El robo de Dina/Acto III

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El robo de Dina
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

(Sale JACOB.)
JACOB:

  Si para tu alabanza
tuviera, autor del día,
más lenguas que la mar arenas tiene,
o más luces que alcanza
a ver la noche fría,
y el pavimento celestial contiene
que tu mano sostiene,
quedará en ella corto,
al fin como ignorante,
que de tu luz delante,
el ángel mudo, el querubín absorto,
en éxtasis admiran
la inmensidad que en tus grandezas miran.
En tanto que el luciente
y coronado Apolo,
desde las puertas de la blanca aurora,
caminare al Poniente,
y el antártico polo
viere la luz con que sus Indias dora,
y en tanto que decora
el Líbano frondoso
de victoriosa palma,
sus extremos mi alma,
te llamaré, Señor, padre piadoso,
criador de cuanto encierra
el cielo, el aire, el mar, la humilde tierra.

JACOB:

Por ti vive en su esfera,
Jehová santo y divino,
cuanto con alma de crecer criaste;
de ti, Señor, espera
la luz que siempre vino
de aquella luz con que la luz formaste.
El cielo, azul engaste
del sol, y su hermosura,
los espíritus bellos
sobre cuyos cabellos
pones la planta soberana y pura;
el hombre, el pez, el ave,
todo vive por ti, todo te alabe.

(Entre ZELFA con BATO.)
ZELFA:

  Déjame, necio, si quieres.

BATO:

No quisiera yo ser necio;
pero advierte que el desprecio
hace feas las mujeres.

ZELFA:

  Yo lo quiero estar, y ser
quien te desprecie.

BATO:

¿A qué efeto
me pusiste en tanto aprieto?

ZELFA:

A efeto de ser mujer.

BATO:

  Con eso te has disculpado;
mas mira que traigo aquí
aquel agua por que fui.

ZELFA:

Ya tengo la que me ha dado
  una desdicha, de suerte
que ha de lavar en dolor
mi rostro.

BATO:

¡Bravo rigor!

ZELFA:

Piadosa fuera la muerte.

BATO:

  Mira, Zelfa, que maté
la sierpe, y que no es razón
pagar tan mal mi afición.

ZELFA:

Suelta...

BATO:

¿Qué tienes?

ZELFA:

No sé.

JACOB:

  ¿Qué es eso, Zelfa?

BATO:

Aquí estaba
mi amo; huyendo me voy:
desdichado amante soy:
mejor sin amor me hallaba.

JACOB:

  ¿Dónde está Dina?

ZELFA:

Señor,
salió al campo a ver las fiestas.

JACOB:

Jornadas son poco honestas
para quien profesa honor.
  ¿Cómo no ha vuelto?

ZELFA:

No sé.

JACOB:

¿Quién iba con ella?

ZELFA:

Yo.

JACOB:

¿Pues a dónde se quedó?

ZELFA:

Con dos damas la dejé
  con quien amistad hacía,
y con ellas se vendrá.
(Sale DINA.)
Mas vesla aquí.

DINA:

Llegó ya
la infamia y la muerte mía.

JACOB:

  Dina, ¿qué es esto? ¿qué traje
de dolor te adorna y viste,
duro espectáculo triste
de tu pena y de mi ultraje?
  Mas saberlo no querría,
que indicios de tu dolor,
es fuerza en todo rigor
que sean de afrenta mía.
  ¿Tú los cabellos revueltos,
Dina, y los hermosos ojos,
para mí graves enojos,
en amargo llanto envueltos?
  ¿Tú maltratada? ¡Ay de mí!
Si es disgusto con tu madre,
Yo soy tu amoroso padre:
habla y la ocasión me di.
  ¿Cuál de tus necios hermanos
te la ha dado deste modo?
Ea, pues, dímelo todo:
muestra esas hermosas manos.
  ¿Lloras y las besas? Mira
que hablas más que yo quisiera,
porque hablar de esa manera
dice más, y más admira,
  y pues de la voz es mengua
no declarar tus enojos,
callen un rato los ojos,
y da licencia a la lengua.

DINA:

  Padre, si llamarte padre
puede ya quien mejor fuera
que no tuviera este ser
de tu virtud y nobleza;
aunque si lo miro bien,
agora es razón que pueda
llamarte padre quien viene
para que su padre seas.
No fuiste padre hasta agora:
agora, padre, me engendras:
agora soy hija tuya,
aunque causa de tu ofensa.
Mi culpa es grave, no es toda:
mil veces te llamo padre,
porque el nombre te enternezca,
pues es palabra que obliga
a las entrañas más fieras.
Padre, en fin, yo soy tu hija
Dina, aunque indigna que tenga
tal nombre, por quien hoy pierdes
la dignidad que profesas.
Mi culpa, la parte della,
es haber curiosamente
solicitado tu afrenta.

