El remedio en su desdichaEl remedio en su desdichaFélix Lope de Vega y CarpioActo I
Acto I
Salen JARIFA y ABINDARRÁEZ,
cada uno por su lado, sin verse
ABINDARRÁEZ:
Verdes y hermosas plantas,
que el sol con rayos de oro y ojos tristes
ha visto veces tantas,
cuantas ha que de un alma el cuerpo fuistes;
laureles, que tuvistes
hermosura y dureza
si no es el alma agora
como fué la corteza,
enternézcaos de un hombre la tristeza,
que un imposible adora.
JARIFA:
Corona vencedora
de ingenios y armas, Dafne, eternamente,
por quien desde el aurora
hasta la noche llora tiernamente
el sol resplandeciente:
si no habéis de ablandaros
al son del llanto mío,
¿de qué sirve cansaros,
Y mi imposible pretensión contaros,
que al viento sólo envío?
ABINDARRÁEZ:
Claro, apacible río,
que con el de mis lágrimas to aumentas,
oye mi desvarío,
pues que con él tus aguas acrecientas.
razón será que sientas
mis lágrimas y daños,
pues sabes que me debes
las que por mis engaños
llorar me has visto tan prolijos años,
y por bienes tan breves.
JARIFA:
Porque tu curso lleves,
famoso río, con mayor creciente,
y la margen renueves
que en tus orillas hizo la corriente
de aquella inmortal fuente,
que a mis ojos envía
el corazón más triste
que ha visto en su tardía
carrera el sol en el más largo día,
hoy a mi llanto asiste.
ABINDARRÁEZ:
Jardín, que adorna y viste
de tantas flores bellas Amaltea:
aquí, donde tuviste
aquella primavera que hermosea,
cuando por ti pasea;
aguas, yerbas y flores,
aquí vengo a quejarme,
y no de sus rigores,
sino de un imposible mal de amores,
que ya quiere acabarme.
JARIFA:
Si para lamentarme,
aquí, donde perdí mi libre vida,
lugar no quieren darme
el blando río y planta endurecida,
al cielo es bien que pida
piadoso oído atento.
Oídme, cielo hermoso;
óyeme, Amor, contento
de haber triunfado de mi libre intento
con arco poderoso.
ABINDARRÁEZ:
Si hay algún dios piadoso
para con los amantes, y si alguno
de este mal amoroso
probó el rigor, tan fiero y importuno;
pues no hay amor ninguno
que pueda ser tan fiero,
o me remedie o mate;
que por mi hermana muero,
y en tan dulce imposible desespero:
tal es quien me combate.
JARIFA:
Al último remate
de mi cansada vida, al postrer dejo,
cuando no es bien que trate
de buscar medicina ni consejo,
como cisne me quejo.
Fiero Amor, inhumano,
mi hermano adoro y quiero,
por imposibles muero.
Vanse
ABINDARRÁEZ:
¡Jarifa!
JARIFA:
¡Abindarráez!
ABINDARRÁEZ:
¡Hermana!
JARIFA:
¡Hermano!
ABINDARRÁEZ:
Dame esos brazos dichosos.
JARIFA:
Dadme vos los vuestros caros.
ABINDARRÁEZ:
¡Ay, ojos bellos y claros!
JARIFA:
¡Ay, ojos claros y hermosos!
ABINDARRÁEZ:
¡Ay, divina hermana mía!
JARIFA:
¡Ay, hermano mío gallardo!
ABINDARRÁEZ:
(¡Qué nieve cuando más ardo! (-Aparte-)
JARIFA:
(¡Qué fuego entre nieve fría!) (-Aparte-)
ABINDARRÁEZ:
(¿Qué esperas, tiempo inhumano?) (-Aparte-)
JARIFA:
Tiempo inhumano, ¿qué esperas? (-Aparte-)
ABINDARRÁEZ:
(¡Ah, si mi hermana no fueras!) (-Aparte-)
JARIFA:
(¡Ah, si no fueras mi hermano!) (-Aparte-)
ABINDARRÁEZ:
Señora, ¿de qué sabéis
que hermanos somos los dos?
JARIFA:
De lo que yo os quiero a vos,
y vos a mí me queréis.
Todos nos llaman ansí,
y nuestros padres también;
que, a no serlo, no era bien
dejarnos juntos aquí.
ABINDARRÁEZ:
Si ese bien, señora mía,
por no serlo he de perder,
vuestro hermano quiero ser,
y gozaros noche y día.
JARIFA:
Pues tú, ¿qué bien pierdes, di,
por ser hermanos los dos?
ABINDARRÁEZ:
A mí me pierdo y a vos.
¡Ved si es poco a vos y a mí!
JARIFA:
Pues a mí me parecía
que a nuestros amores llanos
obligaba el ser hermanos,
y que otra causa no había.
ABINDARRÁEZ:
Sola esa rara hermosura
a mí me pudo obligar,
ese ingenio singular
y esa celestial blandura,
esos ojos, luz del día,
esa boca y esas manos;
porque esto de ser hermanos,
antes me ofende y resfría.
JARIFA:
No es justo que en el amor,
Abindarráez, tan justo,
de hermanos, halles disgusto,
siendo el más limpio y mejor.
Amor que celos no sabe,
amor que pena no tiene,
a mayor perfeción viene,
y a ser más dulce y süave.
Quiéreme bien como hermano.
