
y hoy las cosas que en el aire funda
detrás de una cortina de su cama.
Bien sé que de su bien mi mal redunda,
que apenas esta, ni otra bella dama,
siendo sus muchas prendas conocidas
le dejarán de amar agradecidas.
¡Oh amor!, ya que me diste atrevimiento,
siendo de tan humilde y bajo estado,
para poner tan alto el pensamiento,
muriera yo no más de enamorado;
mas tengo de morir en el tormento,
lleno de celos, y de amor llagado.
¡Ah, tirano cruel!, tarde te ruego,
que al alma propria ha penetrado el fuego.
Ir quiero a ver qué ordenas de mi vida,
y cómo imitas de Alejandro el pecho,
que antes espero verla consumida
que llegue con mi daño su provecho.
Vamos a ver la caza prevenida,
que ya la historia de Anteón sospecho
¡O nunca yo te amara, o ya que fuera,
que en ese punto que te amé muriera!

(Vase, y salen los cazadores.)
PRIMERO:

No es mala la madrugada
que cuasi nos muestra el sol
por uno y otro arrebol
la cara en oro bañada.
¿El Duque no se levanta?

SEGUNDO:

En eso debe de andar.

PRIMERO:

En esto vino a parar
tanta grita y prisa tanta.

SEGUNDO:

Ya Hipólita y Rosimunda
quedaban en pie y vestidas.

PRIMERO:

¡Cazadoras escogidas!

SEGUNDO:

No lo muestra la segunda,
que no le ha faltado más
que llorar de puro miedo.

(Salen el DUQ[U]E y LISENO, el pastor viejo, HIPÓ[LIT]A, ROSIM[UND]A y gente.)
LISENO:

Afrentado, señor, quedo,
de que mal servido irás,
pero al fin eres discreto
y conoces mi intención.

DUQUE:

Otro mayor galardón
que el que te di, te prometo.
Irasme, Liseno, a ver,
que te quiero yo mostrar
que al huésped sé regalar.

LISENO:

¿Quién, cual tú, lo puede hacer?;
graciosa cosa sería
que fuese tu huésped yo.

DUQUE:

A quien su casa me dio,
¿no le daré yo la mía?

HIPÓLITA:

¿Qué se ha echo v[uest]ro hijo?

LISENO:

Dadle a Dios, que es un gañán.
Los pajes le matarán,
que un cazador me lo dijo.

ROSIMUNDA:

Eso no, llamadle luego,
que nos ha de acompañar.

(Sale TORCATO, con un bastón grande.)
TORCATO:

¿Había yo de faltar?

LISENO:

Bueno te andas, palaciego;
¿has henchido de comida?

TORCATO:

Doblado se ha la ración,
que he de matar un león
y ha de ir la fuerza crecida.

LISENO:

¿Luego con ellos has de ir?

TORCATO:

Ya no los puedo dejar.

LISENO:

Por comer te han de matar.

TORCATO:

Comer tengo hasta morir.

DUQUE:

El Príncipe tarda ya
y el sol entra, hijas; no es justo
esperar más.

HIPÓLITA:

Haz tu gusto.

DUQUE:

¿Iremos?

CAZADOR 1º:

A punto está.

DUQUE:

Pues alto, Liseno, adiós.

LISENO:

Dios prospere a Su Excelencia.

TORCATO:

¡Alto, pues!, ¿me dais licencia?
¡Pardiez que me voy con vos!
Decid, si mato un león,
¿no me daréis la pelleja?

DUQUE:

Pues no.

TORCATO:

¡Quién matase oveja
por sacarle el corazón!

(Tírele LISENO del sayo a TORCATO.)
LISENO:

Ven aquí, desesperado.

TORCATO:

A osadas, que ya lo voy.

LISENO:

Ven aquí, q[u]e al diabro te doy.

TORCATO:

Padre, hareisme mal criado.

LISENO:

¿Así te quieres perder?

TORCATO:

¡Voto al sol, que he de ir con ellos!,
que me lleva alguno de ellos,
lo que no habéis de saber.

(Vase TORCATO.)
(Sale ROSINO.)
LISENO:

Ved en la tema que ha dado.
¡Hola Rosino!

ROSINO:

Señor.

LISENO:

Estoy con este traidor
hasta la frente enojado.

ROSINO:

¿Con qué traidor?

LISENO:

Con aquel
inocente de Torcato.
Criarle al vellaco ingrato
para ver mal gozo de él.

ROSINO:

Apostaré que se fue
y que por eso os quejáis.
¿Qué es esto, padre, lloráis?

LISENO:

Lloro, en fin, que le crie
y temo que algún león,
como ahora ha dado en loco,
le despedace.

ROSINO:

Y no es poco
lo que teme el corazón,
que en fin teme lo que espera.
Mas, vamos allá los dos,
que si no vuelve por vos,
hacer que el Duque lo quiera.

LISENO:

Vamos, Rosino, que amor
mis caducos pasos mueve.

ROSINO:

¡Cuánto Torcato te debe!

LISENO:

¡Bien lo conoce el traidor!

(Diga dentro un CAZADOR, haciendo mucho ruido.)
CAZADOR 1º:

¡Guarda, guarda, el león!

DUQUE:

¿Adónde, adónde?

CAZADOR 2º:

Al camino se viene; ¡guarda, guarda!