DINA:

Las mujeres de Siquen
tienen fama en esta tierra
de hermosura y bizarría;
quise verlas, salí a verlas.
Honestamente ocupé,
padre, los ojos, que apenas
por las márgenes de un velo
dejó asomar la vergüenza.
Sabe Dios que un pensamiento
(que esto quiero que me creas)
no excedió, con ser tan fácil,
de mi castidad la esfera.
Hablando, pues, con las damas,
las fénix de aquestas fiestas,
cuya hermosura y donaire
andaban en competencia,
llegó el Príncipe: no es justo
que este nombre le conceda:
llegó el fin de nuestro honor,
y el principio de tu pena.

DINA:

Llegó Siquen, y tratando
tu valor con la insolencia
que los mozos poderosos,
donde la razón es fuerza,
donde la ley es la espada,
la cortesía la tema,
su Dios el vicio, y al fin,
la justicia el no temerla:
y disculpando su infamia
con amor, que es la cubierta
de los vicios de los hombres,
como si amor ser pudiera
aquella planta que al alba
con verdes hojas comienza,
florece al medio del día,
da fértil fruto a la siesta,
y desmayando las hojas
yace marchita en la tierra
luego que se parte el sol
y suceden las estrellas.
Yo respondí que mirase
la calidad de tus prendas,
y el ser huésped, privilegio
que los bárbaros respetan.
Mas remitiendo a los brazos
la razón y la respuesta,
y los demás a las armas,
a sus palacios me llevan.

DINA:

Contarte, amoroso padre,
qué llanto, qué resistencia
acompañaron mi honor
hasta el fin de su tragedia,
era decirte lo mismo
que imaginaran las piedras
si Dios les diera aquella alma
donde el honor se aposenta.
No fue de provecho el llanto,
porque mis lágrimas eran,
en la fragua de su amor,
el agua para encenderla.
La resistencia era mía;
que la mujeril flaqueza,
¿qué valor puede tener
que del hombre la defienda?
Leones sujeta el hombre,
tigres amansa; mas piensa
que no fue en mí con industria,
sino con fuerza y soberbia.
Mil veces quise matarme
con las manos, si quisieran
que a la garganta llegaran
a ser diez dagas sangrientas.
Solamente a los cabellos
me dio, aunque tarde, licencia,
porque la ocasión gozada,
¿qué se le da que los pierda?

DINA:

Dellos la tierra sembré:
¡ojalá que fueran hierbas,
porque nacieran testigos
de mi verdad y su ofensa!
Luego, con dulces palabras,
aplacar mi enojo intenta,
¡como si a tan malas obras
pudieran bastar cautelas!
Amenacéle contigo;
pero ¿quién duda que crea
que no hay vara que el poder
o no la rompa o la tuerza?
También de mis once hermanos,
que como ve que profesan
más que la espada el cayado,
más que la corte la aldea,
de mí, de ti y dellos, padre,
se burló, como si fuera
la venganza desigual
a la corona y las letras.
Siete años viste a Raquel
en los prados y las selvas,
y jamás tu amor llegó
más que a una palabra tierna.

DINA:

¿Cómo este bárbaro quiere,
que dentro de un hora quepan
las palabras y las obras,
los brazos y las ternezas?
Nieto de Abraham naciste;
tu honor y mi afrenta venga,
si no en Siquen, en mi sangre,
para que la tengas buena.
No haré yo falta a tu amor,
pues tantos hijos te quedan,
antes te daré veneno
cuando sin honra me veas.

JACOB:

  Dina, en desconsuelo tanto,
que llega el daño al honor,
forme la voz el dolor
y las palabras el llanto.
  No te puedo encarecer
qué sentimiento es el mío,
porque fuera desvarío
quererle dar a entender.
  Y aunque el verte disculpada
me pudiera consolar,
la causa debo culpar,
y en la causa estás culpada.

JACOB:

  El salir fue tu deshonra,
pues bien sabes que, por ver,
la más honesta mujer
corre peligro en la honra.
  No hubiera casos tan feos
y excusara mil enojos,
nacer la mujer sin ojos
y los hombres sin deseos.
  Fuiste a ver, sin acordarte
que allá te habían de ver;
como si pudiera ser
querer mirar sin mirarte.
  No te libras del engaño
ni excusas de la traición,
porque quien da la ocasión,
ese es la causa del daño.
  Y del tuyo no te asombres
si fuiste a ver las mujeres,
sin mirar que, si lo eres,
te habían de ver los hombres.
  No disculpo al agresor
de, aqueste infame delito;
pero en parte lo permito
que ponga la culpa amor.

JACOB:

  Que puesto que al que le trata
como bárbaro condeno,
tal vez amor es veneno
que en el mismo instante mata.
  Lo que habemos de hacer dejo
para más pensado aviso,
porque ofensas de improviso
quieren despacio el consejo.
  Venganza pide el honor;
mas no con fuerzas tiranas;
que no juzgan bien las canas
en los delitos de amor.
  En el campo agora están
tus hermanos; valor tienen:
disimula mientras vienen
y algún consejo me dan;
  que aunque soy, Dina, virtud
que a aquellas, partes dio vida,
soy ya virtud oprimida,
y ellos son mi juventud.
  Vete y encomienda a Dios
ese suceso.