No to aflijas ni desveles;
sigue el camino que sueles,
verdadero, cierto y llano;
que amor, que no tiene al fin
otro fin en que parar,
es el más perfeto amar;
que es al fin amar sin fin.
ABINDARRÁEZ:
¡Ah, hermana! ¡pluguiera a Alá
que vuestro hermano no fuera,
y que este amor fin tuviera,
que el de mi vida será,
y que celos y querellas
tuviera más que llorar
que arenas tiene la mar
y que tiene el cielo estrellas!
Por bienes que son tan raros
era poco un mal eterno;
que penas, las del infierno
eran pocas por gozaros.
Mas, pues vuestro hermano fuí,
no despreciéis mi deseo.
JARIFA:
Antes le estimo, y te creo.
ABINDARRÁEZ:
¿Pediréte algo?
JARIFA:
Sí.
ABINDARRÁEZ:
¿Sí?
JARIFA:
Sí, pues.
ABINDARRÁEZ:
¿Qué te pediré?
JARIFA:
Lo que te diere más gusto:
todo entre hermanos es justo.
ABINDARRÁEZ:
No fue justo, pues que fue.
Ahora bien: dame una mano,
y pondréla entre estas dos,
por ver si así quiere Dios
que sepa que soy tu hermano.
JARIFA:
¿Aprietas?
ABINDARRÁEZ:
Doyla tormento
porque diga la verdad;
que es jüez mi voluntad,
y potro mi pensamiento.
Con los diez dedos te aprieto,
cordeles de mi rigor,
siendo verdugo el Amor,
que es riguroso en efeto.
Pues agua no ha de faltar,
que bien la darán mis ojos;
di verdad a mis enojos.
JARIFA:
Paso, que es mucho apretar;
que no lo sé, por tu vida.
ABINDARRÁEZ:
Yo no to pregunto a ti.
JARIFA:
¿Ha de hablar la mano?
ABINDARRÁEZ:
Sí.
Bien podéis, mano querida
Pero mi pregunta es vana,
y ella calla en el tormento.
A lo menos, en el tiento
no sabe a mano de hermana.
¿Que al fin lengua te faltó?
Dirne, blanca, hermosa mano
¿soy su hermano? Digo "hermano,"
y responde el eco "no."
Testigos quiero tomar.
JARIFA:
¿Qué testigos?
ABINDARRÁEZ:
Esos ojos,
a quien por justos despojos
mil almas quisiera dar.
¿No respondéis? Culpa os doy,
lenguas de fuego inhumano.
no me miran como a hermano;
no es posible que lo soy.
Pues ¿preguntaré a la boca?
Esta no dirá verdad,
cuando pura voluntad
el instrumento no toca.
Pues ¿a los tiernos oídos?
Pero ya con escucharme,
o pretenden consolarme
o quitarme los sentidos.
El gusto, si está olvidado,
¿qué pregunta le he de hacer?
Que el gusto de la mujer
no quiere ser preguntado.
Mas ¿qué importa, ojos, oídos,
boca, manos, gusto, haceros
testigos, si he de perderos
sólo porque sois queridos?
Dése, pues, ya la sentencia
en que sea el cuerpo hermano,
y el alma no; que es en vano
querer que tenga paciencia;
pero, aunque vencido estoy
y a la muerte condenado,
quiero morir coronado,
pues como víctima voy.
Dadme, hermosas flores bellas,
rubí, zafir y esmeralda
para hacer una guirnalda.
Compone una guirnalda
JARIFA:
Bien es que te adornes de ellas.
Triunfa de mi loco amor
y de mi seso perdido;
que, aunque piensas por vencido,
yo sé que es por vencedor.
Pon la rosa carmesí
de mi prestada alegría,
y mi celosa porfía
en el lirio azul-turquí;
en el alhelí pajizo
mi desesperado ardor,
y en la violeta el amor
que mi voluntad deshizo;
mi imposible en el jazmín
blanco, sin dar en el blanco.
ABINDARRÁEZ:
¡Cuánto se te muestra franco
el cielo, hermoso jardín!
Bella guirnalda he tejido,
ciña mis dichosas sienes. Pónese la guirnalda
JARIFA:
Galán por extremo vienes.
ABINDARRÁEZ:
Y coronado y vencido.
JARIFA:
Muestra, pondrémela yo.
¿Qué te parece de mí?
¿No estoy buena?
ABINDARRÁEZ:
Mi bien, sí.
JARIFA:
¿Soy tu hermana?
ABINDARRÁEZ:
Mi bien, no;
y en lo que os quiero me fundo.
JARIFA:
Dime ya tu parecer.
ABINDARRÁEZ:
Hoy acabáis de vencer,
como otro Alejandro, el mundo.
Parece que agora en él
no cabe vuestra persona,
y que os laurea y corona
por reina y señora de él.
JARIFA:
Si así fuera, dulce hermano,
vuestra fuera la mitad.
ABINDARRÁEZ:
¿Tanto bien a mi humildad?
Dadme vuestra hermosa mano. Salen ZORAIDE y ALBORÁN
ZORAIDE:
¿Eso dicen en Granada
del buen Fernando?
ALBORÁN:
Esta nueva
agora la fama lleva.
ZORAIDE:
Tu buen suceso me agrada
no hay a quien amor no deba.
ALBORÁN:
Es muy propio del valor
obligar al tierno amor
desde el propio hasta el extraño.
no habrá más guerras este año,
que ansí lo dice Almanzor.
ZORAIDE:
¿Traes cartas?
ALBORÁN:
Señor, sí.
