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El raigón

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El raigón
de Félix María Samaniego

Mientras ausente estaba

un pobre labrador de su alquería,

su mujer padecía

dolor de muelas. Esto lo causaba

un raigón que, metido

en la encía, tenía carcomido.

En el lugar hacía de barbero

un mancebo maulero

a quien ella quería,

por lo cual mandó a un chico que tenía

le buscase y dijese

que a sacarla un raigón luego viniese.

El rapabarbas, como no era payo,

vino con el recado como un rayo,

y para hacer la cura

se encerró con la moza. ¡ Qué diablura!

A veces son los niños de importancia

para que en la ignorancia

no se queden mil cosas

picantes y graciosas;

digo esto porque nunca se sabría

lo que el barbero con la moza hacía

a no ser por el chico marrullero,

que curioso atisbó en el agujero

de la llave la diestra sacadura

del raigón. Repitamos: ¡ qué diablura!

La operación quirúrgica acabose

y el barbero marchose

dejando a la paciente mejorada,

mas del tirón bastante estropeada,

mientras el chico, alerta,

a su padre esperó puesto a la puerta.

Este, a comer viniendo presuroso,

preguntole al muchacho cuidadoso:

-¿ Está mejor tu madre?

Y el chico dijo: -Ya está buena, padre;

porque a poco que vino

el barbero a curarla

quiso el raigón sacarla,

y se encerraron para... ya usté sabe;

bien que yo por el ojo de la llave

pude con disimulo

ver que no sacó muela,

sino que estuvo... amuela que te amuela,

dale... y la sacó al fin de junto al culo

un raigón... de un tercia, goteando,

con sus bolas colgando;

y al mirarlo, en voz alta

dijo mi madre: « ¡ Ay, cómo se hace falta! »

En todas ocasiones,

al buen entendedor, pocas razones;

dígolo porque luego

que éstas oyó el buen hombre, echando fuego

por los ojos, a su hijo:

-Ve corriendo, le dijo;

di al barbero que en nada se detenga

y a sacarme un raigón al punto venga,

que yo entre tanto prevendré una estaca;

veremos si se lleva lo que saca

ese bribón malvado

cuando hace falta lo que se ha llevado.

Partió a carrera abierta

el chico, y con la tranca de la puerta

el padre prevenido,

a quien le había así favorecido

con intención dañosa,

esperó, sin decir nada a su esposa.

Erramos los mortales

en nuestros juicios intelectuales;

bien el proverbio aquí lo manifiesta:

«Quien con niños se acuesta...»

Pues, como iba diciendo de mi cuento,

el chico en un momento,

llegó a la barbería,

llamó al autor de la bellaquería

y le dio su recado.

El hombre, descuidado,

tomó capa y gatillo,

y ya se iba a marchar con el chiquillo

cuando, por su fortuna,

de sus ventosidades soltó una;

lo que el muchacho oyendo

le dijo sonriendo:

-Bien puede usted, maestro, ahora aflojarse,

que pronto ha de ensuciarse,

pues mi padre, enfadado,

del raigón que a mi madre le ha sacado

porque falta le hacía

la tranca de la puerta prevenía;

y es que, sin duda, intenta

de lo que usté sacó tomarle cuenta.

Cuando esto oyó el barbero,

soltó capa y sombrero

y le dijo: -Para esa paparrucha

no es menester que vaya yo. Hijo, escucha:

corre y dile a tu padre

que le meta a tu madre,

si le hace falta, en el lugar vacío,

otro raigón que tiene igual al mío.