El robo de Dina/Acto I

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El robo de Dina
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Salen LABÁN, ASSUR y criados con lanzas.
ASSUR:

  Por aquí dicen que van.
¿Si están detrás desta sierra?

LABÁN:

Hoy verá el cielo y la tierra
la venganza de Labán.

ASSUR:

  Con causa vienes airado.

LABÁN:

Por el Dios en quien adoro,
que he de perder el decoro
al juramento pasado.

ASSUR:

  Persíguele y no te aflijas.

LABÁN:

¡Que sin que yo lo supiese,
Jacob, ingrato, se fuese
con mi hacienda y con mis hijas,
  entretanto que en la esquila
me ocupé de mis ganados!

ASSUR:

No son mares estos prados
Con los peligros de Scila.
  No lleva lienzo en la entena
con que ser ave presuma,
ni va por montes de espuma,
sino por sendas de arena.
  Yo te digo que le halles
donde de su sangre vil
dé fuentes y arroyos mil
a las piedras destos valles.

LABÁN:

  Grandes engaños ha hecho,
pero ninguno ha llegado,
Assur, a haberme robado
la mejor sangre del pecho.
  Siete días ha que voy
siguiéndole, y siete días,
años de tristezas mías
contando y sufriendo estoy.
  ¡Vive el cielo, que me toca
satisfacer esta afrenta
hasta que el alma sangrienta
vomite su infante boca!
  Cansado estoy, y también
pienso que vendréis cansados:
si permiten mis cuidados
que aquestas selvas me den
  esta noche algún descanso...
retiraos, que aquí me siento.

ASSUR:

Parece que coge el viento
perlas deste arroyo manso
  con que mitiga el calor.

LABÁN:

Pues en tanto que las llora
Assur, la vecina aurora,
deponga el alma el furor,
  descanse un rato la gente.

ASSUR:

Ya la voy a recoger
mientras viene a enrojecer
febo las nubes de Oriente.

(Vase.)
LABÁN:

  Sueño, que a los tristes diste
si no remedio, consuelo:
a tu suspensión apelo
de mi pensamiento triste.
  Bien es que alguna templanza
de la prudencia a la ira,
pues ya tan cerca se mira
en celajes de venganza.
  Las fuerzas son desiguales:
sueño, en tus brazos estoy:
venciste: gracias te doy;
que suspendiste mis males.

(Duérmase.)
(Dé vuelta un árbol que estará en el teatro, y diga en él un ÁNGEL.)
ÁNGEL:

  Oye, Labán.

LABÁN:

¿Quién me nombra?

ÁNGEL:

Oye, aunque duermas, Labán.

LABÁN:

Más que el sol, tus ojos dan
rayos, aunque el sueño es sombra.
  Mas ¿no me dirás quién eres?

ÁNGEL:

El Dios de Jacob.

LABÁN:

Señor,
ya conozco tu valor.
¿Qué me mandas? ¿Qué me quieres?

ÁNGEL:

  Guárdate de hacelle mal
y hablalle con aspereza.

(Vuelva el árbol como estaba.)
LABÁN:

Soberana es tu grandeza
y tu poder celestial.
(Despierta.)
  ¿Qué es esto, ¡ay de mí! que he visto?
Aguarda: ya se partió;
el resplandor que dejó,
despierto apenas resisto.
  ¡Gente, Assur, Leazar, amigos!

(ASSUR y criados.)
ASSUR:

¿Qué voces son estas?

LABÁN:

¡Gente!

ASSUR:

Si no es algún accidente,
cerca están los enemigos.

LABÁN:

  ¡Ay, Assur, y como en vano
a Jacob vengo siguiendo:
su Dios he visto durmiendo!

ASSUR:

¿Su Dios?

LABÁN:

Su Dios soberano,
  en rayos resplandecientes
envuelto el divino rostro;
allí, aunque en sueños me postro,
alma y sentidos presentes,
  y la causa le pregunto
de venir a verme airado,
que fue el haber intentado,
con el escuadrón que junto,
  seguir a Jacob así;
que no quiere que le hable
con aspereza.

ASSUR:

Es notable
su poder.

LABÁN:

Pienso que vi
  resplandeciendo los filos
de su espada en mi garganta.

ASSUR:

Si te amenaza y espanta,
muda en paces los estilos
  de la guerra, o desde aquí
vuelve a tu casa.

LABÁN:

No creo
que pueda con mi deseo.

ASSUR:

¿Y con la venganza?

LABÁN:

Sí.

ASSUR:

  Pues si pacífico piensas
hablarle, aquí se te ofrece.

LABÁN:

Si su Dios le favorece,
mal vengaré mis ofensas.

(Salen JACOB con LÍA, RAQUEL y DINA, JOSEF niño, LEVÍ, SIMEÓN y BATO.)
JACOB:

  Hijos, Labán es este:
huir es imposible.

