El señor Bergeret en París/Capítulo XIII

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En la tibia y luminosa puesta del sol, el jardín del Luxemburgo aparecía impregnado por un polvillo de oro. El señor Bergeret se sentó en la terraza, entre los señores Denis y Goubin, al pie de la estatua de Margarita de Angulema.

—Señores —les dijo—, deseo leerles un artículo que ha publicado esta mañana el Fígaro. No les nombraré al autor; sin duda lo reconocerán ustedes. Puesto que la casualidad así lo dispuso, daré gustoso mi lectura ante esta amable mujer que apreciaba la buena doctrina que estimaba a los hombres de corazón, y que por haber sido docta, sincera, tolerante, piadosa y por haber querido arrancar a los verdugos sus víctimas amotinó a los frailes contra ella, y los estudiantes de la Sorbona la persiguieron; obligóse a los pilletes del colegio de Navarra a que la insultaran, y si no fuera hermana del rey de Francia, seguramente la hubiesen arrojado al río metida en un saco. Su alma era dulce, profunda y risueña. No sé si en vida tuvo la expresión de malicia y coquetería que se revela en este mármol obra de un escultor poco famoso, que se llamaba Lescorné; pero es cierto que no la tiene en los retratos al lápiz hechos sinceramente por los discípulos de Clouet. Yo más bien creo que su sonrisa estaba impregnada de tristeza y que sus labios formaban un pliegue doloroso cuando dijo: "Al repartir el aburrimiento común a todas las criaturas bien nacidas me han adjudicado más de lo que me corresponde." No fue dichosa en su existencia privada, y vio triunfar a los malvados aplaudidos por los ignorantes y por los cobardes. Me parece que hubiera escuchado con simpatía lo que voy a leer, cuando sus oídos no eran de mármol.

Y el señor Bergeret, después de desdoblar el periódico, leyó lo siguiente:


"La oficina.

"Para orientarse en este asunto será necesario al principio bastante atención, cierto método crítico y tiempo sobrado para practicarlo. Por esto advertimos que los primeros en ver claro fueron losque, gracias a las cualidades de su inteligencia y la naturaleza de sus trabajos, eran más aptos que los otros para ordenar sus difíciles investigaciones. Luego sólo fueron necesarios buen sentido y atención. Hoy en día el sentido común es suficiente.

"No debe extrañarnos que la multitud se haya resistido mucho tiempo a creer la verdad apremiante. No debemos admirarnos de nada. Todo tiene su razón de ser, y nosotros somos los llamados a descubrirla. En el caso actual no se necesita reflexionar mucho para convencerse de que al público lo han engañado vilmente, aunque abusaron de su conmovedora credulidad. La prensa ha favorecido el éxito de la mentira. La mayor parte de los periódicos apoyaron a los hipócritas con la publicación de muchos documentos falsos o fingidos injurias o embustes. Pero es preciso reconocer que, generalmente, lo hacían para dar gusto al público y halagar los sentimientos íntimos del lector, y, sin duda, la verdad encontró resistencia en el instinto del pueblo.

"La multitud, y al decir la multitud me refiero a las personas incapaces de tener ideas propias, no comprendió, no podía comprender. La multitud se había formado una idea sencilla del Ejército; para ella, el Ejército era la parada, el desfile, la revista, las maniobras, los uniformes, las botas de montar, las espuelas, las charreteras, los cañones y las banderas; eran también las quintas, con las cintas en el sombrero y las botellas de vino, el cuartel, el ejercicio, el rancho, el calabozo, la cantina; era, además, la estampería nacional, los cuadros llamativos de nuestros artistas militares, que pintan uniformes tan nuevos y batallas tan limpias; era, en fin, un símbolo de fuerza y de seguridad, de honor y de gloria. ¿Cómo creer que aquellos jefes que desfilaban a caballo con la espada en la mano, entre los resplandores del acero y el brillo del oro, al son de la música y al compás de los tambores, se encerraban luego en una habitación, inclinados sobre las mesas, y, confabulados con los agentes de policía, raspaban, borraban, frotaban con resina, para poner o quitar un nombre en un documento; cogían la pluma para imitar caracteres de letra con el propósito de condenar a un inocente? ¿Y cómo creer que imaginaban disfraces burlescos para citas misteriosas con el traidor a quien querían salvar?

