El señor Bergeret en París/Capítulo VI

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Capítulo VI

Sucedió lo que tenía que suceder: el señor Bergeret dedicóse a buscar casa y fue su hermana quien la encontró; de este modo, el espíritu positivo aventajó al espíritu especulativo, y es preciso reconocer que la señorita Bergeret estuvo acertada en su elección, porque no carecía ni de experiencia de la vida ni de sentido práctico. Cuando era institutriz había vivido en Rusia y había viajado por toda Europa; tuvo el prurito de los hombres; conocía bien el mundo, y este conocimiento la ayudaba a conocer París.

—Aquí es —dijo a su hermano; y se detuvo ante una casa nueva, situada frente al jardín de Luxemburgo.

—La escalera es decente, pero muy empinada.

—Calla, Luciano; eres bastante joven aún para poder subir cinco pisitos sin cansarte.

—¿Lo crees así? —respondió Luciano, muy satisfecho.

Zoé tuvo buen cuidado de hacerle notar que la escalera estaba alfombrada hasta el último piso.

El, sonriente, reprochó que la sedujeran tan insignificantes vanidades, y luego dijo:

—Sin embargo, es posible que me lastimase ver el término de la alfombra en el piso anterior al nuestro.

"Aunque seamos razonables, nos queda siempre cierta vanidad. Esto me recuerda la escena que ayer presencié al pasar por delante de una iglesia, después del almuerzo. La escalinata del atrio estaba cubierta con una alfombra roja, que había sido pisoteada por el numeroso cortejo de una boda elegante. Unos modestos novios, con su modestísimo acompañamiento, esperaban para entrar en la iglesia cuando la boda lujosa hubiera salido, y sonreían satisfechos pensando subir la escalinata cubierta por aquella lucida alfombra, sobre la cual había puesto ya la novia sus piececitos blancos; pero el sacristán les ordenó que retrocediesen; los empleados de pompas nupciales arrollaron lentamente la alfombra, y sólo después de formar con ella un cilindro enormepermitieron a la humilde pareja subir por la escalinata descubierta. Observé que aquellas gentes, lejos de sentirse agraviados, comentaban el percance burlonamente; y es cierto que los seres humildes se avienen con admirable facilidad a las desigualdades sociales. Lamennais tiene razón al decir que la sociedad entera se funda en la resignación de los pobres".

—Ya hemos llegado —indicó la señorita Bergeret.

—Me ahogo —dijo el señor Bergeret.

—Porque no dejaste de hablar mientras subías —repuso la señorita Bergeret—, y no deben hacerse comentarios al subir una escalera.

—Después de todo —arguyó el señor Bergeret —el sino común de los sabios es vivir junto a las tejas; la ciencia y la meditación están, en su mayoría encerradas en los desvanes, y en realidad no hay galería de mármoles que valga lo que una buhardilla poblada de ideas hermosas.

—Esta habitación no es abuhardillada —dijo la señorita Bergeret—; recibe luz por una hermosa ventana y puede ser tu despacho.

Al oir aquellas palabras, el señor Berceret miró con espanto las cuatro paredes, como si se hallara al borde de un precipicio.

—¿Qué te pasa? —preguntó su hermana con inquietud.

Pero él nada respondió. Aquella habitación cuadrada, empapelada de claro, le parecía negra ante el futuro ignoto; al entrar, con paso vacilante y lento, como si penetrase en el oscuro Destino, medía en el suelo el espacio que necesitaba su mesa de trabajo, y dijo:

—Aquí viviré. No es conveniente conceder excesiva importancia al pasado y al futuro; son ideas abstractas que el hombre no posee al principio y que por su desdicha sólo adquiere con dificultad; el recuerdo del pasado es de suyo bastante doloroso. Nadie quisiera vivir todo lo vivido. Hay horas agradables y momentos deliciosos, no lo niego; pero son perlas y piedras preciosas esparcidas entre la ruda y sombría trama de la vida. El transcurso de los años, por su misma brevedad, es de una lentitud fastidiosa, y si a veces agrada recordar, se debe a que nuestro espíritu descansa unos instantes en el recuerdo, pero hasta esa dulzura es pálida y triste.

En cuanto al futuro, no se le puede mirar de frente, por las muchas amenazas que se adivinan en su apariencia tenebrosa. Al decirme tú: "Este será tu despacho", heme visto encarado con lo por venir;¡un espectáculo insoportable! Creo tener cierto valor para luchar con la vida, pero reflexiono, y la reflexión perjudica mucho a la intrepidez.

—Lo más difícil —dijo Zoé— era encontrar una casa con tres alcobas independientes.

