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El purgatorio de San Patricio/Jornada 2

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El purgatorio de San Patricio
de Pedro Calderón de la Barca
Jornada 2

SEGUNDA JORNADA

Del Purgatorio de San Patricio

[CUADRO I]

Salen Ludovico y Polonia.

Ludovico.

Polonia, aquél que ha querido
desigualmente emplearse,
no tiene de qué quejarse
si llega a ser preferido
de otro amor, porque éste ha sido
su castigo. ¿Quién subió,
soberbio, que no cayó?
Y así, mi amor anticipo
a Filipo, que Filipo
es mucho mayor que yo
en la nobleza que aquí
le dio la naturaleza,
mas no en aquella nobleza
que ha merecido por sí.
Yo sí, Polonia, yo sí,
que por mí mismo he ganado
más honor que él ha heredado.
Testigo este imperio ha sido,
a quien han enriquecido
las vitorias que le he dado.
Tres años ha que llegué
a estas islas—que fue hoy
me parece—, y tres que estoy
en tu servicio, y no sé
si referirte podré
presas que tu padre encierra,
ganadas en buena guerra,
que Marte pudo envidiar,
siendo escándalo del mar,
siendo asombro de la tierra.

Polonia.

Ludovico, tu valor,
o heredado o adquirido,
en mi pecho ha introducido
una osadía, un temor,
un, no sé si diga, amor,
porque me causa vergüenza,
cuando mi pecho comienza
a sentir y padecer,
que me rinda su poder,
ni que su deidad me venza.
Sólo digo que ya fuera
tu esperanza posesión,
si la fiera condición
de mi padre no temiera.
Mas, sirve, agrada y espera.

Sale Filipo.

Filipo.

([Ap.]
        Si es que mi muerte he de hallar,
¿por qué la vengo a buscar?
Pero, ¿quién podrá tener
paciencia para no ver
lo que le ha de dar pesar?)

Ludovico.

        Pues, ¿quién fía que serás
mía?

Polonia.

Esta mano.

Filipo.

Eso no,
que sabré estorbarlo yo,
que no puedo sufrir más.

Polonia.

¡Ay de mí!

Filipo.

¿La mano das
a un advenedizo?—¡ay, triste!
Y tú, que al sol te atreviste,
para que la pompa pierdas,
¿por qué, por qué no te acuerdas
de cuando mi esclavo fuiste,
para no atreverte así
a mi gusto?

Ludovico.

Porque hoy
me atrevo por lo que soy,
cuando no por lo que fui.
Esclavo tuyo me vi,
es verdad, que no hay quien pueda
vencer la inconstante rueda;
pero ya tengo valor
para que iguale tu honor,
si no para que te exceda.

Filipo.

¿Cómo excederme? Atrevido,
infame…

Ludovico.

En cuanto has hablado,
Filipo, te has engañado.

Filipo.

No engañé.

Ludovico.

Pues si no ha sido
engaño…

Filipo.

¿Qué?

Ludovico.

…habrás mentido.

Filipo.

Fuiste desleal.

Dale un bofetón.

Polonia.

¡Ay, cielos!

Ludovico.

¿Cómo, a tantos desconsuelos,
no tomo satisfación,
cuando mis entrañas son
volcanes y mongibelos?

Sacan las espadas.
        Salen Egerio, rey, y soldados, y
        todos se ponen de la parte de Filipo.

Rey.

       ¿Qué es esto?

Ludovico.

Un tormento eterno,
una desdicha, una injuria,
una pena y una furia
desatada del infierno.
Ninguno por su gobierno
me llegue a impedir, señor,
la venganza, que el furor,
ni a la muerte está sujeto,
y no hay humano respeto
que importe más que mi honor.

Rey.

¡Prendelde!

Ludovico.

Llegue el que fuere
tan osado que se atreva
a morir, porque le deba
a su esfuerzo el ver que muere
a tus ojos.

Rey.

¡Que esto espere!
¡Seguilde!

Ludovico.

Desesperado,
en roja sangre bañado,
pienso proceder un mar,
por donde pueda pasar,
buscando a Filipo, a nado.

Acuchíllalos a todos y queda Egerio solo.

Rey.