SIMEÓN:

Padre amado,
antes que a vos os cueste
solo un cabello en este verde prado,
vuestros hijos mayores
de humor sangriento bañarán las flores.
  Las espadas y lanzas
no espanten vuestros años generosos;
mayores confianzas
os prometen los cielos, que, piadosos,
los peligros retiran
a la futura sucesión que miran.

LABÁN:

  Templadamente quiero
hablarle como os digo.

ASSUR:

En estas pruebas
ver tu paciencia espero.

LABÁN:

Dime, Jacob, ¿por qué cautivas llevas
mis hijas desta suerte,
y tras tanta amistad te vas sin verte?
  ¿Por qué no me decías
tu partida, Jacob, porque siquiera
a tantas prendas mías
dulces besos de amor y abrazos diera?
Si querías volverte,
dejárasme, Jacob, hablarte y verte.
  De ti me despidiera:
con fiestas tu camino acompañara;
pero desta manera,
¿a quién no le pesara y se vengara,
pues a tiempo has llegado,
que pudiera de ti quedar vengado?
  A tu Dios lo agradece,
que me dijo, durmiendo, no te hablase
cosa que áspera fuese:
en fin, El me estorbó que me vengase;
que vi su diestra fuerte
bañada en sol y en rayos de mi muerte.
  Si tanto deseabas
la casa de tus padres, ¿por qué, dime,
a mis dioses me hurtabas,
para que más tu ausencia me lastime?
Aunque cualquiera nieto
es un Dios en mi amor y tu respeto.

JACOB:

  Labán, no fue mi intento
hacerte ofensa; solo miedo ha sido,
que si a tu pensamiento
llegara mi partida, convencido
del justo amor paterno,
y al llanto filial rendido y tierno,
  yo sé que me escondieras
tus hijas y mis hijos; que es disculpa,
si tú la consideras,
que me releva de cualquiera culpa;
el temor, en efeto,
mi justa ausencia remitió al secreto.
  Temiendo la violencia,
Labán, con que tus hijas me quitaras,
ejecuté en tu ausencia
mi partida, creyendo que culparas
este temor discreto,
que no la obligación, que no el respeto.
  Del hurto que me arguyes
estoy tan inocente e inculpable,
que si no restituyes
mi fama con la prueba, al admirable
Dios mío harás ofensa,
porque en ajenos dioses no dispensa.
  Busca toda mi gente,
y aquel que hallares que los tiene, muera.
que mi lealtad consiente
que su sangre a tus ídolos prefiera,
que yo, Labán, no huyo,
de que te lleves cuanto hallares tuyo.

RAQUEL:

  ¡Ay de mí! que yo tengo
los dioses de Labán! Voy a escondellos.

(Vase.)
LABÁN:

Por muchos dioses vengo
si mis hijas y nietos pongo entre ellos;
pero a los que prefiero,
buscar celoso entre tu gente quiero.

(Vase.)
LÍA:

  ¿Sabes tú si están seguros
del hurto nuestros pastores?

BATO:

Mucho me pesa que ignores
que al alma sirven de muros
  la pureza y la ignorancia.
Esos ídolos de oro,
a gente de más decoro
les suelen ser de importancia.
  La gente que has de culpar
trata de tanto interés,
que hasta un Dios, si de oro es,
no está seguro en su altar.
  Acá lo plebeyo, Lía,
no llega con su gabán
a los dioses de Labán,
que otros pensamientos cría.
  Eso de hurtar dioses de oro,
pues ya el dinero lo es,
es para..., pero después
te lo diré.

LÍA:

Yo no ignoro
  a dónde está la codicia.

BATO:

¿Cuándo un villano torció,
por los ídolos que hurtó,
las leyes ni la justicia?
  ¿Cuándo perdonó al culpado
ni castigó al inocente,
tuvo sin premio al prudente
y al ignorante premiado?
  ¿Cuándo al pueblo miserable
con desdichas oprimió?

DINA:

Bien sé quién los tiene, yo,
aunque tan seguro hable
  de este engaño el padre mío.

LÍA:

Dina, aquí importa callar,
si alguno puede culpar
este loco desvarío.

BATO:

  Calla, aunque eres mujer, Dina,
y un imposible ha de ser:
serás Dina en ser mujer,
más serás de Dina indina.

(LABÁN y RAQUEL.)
LABÁN:

  No los hallo.

RAQUEL:

(Aparte.)
Supe yo
discretamente escondellos.

JACOB:

Pues ¿por qué causa, Labán,
viniste en mi seguimiento?
¿Qué has hallado en esta casa?
Ponlo aquí, juzguen los nuestros
entre los dos, quién de entrambos
ha cometido algún yerro.
Veinte años te he servido;
nunca tus ovejas fueron
estériles, ni comí
de tu ganado un cordero.
Aunque le comiesen lobos,
nunca el pellejo sangriento
llegó a tus ojos; que yo
pagaba con vivo el muerto.
Cualquiera que te faltaba,
te le pagaba, contento
de servirte con lealtad,
que es interés de los buenos.
Velaba el día y la noche,
al sol, al agua y al hielo,
huyendo siempre a mis ojos,
por las vigilias el sueño.
Así te serví veinte años;
los catorce de ellos fueron
por tus hijas, y los seis
a tus ganados atento.
Diez veces, Labán, mudaste
mis salarios, y sospecho
que a no estar conmigo el Dios
de Abraham, mi caro abuelo,
y el temor de Isaac, mi padre,
tan digno de igual respeto,
me enviaras pobre y desnudo;
mas mirando desde el cielo
mis trabajos y aflicciones,
se dignó de hablarte en sueños.