ABINDARRÁEZ:
Nuestro padre.
ZORAIDE:
¡Oh hijos caros!
huélgome mucho de hallaros
en esta ocasión aquí.
Llegad, que quiero abrazaros.
ABINDARRÁEZ:
Sin duda trae Alborán
Buenas nuevas.
ZORAIDE:
No me dan
poco gusto, si este invierno
descansare del gobierno
de militar capitán.
ABINDARRÁEZ:
¿Dejó Fernando la guerra?
ALBORÁN:
Por este año está olvidada.
ZORAIDE:
Colguemos todos la espada,
y esté segura la tierra,
y la frontera guardada;
que harto el cuidado me aprieta
en defender a Cartama,
porque jamás en la cama
me halló el sol ni la trompeta,
que la gente al campo llama.
Fernando es ido a Toledo
seguro pienso que quedo
de dejar la casa. Ven,
responderé al Rey y a Hacén
cuánto agradecerles puedo.
O quédate, si por dicha
Abindarráez quisiere
saber nuevas.
ABINDARRÁEZ:
No hay que espere
después de la nueva dicha.
(Aquí mi esperanza muere.) (-Aparte-)
ZORAIDE:
Ven tú, Jarifa, que tengo
que hablarte.
JARIFA:
Adiós. Luego vengo. Vanse JARIFA y ZORAIDE
ABINDARRÁEZ:
(¿Que aquí mi padre se queda? (-Aparte-)
¿Posible es que vivir pueda
La esperanza que entretengo?)
Alborán, ¿que no hay jornada?
ALBORÁN:
Ya el cristiano ha recogido
sobre la pica ferrada
el tafetán descogido
de la bandera cruzada.
Ya Mendozas y Guzmanes,
Leivas, Toledos, Bazanes,
Enríquez, Rojas, Girones,
Pachecos, Lasos, Quiñones,
Pimenteles y Lujanes,
truecan las armas por galas,
por música el atambor,
y por las plazas las salas,
y a Belona por Amor,
a quien nacen nuevas alas.
Ya Bencerrajes, Zegríes,
Zaros, Muzas, Alfaquíes,
Abenabós, Albenzaides,
Mazas, Gomeles y Zaides,
Hacenes y Almoradíes
dejan lanzas, toman varas,
juegan cañas, corren yeguas;
que se escuchan a dos leguas
los relinchos y algazaras
con que celebran las treguas.
ABINDARRÁEZ:
¿Abencerrajes dijiste?
Pues ¿han quedado en Granada
después del suceso triste?
ALBORÁN:
Fuése la lengua engañada
al nombre ilustre que oíste;
Que ya no hay en todo el mundo
Sino tú.
ABINDARRÁEZ:
¿Cómo?
ALBORÁN:
No digo
sino que eres tú segundo
al valor de que es testigo
cielo, tierra y mar profundo.
ABINDARRÁEZ:
No, Alborán, eso me di.
Dame esa mano.
ALBORÁN:
Mancebo,
¡Qué deudos perder te vi!
Reviente con llanto nuevo
el alma de nuevo aquí.
No te miro vez alguna,
que de su triste fortuna
y próspera no me acuerde.
A nadie de vista pierde
La envidia, aunque esté en la luna.
Aún veo en viles espadas
las cabezas separadas
de aquellos ilustres cuellos,
y asidas de los cabellos,
en el Alhambra clavadas.
Aún corre la sangre aquí,
y aún aquí la envidia aleve
me parece que la bebe.
¡Oh vil Gomel, vil Zegrí!
¿Lloras?
ABINDARRÁEZ:
Su historia me mueve.
Pero dime, Alborán, así los cielos
te dejen ver el fin de tu esperanza,
y lo que quieres bien gozar sin celos;
ansí en el campo tu gallarda lanza
y en la plaza tu caña sea famosa,
y el Rey te dé su Alhambra en confianza;
ansí de amiga cara o dulce esposa,
si de ellos tienes esperanzas vanas,
alcances hijos, sucesión dichosa;
y de ellos, en moriscas africanas,
los nietos, que colgados de tu cuello,
con tiernas manos jueguen con tus canas;
ansí primero veas su cabello
nevado que tu muerte, y lleno acabes
de fama y años, que Alá puede hacello,
que me digas, pues sé yo que lo sabes,
si soy yo Bencerraje, y si deciendo
de los que alabas y es razón que alabes,
o, como por ventura estoy temiendo,
soy hijo del alcaide de Cartama,
puesto que la verdad del alma ofendo;
que por la fe que el noble estima y ama,
de guardarte secreto eternamente.
Dime tú lo que dicen alma y fama.
ALBORÁN:
¡Oh ilustre y generoso decendiente
de aquellos malogrados Bencerrajes
por su valor y envidia juntamente!
¡Oh reliquia de aquellos dos linajes!
¡Oh fénix de su muerte a sangre y fuego,
porque mejor de los aromas bajes!
En este punto de Granada llego,
y el traer sangre tuya en la memoria
--Que casi te la doy en llanto ciego--
Ha hecho que te obligue con su historia,
que ya la sabes por ajena fama,
a restaurar su antiguo nombre y gloria.
No es tu padre el alcaide de Cartama;
que puesto que es tan noble, fue Selimo...
Pero el Alcaide, como ves, me llama.
No puedo detenerme.
ABINDARRÁEZ:
Tanto estimo...
ALBORÁN:
Venme después a hablar.