DINA:

Yo sé
que por mi culpa no fue;
mas tengámosla los dos,
  y a los dos quita la vida,
pues que tú dices, señor,
que soy culpada en tu honor,
por donde soy la ofendida.
  ¡Qué juez tú para ser
contra amor, siendo el amante
más verdadero y constante
que tuvo amor a mujer!
  ¡A qué buen tribunal llego
que castigue como debe,
si aún no te ha muerto la nieve
de tantas canas el fuego!
  Que mientras de aquel cruel
te estuve el caso informando,
estarías tú pensando
los amores de Raquel.
  Por fuerza tendrá blandura
juez, supuesto que honrado,
a quien tanto han sobornado
el amor y la hermosura.
  Pero no sé cómo agora
no culpas más sus engaños,
si esperaste siete años
lo que Siquen solo un hora.
  Culpas el ver en mujer
digno de justo castigo,
y los siete años que digo
te sustentaste de ver;
  que no importa, hermanos tengo:
yo sé que me vengarán.

JACOB:

Yo sé que ellos te dirán
cuán cuerdamente me vengo,
  si con ellos me aconsejo.

DINA:

Padre, yo estoy deshonrada:
donde ha de cortar la espada
no es necesario el consejo.

(Vase.)
JACOB:

  Mal sabes, Dina, el valor
que con las canas no ves;
mas va con más cuerdos pies
a dar remedio al honor.
  Que aunque te parezca helada
la sangre de aquestas venas,
el honor de que están llenas
tiene hasta el alma abrasada.
  No soy yo jüez tan ciego
por lo que supe de amor;
que también es el honor
de la calidad del fuego.
  Pero bajó la prudencia
y en el llanto halló templanza,
poniendo en Dios la esperanza
y en las canas la paciencia.
  Que los que son hombres sabios,
adonde el poder se atreve,
en las canas hallan nieve
para templar los agravios.
  Amé a Raquel, es verdad,
y tú naciste de Lía;
mas no puede sangre mía
estar sin mi voluntad.
  Que la que tienes de mí
así divide la afrenta,
que el honor corre a mi cuenta,
y la desdicha por ti.
  ¡Zelfa!

ZELFA:

¡Señor!

JACOB:

Llama luego
un pastor.

ZELFA:

Aquí está Bato.
¡Bato, señor llama!

JACOB:

¡Ingrato
fue Siquen! ¡Amor es ciego!

(Salga BATO.)
BATO:

  ¿Qué mandas?

JACOB:

Parte al ganado
y llama a mis hijos.

BATO:

Voy.

JACOB:

Pues diles, Bato, que estoy
con mucha pena y cuidado;
  que vengan a verme luego.

BATO:

¿Todos?

JACOB:

Todos, o los más.

(Vase.)
BATO:

¿Qué es esto?

ZELFA:

Allá lo sabrás.

BATO:

Que me lo digas te ruego.

ZELFA:

  Eso no lo has de saber.

BATO:

No lo haces tú por callar;
que por hacerme pesar
aun dejas de ser mujer.

ZELFA:

  Bato, aquí regañarás.

BATO:

Antes tú vas regañando,
porque solo estar callando
es lo que me aflige más.

ZELFA:

  Ya te lo quiero contar
por solo hacerte placer.

BATO:

Pues no lo quiero saber
por solo hacerte pesar.

(Vanse.)


(Salen EMOR, SIQUEN y ALFEO.)
EMOR:

  Si la desigualdad no consideras,
considera, Siquen, que ha de cansarte
la posesión de la beldad que esperas.

SIQUEN:

Señor, solo esto vengo a suplicarte.

EMOR:

¿Cómo es posible que casarte quieras
con una advenediza, si casarte
intento en Dothain con quien te iguala,
fénix del Asia en hermosura y gala?

SIQUEN:

  Bien dices que es advenediza Dina,
pues que vino del cielo a nuestra tierra;
haz nuestra tierra de su cielo digna,
pues ves las partes que Jacob encierra:
más que sangre real es ser divina;
sin esto, al ejercicio de la guerra
sale esta gente del ganado, cuando
se ofrece que la muestren peleando.
  Jacob es rico: no te enfade el trato:
todos los de su casa son pastores:
su hermano es Esaú, digno retrato
en las armas que honraron sus mayores;
mas ¿para qué sus méritos dilato?
Yo estoy mortal; si he de vivir, no ignores
que solo puede ser Dina remedio.

EMOR:

Del tuyo y de mi amor estoy en medio;
  pero acudiendo al tuyo como padre,
voy a hablar a Jacob.

SIQUEN:

Dame mil veces
esos reales pies.