LABÁN:

Jacob, cuanto miro es mío;
pues si es mío cuanto veo,
¿qué daño podré yo hacer
a mis hijos y a mis nietos?
Ven y juremos las paces,
porque de aqueste concierto
haya testigos.

JACOB:

Tú sabes
las verdades de mi pecho.

(Vanse los dos.)
SIMEÓN:

  Mientras que juran los dos,
recoge, Bato, esa gente.

BATO:

La muerte vimos presente,
si no lo remedia Dios.
  A la fe, que ya quería
coger mi Josef amado,
porque de todo el ganado
este cordero tenía.
  Mas guardóle el cielo santo
hoy de su abuelo cruel,
por cordero de Raquel,
a quien Jacob quiere tanto.
  Yo voy a hacer que recojan
los pastores los ganados,
que esparcidos por los prados
su verde hierba despojan.
  En tanto haréis que Rubén
tenga a punto los camellos.

SIMEÓN:

Ya, Bato, los altos cuellos
entre los robles se ven;
  camine y júntese todo,
pues podemos caminar.

LÍA:

No me acabo de admirar,
Raquel, de que hallases modo
  para poder esconder
los dioses del padre mío.

RAQUEL:

Siempre de la industria fío
en que es sutil la mujer.
  Remedié con esto luego
nuestro daño y su pesar,
porque es fácil engañar
un hombre de enojo ciego.

(Salgan LABÁN y JACOB.)
JACOB:

  Estas piedras, testigos de estas paces,
llamaré Galaad.

LABÁN:

Y aun este monte,
a donde mis sospechas satisfaces.

JACOB:

Pues ya seguro a caminar disponte.

LABÁN:

Con esto quiero que mi cuello enlaces,
que primero que raye el horizonte
de oro y purpura el sol, haré que vuelva
mi armada gente a la vecina selva.
  Dame los brazos tú, mi amada Lía,
primero fruto de mis tiernos años;
y tú después, querida Raquel mía,
por quien hice a Jacob tantos engaños,
sírvele agradecida a su porfía,
pues le pesó, después de tantos daños
de tener su esperanza entretenida,
para tan largo amor tan corta vida.
  Vosotros, nietos míos, si yo he sido
riguroso hasta aquí, fue por gozaros;
amad a vuestro padre, que ha sufrido
tal copia de trabajos por guardaros;
pero va es tiempo, mi Josef querido,
que lleguen estos labios a besaros;
que vuestro abuelo a marchitar se atreve
las rosas de los vuestros en su nieve.
  Con vos, dulce Josef, me consolara,
mas no tiene Raquel otro consuelo;
las lágrimas que imprimo en vuestra cara,
nubes serán, no estrellas de su cielo.
Rey os vea Jacob o con la vara
del gobierno mayor que tiene el suelo,
siendo, aunque envidias soliciten daños,
báculo firme en sus postreros años.
  Ya os vuelvo las espaldas, perdonaldas,
que la misma ternura me atropella;
¿mas qué importa que os vuelva las espaldas,
si os dejo el alma y ya me voy sin ella?

(Vase.)
SIMEÓN:

Fuese, y el sol las verdes esmeraldas
de aquestos prados, de sus rayos sella;
razón, padre, será que descansemos.

JACOB:

¿Qué descanso ¡ay de mí! tener podremos?
  Siempre fui de mi hermano aborrecido.
Desde que hurté su bendición, me infama:
vive en Seir, y dicen que ha sabido
nuestro camino de la inquieta fama,
criados míos de mi parte han ido
para saber qué título me llama;
si soy hermano o enemigo suyo.

RAQUEL:

Campo de penas es el vivir tuyo.
  Esto te falta agora.

JACOB:

Yo sospecho
que es el mayor peligro el de mi hermano.

SIMEÓN:

Leazar es este.

JACOB:

Ya me dice el pecho,
hijos, que su amistad pretendo en vano.

(Sale LEAZAR, pastor.)
LEAZAR:

En vano la jornada habemos hecho,
pues a la espalda de ese monte cano
hallamos a Esaú, que a sangre y fuego
viene a inquietar la paz de tu sosiego.
  Cuatrocientos soldados, los escudos
hacen espejos del luciente Febo,
armados de ira, de piedad desnudos,
de viejo agravio ejército mancebo;
las sordas selvas y los valles mudos,
hablan y escuchan con acento nuevo,
juzgando por las lanzas de la guerra
que los árboles andan en su tierra.
  En un caballo paseador, overo,
que de las cinchas comenzaba el paso,
más pintada la piel que tigre fiero
e imaginando fuego el campo raso,
Esaú, con la vara lisonjero
alzarle pretendiendo a ser Pegaso,
viene poniendo en vez de crines plumas,
y juntando centellas con espumas.
  Pintarte aquí su declarada furia
será querer hacer, si el rigor miras,
afrenta al odio, a la soberbia injuria,
porque serán menores que sus iras.