Esto sólo me faltó
tras las nuevas que he tenido,
y es que el esclavo atrevido
que de la prisión huyó,
de Roma a Irlanda volvió,
y predicando la fe
de Cristo, tan grande fue
el número que ha seguido
su voz, que ya dividido
el mundo en bandos se ve.
Dícenme que es hechicero,
pues, a muerte condenado
de otros reyes, se ha librado
con escándalo tan fiero,
que ya atado en un madero
estaba, cuando la tierra
—que tantos muertos encierra
en sus entrañas—tembló,
gimió el aire, y se eclipsó
el sol, que en sangrienta guerra
no quiso dar a la luna
luz, que en su faz resplandece;
que este Patricio parece
que tiene, sin duda alguna,
de su mano a la fortuna.
Esto he sabido, y que cuantos,
entre prodigios y espantos,
admiraron su castigo
le siguieron, y hoy conmigo
viene a probar sus encantos.
Venga pues, e intentos vanos
examine entre los dos;
veremos quién es el Dios
que llaman de los cristianos.
Muerte le darán mis manos,
a ver si della se escapa,
en este sucinto mapa,
esfera de mi rigor,
este obispo, este pastor,
que viene en nombre del Papa.

Salen todos con Ludovico.

Capitán.

Ludovico viene aquí
preso, después que mató
tres de tu guarda y hirió
a muchos.

Rey.

Cristiano, di,
¿cómo no tiemblas de mí,
viendo levantar la mano
de mi castigo? Aunque en vano
siento estas desdichas yo,
porque esto y más mereció
quien hizo bien a un cristiano.
No castigo, premio sí
mereces tú, porque es bien
que a mí el castigo me den
de haberte hecho bien a ti.
Preso le tened aquí
hasta su muerte. Ya vano
es mi favor soberano.
Muere a mi furor rendido,
no por cristiano atrevido,
sino sólo por cristiano.

Vanse todos y queda Ludovico.

Ludovico.

Si por eso muero, harás
mi infeliz muerte dichosa,
pues morirá por su Dios
quien muriera por su honra.
Y un hombre que vive aquí,
entre penas y congojas,
debe agradecer la muerte,
última línea de todas,
pues cortará su guadaña
el hilo a vida tan loca,
que hoy empezara a ser mala,
fénix de mortales obras,
pues naciendo en las cenizas
de mi agravio y mi deshonra,
mi vista fuera veneno,
mi aliento fuera ponzoña,
que en Irlanda derramara
sangre vil en tanta copia
que se borrara con ella
de mi afrenta la memoria.
¡Ay, honor!, rendido yaces
a una mano rigurosa.
Muera yo contigo, y juntos
los dos no demos vitoria
a aquestos bárbaros. Pues
un breve rato le sobra
a mi vida, este puñal
tome en mí venganza honrosa.
Mas, ¡válgame Dios!, ¿qué aliento
endemoniado provoca
mi mano? Cristiano soy,
alma tengo, y luz piadosa
de la fe. ¿Será razón
que un cristiano intente agora,
entre gentiles, acciones
a su religión impropias?
¿Qué ejemplo les diera yo
con mi muerte lastimosa,
sino que antes desmintieran
las de Patricio mis obras?
Pues dijeran los que aquí
sólo sus vicios adoran
y el alma niegan eterna
a la pena y a la gloria:
«Que nos predique Patricio
el alma inmortal, ¿qué importa,
si Ludovico se mata
cristiano? También ignora
que es eterna, pues la pierde.»
Y con acciones dudosas,
fuéramos aquí los dos,
él la luz y yo la sombra.
Baste que tan malo sea,
que aún no me arrepiento agora
de mis cometidas culpas,
y que quiera intentar otras.
Pues, ¡vive Dios!, que mi vida,
si fuese posible cosa
escaparse hoy, fuera asombro
del Asia, Africa y Europa.
Hoy empezara a tomar
venganza tan rigurosa,
que en estas islas de Egerio
no me quedara persona
en quien no satisfaciera
la pena, la sed rabiosa
que tengo de sangre. Un rayo,
antes que la esfera rompa,
con un trueno nos avisa,
y después, entre humo y sombras,
de fuego fingiendo sierpes,
el aire trémulo azota.
Yo así, el trueno he dado ya
para que todos le oigan,
el golpe del rayo falta.
Mas, ¡ay de mí!, que se aborta
y antes que a la tierra llegue
es de los vientos lisonja.
No, no me pesa morir
por morir muerte afrentosa,
sino porque acabarán,
con mi edad temprana y moza,
mis delitos. Vida quiero
para empezar desde agora
mayores temeridades,
no, cielos, para otra cosa.

Sale Polonia.

Polonia.