—Sin duda, la Humanidad, en su juventud —prosiguió el señor Bergeret—, no concebía como nosotros lo por venir y el pasado. Esas ideas que nos devoran carecen de realidad fuera de nosotros; desconocemos la vida; su desarrollo en el transcurso del tiempo es una ilusión, y sólo por una deficiencia de los sentidos no vemos realizarse el día de mañana como el de ayer; sin embargo, podemos imaginar seres organizados a propósito para percibir simultáneamente fenómenos que parecen separados por un apreciable intervalo de tiempo. ¿Por qué no, si ya percibimos la luz y el sonido sustrayéndolo al curso del tiempo? Al levantar los ojos al cielo abarcamos con una sola mirada aspectos que no son contemporáneos: los resplandores de las estrellas, que nuestros ojos perciben en menos de un segundo, provienen de siglos y de millares de siglos. Con aparatos diferentes de los que ahora disponemos, en lo mejor de nuestra vida podríamos ver la hora de nuestra muerte. Puesto que el tiempo no existe en realidad y sólo es apariencia la sucesión de los hechos, todos los hechos hanse producido a la vez y lo por venir está ya realizado, pero lo advertimos poco a poco. Zoé, ¿comprendes ahora por qué me quedé atónito al entrar en el cuarto donde me propongo trabajar? El tiempo es una preocupación, y el espacio no tiene más realidad que el tiempo.

—Es posible que así sea —dijo Zoé—, pero en París cuesta muy caro, como pudiste comprenderlo cuando buscabas un piso. Me parece que no tienes curiosidad por ver mi alcoba. Ven, la de Paulina te interesará más.

—Veamos tu alcoba y la de Paulina —dijo el señor Bergeret, que paseaba dócilmente su máquina animal a través de las habitaciones tapizadas con papeles rameados, mientras proseguía el hilván de sus ideas.

—Los salvajes no hacen distinción ente el pasado, el presente y lo por venir, y los idiomas, verdaderos monumentos, sin duda los más antiguos de la Humanidad, permiten descubrir las edades y las razas de que procedemos, las cuales no habían operado aún ese trabajo metafísico. El señor Miguel Breal, en un hermoso estudio recientemente publicado, prueba que el verbo, ahora tan rico enrecursos para señalar la anterioridad de una acción, no tenía en su origen ningún órgano que indicara el pasado, y esto se logró valiéndose de formas que implican una redoblada afirmación del presente.

Mientras hablaba volvió de nuevo al gabinete donde instalaría su estudio, que en el primer momento se le apareció invadido por sombras del inefable porvenir. La señorita Bergeret abrió la ventana:

—Mira, Luciano.

Y el señor Bergeret, mientras contemplaba las desnudas copas de los árboles, sonrió y dijo:

—Estas ramas negras se engalanarán con el color violáceo de los retoños, acariciadas por el tímido sol de abril; luego estallarán en brillante verdura, y el espectáculo será encantador. Zoé, tú eres una persona prudente, una venerable ama de casa y una hermana muy cariñosa. Quiero besarte.

Al besar a su hermana Zoé, el señor Bergeret añadió:

—Eres buena, Zoé. La señorita Zoé adujo:

—Nuestro padre y nuestra madre, los dos eran muy buenos.

El señor Bergeret quiso besarla otra vez, pero ella le dijo:

—Me despeinas, Luciano, y me horroriza verme despeinada.

El señor Bergeret acercóse a la ventana y extendió el brazo:

—Mira, Zoé: a la derecha, en el sitio que ocupan esos edificios tan feos, estaba la Universidad antigua. Según me han dicho mis viejos amigos, los paseos del jardín formaban laberintos entre arbustos y celosías pintadas de verde. Nuestro padre se paseó por ellos en su juventud. Leía las obras de Kant y las novelas de Jorge Sand, sentado en un banco, detrás de la estatua de Velleda soñadora, la cual unía los brazos sobre su mística hoz y cruzaba las piernas, tan admiradas por una juventud generosa. Al pie de la estatua, los estudiantes hablaban de amor, de justicia y de libertad; no se alistaban entonces en el partido del embuste, de la injusticia y de la tiranía.

El Imperio derribó aquella Universidad. Fue una mala acción. También los edificios tienen alma; y al arrasar aquel jardín, arrasaron los nobles pensamientos juveniles. ¡ Qué hermosos delirios, qué magníficas esperanzas se concibieron ante la Velleda romántica de Maindrón! Nuestros estudiantes tienenahora palacios con el busto del presidente de la República colocado sobre la chimenea del salón de actos. ¿Quién les devolverá los caminos tortuosos de aquel jardín donde investigaban los medios conducentes a la paz a la felicidad y a la libertad del mundo? ¿Quién les devolverá el jardín donde repetían jovialmente, entre los cantos de los pájaros, las generosas palabras de sus maestros Quinet y Michelet?

—Sin duda —dijo la señorita Bergeret—, los estudiantes de otros tiempos eran entusiastas, pero ahora son ya médicos y notarios viejos en sus provincias. Es preciso resignarse a la vulgaridad de la vida; no ignoras cuán difícil es vivir, y que a los hombres no se les puede exigir gran cosa... En fin: ¿estás satisfecho de la casa...?

—Sí. Estoy seguro de que a Paulina le encantará. Su alcoba es muy bonita.

—Sin duda; pero las muchachas no están nunca satisfechas.

—Paulina no se encuentra mal entre nosotros.

—Cierto; es muy feliz, pero sin darse cuenta.

—Yo me voy a la calle de Saint—Jacques —dijo el señor Bergeret— para encargarle a Roupart que ponga unos estantes en mi despacho.