JACOB:

¿Que desa suerte aquella sangre injuria
de nuestro padre Isaac?

SIMEÓN:

¿De qué te admiras?

JACOB:

¿No he de admirarme que en los hombres sabios
no venzan las edades los agravios?
  Parte, Leví, para poner la gente
en orden, no de guerra, que no es justo,
mas para que se postre humildemente
y temple, si es posible. su disgusto.

SIMEÓN:

Venid todos conmigo.

DINA:

Si presente
mi humildad, padre, a su rigor injusto
no se mueve a piedad, no es sangre suya.

SIMEÓN:

Di que respete la belleza tuya.

(Vanse y queda JACOB solo.)
JACOB:

  Dios de mi padre Abraham,
que me dijiste: a tu tierra
vuelve, Jacob; que te quiero
hacer mil bienes en ella;
para tus misericordias,
para tu verdad eterna,
¿qué soy yo, que no soy nada,
cuando tú cumplirlas quieras?
Con este báculo solo,
sin otra humana defensa,
pasé del Jordán las aguas,
pisé la opuesta ribera.
Con dos escuadrones vuelvo:
líbreme tu mano inmensa
de la de Esaú, mi hermano,
y no permitas que pueda
ensangrentarla en mis hijos;
mucho su temor altera,
tú me diste la palabra,
como de Dios firme y cierta,
que mi sucesión sería
más que del mar las arenas.
Pues, señor seguro estoy,
que no es posible que pueda
faltar ni volver atrás:
¿qué luz soberana es esta?
(Baje de lo alto con la invención del pozo, un ÁNGEL.)
¿Quién eres que así te pones
delante de mi?

ÁNGEL:

La prueba
de estos brazos te dirá,
si no mi nombre, mis fuerzas.

(Luchen los dos.)
JACOB:

Grandes parecen, señor,
cuanto las mías pequeñas,
pero no pienso mostrar
entre tus brazos flaquezas.

ÁNGEL:

Valor tienes, y valor
de varón, que es bien que tenga
la esperanza, que los justos
en tan firme blanco emplean;
pero déjame, que ya,
descompuestas las estrellas,
hacen lugar a la aurora
que el cielo y la tierra alegra.

JACOB:

No te dejaré, señor,
si primero no me queda
tu bendición en los brazos.

ÁNGEL:

Tu nombre es bien que me advierta.

JACOB:

Jacob.

ÁNGEL:

Ya no; que Israel
es bien que tu nombre sea,
porque si con Dios tuviste,
Jacob, tanta fortaleza,
más la tendrás con los hombres.

JACOB:

Conozco la diferencia.
Mas dime cómo es tu nombre,
porque este consuelo tenga.

ÁNGEL:

¿Para qué me lo preguntas?

(Levántase en alto bendiciéndole.)
JACOB:

Con tu bendición me dejas;
¡ay, sol divino, no eclipses
los rayos de tu grandeza
tan presto, aunque se te oponga
de mi ser la humilde tierra!
Mas ya coronado de oro
abre al Oriente las puertas,
el que agradece a tus manos
los rayos de tu belleza.
Cara a cara vi al Señor:
ya la salud que desea
alcanzó el alma en su vista.

(Sale toda la familia de JACOB.)
LEVÍ:

Antes es bien que lo sepa;
padre, ya Esaú tu hermano,
airado viene tan cerca,
que vuelve el sol de las armas,
rayos a la vista nuestra.
¿Qué piensas hacer?

JACOB:

¡Ay, hijos!
Que Josef y Raquel tengan
aquí el último lugar,
y el primero el vuestro sea.
Yo delante, siete veces
adoraré por la tierra
su rostro.

(Sale ESAÚ con algunos soldados.)
ESAÚ:

Dejad las armas.

SOLDADO:

¿Qué nueva mudanza es esta?

JACOB:

  Dame tus pies, hermano, si merezco
este nombre de ti.

ESAÚ:

Con estos brazos,
el nombre, el alma y el amor te ofrezco.

JACOB:

¿Que merezco de ti tales abrazos?

ESAÚ:

Yo, Jacob, con los tuyos me enriquezco
y con estrechos y amorosos lazos
firmo las amistades en tu pecho,
que cándido papel el cielo ha hecho.

JACOB:

  ¿Lloras, señor?

ESAÚ:

El tierno sentimiento
de haberte visto humedeció mis ojos,
porque después de tanta ausencia siento
que el alma te ha rendido sus despojos:
tal vez lágrimas nacen del contento:
que aunque suelen nacer de los enojos,
erraron el camino, y la alegría
le dijo que a su cuenta las quería.
  Ya me pesa de haberte perseguido,
y tu prisión y muerte deseado:
seas, Jacob, mil veces bien venido.