"En concepto de la muchedumbre, carecían de verosimilitud aquellos crímenes, porque, en vez de rodearlos un ambiente noble y libre de paseo matinal, de maniobras, de campo de batalla, olían a oficina y a rancio; no se presentaban con aspecto militar. En efecto, todas las prácticas a que recurrieron para ocultar el error judicial de 1895, todo el expediente hipócrita, todo el embrollo ignominioso y cobarde, apestaba a oficina, a vil oficina. Todas las imaginaciones absurdas y los pensamientos infames que las cuatro paredes de papel verde, la mesa de pino, el tintero de porcelana rodeado de esponja, el cuchillo de madera, la botella de cristal sobre la chimenea, la papelera, el sillón de cuero, pueden sugerir a esos sedentarios, a esos chupatintas intrigantes y perezosos humildes y vanidosos, holgazanes hasta en el cumplimiento de su trabajo inútil, envidiosos los unos de los otros y orgullosos de su oficina; todo lo más denigrante, falso, pérfido y torpe que puede hacerse con papel y tinta, malicia y estupidez, salió del edificio sobre el cual están esculpidos los trofeos de armas y granadas humeantes.

"Los trabajos que allí se realizaron durante cuatro años para disponer contra un condenado de las pruebas que no se les había ocurrido preparar antes de la condena, y para absolver a un culpable a quien todo acusaba y que hasta se acusaba él mismo, son de tal monstruosidad que se sobreponen al espíritu moderado de un francés, y se desprende de ellas una bufonería trágica que sienta mal en un país cuya literatura repugna a la confusión de los géneros. Es necesario haber estudiado de cerca los documentos y las informaciones para admitir la realidad de esas intrigas y de esas maniobras, prodigios de audacia y de ineptitud. Se comprende que el público, distraído y mal enterado, se negase a creerlas, aun después de ser divulgadas.

"Sin embargo, es muy cierto que en el fondo de un corredor del ministerio, sobre 30 metros cuadrados de madera encerada, algunos oficiales militares, perezosos y trapaceros unos, agitados y turbulentos otros, han hecho traición a la justicia y han engañado a un heroico pueblo con su documentación pérfida y fraudulenta. Pero si ese proceso, que resulta el proceso de Mercier y de los oficinistas, reveló perversas costumbres, ha suscitado también hermosos caracteres. En aquella misma oficina hubo un hombre distinto de sus compañeros. Tenía lucidez intelectual, carácter noble, alma tenaz intensamente humana y bondadosa; con razón pasaba por ser uno de los oficiales más cultos del Ejército. Y aun cuandoaquella singularidad, propia de los seres de naturaleza excepcional, pudo perjudicarle, había sido nombrado teniente coronel cuando era el más joven de todos, y se le podía augurar un brillante porvenir. Sus amigos conocían su condescendencia, un poco irónica, y su arraigada generosidad. Sabían que estaba dotado del sentido superior de la belleza, que era apto para comprender la música y la literatura y para vivir en el mundo etéreo de las ideas. Como todos los hombres cuya vida interior es profunda y reflexiva, desplegaba en la soledad sus facultades intelectuales y morales. Su tendencia a reconcentrarse, su natural sencillez, su espíritu de abnegación y sacrificio, el sublime candor que adorna a las almas capaces de comprender más fácilmente la dolencia universal, le caracterizaban como uno de aquellos soldados que Alfredo de Vigny vio o adivinó, héroes en todas sus acciones, que infunden a cuanto hacen su propia nobleza, para los cuales el cumplimiento del deber cotidiano es la poesía familiar de la vida.