ABINDARRÁEZ:
¿Que así me dejas?
ALBORÁN:
Perdona un poco.
Vase
ABINDARRÁEZ:
Mi esperanza animo.
Cierre la puerta el alma a tantas quejas.
Hermosas, claras, cristalinas fuentes,
jardines frescos, celebrados árboles,
que aquí me vistes de Jarifa hermano,
ya no soy el hermano de Jarifa;
ya puedo ser su amante y ser su esposo
dad todos parabién a Abindarráez.
Ya no soy aquel triste Abindarráez
que os daba tanto llanto, puras fuentes;
ya no escribiré hermano, sino esposo,
por las cortezas de los verdes árboles.
Pero, si no me quiere mi Jarifa,
¿Cuánto mejor me fuera ser su hermano?
Mas, aunque no me quiera, el ser su hermano
ya quita la esperanza a Abindarráez
de la gloria que el alma ve en Jarifa.
dirán que esto es verdad las sordas fuentes,
y sus hojas harán lenguas los árboles.
Tanto es el bien de poder ser su esposo.
Si sólo el ser posible ser su esposo
estorbaba del todo el ser su hermano,
jardines, hiedras, flores, plantas, árboles,
aquí, donde lloraba Abindarráez,
hechos sus ojos caudalosas fuentes,
aquí se llama esposo de Jarifa.
¡Cielos ! ¿Que gozar puedo de Jarifa?
¿Que ya es posible que yo sea su esposo?
Riendo lo murmuran estas fuentes,
que me llamaron tristemente hermano.
Decid que soy su esposo Abindarráez;
que el viento os dará voz, amigos árboles.
¡Qué de veces al pie de aquestos árboles
miré los bellos ojos de Jarifa,
y ella me dijo, "¡Hermano Abindarráez!"
Pues ya su esposo soy, no soy su hermano,
o a lo menos ya puedo ser su esposo.
Decídselo, si vuelve, claras fuentes.
Fuentes, ya cesa el llanto; verdes árboles,
ya parto a ser esposo de Jarifa,
Que ya no soy su hermano Abindarráez.
Vase.
Salen NARVÁEZ y NUÑO
NARVÁEZ:
Bañaba el sol la crespa y dura cresta
del fogoso león por alta parte,
cuando Venus lasciva y tierno Marte
en Chipre estaban una ardiente siesta.
La diosa, por hacerle gusto y fiesta,
la túnica y el velo deja aparte;
sus armas toma, y de la selva parte,
del yelmo y plumas y el arnés compuesta.
Pasó por Grecia, y Palas vióla en Tebas,
y díjole, "Esta vez tendrá mi espada
vitoria igual de tu cobarde acero."
Venus le respondió, "Cuando te atrevas,
verás cuánto mejor te vence armada
la que desnuda te venció primero."
NUÑO:
Oyendo he estado hasta el fin,
si en historias tengo parte,
ésa de Venus y Marte,
desarmado en el jardín;
y que Palas la vió en Tebas,
y vencerla quiso armada,
porque cortase su espada
desde la gola a las grevas;
y que Venus respondió
--Que es todo filatería--
que armada la vencería
quien desnuda la venció.
Pero, señor, ¿a qué intento
tanto estos días te inclinas
a Venus, cuanto afeminas
a nuestro Marte sangriento?
Dime la causa, señor.
NARVÁEZ:
Todo es, Nuño, declararte
que, puesto que armado Marte,
le vence desnudo Amor.
NUÑO:
¡Pues qué! ¿ Un fuerte capitán
puede a nadie estar sujeto?
NARVÁEZ:
¿A un dios no?
NUÑO:
¿Dios?
NARVÁEZ:
En efeto,
a Amor ese nombre dan.
NUÑO:
¿Quién le dió?
NARVÁEZ:
La antigüedad.
NUÑO:
¡Gentil dios! ¡Buena razón!
¡Donde hay tanta imperfección,
inconstancia y variedad!
Entre otras mil cosas, dos
le quitan ese gobierno.
NARVÁEZ:
¿Cuáles son?
NUÑO:
No ser eterno,
forzoso atributo en dios,
y carecer de razón.
NARVÁEZ:
Luego Amor ¿no es inmortal?
NUÑO:
No; que al primer vendaval
suele mudar de opinión;
y tarde se ve en mujer
amor firme, amor durable.
NARVÁEZ:
Antes no hay mujer mudable
cuando comienza a querer,
y no hay para qué te afirmes
en el engaño que cobras.
Hacémoslas malas obras,
y querémoslas muy firmes.
Antes amor en el hombre
suele ser más imperfecto.
NUÑO:
Antes, por ser más perfecto,
le dieron como hombre el nombre,
porque a ser, antes o agora,
más en mujer su valor,
no le llamaran Amor.
NARVÁEZ:
¿Qué le llamaran?
NUÑO:
Amora.
NARVÁEZ:
¡Amora!
NUÑO:
Sí. ¿No pintamos
como mujer la Piedad,
la Castidad, la Verdad,
porque en ellas tanta hallamos?
Pues si en mujer el querer
es de perfección capaz,
¿por qué le pintan rapaz,
y no en forma de mujer?
Mas, dejando a las escuelas
tan vanas sofisterías,
dime, señor, ¿de qué días
es este dolor de muelas?
NARVÁEZ:
De un mes.
NUÑO:
Y ¿quién te enamora?
NARVÁEZ:
Bien dices; que mora fue.
NUÑO:
¡Mora!