  ([Ap.] Yo vengo determinada.)
Ludovico, en las forzosas
ocasiones, el amor
ha de dar muestras heroicas.
Tu vida está en gran peligro;
mi padre airado se enoja
contra ti, y de su furor
huir el peligro importa.
Las guardas que están contigo,
liberalmente soborna
mi mano, y al son del oro
yacen sus orejas sordas.
Escápate, porque veas
cómo una mujer se arroja,
cómo su honor atropella,
cómo su respeto postra.
Contigo iré, pues ya es fuerza
que contigo me disponga
ya a vivir, o ya a morir;
que fuera mi vida poca
sin ti, que en mi pecho vives.
Yo llevo dinero y joyas
bastantes para ponernos
en las Indias más remotas,
donde el sol yela y abrasa,
ya con rayos, ya con sombras.
Dos caballos a la puerta
esperan, diré dos onzas,
hijas del viento, aunque más
del pensamiento se nombran.
Son tan veloces que, aunque
huidos vamos agora,
nos parecerá que vamos
seguros en ellos. Toma
resolución. ¿Qué imaginas?
¿Qué te suspendes? Acorta
los discursos. Y porque
fortuna, que siempre estorba
al amor, no desbarate
finezas tan generosas,
yo iré delante de ti.
Sal, en tanto que, ingeniosa,
divierto guardas y doy
espaldas a tu persona.
Aun el sol nos favorece,
que, despeñado en las ondas,
para templar su fatiga
los crespos cabellos moja.

                   Vase.

Ludovico.

A las manos ha venido
la ocasión más venturosa,
pues sabe el cielo que fueron
las finezas amorosas
que con Polonia mostré
fingidas, porque Polonia
conmigo se fuese donde,
valiéndome de las joyas
que llevase, yo saliese
de la infeliz Babilonia;
porque, aunque en ella vivió
estimada mi persona,
era al fin esclavitud,
y mi vida libre y loca
la libertad deseaba,
que ya los cielos me otorgan.
Mas para el fin que deseo,
ya me embaraza y estorba
una mujer, porque en mí
es amor una lisonja
que no pasa de apetito,
y, éste ejecutado, sobra
luego al punto la mujer
más discreta y más hermosa.
Y pues que mi condición
es tan libre, ¿qué me importa
una muerte más o menos?
Muera a mis manos Polonia,
porque quiso bien en tiempo
que nadie estima ni adora,
y como todas viviera
si quisiera como todas.

Vase y sale el Capitán.

Capitán.

Con orden vengo del Rey
a que Ludovico oiga
la sentencia de su muerte.
Mas la puerta abierta y sola
la torre, ¿qué puede ser?
¡Soldados! ¿No hay quien responda?
¡Ah, guardas! ¡Traición, traición!

Salen el Rey, y Filipo, y Leogario.

Rey.

¿Qué das voces? ¿Qué pregonas?
¿Qué es esto?

Capitán.

Que Ludovico
falta, y que las guardas todas
han huido.

Leogario.

Yo, señor,
aquí vi entrar a Polonia.

Filipo.

¡Ay, cielos! Sin duda que ella
le dio libertad. No ignoras
que la sirve, y que mis celos
me incitan y me provocan
a seguillos. Hoy será
Hibernia segunda Troya.

                            Vase.

Rey.

Dadme un caballo, que quiero
seguirlos por mi persona.
¿Qué dos cristianos son éstos
que, con acciones dudosas,
uno mi quietud altera,
y el otro mi honor me roba?
Mas los dos serán despojos
de mis manos vengadoras,
que de mí no está seguro
aun su pontífice en Roma.

                          Vanse.

FIN DEL CUADRO I DE LA SEGUNDA JORNADA

[CUADRO II]

Sale Polonia huyendo herida, y Ludovico con una daga.

Polonia.

Ten la sangrienta mano,
ya que no por amante, por cristiano.
Lleva el honor y déjame la vida,
piadosamente a tu furor rendida.

Ludovico.

Polonia desdichada:
pensión de la hermosura celebrada
fue siempre la desdicha,
que no se avienen bien belleza y dicha.
Yo, el verdugo más fiero
que atrevido blandió mortal acero,
con tu muerte procuro
mi vida, pues con ella voy seguro.
Si te llevo conmigo,
llevo de mis desdichas un testigo
por quien podrán seguirme,
hallarme, conocerme y perseguirme.
Si te dejo con vida,
enojada te dejo, y ofendida,
para que seas conmigo
un enemigo más—¡y qué enemigo!—.
Luego, por buen consejo,
hago mal si te llevo y si te dejo.
Y así el mejor ha sido
que, fiero, infame, bárbaro, atrevido,
desleal, inhumano,
sin ley ni Dios, te mate por mi mano,
pues aquí sepultada
en las entrañas rústicas, guardada
desta robusta peña,
quedará mi desdicha, no pequeña;
y también, porque alcanza
mi furia un nuevo modo de venganza,
quedando satisfecho
de que mato a Filipo si en tu pecho
vive, y, porque me cuadre,
no a Filipo no más, sino a tu padre.
Causa primera fuiste
de mi deshonra triste,
y así has de ser primera
causa también de mi venganza fiera.