EMOR:

Aquí me espera.

(Vase.)
SIQUEN:

Tú solo hacer podrás que viva o muera.

ALFEO:

En fin, ¿te casas?

SIQUEN:

¿Qué he de hacer, Alfeo?
¿Cuál otro bien espera el alma mía?
¿Qué riqueza mayor? ¿Qué altiva esposa
como esta bella pastorcilla hermosa?
Vengan de Egipto bárbaros camellos
cargados de oro en dote, y del asirio
armados elefantes en defensa;
vengan carros del persa con las telas
distintas en colores y labores;
vengan naves de Tiro con sus granas.
y cada cual con diferente rostro
belleza ofrezca a un príncipe que tiene
fama en el Asia; que armas y tesoros
no son riqueza ni ocasión dichosa,
como esta bella pastorcilla hermosa.

ALFEO:

Amor, que en las pasiones de los hombres
tiene primer lugar, nació de madre
cuyo principio fue del mar la espuma;
esto quiso decir, que de la suerte
que se deshace con pequeña causa,
así el amor, y así del tuyo espero.

SIQUEN:

Y yo que dejaré de ser primero.

ALFEO:

Eso parece siempre a los que aman,
en tanto que el furor el alma oprime.

SIQUEN:

Primero, hermosa Dina, que olvidarte,
pueda Siquen la máquina celeste
oprimir a la tierra desatada
de aquellos Polos donde firme estriba;
será posible que la fama viva
segura de la envidia y la ignorancia,
y harán paz la humildad y la arrogancia.

ALFEO:

Yo espero verte de contrario intento.

SIQUEN:

Eso fuera en un bien no conocido,
donde, por opinión de los discretos,
desenamoran, vistos, los defetos.
Alfeo, Dina es bella, y toda en todo:
no puede suceder causa ni modo
como la olvide, ni ha de ser más fuerte
que la firmeza de mi amor, la muerte.

ALFEO:

La abundancia del bien enfadar suele,
y desta hay grande copia en los casados.

SIQUEN:

No es defeto del bien el abundancia,
sino del que por serlo no lo estima;
ven a saber lo que Jacob responde.

ALFEO:

¿Quién duda, que se tenga por dichoso?

SIQUEN:

Con tanta fuerza aqueste bien deseo,
que indigno mi valor de Dina veo.

(Vanse.)
(Salgan EMOR y JACOB.)
JACOB:

  Sin mis hijos yo no puedo
dar mi hija al tuyo.

EMOR:

Advierte
que está su vida o su muerte
en la dilación.

JACOB:

Ya quedo
  bastantemente advertido.

EMOR:

Bien echas, Jacob, de ver
que si es Dina su mujer,
queda tu honor defendido.

JACOB:

  Todo lo conozco y veo,
y estimando tu valor,
digo que es muy justo, Emor,
y que dársela deseo:
  presto del campo vendrán
mis hijos; al tuyo di
que pienso, si hay fuerza en mí,
que lo que quiero querrán.
  Que tenga su amor templanza,
pues en más fuerte ocasión
no fió la posesión
del gusto de la esperanza.

EMOR:

  Con esto contento voy.

(Vase.)
JACOB:

No lo podré yo quedar
hasta ver si remediar
puedo la pena en que estoy.
  Grande mi desdicha ha sido:
¡Oh! Nunca a Siquen viniera;
pero ¿qué pena me altera
si él quiere ser su marido?
  Mis hijos llegaron ya:
estos los mayores son.

(RUBÉN, SIMEÓN, LEVÍ, ISACAR, DAN, NEPTALÍN y los que más pudieren.)
RUBÉN:

Con tu buena bendición
aquí tu familia está.

JACOB:

  La del Dios que en sueños vi
en la escala de Betel,
y que me llamó Israel
cuando luchando le vi,
  hijos, os alcance a todos.

LEVÍ:

¿Qué es lo que quieres, señor,
que nos ha dado temor
llamarnos por tales modos?
  ¿Qué junta es esta?

JACOB:

Advertid,
hijos de Jacob...

SIMEÓN:

¿Qué es esto?

LEVÍ:

La causa refiere presto.

JACOB:

La causa propongo, oíd:
  De Siria, y de la parte que se llama
Mesopotamia, patria a vuestro abuelo
Labán, venimos, hijos, por la fama,
a vivir de Siquen el fértil suelo.
No ha sido engaño, pues su sitio enrama
de tantas plantas y árboles el cielo,
y le viste de fuentes tan hermosas,
que al cano invierno lo coronan rosas.
  Pastos tienen aquí vuestros ganados:
fundamos nuestras tiendas de colores,
y sus cabañas en amenos prados,
de robles y tarayes los pastores.
Finalmente, con gusto aposentados
y de ajena ciudad habitadores,
más envidiados que envidiosos fuimos:
desdicha por ventura en que nacimos.
  Y como firme en un alegre estado
pueda permanecer ninguna cosa,
de doce hijos que de Dios me ha dado
la mano, siempre en mi favor piadosa,
Dina, mujer (que siempre fue cuidado
del hombre la mujer, o fea o hermosa),
salió a ver de Siquen las damas bellas,
más por curiosidad que envidia dellas.