"Ascendido a jefe de negociado, descubrió un día que se condenó a Dreyfus por el crimen de Esterhazy, y se lo dijo a sus jefes. Primero con suavidad y luego con amenazas, procuraron detener sus investigaciones, que al revelar la inocencia de Dreyfus revelaban también los errores y los crímenes de los demás. Comprendió que su perseverancia le perjudicaría, y sin embargo, perseveró. Como proseguía con reflexión pacífica, lenta y segura, con enérgica tranquilidad su obra justiciera, le separaron del ministerio para enviarle a Gabe y hasta la misma frontera tripolitana con un pretexto injustificado y sin otra idea que hacerle asesinar por los bandidos árabes.

"No pudieron matarle y trataron de deshonrarle con un diluvio de calumnias. Con pérfidas promesas quisieron impedir que hablara en el proceso de Zola; pero habló, habló con la tranquilidad del justo, con la serenidad de un alma sin temor y sin deseos, en el tono de un hombre que cumple con su deber aquel día como los otros días, sin pensar ni un momento que en aquella ocasión se necesitaba un valor extraordinario para cumplirlo. Ni las amenazas ni las persecuciones le hicieron vacilar.

"Varias personas han dicho que para realizar su misión y poner de relieve la inocencia de un judío y el crimen de un cristiano, tuvo que dominar prejuicios religiosos y vencer pasiones antisemitas, muy arraigadas desde su infancia en su corazón,mientras se desarrollaban su espíritu y su cuerpo en aquella tierra alsaciana que le consagró al Ejército y a la patria. Los que le conocían saben que no hay nada de esto, que no tiene fanatismo de ninguna clase, que jamás ni uno solo de sus pensamientos fue el de un sectario, que su inteligencia le coloca por encima de los odios y de las parcialidades y que, en fin, es un espíritu libre.

"Aquella libertad interior, la más preciosa de todas, no pudieron arrebatársela sus perseguidores. En la cárcel donde le encerraron, y cuyas piedras formarán el pedestal de su estatua, sentíase libre, más libre que sus enemigos. Sus abundantes lecturas, sus pensamientos honrados y bondadosos, sus cartas rebosantes de propósitos elevados y serenos, atestiguaban, lo sé bien, la libertad de su espíritu. Eran sus perseguidores y sus calumniadores los que estaban prisioneros entre sus propias mentiras y sus propios crímenes. Varios testigos le han visto inconmovible, risueño, indulgente, detrás de la reja. Cuando los ánimos estaban excitados, cuando se organizaban aquellas reuniones públicas adonde acudían millares de sabios, estudiantes y obreros, y cuando se cubrían de firmas muchos pliegos para pedir al principio y exigir al fin que cesara la detención escandalosa, dijo a Luis Havet: Estoy más tranquilo que ustedes.' Sin embargo, creo que sufría. Creo que le han hecho sufrir cruelmente la ruindad y la perfidia, la injusticia monstruosa, la epidemia de crimen y de locura, los furores odiosos de aquellos hombres execrables que engañaban a la muchedumbre, los furores perdonables del pueblo ignorante. El también ha visto a la mujer anciana que, con santa sencillez, llevaba el haz de leña para el suplicio del inocente. ¿Cómo no ha de sufrir al cerciorarse de que los hombres son peores de lo que suponía, al sentirlos menos valerosos o menos inteligentes de lo que imaginaban los psicólogos en sus obras? Creo que ha sufrido mucho en su interior, en su alma silenciosa envuelta en un manto estoico; pero me avergonzaría de compadecerle temeroso de que un murmullo de piedad humano llegado a sus oídos ofendiese la dignidad de su corazón. Lejos de compadecerle, diré que fue dichoso, porque el día de la prueba se hallaba dispuesto y no desmayó; dichoso, porque se mostró siempre honrado, con heroísmo y con sencillez; dichoso, porque su conducta servirá de ejemplo a los soldados y a los ciudadanos. La piedad debereservarse para los culpables: al coronel Picquart sólo se le debe admiración."

El señor Bergeret, ya terminada su lectura, dobló el periódico. La estatua de Margarita de Navarra aparecía sonrosada. En el Poniente, el cielo abrillantado y espléndido se revestía como de una armadura con una cadena de nubes semejantes a escamas de cobre rojo.