NARVÁEZ:
Mora.
NUÑO:
Bien podré
cantarte, "A la perra mora."
¿Dónde la viste?
NARVÁEZ:
En Coín.
NUÑO:
¿Cuándo?
NARVÁEZ:
En las treguas pasadas,
dando a unas rejas doradas
por remate un serafín.
NUÑO:
Y el zancarrón de Mahoma
¿te da a ti desasosiego?
NARVÁEZ:
¡Oh, Nuño! Todo soy fuego,
que hable o calle, duerma o coma.
NUÑO:
No se te dé dos cuatrines;
consuelo y regalo toma,
que en el cielo de Mahoma
son bajos los serafines.
Estas moras son lascivas;
tú eres hombre famoso;
no será dificultoso
gozarla, como la escribas.
Toda esta tierra te adora
por galán, noble y discreto,
valiente, rico. En efeto,
ya te conoce esa mora.
Dame una carta, y yo haré
que venga esa galga aquí.
NARVÁEZ:
¿Llevarássela tú?
NUÑO:
Sí;
que bien su arábigo sé.
Pondréme unos almaizales,
y hecho moro, iré a Coín
a traerte el serafín,
que aquesta noche regales;
que basta por testimonio
que te firmes "don Rodrigo
de Narváez."
NARVÁEZ:
¡Oh, Nuño amigo!
¡Vive Dios, que eres demonio!
Pero la letra cristiana,
¿Cómo la podrá entender?
NUÑO:
Que para todo ha de haber
remedio e industria humana.
Aquel moro, tu cautivo,
la escribirá.
NARVÁEZ:
Dices bien.
NUÑO:
Pues voy por él.
NARVÁEZ:
Trae también
Recado.
NUÑO:
Ya le apercibo. Vase
NARVÁEZ:
Amor, si fuerais igual
a la edad y al cuerpo mío,
yo os retara en desafío;
pero así, parece mal.
Aquel fronterizo fuerte,
aquel andaluz temido,
aquel Narváez, que ha sido
entre moros rayo y muerte,
hoy vencéis, hoy sujetáis
con una mora. ¿Qué es esto?
Sale NUÑO, con recado de escribir y ARRÁEZ
NUÑO:
Toma esa pluma. Di presto.
ARRÁEZ:
¿Qué es, señor, lo que mandáis?
NARVÁEZ:
Hinca la rodilla en tierra,
y escribe.
ARRÁEZ:
Decid, señor.
NARVÁEZ:
¿Eres hombre de valor?
ARRÁEZ:
Fuílo en la paz y la guerra.
NARVÁEZ:
¿Dónde tan a solas ibas
cuando ayer to cautivé?
ARRÁEZ:
Después te lo contaré,
Señor, que esta carta escribas.
NARVÁEZ:
¿Cómo te llamas?
ARRÁEZ:
Arráez.
NARVÁEZ:
¿De dónde eres?
ARRÁEZ:
De Coín.
NUÑO:
¿Conoces al serafín
de Rodrigo de Narváez?
NARVÁEZ:
Calla, loco, que ya escribo.
NUÑO:
(No creo que lo estás poco. Aparte Dicta NARVÁEZ y escribe el moro ARRÁEZ
¡Cuántos locos hace un loco!
¡Cuerdo yo, que libre vivo!
¡Vive Dios, que es gran flaqueza
Tropezar la voluntad;
Que amor es enfermedad,
Y sale por la cabeza!
Yo no quiero más amor
que mis armas y caballo;
en esto mis gustos hallo,
y me porto a mi sabor.
Sólo mi arnés es mi dama;
éste adoro, de éste fío,
tanto, que, a no ser tan frío,
aun le acostara en la cama.
Yo le limpio, yo le visto,
porque en la necesidad
me muestra la voluntad
con que una espada resisto.
Mi amor es lanza y caballo;
soldado que a amor se inclina,
tan cerca está de gallina,
cuanto pretende ser gallo.
Bien que, Amor, ya os tengo a vos
alguna vez por juez;
pero esto sola una vez,
que no ha de ser más--¡por Dios!
La mujer, fácil estopa,
es mancha de aceite, fuego,
que, si no se ataja luego,
cunde por toda la ropa.)
NARVÁEZ:
No tengo que decir más.
ARRÁEZ:
Mucho debe a tu valor
ésta a quien tienes amor.
NARVÁEZ:
Bien la quiero.
ARRÁEZ:
Tierno estás,
pues te confiesas vencido,
siendo Narváez, señor,
el hombre más vencedor
que el mundo ha visto y tenido. NARVÁEZ habla aparte a NUÑO
NARVÁEZ:
Toma, Nuño, y a un baleón
de cuatro rejas azules,
después que te disimules
con la trazada invención,
dirige tus pasos ciertos;
que en la plaza le verás.
Llama a su puerta.
NUÑO:
Y ¿qué más?
NARVÁEZ:
La respuesta y los conciertos.
NUÑO:
La mora ¿se llama?
NARVÁEZ:
Alara,
y que es casada he sabido.
NUÑO:
Creo que con su marido
más presto se negociara;
que te tienen tanto amor
los moros de estas fronteras,
que es lo menos que pudieras
alcanzar de su favor.
ARRÁEZ:
Dice Nuño la verdad.
Adoran tu nombre y fama.
NUÑO:
Voyme.
ARRÁEZ:
¡Dichosa la dama
a quien tienes voluntad!