Polonia.

¡Ay de mí, que he querido
mi muerte fabricar! Gusano he sido
que labró por su mano
su sepulcro. ¿Eres hombre? ¿Eres cristiano?

Ludovico.

Demonio soy: acaba, dando indicio
de todo.

Polonia.

El dios me valga de Patricio.

Cae dentro.

Ludovico.

Cayó sobre las flores,
sembrando vidas, derramando horrores.
Así más libremente
escaparme podré, pues suficiente
hacienda me acompaña
para poder vivir rico en España
hasta que, disfrazado,
con el tiempo mudado,
vuelva a satisfacerme
de un traidor; que el agravio nunca duerme.
Mas, ¿dónde desta suerte
voy, pisando las sombras de la muerte?
El camino he perdido,
y quizá voy por donde inadvertido,
huyendo de tiranos,
por escaparme, dé en sus propias manos.
Si la vista no engaña,
albergue pobre y rústica cabaña
es ésta. En ella quiero
informarme.

Llama y responden dentro Locía y Paulín.

Polonia.

Ya prosigo.
Esa laguna cerca
todo el monte eminente,
y así, más fácilmente,
por ella está más cerca
un convento sagrado,
en medio de la isla fabricado.
Canónigos reglares
le habitan, y a su cargo
está el discurso largo
de avisos singulares,
de misas, confesiones,
ceremonias y muchas prevenciones
que debe hacer primero
quien padecer quisiere
en vida. ([Ap.] Pues no espere
este enemigo fiero
vencerme.)

Ludovico.

([Ap.
Mi esperanza
no ha de tener aquí desconfianza
viendo el mayor delito
presente. Aunque me ofrece
culpas en que tropiece,
vencerme solicito.)

Polonia.

([Ap.]
¡Con qué fuerte enemigo
me veo!)

Ludovico.

¿No prosigues?

Polonia.

Ya prosigo.

Ludovico.

Pues el discurso acorta,
porque el alma me avisa
que importa el irme aprisa.

Polonia.

A mí también me importa
que te vayas.

Ludovico.

Pues sea
diciéndome, mujer, por dónde vea
el camino.

Polonia.

Ninguna
persona de aquí pasa acompañada,
y así la esfera helada
de esa breve laguna,
en un barco pequeño
has de pasar, siendo absoluto dueño
de tus acciones. Llega,
que en la orilla está atado,
y en sólo Dios fiado,
los cristales navega
de ese piélago presto.

Ludovico.

A mí también me va la vida en esto,
y así al barco me entrego.
¡Qué horror al alma ofrece!
Un ataúd parece,
y yo, solo, navego
por esta nieve fría.

Éntrase dentro.

Polonia.

Pues no vuelvas atrás, sigue y confía.

Ludovico.

Vencí, vencí, Polonia,
pues que no me ha rendido
tu vista.

Polonia.

Yo he vencido,
en esta Babilonia
confusa, enojo y ira.

Ludovico.

Tu fingido semblante no me admira,
aunque tomases forma
para que yo dejase
el fin que sigo y que desconfiase.

Polonia.

Mal el temor te informa,
de ánimo pobre y de temores rico,
porque yo soy Polonia, Ludovico.
La misma a quien tú diste
muerte, que venturosa
hoy vive más dichosa
en este estado triste.

Ludovico.

Pues ya el alma confiesa
su culpa, y más de tu rigor le pesa,
mis errores perdona.

Polonia.

Sí hago, y tu intento apruebo.

Ludovico.

Mi fe conmigo llevo.

Polonia.

Esta sola te abona.

Ludovico.

Adiós.

Polonia.

Adiós.

Ludovico.

Él su rigor aplaque.

Polonia.

Y El con vitoria de ese horror te saque.

        Vanse.

Salen el Rey Egerio y Lesbia y Leogario y el Capitán.
Lesbia.

No hay rastro ninguno dellos.
Todo el monte, valle y sierra,
se ha examinado hoja a hoja,
rama a rama y peña a peña,
y no se ha hallado evidente
indicio que nos dé muestra
de sus personas.

Rey.

Sin duda
los ha tragado la tierra
para guardarlos de mí;
que en el cielo no estuvieran
seguros, no, ¡viven ellos!

Lesbia.

Ya el sol las doradas trenzas
estiende desmarañadas
sobre los montes y selvas,
para que te informe el día.

Sale Filipo.

Filipo.