JACOB:

  Viola el hijo de Emor, y enamorado
de la belleza suya ¡nunca Dina
fuera tan bella! necio y confiado
en el poder une a tanto mal inclina,
pospuesto el miedo, el ánimo turbado
de la apariencia del placer, camina
con ella a su palacio, como el lobo
feroz y alegre del sangriento robo.
  Resistióse la tímida doncella
como en la presa del azor tirano
la tierna alondra, cuando hambriento en ella
tiñe las uñas de la corva mano.
Lloró, gimió, bañó la honesta y bella
cara del llanto que intentaba en vano
piedad, que los deleites atrevidos
convirtieron en piedra los oídos.
  Mas ¿para qué dilato con rodeos
mi desdicha fatal, hijos queridos?
Forzó a Dina Siquen, y sus deseos;
no hallaron fin, ni están arrepentidos:
gran novedad de los delitos feos,
quedar después más vivos y atrevidos:
pídela por mujer: o amor, o miedo:
con que en efeto satisfecho quedo.
  No se la prometí sin daros parte,
que sin consejo vuestro no he querido;
esto es hecho; en efeto industria y arte
no pueden deshacer lo sucedido.
Démosle a Dina, pues el reino parte,
y queda en vuestra sangre dividido:
que la venganza es bárbara en los sabios
cuando tienen remedio los agravios.

LEVÍ:

  ¿Qué os estáis todos mirando?
Hable Rubén, que, en efeto,
es nuestro hermano mayor.

RUBÉN:

Yo, hermanos, de suerte quedo,
que aunque estoy para venganza,
no estoy para dar consejos.

SIMEÓN:

Habla, Leví, pues de todos
pareces el más discreto.

LEVÍ:

Padre, aunque ignorante soy,
que aquí nos dejes te ruego.

JACOB:

¿Qué es lo que queréis tratar?

LEVÍ:

Después, señor, te diremos
el acuerdo que tomamos.

JACOB:

Pues como sea el acuerdo
pacífico y conveniente
al peligro en que nos vemos,
yo me voy, y confiado
en que el parecer propuesto
será a todos, como es justo,
bien recibido y aceto.

(Vase.)


SIMEÓN:

¡Gran desdicha!

ISACAR:

¡Temeraria!
Pero por infamia tengo
que se quede sin castigo.

DAN:

Que no es necesario pienso,
pues que con ella se casa.

SIMEÓN:

¿Cómo no?

RUBÉN:

Mirad, os ruego
que si tratáis de venganza,
a nuestro padre ofendemos.

NEPTALÍN:

A nuestro padre y a Dios.
que se ha de mirar primero.

LEVÍ:

¡Oh, cobarde Neptalín!
Siempre fue tu pensamiento
huir de Esaú, tu tío.

NEPTALÍN:

Leví, a mi padre respeto,
y sigo el voto de Dan
y de Isacar.

LEVÍ:

¿Qué provecho
se sigue, decidme todos,
de este infame casamiento?
¿Qué honor nos dará Siquen,
después del daño que ha hecho,
porque se quede con Dina,
si mañana nos iremos
a ver nuestro abuelo Isaac,
y él, con villano desprecio,
la trata como a su esclava?

SIMEÓN:

Hablas, Leví, como cuerdo.
Once nietos de Abraham,
¿han de sufrir que un mancebo
idólatra fuerce a Dina
a sus ojos?

NEPTALÍN:

Pues ¿qué haremos?

LEVÍ:

Matarle.

NEPTALÍN:

¿Cómo?

LEVÍ:

Escuchad:
pero deciros no quiero
la industria, porque no deis
parte a Jacob de mi intento;
llamalde.

SIMEÓN:

¡Ah padre, señor!

(Entre JACOB.)
JACOB:

Vuestra sentencia y decreto,
hijos, estuve esperando.

LEVÍ:

Pues padre, el acuerdo nuestro
es que con ella se case;
¡mas esto con un concierto!

JACOB:

Emor y su hijo vienen,
como en la ciudad os vieron.

(Salen EMOR, SIQUEN y ALFEO.)
EMOR:

  Famosos hijos de Jacob, yo vengo
deseoso de paces y amistades
por el amor y voluntad que os tengo:
  el alma de Siquen, mi amado hijo,
se ha unido al alma de la hermana vuestra
por las tiernas razones que hoy me dijo:
  dádsela por mujer, y juntamente
hagamos parentesco y casamiento
de la vuestra también y nuestra gente:
  viviréis con nosotros, formaremos
unánimes un cuerpo, un gusto, un trato;
que las almas y haciendas os daremos.