NARVÁEZ:
Guíete Amor. Vase NUÑO
NARVÁEZ:
Dime, Arráez,
¿Dónde ayer ibas?
ARRÁEZ:
Señor,
sólo a saber que el amor
era mayor que Narváez.
Mi cautiverio he tenido,
señor, por bien empleado,
sólo por ver humillado
hombre a quien nadie ha vencido.
Yo iba a ver mi labor,
y alejéme, sin pensallo,
donde me llevó el caballo
y a él le llevó el furor.
NARVÁEZ:
Pues ¿en qué ibas divertido?
ARRÁEZ:
En un largo pensamiento
con que a veces mar y viento,
cielo, fuego y tierra mido.
NARVÁEZ:
Moro, pues sabes el mío,
dime el tuyo; que, si puedo,
Obligado a tu bien quedo.
ARRÁEZ:
De tu grandeza lo fío.
NARVÁEZ:
Ésta mi pasión me obliga
a pensar qué quieres.
ARRÁEZ:
Quiero...
Pero mi tormento fiero
no permitáis que os le diga;
mayor es que Amor airado.
NARVÁEZ:
¿Mayor que Amor puede ser?
ARRÁEZ:
Es celos de mi mujer,
Rodrigo; que soy casado.
NARVÁEZ:
¡Con celos, y estás aquí!
No lo quiera Dios, Arráez;
Ya eres libre.
ARRÁEZ:
¡Oh gran Narváez!
Hoy vive mi honor por ti.
Dame esos piés.
NARVÁEZ:
Vete luego. Llamando
¡Páez!
Sale PÁEZ
PÁEZ:
¿Señor?
NARVÁEZ:
Dale a este moro
su caballo y armas.
ARRÁEZ:
Lloro
de alegría.
PÁEZ:
Ya lo entrego. Vase
ARRÁEZ:
Yo te enviaré mi rescate,
a fe de hidalgo.
NARVÁEZ:
Con celos
no quieran, moro, los cielos
que yo en la prisión te mate.
Vete libre, que es razón,
aunque poco te has quedado,
que con celos y casado,
no quieras mayor prisión.
¿Tienes hermosa mujer?
ARRÁEZ:
No la hay más bella en Coín.
NARVÁEZ:
Aunque soy cristiano, en fin,
te he de dar mi parecer.
Mira no entienda de ti
que de su amor no te fías,
que, en viendo que desconfías,
todo lo ha de hacer ansí.
Ámala, sirve y regala,
con celos no la des pena;
que no hay mujer que sea buena
si ve que piensan que es mala.
ARRÁEZ:
No sólo das libertad,
mas saludables consejos.
NARVÁEZ:
Pues estoy de darlos lejos,
y tengo necesidad.
Parte a Coín, porque veas
mi mora, que no conoces.
ARRÁEZ:
¡Plega al cielo que la goces
con el gusto que deseas! Vanse. Salen ABINDARRÁEZ y JARIFA
ABINDARRÁEZ:
Ya que no me amáis, señora,
como antes, de amor tan llano,
cual era el de vuestro hermano,
habladme más tierno agora.
Decidme lo que sentís,
Jarifa hermosa, y creed
que me hacéis mayor merced
cuanto más de mí os servís.
Ya pasó el temor cobarde
que la hermandad nos ponía;
habladme, Jarifa mía,
más tierno, así el cielo os guarde.
JARIFA:
¿Qué te tengo de decir?
ABINDARRÁEZ:
Tu ingenio, ¿puede ignorar
qué es hablar, sabiendo amar,
sabiendo amar, qué es sentir?
JARIFA:
Si digo lo que te quiero,
¿qué te puedo decir más?
ABINDARRÁEZ:
Es libro o carta que das
sin el titulo primero;
cuando al Rey quieren hablar,
o negociar por escrito,
¿no le llaman grande, invito?
JARIFA:
Ansí le suelen llamar.
ABINDARRÁEZ:
Pues títulos tiene amor.
JARIFA:
¿Cómo?
ABINDARRÁEZ:
Mi bien, alma y vida;
la esperanzá entretenida
ansí negocia el favor.
JARIFA:
Luego ¿diréte mi bien?
ABINDARRÁEZ:
¿Soy tu bien?
JARIFA:
Sí.
ABINDARRÁEZ:
Pues "bien" dices,
y porque ansí le autorices
al amor contra el desdén.
JARIFA:
Luego, si mi alma eres,
¿ansí tengo de llamarte?
ABINDARRÁEZ:
¿Eso tengo de enseñarte,
o es que decirlo no quieres?
Nadie las ciencias podría
sin la experiencia saber;
mas no es posible aprender
el amor y la poesía
el hacer versos y amar
naturalmente ha de ser.
JARIFA:
Si no es siendo tu mujer,
yo no me puedo esforzar.
ABINDARRÁEZ:
Pues, mi bien, si soy cautivo
de tu padre, y como preso,
por aquel triste suceso,
en fe de su guarda vivo;
si él piensa que yo no sé
que soy preso Bencerraje,
del envidiado linaje
que un tiempo el más noble fue,
¿cómo te podré pedir?
casémonos de secreto,
cuanto el ser preso y sujeto
puedan, mi bien, permitir.
JARIFA:
Como palabra me des
que libre la cumplirás.
ABINDARRÁEZ:
Y eso ¿a quién le importa más?
Dame tus hermosos pies.
JARIFA:
La mano te quiero dar.
Tuya soy desde este día.