Vuestra Majestad atienda
a la desdicha mayor,
más prodigiosa y más nueva
que el tiempo ni la fortuna
en fábulas representa.
Buscando a Polonia vine
por esas incultas selvas,
y habiendo toda la noche
pasado, señor, en ellas,
a la mañana salió
la aurora medio despierta,
toda vestida de luto
con nubes pardas y negras;
y con mal contenta luz
se ausentaron las estrellas,
que sola esta vez tuvieron
por venturosa la ausencia.
Discurriendo a todas partes,
vimos que las flores tiernas
bañadas en sangre estaban,
y, sembrados por la tierra,
despojos de una mujer.
Fuimos siguiendo las señas
hasta que llegamos donde,
a las plantas de una sierra,
en un túmulo de rosas,
estaba Polonia muerta.

Está sobre una peña Polonia, muerta.

Vuelve los ojos: verás
destroncada la belleza,
pálida y triste la flor,
la hermosa llama deshecha;
verás la beldad postrada,
verás la hermosura incierta,
y verás muerta a Polonia.

Rey.

¡Ay, Filipo, escucha, espera!
Que no hay en mí sufrimiento
con que resistirse puedan
tantos géneros de agravios,
tantos linajes de penas,
tantos modos de desdichas.
¡Ay, hija infeliz! ¡Ay, bella
prenda por mi mal hallada!

Lesbia.

El sentimiento no deja
aliento para quejarme.
¡Infeliz hermana, sea
compañera en tus desdichas!

Rey.

¿Qué mano airada y violenta
levantó sangriento acero
contra divinas bellezas?
Acabe el dolor mi vida.

Dentro Patricio.

Patricio.

¡Ay de ti, mísera Hibernia!
¡Ay de ti, pueblo infelice!,
si con lágrimas no riegas
la tierra, y días y noches
llorando ablandas las puertas
del cielo, que con candados
las tuvo tu inobediencia.
¡Ay de ti, pueblo infelice!
¡Ay de ti, mísera Hibernia!

Rey.

¿Qué voces, cielo, tan tristes
y lastimosas son éstas,
que me traspasan el pecho,
que el corazón me penetran?
Sabed quién de mi dolor
impide así la terneza.
¿Quién sino yo llora así,
y quién sino yo se queja?

Leogario.

Aquéste es, señor, Patricio,
que, después que dio la vuelta,
como tú sabes, a Irlanda,
de Roma, y después que en ella
le hizo el Pontífice obispo,
dignidad y preeminencia
superior, todas las islas
discurre desta manera.

Patricio.

¡Ay de ti, pueblo infelice!
¡Ay de ti, mísera Hibernia!

Sale Patricio.

Rey.

Patricio , que mi dolor
interrompes y mis penas
doblas con voces doradas
en falso veneno envueltas,
¿qué me persigues? ¿Qué quieres,
que así los mares y tierras
de mi estado, con engaños
y novedades alteras?
Aquí no sabemos más
que nacer y morir. Esta
es la doctrina heredada
en la natural escuela
de nuestros padres. ¿Qué Dios
es éste que nos enseñas,
que vida después nos dé,
de la temporal, eterna?
El alma, destituida
de un cuerpo, ¿cómo pudiera
tener otra vida allá,
para gloria o para pena?

Patricio.

Desatándose del cuerpo,
y dando a naturaleza
la porción humana, que es
un poco de barro y tierra,
y el espíritu subiendo
a la superior esfera,
que es centro de sus fatigas,
si en la gracia muere; y ésta
alcanza antes el bautismo,
y después la penitencia.

Rey.

Luego esta beldad, que aquí
en su sangre yace envuelta,
¿allá está viviendo agora?

Patricio.

Sí.

Rey.

Dame un rasgo, una muestra
de esa verdad.

Patricio.

([Ap.]
 Gran Señor,
volved vos por la honra vuestra.
Aquí os importa mostrar
de vuestro poder la fuerza.)

Rey.

¿No me respondes?

Patricio.

El cielo
querrá que responda ella.
En nombre de Dios te mando,
yerto cadáver, que vuelvas
a vivir, restituido
a tu espíritu, y des muestras
desta verdad, predicando
la dotrina verdadera.

Polonia.