SIQUEN:

  Halle yo gracia y paz en vuestros ojos;
dadme a Dina, señores, solamente
trocando en amistades los enojos,
  y pedidme que en dote os dé mi estado:
pedidme hacienda, joyas y tesoros;
que solo aqueste bien me da cuidado.

LEVÍ:

  No podemos, Siquen, dar nuestra hermana
a un hombre incircunciso; que ofendemos
la Majestad del cielo soberana:
  mas si queréis que os demos luego a Dina,
circuncidaos a nuestra ley sujetos,
que este primer precepto determina;
  que luego, como es justo, os la daremos,
y seremos un pueblo, un alma, un trato;
si no de aquí con ella nos iremos.

SIQUEN:

  Padre, si aqueste nombre te enternece,
duélete de mi vida, padre mío,
y todo cuanto piden les ofrece.

EMOR:

  ¿Eso dices, Siquen?

SIQUEN:

Pues si mi vida
no tiene otro remedio, por guardalla
pensaba yo que fueras tú homicida:
  a Dina quieren ya llevarse; advierte
que si falta un instante de mis ojos,
con negro luto llorarás mi muerte:
  aquesta ley es la mejor del suelo:
¿qué, dudas de acetalla? ¡Por mi vida,
por dicha ha sido voluntad del cielo!

EMOR:

  Al pueblo quiero hablar: aquí me espera.

JACOB:

Y yo a esperar resolución me parto.

RUBÉN:

Contigo iremos.

LEVÍ:

¡Muera Siquen!

SIMEÓN:

¡Muera!

(Vanse.)
(Queden SIQUEN y ALFEO.)
SIQUEN:

  Mientras estoy contemplando
en estas puertas, Alfeo,
y vuelto en lince el deseo
estas ventanas mirando,
  parte a saber si, movidos
de mi amor y del respeto
de mi padre, al duro efeto
de aquesta ley dan oídos:
  mira si el pueblo responde
que quiere circuncidarse.

ALFEO:

Mucho ha de ser sujetarse.

SIQUEN:

Si él a mi amor corresponde,
  no dudes que ha de estimar
más que su sangre mi vida.

ALFEO:

Si por ti se circuncida,
¿con qué le puedes pagar?

(Vase.)


SIQUEN:

  Con el alma, que daré
al menor de mis vasallos
tesoro tengo que dallos:
agradecido seré;
  presto gozarán el fruto
de aqueste bien que me dan
si reino, jamás tendrán
imposición ni tributo;
  que los pueblos oprimidos,
más que de sus propias leyes
aborrecen a sus reyes
y murmuran ofendidos.
  ¡Ay, puertas! ¿A dónde está
mi divina labradora?
Si de mí se queja agora
o si disculpa me da;
  si ha sabido que ha de ser,
aunque le pese, mi esposa,
¿qué no será rigurosa
después de ser mi mujer?
  Estoy por entrar: ya tengo
licencia como marido;
mas si a Dina no la pido,
dirá que a robarla vengo.
  Pero no me la ha de dar,
y así el entrar es mejor,
pues que ya Jacob y Emor
nos concertaron casar.

SIQUEN:

  Entro. ¡Válganme los cielos!
(Póngase delante una sombra con una túnica y rostro negro, sombrero, espada, y daga ceñida.)
¿Qué sombra es esta, o la sombra
de mí mismo ya me asombra?
Los pies me convierte en hielos;
  ¡presagios son de mi muerte
que de mí mismo me asombre!
¿Quién eres, di? Si eres hombre,
de lo que quieres me advierte.
  ¿No hablas? ¿Vienes a darme
nuevas de mi muerte? ¿Es cierta?
¿Guardas, por dicha, esta puerta?
¿Vienes, acaso, a matarme?
  ¿Qué haces, puesta la mano
en el puño de la espada?
Era sombra, y dilatada
se fue por el aire vano.
  Sin duda que se formó
de mi cuerpo; que la ofensa,
en cualquiera sombra piensa
que su castigo llegó.
  La puerta, al fin, me defiende;
prevención del cielo sabia:
o es lo cierto que al que agravia
su misma sombra le ofende.

(Entre ALFEO.)
ALFEO:

  Albricias me puedes dar
si a Dina hermosa codicias.

SIQUEN:

¿Qué puedo darte en albricias
aunque llegase a reinar?
  Al mejor tiempo has llegado
que pudo en esta ocasión
pedir mi imaginación.

ALFEO:

Parece que estás turbado:
  pues no lo estés, porque debes
a tus vasallos amor
no visto en ningún señor.
Luego que en palabras breves
  les fue a todos referida
esta ley, por dulce suerte,
respondieron que la muerte
fuera por ti dulce vida,
  y que a la circuncisión
y a morir dispuestos quedan.

SIQUEN:

¿Qué tesoros hay que puedan
pagar tanta obligación?

ALFEO:

  No muestras el alegría
que yo pensé.

SIQUEN:

De un espanto
vine a entristecerme tanto.

