El raigón
Mientras ausente estaba
un pobre labrador de su alquería,
su mujer padecía
dolor de muelas. Esto lo causaba
un raigón que, metido
en la encía, tenía carcomido.
En el lugar hacía de barbero
un mancebo maulero
a quien ella quería,
por lo cual mandó a un chico que tenía
le buscase y dijese
que a sacarla un raigón luego viniese.
El rapabarbas, como no era payo,
vino con el recado como un rayo,
y para hacer la cura
se encerró con la moza. ¡ Qué diablura!
A veces son los niños de importancia
para que en la ignorancia
no se queden mil cosas
picantes y graciosas;
digo esto porque nunca se sabría
lo que el barbero con la moza hacía
a no ser por el chico marrullero,
que curioso atisbó en el agujero
de la llave la diestra sacadura
del raigón. Repitamos: ¡ qué diablura!
La operación quirúrgica acabose
y el barbero marchose
dejando a la paciente mejorada,
mas del tirón bastante estropeada,
mientras el chico, alerta,
a su padre esperó puesto a la puerta.
Este, a comer viniendo presuroso,
preguntole al muchacho cuidadoso:
-¿ Está mejor tu madre?
Y el chico dijo: -Ya está buena, padre;
porque a poco que vino
el barbero a curarla
quiso el raigón sacarla,
y se encerraron para... ya usté sabe;
bien que yo por el ojo de la llave
pude con disimulo
ver que no sacó muela,
sino que estuvo... amuela que te amuela,
dale... y la sacó al fin de junto al culo
un raigón... de un tercia, goteando,
con sus bolas colgando;
y al mirarlo, en voz alta
dijo mi madre: « ¡ Ay, cómo se hace falta! »
En todas ocasiones,
al buen entendedor, pocas razones;
dígolo porque luego
que éstas oyó el buen hombre, echando fuego
por los ojos, a su hijo:
-Ve corriendo, le dijo;
di al barbero que en nada se detenga
y a sacarme un raigón al punto venga,
que yo entre tanto prevendré una estaca;
veremos si se lleva lo que saca
ese bribón malvado
cuando hace falta lo que se ha llevado.
Partió a carrera abierta
el chico, y con la tranca de la puerta
el padre prevenido,
a quien le había así favorecido
con intención dañosa,
esperó, sin decir nada a su esposa.
Erramos los mortales
en nuestros juicios intelectuales;
bien el proverbio aquí lo manifiesta:
«Quien con niños se acuesta...»
Pues, como iba diciendo de mi cuento,
el chico en un momento,
llegó a la barbería,
llamó al autor de la bellaquería
y le dio su recado.
El hombre, descuidado,
tomó capa y gatillo,
y ya se iba a marchar con el chiquillo
cuando, por su fortuna,
de sus ventosidades soltó una;
lo que el muchacho oyendo
le dijo sonriendo:
-Bien puede usted, maestro, ahora aflojarse,
que pronto ha de ensuciarse,
pues mi padre, enfadado,
del raigón que a mi madre le ha sacado
porque falta le hacía
la tranca de la puerta prevenía;
y es que, sin duda, intenta
de lo que usté sacó tomarle cuenta.
Cuando esto oyó el barbero,
soltó capa y sombrero
y le dijo: -Para esa paparrucha
no es menester que vaya yo. Hijo, escucha:
corre y dile a tu padre
que le meta a tu madre,
si le hace falta, en el lugar vacío,
otro raigón que tiene igual al mío.