¡Ay de mí! ¡Válgame el cielo!
¡Qué de cosas se revelan
al alma! ¡Señor, Señor,
detén la mano sangrienta
de tu justicia! ¡No esgrimas
contra una mujer sujeta
las iras de tu rigor,
los rayos de tu potencia!
¿Dónde me podré esconder
de tu semblante, si llegas
a estar enojado? Caigan
sobre mí montes y peñas.
Enemiga de mí misma,
hoy estimara y quisiera
esconderme de tu vista
en el centro de la tierra.
Mas, ¿cómo, si a todas partes
que mi desdicha me lleva
llevo conmigo mi culpa?
¿No veis, no veis que esa sierra
se retira, que ese monte
se estremece? El cielo tiembla,
desquiciado de sus polos,
y su fábrica perfeta
a mí me está amenazando
con su eminente soberbia.
El viento se me escurece,
el paso a mis pies se cierra,
los mares se me retiran;
sólo no me huyen las fieras,
que para hacerme pedazos
parece que se me acercan.
¡Piedad, gran Señor, piedad!
¡Clemencia, Señor, clemencia!
El santo bautismo pido,
muera en vuestra gracia, y muera.
Mortales, oíd, oíd:
Cristo vive, Cristo reina,
y Cristo es Dios verdadero.
¡Penitencia, penitencia!

                            Vase.

Filipo.

¡Gran prodigio!

Lesbia.

¡Gran milagro!

Capitán.

¡Qué admiración!

Leogario.

¡Qué grandeza!

Rey.

¡Gran encanto, grande hechizo!
¡Que esto sufra, esto consienta!

Todos.

¡Cristo es el Dios verdadero!

Rey.

¡Que tenga un engaño fuerza,
pueblo ciego, para hacer
maravillas como éstas,
y no tengas tú valor
para ver que la apariencia
te engaña! Y para que aquí
quede la vitoria cierta,
yo quiero rendirme como
arguyendo me convenza
Patricio. Atended, que así
nuestra disputa comienza.
Si fuera inmortal el alma,
de ningún modo pudiera
estar sin obrar un punto.

Patricio.

Sí, y esa verdad se prueba
en el sueño, pues los sueños,
cuantas figuras engendran,
son discursos de aquella alma
que no duerme, y como quedan
entonces de los sentidos
las acciones imperfetas,
imperfetamente forman
los discursos, y por esta
razón sueña el hombre cosas
que entre sí no se conciertan.

Rey.

Pues, siendo así, aquel instante,
o estuvo Polonia muerta,
o no. Si es que no lo estuvo,
y fue un desmayo, ¿qué fuerza
tuvo el milagro? No trato
desto; mas, si estuvo muerta,
en uno de dos lugares
estar aquel alma es fuerza,
que son o cielo o infierno:
tú, Patricio, nos lo enseñas.
Si en el cielo, no es piedad
de Dios que del cielo vuelva
ninguno al mundo, y que luego
éste condenarse pueda,
habiendo estado una vez
en gracia: verdad es cierta.
Si es que estuvo en el infierno,
no es justicia, pues no fuera
justicia que el que una vez
pena mereció, volviera
donde pudiera ganar
gracia, y es fuerza que sean
en Dios, justicia y piedad,
Patricio, una cosa mesma.
¿Pues dónde estuvo aquel alma?

Patricio.

Oye, Egerio, la respuesta.
Yo concedo que del alma
bautizada, centro sea
o la gloria o el infierno,
de donde salir no pueda
por el especial decreto,
hablando de la potencia
ordinaria, pero hablando
de la absoluta, pudiera
Dios del infierno sacarla.
Pero no es la cuestión ésta.
Que va a uno de dos lugares
el alma, es bien que se entienda,
cuando se despide el alma
del cuerpo en mortal ausencia
para no volver a él,
mas, cuando ha de volver, queda
en estado de viadora,
y así se queda suspensa
en el universo, como
parte dél, sin que en él tenga
determinado lugar,
que la suma omnipotencia
antevió todas las cosas
desde que su misma esencia
sacó esta fábrica a luz
del ejemplar de su idea,
y así vio este caso entonces,
y seguro de la vuelta
que había de hacer aquel alma,
la tuvo entonces suspensa,
sin lugar y con lugar.
Teología sacra es ésta,
con que queda respondido
a tu argumento. Y aún queda
otra cosa que advertir:
que hay más lugares que piensas,
de la pena y de la gloria
que dices, y es bien que sepas
otro, que es el purgatorio,
donde el alma a purgar entra,
habiendo muerto en la gracia,
las culpas que dejó hechas
en el mundo, porque nadie
entra en el cielo con ellas,
y así allí se purifica,
se acrisola, allí se acendra,
para llegar limpia y pura
a la divina presencia.

Rey.