ALFEO:

¿Cómo?

SIQUEN:

De la sombra mía.

ALFEO:

  ¿De tu sombra?

SIQUEN:

Quise entrar
a ver a mi esposa, Alfeo,
y mi propia sombra veo
que no me deja llegar.

ALFEO:

  ¿Tu sombra? cómo podía...

SIQUEN:

De mi temor fabricada,
la vi con daga y espada.

ALFEO:

Todo ha sido fantasía
  y vana imaginación:
ven donde tu padre está.

SIQUEN:

Notable pena me da;
sombra de mi muerte son.
  ¡Plega a Dios cine yo no acierte;
porque bien saben los sabios
que el cuerpo de los agravios
hace sombras en la muerte!

(Vanse y sale DINA.)
DINA:

  No hay cosa más desdichada
que una mujer ofendida,
y tanto más abatida
cuanto es más noble y honrada.
Sírvame el llanto de espada,
aunque yo no me ofendí,
pues causa sin culpa fui,
y mataráme el dolor
para que pueda el honor
tomar venganza de mí.
  ¿Qué hacen mis tristes ojos
sin deshacerme llorando?
¿O temen que descansando
temple el alma sus enojos?
¡Lloren los muertos despojos
del honor que estimé tanto,
que de tenerlos me espanto!
Pero no querrá el honor,
pues no puede haber dolor
que no le deshaga el llanto.
  Muchas mujeres hicieron
cosas mal imaginadas;
pero quedan disculpadas
con el amor que tuvieron.
Por sí mismas se perdieron,
y así fue el castigo justo,
pero en mi inocencia injusto,
pues ha sido en parte alguna
delito de la fortuna
perder el honor sin gusto.

(Entre ZELFA.)
ZELFA:

  Los males, hermosa Dina,
sucedidos una vez,
no han de ir todos al juez
por ley humana y divina.
  Algunos han de tener
en la discreción consuelo:
ya te dio remedio el cielo,
y eres de Siquen mujer.
  Tus hermanos han trazado
que viviendo en vuestra ley
el pueblo, el Príncipe, el Rey,
quede el agravio olvidado.
  Bien pudieras recibirme
con diferente alegría.

DINA:

No puedo yo, Zelfa mía,
a tanto mal prevenirme.
  ¿Yo ser de Siquen mujer
por ningún discreto medio?
En tan cobarde remedio
parte no quiero tener.
  Si ellos han hecho el concierto,
ellos le sabrán cumplir;
que yo, con solo morir,
de que tengo honor me advierto.

ZELFA:

  ¿Eso dices, y desprecias
un reino?

DINA:

Zelfa, interés
sin amor, advierte que es,
para mujeres muy necias
  o criadas bajamente.
Si yo aborrezco a Siquen,
¿qué se me da que me den
los tesoros del Oriente?
  Zelfa, reinar y disgusto
no se han de compadecer:
ni hay reino para mujer
como marido a su gusto.

(Entre BATO.)
BATO:

  Temblando vengo. ¿Qué es esto?
¿Toda la casa alterada,
cuando decían que Dina
con el Príncipe se casa?
Aquí está Zelfa.

ZELFA:

¿Qué hay, Bato?

BATO:

¿Está aquí señora?

ZELFA:

Calla,
y no la pidas albricias
de las bodas concertadas.

BATO:

¿Qué albricias he de pedir,
si todo el mundo se arma?

DINA:

¿Qué dices, Bato?

ZELFA:

Señora.
Gran mal.

DINA:

¿Cómo?

ZELFA:

Lo que pasa
cuenta a Dina.

BATO:

Tus hermanos,
en una secreta cuadra
se han armado, y juntamente
toda la gente de casa.
Oí decir a Leví

DINA:

Esa sí que es digna hazaña
de los hijos de Jacob
vamos, Zelfa, a las ventanas:
haré fiesta de su muerte.

(Vase.)
ZELFA:

Ella es injusta venganza.

BATO:

Zelfa, yo quiero esconderme.

ZELFA:

Gallina, ¿qué te acobardas?

BATO:

¡Si fuera cosa de hondas
que desde lejos restallan!
Pero espadas, eso no;
yo me voy a las tinajas
de la harina, y me zampuzo
mientras esta furia pasa.

(Vanse.)
(Digan dentro todos.)
LEVÍ:

  ¡Mueran estos infames!

SIMEÓN:

¡Mueran!

RUBÉN:

¡Mueran
en venganza de Dina, nuestra hermana!

LEVÍ:

¡No quede un hombre!

SIMEÓN:

¡Y si otros tantos fueran!

LEVÍ:

¡Muera del Rey la sucesión tirana!

(Sale JACOB.)
JACOB:

Hijos, hijos, ¿qué importa? ¡Perseveran
en su maldad! ¿pues esta barba cana
no respetáis?

LEVÍ:

Ya es este mucho espacio;
camina, Simeón.

