El roble y la caña
Lima, 1832
El orgulloso roble cierto día
a la flexible caña así decía:
¡cuán injusto contigo me parece
el padre de los dioses! ¡Pobre arbusto!
Un régulo ligero te estremece,
y te dobla a su gusto.
Al impulso de Céfiro impotente
inclinas sin defensa humilde frente:
yo, no sólo detengo sin trabajo
del sol molestos rayos, mas el viento
es para mí un débil elemento,
y en su curso furioso yo le atajo.
Tan pródiga natura fue conmigo,
como parca contigo.
¡Si nacieses siquiera
bajo mi espesa copa, bondadoso,
yo de la tempestad te defendiera,
y sabrías así lo que es reposo!
Mas a menudo naces, infelice,
en las regiones húmedas del viento.
Señor, la caña dice,
digna es vuestra bondad del nacimiento
que Júpiter le ha dado;
mas no se aflija tanto por mi suerte;
contra el viento es verdad soy poco fuerte,
mas, si me dobla, nunca me ha cortado.
Cuando así dice, Bóreas inclemente
forma la tempestad más horrorosa
que ha visto humana gente.
El cielo se obscurece, el sol reposa,
zumba el viento, la tierra se estremece,
y todo con su estrépito perece.
La caña dobla, el árbol se resiste;
La tempestad no obstante
su fuerza aumenta, y con furor persiste;
y hace tanto que el árbol del Tonante,
cuya cabeza toca al firmamento,
se mira derribado en el momento.