JACOB:

Y tú, Esaú, mil veces bien hallado.

ESAÚ:

Porque naciste de mi planta asido,
fuiste (extraña ocasión) Jacob llamado,
pronóstico del cielo: que quería
que me excediese quien después venía.
  Mi mayorazgo te vendí, viniendo
cansado de la caza; aquí no fuiste
culpado, pues que yo perdí comiendo
la primogenitura que tuviste:
si de la hurtada bendición me ofendo,
ya sabes tú la causa que me diste,
pues siguiendo el consejo de tu madre,
engañaste las manos de mi padre.
  Mas ya no es tiempo de que en esto hablemos;
¿quién son aquellas gentes? ¿Por ventura
tócante a ti?

JACOB:

Mis hijos y mujeres
son los que ves, que el cielo generoso
los dio a tu siervo humilde: llega, Lía,
llega, Raquel, y todos humillados,
hijos, besad los pies de vuestro tío.

ESAÚ:

¡Bendiga el cielo y logre vuestros años,
hermosa dama! ¿El nombre?

DINA:

A tu servicio,
Dina me llamo y nunca más que agora,
pues que tus pies mi boca humilde adora.

ESAÚ:

¡Qué gallardo rapaz! ¿Cómo se llama?

RAQUEL:

Josef, señor.

ESAÚ:

El cielo le bendiga,
de sus hermanos el remedio sea,
y en trono excelso como a rey se vea.

JACOB:

Once mis hijos son, y doce espero
del parto de Raquel que ya se acerca.

ESAÚ:

¿Y qué gente es aquella que desciendo
abundando de fértiles ganados,
fingiendo montes y nevando prados?

JACOB:

Un presente, señor, que te enviaba
para que hallase aqueste siervo tuyo
gracia en tus ojos.

ESAÚ:

Tuyo, hermano sea;
que yo, gracias al cielo, soy muy rico,
pues halla apenas mi ganado fértil
hierba en los prados y aguas en los ríos.

JACOB:

No importa, hermano, que esto que te ofrezco
es debido al amor; recibe agora
  parte del bien que recibí del cielo:
tu rostro vi como deidad divina:
no me niegues tu paz y tu consuelo.

ESAÚ:

Seguramente a donde vas, camina:
yo quiero acompañarte.

JACOB:

Aunque tu celo
librarme de peligros determina,
no te podré seguir, y así te ruego
vayas delante, y mi familia luego.

ESAÚ:

  Pues quédense contigo mis criados.

JACOB:

No es necesario: vuélvete contento,
porque han de ir poco a poco mis ganados.

ESAÚ:

Yo me parto con justo sentimiento.

JACOB:

Yo con mis hijos, de tu vista honrados,
buscaré de mi casa el fundamento.

ESAÚ:

Adiós, Jacob.

JACOB:

Adiós, hermano mío.

ESAÚ:

Eterna paz de nuestro amor confío.

(Vanse.)
(Sale el príncipe SIQUEN, de caza.)
SIQUEN:

  Aguarda, espera, tente:
hacia la fuente corre
así la cierva: el corazón le abrasa:
ya se baña en la fuente:
ya el agua la socorre,
y de la arena al corazón la pasa;
no fue su ninfa escasa,
que en abundante copia
de su cristal la ciñe,
aunque ingrato la tiñe
por dos heridas de su sangre propia,
pensando ya las flores
que se ven en el agua sus colores.
  ¡Dulce, noble ejercicio,
digno en rëal sujeto,
la caza a toda edad de quien cobarde
huye el amor, el vicio:
¡oh príncipe discreto
el que de vana ociosidad se guarde!
Aquí, cuando la tarde
anuncia Venus bella,
como diamante solo,
que brilla en aquel polo,
hasta que vuelva a ser del alba estrella,
recogida mi gente
yace a esperar el claro sol ausente.

SIQUEN:

  Mas luego que desciende
la blanca y roja aurora,
con pies de rosa la celeste grada,
y en su guedeja tiende
Febo el laurel que adora,
de que tiene la frente coronada,
sale del arco armada
venablo y jabalina,
y por la verde selva,
hasta que él mismo vuelva
a conducir la estrella vespertina,
y no permite fiera
del monte al mar, en prado ni en ribera.
  Amor, de quien se queja,
por tu término injusto,
la común opinión de los mortales,
aquí las armas deja;
que tan honesto gusto
vence tus bienes y huye de tus males;
si son tus bienes tales,
que en males se convierten,
adoren ignorantes
tus bárbaros semblantes,
pues cuando más en tu fortuna acierten,
no hay a quien no prometa
trágico fin después de vida inquieta.

(Suenan dentro esquilas de ganados, como que pasan, con ruido de pastores.)
(Dentro.)
BATO:

  Rito, por aquí, cachorro;
rito, manso, por aquí.