SIMEÓN:

¿Dónde?

LEVÍ:

A palacio.

JACOB:

  Ya van a darle muerte al joven triste:
circuncidarle hicieron con engaño;
con el dolor ninguno se resiste:
¡Cautela extraña! ¡Atrevimiento extraño!
No así con viento el fuego el monte embiste,
como se aumenta en la ciudad el daño;
solo perdonan niños y mujeres:
feroz eres, Leví, sangriento eres.
  Dina, Lía, Raquel, juntad, os ruego,
la familia; que importa nuestra huída.

(Salgan RAQUEL, DINA y JOSEF.)
RAQUEL:

Que salgan presto de Siquen te ruego,
Jacob, y que defiendas nuestra vida,
turbada con tu amado Josef llego.

JACOB:

¡Ah, Dina, sola tú, sola homicida
de toda una ciudad!

DINA:

Si tengo culpa.
ya te dan mis hermanos la disculpa.

JACOB:

  ¡Buena disculpa haber hecho
tan extraña alevosía
con un inocente pueblo!

DINA:

¿Y tú no sabes la mía?

RAQUEL:

Ya vienen; muestra el valor
a que la sangre te obliga.

(RUBÉN, DAN, NEPTALÍN, SIMEÓN, LEVÍ, ISACAR, con espadas y lanzas.)
LEVÍ:

Ya, padre, levanta al cielo,
por la deshonra oprimida,
la cerviz en quien promete
larga sucesión bendita,
y danos perdón si acaso
tanta sangre te lastima.

JACOB:

Turbado habéis mi vejez,
pues a mí y a mi familia
habéis hecho tan odiosa.

LEVÍ:

¿Y por ventura tenía
de ser nuestra sola hermana,
si nuestra sangre no estimas,
del hijo de Emor, cobarde,
con tanta deshonra, amiga?
A su padre habemos muerto,
y a sus hijos: mil heridas
dado a Siquen: la ciudad
queda en su sangre teñida.
No queda vivo ganado,
para ejemplo, que castiga
desta manera el agravio
en quien la venganza olvida.
Cautivas también llevamos
sus mujeres y sus hijas;
que sus haciendas y casas
todas quedan destruídas:
ardiendo está la ciudad.

(Arriba salga algún fuego.)


JACOB:

¡Ay de mí! ¡No sé qué os diga,
mas de que será milagro
poder defender las vidas.
De Ferezca y Canaán
saldrá. la gente ofendida
desta crueldad, y veréis
cómo las vidas nos quitan.
Recoged toda la gente:
hablaré como solía
con el Señor, solo amparo
de mis penas y desdichas.
Señor, grande es mi aflicción:
no pienso yo que sería
mayor la que tuve cuando
a Mesopotamia iba.
Allí en la escala te vi,
y por ella descendían
ángeles al suelo, humildes,
donde yo en sueños yacía.
Mucho pasé con Labán
librásteme de su ira;
tú me llamaste Israel
con esa boca divina,
después que toda la noche
la flaqueza humana mía
luchó con tu fortaleza;
que de tu sabiduría
deben de ser Sacramentos.
Y cuando por fratricida
tuve a mi hermano Esaú,
con besos de paz me anima.
¿Qué haré, divino Señor,
si los que esta tierra habitan
quieren salir a matar
mi familia fugitiva?

(Córrese un velo, y se vea el ÁNGEL en la silla de la invención.)
ÁNGEL:

Jacob.

JACOB:

¡Ay, Señor, ya escucho
tu voz!

ÁNGEL:

Levántate y guía
tu casa al monte Betel,
y allí por agora habita;
haz un altar al Señor,
que al tiempo que huyendo ibas
de Esaú, te apareció.

JACOB:

Señor, bondad infinita,
siéntate, porque mis hijos
de ti bendición reciban.

LEVÍ:

¡Oh Paraninfo del cielo!
Descansa, consuela, alivia
la pena del padre mío.

RUBÉN:

Perdona, Señor, la ira
que no supo remitir
hoy la venganza de Dina
a tus soberanas manos,
en cuya piedad confía.

SIMEÓN:

Danos a todos los pies.

JACOB:

Tus misericordias mira.

(Levántese al cielo en la invención.)
ÁNGEL:

Queda en paz.

JACOB:

Fuese, ¿qué aguardo?
Ea, Raquel, Josef, Lía,
hijos, alto, a caminar.

(BATO salga todo lleno de harina.)
NEPTALÍN:

Ea, pastores, ¿qué hacéis?

BATO:

Ya salen, que se dan prisa.

ISACAR:

¿Cómo vienes desta suerte?

BATO:

Con el miedo que tenía,
a la fe que me zampé
en dos tinajas de harina.

RUBÉN:

Vaya delante el ganado.

JACOB:

Hijos, el cielo nos guía;
no temáis.

LEVÍ:

Aquí, Senado,
da fin el Robo de Dina.