Esto dices tú, y no tengo
muestra ni señal más cierta
que tu voz. Dame un amago,
dame un rasgo, una luz de esa
verdad, y tóquela yo
con mis manos, porque vea
que lo es. Y pues que puedes
tanto con tu Dios, impetra
su gracia. Pídele tú
que, para que yo le crea,
te dé un ente real, que todos
le toquen; no todos sean
entes de razón. Y advierte
que sólo un hora te queda
de plazo, y en ella hoy
me has de dar señales ciertas
de la pena y de la gloria,
o has de morir. Vengan, vengan
los prodigios de tu Dios
donde los tengamos cerca.
Y por si no merecemos
nosotros glorias ni penas,
dénos ese purgatorio,
que ni uno ni otro sea,
donde todos conozcamos
su divina omnipotencia.
La honra de tu Dios te va,
dile a El que la defienda.

Vanse todos.

Patricio.

Aquí, Señor inmenso y soberano,
tus iras, tus venganzas, tus castigos
rompan los escuadrones enemigos
de una ignorancia, de un error profano.
No piadoso procedas, pues en vano
a tus contrarios tratas como amigos,
y, ya que a tu poder buscan testigos,
rayos esgrima tu sangrienta mano.
Rigores te pidió el celo de Elías,
y la fe de Moisés pidió portentos,
y, aunque suyas no son las voces mías,
penetrarán el cielo sus acentos,
pidiéndote, Señor, noches y días,
portentos y rigores, porque atentos
a glorias y a tormentos,
por sombras, por figuras, sea notorio
al mundo, cielo, infierno y purgatorio.

Baja un Ángel Bueno, y sale otro Malo.

Ángel Malo.

Temeroso de que el cielo
descubra a Patricio santo
este prodigio, este encanto,
mayor tesoro del suelo,
quise, de rigores lleno,
como ángel de luz, venir
a turbar y prevenir,
vertiendo rabia y veneno,
su petición.

Ángel Bueno.

No podrás,
monstruo cruel, porque soy
quien en su defensa estoy.
Enmudece, no hables más.
Patricio, tu petición
oyó Dios, y así ha querido
dejarte favorecido
con esta revelación.
Busca en estas islas una
cueva, que es en su horizonte
la bóveda de ese monte
y el freno de esa laguna,
y el que entrare osado a vella
con contrición, confesados
antes todos sus pecados,
tendrá el purgatorio en ella.
En ella verá el infierno,
y las penas que padecen
los que en sus culpas merecen
tormentos de fuego eterno;
verá una iluminación
de la gloria y paraíso,
pero dase cierto aviso:
que aquél que sin contrición
entrare, por sólo ver
los misterios de la cueva,
su muerte consigo lleva,
pues entrará a padecer
mientras que Dios fuere Dios;
el cual, por favor segundo,
de las fatigas del mundo
hoy te sacará, y los dos
os veréis en la región
del empíreo soberano,
subiendo a ser ciudadano
de la celestial Sïón,
dejando el mayor indicio
del milagro más notorio
del mundo, en el purgatorio
que llamen de san Patricio.
Y en prueba de que es verdad
un milagro tan divino,
aquesta fiera que vino
a profanar tu piedad
llevaré al obscuro abismo,
prisión, calabozo y centro,
porque se atormenten dentro
su envidia y veneno mismo.

Cúbrese la apariencia.

Patricio.

¡Gloria los cielos te den,
inmenso Señor, pues sabes
con maravillas tan graves
volver por tu honor tan bien!
¡Egerio!

Salen todos.

Rey.

¿Qué quieres?

Patricio.

Ven
por este monte conmigo,
y cuantos vienen contigo
me sigan, y en él verán
imágenes donde están
juntos el premio y castigo.
Verán un amago breve
de un prodigio dilatado,
un milagro continuado,
a cuya grandeza debe
admiración quien se atreve
a descifrar su secreto;
verán un rasgo perfeto
de maravillas que están
guardadas aquí; y verán
infierno y gloria en efeto.

Rey.

Mira, Patricio, que vas
entrando a una parte donde
aun la luz del sol se esconde,
que aquí no llegó jamás.
El monte que viendo estás,
ningún hombre ha sujetado,
que su camino intrincado,
en tantos siglos no ha sido
de humana planta seguido,
de inculta fiera pisado.

Filipo.

Los naturales que aquí
largas edades vivimos,
a ver no nos atrevimos
los secretos que hay ahí,
porque se defiende a sí
tanto la entrada importuna
que no hay persona ninguna
que pase por su horizonte
los peñascos de ese monte,
las ondas de la laguna.

Rey.

Sólo con agüeros graves
oímos, por más espanto,
el triste, el funesto canto
de las más noturnas aves.

Filipo.

De penetralle no acabes.

Patricio.

  No os cause el temor desvelos,
que tesoro de los cielos
se guarda aquí.

Rey.

¿Qué es temor?
¿Pueden a mí darme horror
volcanes y mongibelos?
Cuando con asombro sumo
llamas los centros suspiren,
rayos las esferas tiren,
diluvios de fuego y humo,
de mi valor no presumo
que me dé temor.