(Dentro.)
RUBÉN:

Ataja esotros, Leví.

(Dentro.)
LEVÍ:

Corre tú, Bato.

BATO:

Ya corro:
  verá dónde va el manchado;
yo os voto al sol.

RUBÉN:

Corre, Dan.

SIQUEN:

¡Bravo escuadrón! ¿Dónde irán
tanto camello y ganado?
  Estos, forasteros son
por el traje y por las señas;
los prados parecen peñas.

BATO:

Torna de aquí, Zabulón;
  recógelos, Isacar;
que va lejos Neptalín.

SIQUEN:

No tiene el ganado fin;
cansado estoy de mirar;
  el dueño debe de ser
algún rico mayoral.

RUBÉN:

Acércalos al canal:
mira que quieren beber.

(Salen RUBÉN y LEVÍ.)
RUBÉN:

  No está lejos la ciudad;
que ya sus muros se ven.

LEVÍ:

¡Hermosos campos, Rubén!

RUBÉN:

En tanta fertilidad
  bien nuestra hacienda medrara.

LEVÍ:

Allí he visto un cazador
con hábito de señor
y que a mirarnos se para.

SIQUEN:

  ¡Ah, señores forasteros!
¿De dónde viene el ganado?

LEVÍ:

De Mesopotamia viene,
y de sus fértiles campos.

SIQUEN:

¿Quién es el dueño?

LEVÍ:

Es Jacob,
hijo de Isaac, más nombrado
por su abuelo que por él;
que más de una vez temblaron
reyes; del fuerte Abraham,
desde Selín a Damasco.

SIQUEN:

¿Quién sois vosotros?

LEVÍ:

Sus hijos,
que acompañándole vamos.

SIQUEN:

¿Tantos sois?

LEVÍ:

Once varones.

SIQUEN:

Bendiga el cielo sus años.

LEVÍ:

Y una hembra, que pudiera
ser del sol vivo retrato,
pues ella le gana en alma
lo que él le aventaja en rayos.

SIQUEN:

¿Dónde pasa?

LEVÍ:

Va a su tierra,
aunque desta aficionado:
es ido a hablar a su Rey,
que quiere comprarle un campo
donde vivir con sus hijos.

SIQUEN:

Las nuevas que me habéis dado
son para mí las mejores
que jamás imaginaron
mi pensamiento y deseo;
que de huésped tan honrado
se honrará nuestra ciudad.

RUBÉN:

¿Sois vos de aquí ciudadano?

SIQUEN:

Soy el príncipe Siquen.

LEVÍ:

¡Señor!

SIQUEN:

Los pies no: los brazos.

LEVÍ:

Honráis a los que ya viven
para ser vuestros criados.

SIQUEN:

¿Con mi padre está Jacob?

LEVÍ:

Sí, señor; y concertando
que le dé tierra en que viva.

(Salen BATO y LEAZAR.)
BATO:

De contento salto y bailo.

LEAZAR:

Y yo, ¿cómo te diré
el regocijo que traigo?

LEVÍ:

¿Qué es esto, Bato?

BATO:

A la fe,
que ya quedan concertados
para vivir en Siquen
el rey Emor y mi amo.
Por este campo que veis,
donde con árboles altos
se guarnece aquel arroyo,
hijo de aquellos peñascos,
le dio cien corderos tiernos,
que parecían manchados
nubes al ponerse el sol,
con cercos blancos y pardos.
Ya manda poner las tiendas
Jacob; ya nosotros vamos
a cortar, con sauces verdes,
alisos y álamos blancos.
Ya se humillan los camellos
al suelo para quitallos
los cofres de vuestra hacienda,
y oprimen la hierba al prado.

BATO:

Ya dividen las familias,
el primer lugar dejando
a ti, Rubén, los distritos
de sus estancias en cuadros.
Ya Simeón, Leví y Judá,
bueno entre tantos hermanos,
Isacar y Zabulón,
hijos de Lía, apartaron
sitio en que labrar sus casas,
a los de Bala dejando
lugar, Dan y Neptalín,
y a los de Zelfa en un árbol,
que son Gad y Aser, señalan
la traza que han de ir labrando.
De aquella parte, Raquel
con Josef, el más amado
de Jacob, como el más tierno,
ocupa sus blancas manos
en ir previniendo ropa.
Todos, en fin, ocupados
en diferentes oficios,
y Jacob, piadoso y santo,
en erigir un altar
a nuestro Dios soberano,
está invocando su nombre
con oloroso holocausto.

LEVÍ:

Señor, con licencia tuya,
los dos a ayudarle vamos;
que después habrá ocasión,
pues ya somos tus vasallos,
para servirte.

SIQUEN:

Quisiera,
amigos, acompañaros
a fábricas tan gustosas;
pero mirad lo que valgo
para hermano y para amigo,
porque desde aquí me llamo
hijo de Jacob también.

RUBÉN:

En todo quieres honrarnos.