ABINDARRÁEZ:
Yo tuyo, Jarifa mía.
Ya bien te puedo abrazar.
JARIFA:
Como hermano y como esposo,
de que ya te doy la mano.
ABINDARRÁEZ:
No hables de eso de hermano,
que vuelvo a estar temeroso.
¡Oh famoso y claro día,
que tanta gloria me apresta!
Cada año os haré una fiesta
por señal de mi alegría.
¡Oh bien sufrido tormento!
¡Oh bien lograda esperanza,
bien fundada confianza,
bien nacido pensamiento!
¡Alegres pesares míos,
discreta y justa porfía,
cuerda y famosa osadía,
venturosos desvaríos!
¡Dulce amar, dulce penar,
dulce temer, dulce ver,
dulcísimo padecer,
felicísimo esperar!
¡Favoreced hasta el fin
empresa tan justa, cielos,
sin mudanza, olvido y celos!
JARIFA:
Mi padre viene al jardín.
ABINDARRÁEZ:
Huyamos.
JARIFA:
Dame la mano;
deja de estar temeroso.
ABINDARRÁEZ:
Ya temo, secreto esposo,
lo que no público hermano.
Vamos donde no nos vea
tratar de nuestro contento;
que aún temo que el pensamiento
visto de sus ojos sea.
Mira que me has de querer.
JARIFA:
Hasta morir te he de amar.
ABINDARRÁEZ:
Pues yo no te he de olvidar.
JARIFA:
Eres hombre.
ABINDARRÁEZ:
Y tú mujer.
JARIFA:
Para ti soy piedra.
ABINDARRÁEZ:
Y yo.
JARIFA:
Pues no temas.
ABINDARRÁEZ:
Probaré.
JARIFA:
Quiéreme mucho.
ABINDARRÁEZ:
Sí haré.
JARIFA:
Ya ¿no soy tu hermana?
ABINDARRÁEZ:
No.
JARIFA:
¿No en público?
ABINDARRÁEZ:
Aún no quisiera.
JARIFA:
Ya eres mi bien.
ABINDARRÁEZ:
Tú mi vida.
JARIFA:
¿Soy tu hermana?
ABINDARRÁEZ:
Sí, fingida.
JARIFA:
¿Y tu esposa?
ABINDARRÁEZ:
Verdadera.
Vanse.
Salen ALARA, mora, DARÍN, paje y, luego, NUÑO
ALARA:
¿Moro a mí de Alora?
DARÍN:
A ti
busca un morisco de Alora.
ALARA:
¿Dice a Alara?
DARÍN:
Sí, señora.
ALARA:
Di que entre.
DARÍN:
Ya viene aquí. Sale NUÑO, en hábito de moro
NUÑO:
Dame, señora, los pies,
después que te guarde Alá.
ALARA:
¿Si mi Arráez preso está?
moro, di presto lo que es.
NUÑO:
Solos habemos de hablar.
ALARA:
Salte allá fuera, Darín.
Vase DARÍN
NUÑO:
Para venir a Coín
quise este traje tomar;
que sabed que soy cristiano
y soldado de Narváez.
ALARA:
No son nuevas de mi Arráez.
Salió el pensamiento vano.
Pues, cristiano, el Capitán,
¿qué puede quererme a mí?
NUÑO:
No os quiere poco, si aquí
correspondencia le dan.
Está perdido por vos,
que os vió en las treguas pasadas
sobre estas rejas doradas.
ALARA:
¡Qué necios que sois los dos,
el alcaide en enviarte,
y tú en venir!
NUÑO:
(No entra bien; (-Aparte-)
pero es el primer desdén.)
ALARA:
A ti no debo culparte,
que eres, en fin, mensajero;
aunque a buen tiempo has venido,
que no está aquí mi marido,
y ha tres días que le espero;
pero a él, que es tan discreto,
como nos dice la fama,
mucho le culpo.
NUÑO:
Si os ama,
no tiene culpa, os prometo.
Esta carta leed agora,
veréis en lo que se funda.
ALARA:
Va la necedad segunda. Lee
"Narváez, alcaide de Alora."
(¡Ay de mí! La firma es suya, (-Aparte-)
y la letra de mi Arráez.)
¿Quién escribe esto a Narváez,
Cristiano, por vida tuya?
NUÑO:
Un moro, para que fuese
más claro.
ALARA:
¿Qué suerte de hombre?
NUÑO:
Ni sus señas ni su nombre
podré darte, aunque quisiese.
Dos días ha que está cautivo,
que en una celada dió.
ALARA:
¿Sabe a quién escribe?
NUÑO:
No.
ALARA:
(Algún consuelo recibo; (-Aparte-)
que es en extremo celoso.)
Esta letra he conocido.
NUÑO:
¿Cómo?
ALARA:
Que es de mi marido.
NUÑO:
Aún será el cuento gracioso.
Luego el cautivo de allá,
¿Es vuestro marido?
ALARA:
Sí.
NUÑO:
(Yo negocio por aquí. (-Aparte-)
segura la prenda está.)
Pues alto: venid conmigo,
trataréis de su rescate.
ALARA:
Justo será que de él trate,
aunque injusto el ir contigo.
(Pero donde está mi Arráez, (-Aparte-)
más sus celos aseguro,
y más si su bien procuro.
Pero ¿qué dirá Narváez?
que voy a lo que me llama,
sin duda, creerá de mí.)
NUÑO:
(Basta; que llevo de aquí (-Aparte-)
a uno mujer y a otro dama.)