Sale Polonia.

Polonia.

Detente,
pueblo bárbaro, imprudente
y osado. Con paso errante
no pases más adelante,
que está tu desdicha enfrente.
Huyendo de mí misma, he penetrado
deste rústico monte la espesura,
cuyo ceño, de robles coronado,
amenazó del sol la lumbre pura,
porque en su oscuro centro, sepultado
mi delito, viviese más segura,
hallando puerto en seno tan profundo
a los airados piélagos del mundo.
Llegué a esta parte, sin haber tenido
norte que me guïase, porque es tanta
su soberbia que nunca ha consentido
muda impresión de conducida planta
su semblante intrincado y retorcido,
que visto admira, que admirado espanta,
causando asombros con inútil guerra:
misterio incluye, maravilla encierra.
¿No ves ese peñasco que parece
que se está sustentando con trabajo,
y con el ansia misma que padece
ha tantos siglos que se viene abajo?
Pues mordaza es que sella y enmudece
el aliento a una boca, que debajo
abierta está, por donde con pereza
el monte melancólico bosteza.
Esta, pues, de cipreses rodeada,
entre los labios de una y otra peña,
descubre la cerviz desaliñada,
suelto el cabello, a quien sirvió de greña
inútil yerba, aun no del sol tocada,
donde en sombras y lejos nos enseña
un espacio, un vacío, horror del día,
funesto albergue de la noche fría.
Yo quise entrar a examinar la cueva
para mi habitación. Aquí no puedo
proseguir, que el espíritu se eleva,
desfallece la voz, crece el denuedo.
¡Qué nuevo horror, qué admiración tan nueva
os contara, a no ser tan dueño el miedo,
helado el pecho y el aliento frío,
de mi voz, de mi acción, de mi albedrío!
Apenas en la cueva entrar quería,
cuando escucho en sus cóncavos, veloces
—como de quien se queja y desconfía
de su dolor—, desesperadas voces.
Blasfemias, maldiciones sólo oía,
y repetir delitos tan atroces,
que pienso que los cielos, por no oíllos,
quisieron a esa cárcel reducillos.
Llegue, atrévase, ose el que lo duda;
entre, pruebe, examine el que lo niega;
verá, sabrá y oirá, sin tener duda,
furias, penas, rigores, cuando llega;
porque mi voz absorta, helada y muda,
a miedo, espanto, novedad se entrega,
y no es bien que se atrevan los humanos
a secretos del cielo soberanos.

Patricio.

Esta cueva que ves, Egerio, encierra
misterios de la vida y de la muerte;
pero falta decirte cuánto yerra
quien en pecado su misterio advierte.
Pero el que confesado se destierra
el temor, y con pecho osado y fuerte
entrare aquí, su culpa remitida
verá y el purgatorio tendrá en vida.

Rey.

¿Piensas, Patricio, que a mi sangre debo
tan poco, que me espante ni me asombre,
o que como mujer temblando muero?
Decid, ¿quién de vosotros será el hombre
que entre? ¿Callas, Filipo?

Filipo.

No me atrevo.

Rey.

Tú, capitán, ¿no llegas?

Capitán.

Sólo el nombre
me atemoriza.

Rey.

¿Atréveste, Leogario?

Leogario.

Es el cielo, señor, mucho contrario.

Rey.

¡Oh, cobardes, oh, infames, hombres viles,
indignos de ceñir templado acero,
sino de sólo adornos mujeriles!
Pues yo he de ser, villanos, quien primero
los encantos estraños y sutiles
deslustre de un cristiano, un hechicero.
Mirad en mí, con tan valiente estremo,
que ni temo su horror, ni a su Dios temo.

Aquí se ha descubierto una boca de una cueva, lo más horrible
que se pueda imitar, y dentro della está un escotillón, y en
poniéndose en él Egerio, se hunde con mucho ruido, y suben
llamas de abajo, oyéndose muchas voces.

Polonia.

¡Qué asombro!

Leogario.

¡Qué prodigio!

Filipo.

¡Qué portento!

Capitán.

Llamas el centro de la tierra espira.

                    Vase.

Leogario.

Los ejes rotos vi del firmamento.

                    Vase.

Polonia.

El cielo desató toda su ira.

                    Vase.

Lesbia.

La tierra se estremece y gime el viento.

                    Vase.

Patricio.

La mano vuestra, gran Señor, admira
vuestros contrarios.

                    Vase.

Filipo.

¿Quién será el sin juicio
que entre en el purgatorio de Patricio?
                    
                    Vase.