(Vanse, y quedan BATO y LEAZAR.)
LEAZAR:

  Parece que nos reciben
todos con un mismo agrado;
hasta las flores del prado,
si las pisamos, reviven.
  Las fuentes, en sus corrientes,
por vernos se dan más prisa,
tanto, que muestran de risa
las guijas blancas por dientes.
  Aquí sí, Bato, a la fe
que hemos de vivir con gusto.

BATO:

Yo traigo cierto disgusto

en tanto bien.
LEAZAR:

¿Tú? ¿De qué?

BATO:

  No es cosa para decir;
son para sentir no más.

LEAZAR:

¿A mí no me la dirás
para ayudarte a sentir?

BATO:

  Tengo cierta enfermedad...

LEAZAR:

¿Enfermedad?

BATO:

¿Quién creyera
que el buen Bato no comiera?

LEAZAR:

No es pequeña si es verdad.
  Mas ponte, Bato, en el pecho
unos ajenjos.

BATO:

Si fuera
mi mal en el cuerpo, hubiera
algún medio de provecho.

LEAZAR:

  ¿Pues dónde tienes el mal?

BATO:

En el ánima, de suerte
que solo podrá la muerte
sacarme de andar mortal.

LEAZAR:

  No te entiendo.

BATO:

Yo tampoco;
mas dime, ¿qué puede ser
un pesar con un placer,
y un sentido cuerdo y loco?
  ¡Tengo un alegre dolor,
tengo un dañoso provecho!

LEAZAR:

¡Pardiez, Bato, que sospecho
que tienes!...

BATO:

¿Qué tengo?

LEAZAR:

Amor.

BATO:

  ¿Amor?

LEAZAR:

Ya no hay que negar.

BATO:

¿Sabes tú a quién quiero?

LEAZAR:

¿Yo?

BATO:

Ni yo tampoco.

LEAZAR:

¿Tú no?
¿Pues cómo puedes amar?

BATO:

  Ese es el daño que tengo:
quiero bien y no sé a quien.

LEAZAR:

Mas que sé que quieres bien
(si no es que a engañarme vengo)
  a Zelfa la de Raquel.

BATO:

El dimuño te lo dijo.

LEAZAR:

No, sino tu regocijo.

BATO:

¿Cómo, si es Zelfa cruel?

LEAZAR:

  Ya viene con Dina aquí.

BATO:

¡Qué gallarda moza es Dina!

LEAZAR:

Ya buen marido adivina.

BATO:

Noramala para ti.

(Salen DINA y ZELFA.)
ZELFA:

  ¿Agrádate la ciudad?

DINA:

Bien quisiera entrar en ella.

ZELFA:

De muros y puertas bella,
constituye autoridad.

DINA:

  Con amor ha recibido
a mi padre el rey Emor.

ZELFA:

Es con el nombre de amor
el de su rey parecido.
  aquí están Bato y Leazar.

DINA:

¿Pues, Bato, ya no te quejas
de que no hallan las ovejas
dónde puedan repastar?

BATO:

  ¿Cómo? Si en aquestos prados
ha echado su bendición
el cielo, y en ocasión
tan fuerte, a nuestros ganados,
  que venían del camino
perdidos.

DINA:

¿Quién de vosotros
vio la ciudad?

LEAZAR:

En nosotros
fuera el verla desatino;
  que no podemos dejar
un solo instante el ganado.

DINA:

Mucho me la han alabado;
esta tarde pienso entrar.

BATO:

  A lo menos la hermosura
de sus damas...

LEAZAR:

¿Qué belleza
formó la naturaleza,
autora de la pintura,
  que a la tuya se compare?
Si hermosura quieres ver
a donde todo el poder
de naturaleza pare,
  haz a tu espejo ciudad
y pon los ojos en él.

DINA:

Deja, Leazar, a Raquel,
esa divina beldad;
  que ya me conozco yo;
pero con justo deseo
veré estas damas; que creo
que el cielo en ellas formó
  una copia natural
de su divina hermosura,
fuera de la compostura
de su traje artificial.
  Sin esto alaban también
sus bailes, música y danzas.
Tal donaire en las mudanzas
y en las canciones se ven.
  Somos, Leazar, las mujeres
amigas de ver.

LEAZAR:

A fe,
su condición...

BATO:

A la fe,
que darlas envidia quieres;
  que si vas a la ciudad,
cierto estoy que sus vecinos,
viendo tus ojos divinos,
no ha de quedar voluntad.
  Pues si va Zelfa contigo,
¡ay de los que la han de ver,
y ay de mí!

ZELFA:

Bato, a placer,
¿pues tú lisonjas conmigo?

DINA:

  No deben, Zelfa, de ser
lisonjas, creerle puedes;
que Bato te tiene amor.

ZELFA:

Conozco que amor me tienes,
pero quien fue de tu padre,
con esa gloria se quede,
que yo no quiero casarme.

BATO:

Ni yo, mas de que tú pienses
que es verdadero mi amor,
ya que mi amor no agradeces.

ZELFA:

¿En qué veré yo que es firme?

DINA:

¿Poca prueba te parece
el amarte aborrecido?