ALARA:
(Mas diga lo que quisiere, (-Aparte-)
pues se ha de desengañar:
mis joyas quiero llevar,
y el dinero que pudiere.)
Vamos, que es de amor indicio.
Haré ensillar en qué vamos.
NUÑO:
(Una para dos llevamos; (-Aparte-)
No anda muy malo el oficio.)
Vanse.
Salen ZORAIDE, JARIFA, y ABINDARRÁEZ
ZORAIDE:
No me puede pesar con más extremo.
Forzosa es mi partida, Abindarráez,
y el dejarte en Cartama es más forzoso,
en poder del alcaide que aquí viene;
que así lo escribe el Rey y así lo manda.
ABINDARRÁEZ:
¿Que así lo manda el Rey y así lo escribe?
ZORAIDE:
Que me parta a Coín con mi familia
me manda el Rey, y que te deje solo
aquí en Cartama, mientras Zaro viene,
que ha de ser el alcaide de Cartama.
Yo me he de partir hoy, porque me manda
que acuda de Coín a la flaqueza,
de los fieros cristianos oprimida,
ejercitados en continuos robos,
celadas, quemas, correrías, talas,
y otras malas y ruines vecindades
que suelen siempre hacer los fronterizos,
y más donde Rodrigo de Narváez
está con tal valor, consejo y fuerza,
que es uno de los nueve que publica
del sur al norte la española fama.
ABINDARRÁEZ:
¿Que así lo manda el Rey y así lo escribe?
ZORAIDE:
Hijo, Dios sabe lo que a mí me pesa,
si basta solamente decir hijo.
¿Cómo puedo exceder de lo que él manda?
ABINDARRÁEZ:
¿De qué me tiene el Rey a mí tal odio,
si os hace el Rey a vos mercedes tantas?
¿Por ventura soy yo del Rey esclavo?
¿He cometido algún delito inorme
contra sus leyes o real cabeza,
que me manda dejar solo en Cartama,
y sujeto al alcaide que aquí viene;
y a vos, que sois mi padre, y a Jarifa,
mi amada hermana, que a Coín se partan?
ZORAIDE:
Hijo, el Rey me lo escribe, el Rey lo manda.
Yo voy a responder y obedecerle.
Tú entre tanto, Jarifa, haz que aperciban
tus mujeres tu ropa, que esté a punto,
en tanto que Alborán parte a Granada.
JARIFA:
Ansí lo haré, señor, que a la partida
ya estoy desde esta tarde apercebida.
Vase ZORAIDE
ABINDARRÁEZ:
Sola esta vez quisiera,
dulce señora mía,
hacerme lenguas para hablaros tanto,
que del alma se viera
la pena y la porfía;
mas salga por los ojos, vuelta en llanto.
de que viva me espanto
tan desdichada vida,
si ha de quedar en calma
apartándose el alma
de aquellos brazos donde estaba asida.
Fui esposo ayer presente;
hoy, ¿qué seré, si estoy de vos ausente?
¿Que os vais, hermosos ojos,
soles del mismo cielo?
¿Que dejáis vuestra tierra y vuestro amigo?
¿Qué de ausencia y enojos,
nubes del bajo suelo,
eclipsan vuestra luz, que adoro y sigo?
¿Que no hablaréis conmigo,
ni me diréis amores?
¿Que no podré tocaros?
¿Que ya no podré hallaros
entre estas aguas y olorosas flores?
¿Qué es esto, vida mía?
JARIFA:
De la de entrambos el postrero día,
Si no me consolara,
gallardo dueño mío,
señor del alma, que la tuya adora,
que la Fortuna avara
no es peña, monte o río,
sino mudable viento de hora en hora.
La ausencia, que ya llora
el corazón presente,
me acabara la vida,
que vive entretenida
en que has de estar tan poco tiempo ausente,
cuanto pueda llamarte
para poder secretamente hablarte.
No habrá ocasión tan presto,
cuando te llame a verme,
que presto la ha de haber, aunque ya es tarde.
y en pago, esposo, de esto,
tan tuya quiero hacerme,
que entre mis brazos tu venida aguarde.
ABINDARRÁEZ:
Huya el temor cobarde,
señora, de mi pecho,
si ese bien me prometes.
JARIFA:
Paso: no te inquietes,
que por ventura por mi bien se ha hecho;
que, viniendo secreto,
tendrán nuestros deseos dulce efeto.
Yo entiendo que mi padre
irá presto a Granada,
o que tendrá otro justo impedimento
que a nuestra vida cuadre,
y yo estaré ocupada
en sólo este cuidado y pensamiento.
ABINDARRÁEZ:
Y en este apartamiento,
¿qué me dejas por vida,
si la vida me llevas?
JARIFA:
La esperanza y las nuevas
de que será tan presto tu partida.
ABINDARRÁEZ:
¡Al fin te vas, señora!
¡Triste de mí, si yo me muero agora!
JARIFA:
No morirás, mi vida,
que la mía te queda.
ABINDARRÁEZ:
Pues viviré mil siglos inmortales.
Dame, esposa querida,
tus brazos, en que pueda
el alma descansar de tantos males.
JARIFA:
Véngante tan iguales
como yo te deseo.
ABINDARRÁEZ:
¿Llamarásme?
JARIFA:
¿Eso dudas?
ABINDARRÁEZ:
No haré, si no te mudas.
¡Ay, cuántos siglos ha que no te veo!