DUQUE:

Sin duda que es verdad, ponéos en ala
con los venablos y apiñados todos.
Acudid a mis hijas; ¡presto!, ¡presto!

(Salen huyendo ROSIMUNDA y luego HIPÓLITA.)
ROSIMUNDA:

¡Ay, vengativo cielo!, ¡ay, necio padre!,
¿por qué nos traes a la muerte fiera?

HIPÓLITA:

¿En qué te habemos ofendido?, ¡ay triste!
La bestia baja, y de temor helada,
sustento de su cuerpo será el mío.

(Sale TORCATO.)
TORCATO:

Huélgome de venir a tan buen tiempo,
¡oh, gente infame!, ¡oh, cazadores viles!,
todos huyendo trepan por los árboles.
Desmayadas están, venga la bestia,
que quien está enseñado a matar lobos,
de un león probará esta vez la fuerza.
(El león salga y éntrese por la otra puerta sin hacer nada, y esté TORCATO con el bastón alzado, delante de ellas.)
¡Ven, fiera!, ¡ven, allégate a mis brazos,
prueba la carga del bastón nudoso,
de mis feroces hombros sacudida!
Bien dicen que consiste todo en ánimo;
mis señoras, venid, que ya estáis libres
y del león seguras, que corriendo
va por entre esos árboles furioso.
Entrambas se han quedado desmayadas.
¡Oh, bella Rosimunda! que, aunque rústico,
conosco las grandezas de tu rostro
y de naturaleza los milagros.
¡Oh, bellos ojos!, ¡oh, cristal purísimo!,
¡oh, coral extremado!, ¡oh, blancas perlas!
Parece, como estoy en medio puesto,
que triunfo de las dos que al mundo rinden.
Quiero ir por agua a la primera fuente,
porque el t[e]mor llevó lejos su gente.

(Vase TORCATO y llega ALEJANDRO, con su espada desnuda. )
ALEJANDRO:

¡Qué a tan buen tiempo he llegado!
¿Qué es de ellas?, ¿por dónde van?
Pero si son las que están,
¡ay triste!, en medio del prado
¡Mísero de mí!, ¿qué es esto?
A buen tiempo, digo yo,
cuando mi alma perdió
de toda su vida el resto.
¡Ah, fiero león!, no fuera
de tu cuerpo [s]epoltura,
quien la muerte que procura
por dulce vida tuviera.
Vida mía, Rosimunda,
yo moriré, pues sois muerta,
que llevo esperanza cierta
de veros en la segunda.
¿Pero, qué es esto, estoy loco?,
tengo la vista perdida.

(Levántese HIPÓLITA y diga.)
HIPÓLITA:

Rosimunda es v[uest]ra vida;
idos, señor, poco a poco.

ALEJANDRO:

¿Vive acaso?

HIPÓLITA:

Viva está;
¿no veis que desmayo ha sido?

ALEJANDRO:

General pena he tenido
(Levántese ROSIMUNDA.)
y la gloria lo será.
Mi señora, ¿qué tenéis?

HIPÓLITA:

¡Que el Príncipe se ha inclinado
a Rosimunda!

ROSIMUNDA:

Ya [he] estado
muerta, aunque viva me veis.
¿Sois vos quien nos ha guardado?

ALEJANDRO:

Aquesta es buena ocación.
Quiero decir que al león
he muerto y despedazado,
y que por mí tienen vida.
Yo soy el que os defendí
y a la fiera bestia herí,
y no de pequeña herida;
e imaginándoos por muertas
de la fiera bestia airada,
pensé en la daga y espada
abrir al alma dos puertas.

HIPÓLITA:

Bien decís, que dos heridas
habréis, Señor, menester,
que hay dos almas que perder,
y yo os conozco dos vidas.

ALEJANDRO:

Una sola tengo y sé
que está... Mas quiero callar
que tengo poco lugar.
Otra vez os lo diré.

(Sale TORCATO).
TORCATO:

¡Qué agua no se puede hallar!
Todo es este monte abrojos.
Son muy rústicos mis ojos,
que aun la pudieran llorar.
Pero Torcato, ¿qué ves?
¿Qué ven mis ojos? ¡Ay Dios!
¿No dejé yo muertas dos?
¿Cómo hallo vivos tres?
A él digo, ¿resucitolas?
Dios se lo pague.

ROSIMUNDA:

¡Oh, Torcato!,
si antes vinieras un rato,
que aquí llorábamos solas...

TORCATO:

Ya vine y las defendí
de aquel valiente león,
que en solo alzar el bastón
huyendo se fue de aquí.

HIPÓLITA:

¿Dónde está mi padre?

TORCATO:

Está
sobre aquel cerro, y da voces
que a los tigres más feroces
a lástima moverá.
Los cazadores maldice,
que en viendo el león primero,
huyen a puto el postrero.

ALEJANDRO:

Vamos a ver lo que dice,
y démosle algún consuelo,
que le habrá bien menester.

ROSIMUNDA:

Vamos.

HIPÓLITA:

Esto vino a ser
que a mi hermana adora, ¡ha cielo!

ROSIMUNDA:

Pues mi Torcato, ¿no vienes?

ALEJANDRO:

¡Ay, Dios, qué dichoso soy!

TORCATO:

Id en buen hora, que voy
a buscar los palafrenes.
Callemos, que es fuerza y ley;
que a fe que el sayo villano
os muestre, tarde o temprano,
que cubre un alma de un rey.