ZELFA:

Ahora bien; si tú me quieres
con la lealtad que publicas,
haz por mí una cosa.

BATO:

Advierte
que no ha de haber imposible
donde mi verdad no pruebes.

ZELFA:

Está detrás destos sauces
una peregrina fuente,
que es fama en aquesta tierra
que hace hermosas las mujeres.
Algunas horas del día
la guarda una grande sierpe,
pero otras la deja sola,
que el sustento la divierte
por esos peñascos altos,
que, coronados de nieve,
templan los rayos del sol,
que en su plata resplandece.
Si me tienes tanto amor,
parte, Bato, y trae en breve
para Dina, mi señora,
del agua de su corriente;
que la causa de ser bellas
y que el Asia las celebre
las mujeres siquimistas,
es el agua de la fuente.

BATO:

¿Sierpes dices que hay allí?

ZELFA:

Pues bien, ¿qué importa? ¿No tienes
amor?

BATO:

Sí que tengo amor,
ni quiere amor que le niegue;
mas de sierpes a esta parte
suele haber inconvenientes
donde suele amor helarse,
como en gustos encenderse.
¿No me pudieras pedir,
Zelfa, el pájaro celeste,
de los cabellos del sol,
de las cabrillas la leche,
las menguantes de la mar,
de la luna las crecientes,
plumas de los cuervos blancos,
pollos del arabio fénix,
sino esta agua serpentina?

DINA:

Bato, quien ama no teme;
que cuanto se intenta amando,
prósperamente sucede:
camina, que esto es amor.

BATO:

Ya voy, mas mira que ruegues
al cielo, que vuelva vivo:
escucha, Leazar.

LEAZAR:

¿Qué quieres?

BATO:

¿Sabes algunas palabras
contra sierpes?

LEAZAR:

Cuando llegues
dile que eres de Jacob.

BATO:

¿Pues conócenle las sierpes?

LEAZAR:

¿Eso dudas?

BATO:

¡Voy temblando!
Que pidan otras mujeres
dineros, vaya: que en fin
se los dará quien los tiene,
pero para estas hermosas,
¿agua que sierpes defienden?
¡Yo soy muerto! ¿Cuánto va
que me zampuza en su vientre?

(Vase.)
ZELFA:

Leazar, para que mejor
de aqueste necio me vengue,
ponte detrás de los sauces.

LEAZAR:

Voy.

ZELFA:

Con el suceso vuelve.

(Salen REY EMOR, PRÍNCIPE SIQUEN, JACOB y sus hijos.)
EMOR:

Contento quedo, Jacob,
de, tener tan noble huésped;
y ojalá que mi ciudad
tan apacible te fuese,
que la hicieses propia patria.

JACOB:

Hácesme tantas mercedes,
que si la patria, señor,
es adonde están los bienes,
la tuya será la mía.

EMOR:

Alégrame hablarte y verte:
¡lindos hijos te dio el cielo!
¡Hermosa familia tienes!
A la fama anticipadas,
tu vista y la suya vence.
Desde Rubén a Josef
miro tus hijos, que pueden
serlo del sol, aunque más
tu nombre los engrandece.
Mi ciudad y mi palacio
son tuyos; manda; que puedes
como mi propia persona.

JACOB:

Honrar tus esclavos quieres.

SIQUEN:

¡Qué bella mujer! ¿Quién es
(Habla con LEAZAR.)
esta señora?

LEAZAR:

¿No adviertes
que es también de Jacob hija?

SIQUEN:

Tiene tan bellas mujeres.
que pudiera serlo suya.

LEAZAR:

No será justo que emplees
en aquellas canas blancas
años, Príncipe, tan verdes.

SIQUEN:

¡Cielos! Desde que mis ojos
vieron luz, decir no pueden
que tal belleza miraron.

EMOR:

¿A dónde erigido tienes
el sacro altar a tu Dios?

JACOB:

Al pie de aquestos laureles.

EMOR:

Llega a hacer tu sacrificio
de la manera que sueles.

SIQUEN:

Si yo lo hiciera a algún Dios,
Dina el del alma merece.

(Descúbrese un ara con un corderillo en leña.)
JACOB:

Dios de mi padre Abraham,
admite piadosamente,
mi sacrificio, Señor,
y el alma en palabras breves.

(Baje una nubecilla de arriba, que habrá cuatro cuarterones, y encienda el sacrificio con fuego que traiga dentro.)
SIQUEN:

Mientras estos sacrifican
al sagrado Dios que tienen,
yo el alma, a tus ojos, Dina.

EMOR:

Jacob, tus pastores vienen:
descansa.

JACOB:

Hablando a mi Dios
tengo mi descanso siempre.

DINA:

¿Este es Siquen?

LEVÍ:

Este es hijo
del Rey.

SIQUEN:

¡Cielos, socorredme,
que me llevan unos ojos,
sin querer, donde ellos quieren!

(Vanse, y SIQUEN mirando a DINA, con que se da fin al acto primero.)