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El sentido de la poesía gauchesca

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El sentido de la poesía gauchesca
de Romildo Risso


      SU VIRTUD EDUCATIVA E INSPIRADORA PARA EL NIÑO Y EL HOMBRE

"...lograremos que el alma no se les vaya
de la Patria, en la admiración de personajes
extraños que los seducen y conquistan,
llevándolos espiritualmente lejos de su tierra;
de esta tierra donde sobran héroes y ejemplos
para todas las enseñanzas saludables y alentadoras".

R. R.

"...el espejismo novelero trae a los ojos
visiones extrañas que nos nacen mirar por
sobre lo nuestro, por simple razón de lejanía.
Y tras de la visión se van las almas y el pueblo
se enfría en su propia tierra, por ausencia espiritual".

R. R.

Bien sabemos que se ha mirado con prevención y hasta con menosprecio, toda manifestación gauchesca, sin excluir la misma literatura, y en partícular la poesía.

Muchos de los que hoy son cultores de este genero, puestos a decir verdad, podrían declarar que han sentido igual aversión; con la única diferencia de que un sentimiento doloroso, avivando su repugnancia por "la causa" de tal vilipendio, fortalecía en sus corazones un amor e infundía en sus almas un aliento de inspiración reparadora.

Quizás en alguno de ellos, ese estado emotivo, esa actitud espiritual determinó el impulso Realizador, como por necesidad compensadora. Y la obra honrada, sincera, noble, fué, primero, movimiento íntimo en vibración de protesta, y luego, expresión de la verdad sentida y de idea madurada en reflexiva serenidad.

Aparente contrasentido, hablándose de poesía, ello es sin embargo, además de lógico, fácilmente comprensible.

El concepto no estorba a la inspiración ni a la espontaneidad; por el contrario, es la verdad en potencia, que se hace activa por virtud de la emoción generadora, en ese que es como un momento de amor en que la mente es fecundada y se hace madre, tocada por el espíritu en calor.

Así es el hijo sano: engendrado en salud de alma y de pensamiento.

Pero los enfermos no se contienen. Alcoholizados de vanidad, enardecidos o melancólicos, engendran sin amor, y de ellos nacen los hijos desmedrados, con su tara insalvable; aunque a muchos engañen o confundan por las galas que visten; por la sonora verba impresionante y tanto artificio con que se busca y logra dar sensación de realidad y de excelencia.

Padres e hijos —poetas y versos— estos son los que han hecho y hacen el daño incalculable que ha de costarnos reparar.

Y ha de costarnos, porque la primera dificultad es ser escuchado con atención y con respeto, al hablar de algo que está —para una gran mayoría— descalificado, y sobre lo cual, parece que no debe intentarse nuevo juzgamiento.

No se ve razón que justifique tal empeño y por lo tanto, no se alcanza el objeto de una posible rectificación de conceptos.

Y concepto decimos, de lo que es mero efecto de impresiones repetidas que engendran e imprimen una idea de realidad, sin meditación, sin análisis.

Por eso debemos decir algo que incite a pensar, que mueva a la reflexión.

Si no está justificado, su razón tiene, el menosprecio de lo gauchesco, a que hemos aludido; pero es falsa razón que habrá de descubrirse por efecto de la verdad contrapuesta, cuando todo se vea a la luz natural; sin reflejos deformadores.

Sólo es necesario que los ojos deslumhrados se acostumbren a la luz del día; que el mirar se detenga en la visión distinta, y la imagen nueva tendrá forma atrayente, sugestión de belleza, calidad y sentido.

Todo esto es tan posible, que podemos referirnos a hechos producidos y documentados, que evidencian lo que muchos creerían pretensión inalcanzable.

Tenemos comentarios interpretativos hechos por niños de escuela (11-12 años) en los cuales, ellos mismos se nos presentan en una actitud mental y espiritual que sorprende por su firmeza, como resultante de convicción adquirida por propia y personal labor meditativa: cosa bien distinta de la noción "aprendida" y retrasmitida: idea sin raíz, brote falso de estaca, sin probabilidades de perdurar y florecer.

En ellos —en la rica tierra que no es preciso arar hondo y darla vuelta, sino apenas moverla— la semilla buena se fecunda, se nutre por su propia raíz tocando alma, y sube la emoción formando tronco, y el pensamiento ramas que se estiran en vigoroso gesto afirmativo, por principio vital determinante.

Hay en eso, no el movimiento provocado por impulso exterior, que fatalmente decrece y concluye en inercia, sino virtud que aún inactiva (o aparentemente inactiva) será siempre potencia en el alma y el carácter,

Y tales resultados, por simples conversaciones en las que no aparece el maestro o el profesor, sino "el amigo grande" que sabe un poco más del mundo, porque vió en lo interior de ios hombres, lo que no pueden ver ojos de niños; y comprendió silencios que nada dicen a los que escuchan ruidos; y habló con árboles que se hicieron humanos, descubriéndoles sus dolores, su flojeza humillante, sus calidades.

Sin estar "en clase", se va viendo mundo —naturaleza y gauchos— y los árboles y los hombres se confunden en sucesión de ejemplos y enseñanzas.

El Tala levantando la enredadera para que disfrute del sol, entre sus ramas, dá su clara lección de generosidad; el Quebracho mordiendo el hacha que lo corta y sacudiéndola hasta hacerla "saltar de las manos", les graba una impresión de fortaleza e infunde admiración y simpatía, que son potencia capaz de resolverse en acto positivo de voluntad, porque refuerza aptitudes y excita tendencias provechosas; el Aromo estrujado por la piedra. padeciendo sin queja, "en vez de morirse triste, se hace flores de sus penas. . ." Y el oro que en su copa luce y a puñados siembra, es el oro de las almas buenas y valientes, que no esteriliza el dolor; y la hermosa mentira del que, sufriendo, sonríe y canta para ventura de los otros, los conmueve y atrae por seducción de belleza que tocando su espíritu, le comunica algo de su poder magnético, de su misma virtud.

Sobre la realidad objetiva se forma y define lo simbólico; el árbol se convierte en signo inteligible que fija en la memoria, la idea por la imagen.
Iniciados en la personificación, un interés nuevo los solicita y ios mueve en creciente afán por descubrir ellos mismos, un sentido moral, una idea útil, una expresión descifrable, un rasgo del carácter, en el Timbó presuntuoso, el Tala fuerte y sencillo, el Ñandubay que es "todo corazón".

¡Saludable ejercicio en que hasta el caer de un árbol abatido por el hombre, sacude al hombre en sensación dolorosa, de injusticia, y lo levanta en emoción de Patria!

En ese ambiente encontramos al gaucho, y no en el hecho espectacular ni en la escena impresionante que, aun sin falsedad ni mal fondo, sólo sirven para deslumbramiento y confusión.

Lo hallamos, lo seguimos y lo estudiamos en su vida común, y donde quiera que una situación nos permita ver algo de su ser interior, nos detenemos para mirar en su alma.

Hasta el hecho de guerra no nos preocupa más que como circunstancia en que habrán de manifestarse detalles de su íntima condición.

Sin artificio, dentro de la verdad, aparecen y se destacan los más bellos atributos humanos. Cada detalle es un trazo que completa o refuerza el dibujo espiritual que en la mente del niño se va formando, como por sucesivas y ya indelebles revelaciones.

Y es así que la figura moral del gaucho, no resulta el cuadro que se les pone ante los ojos, para contemplarlo en perspectiva y a distancia, sino el que llegan a ver por proyección interior, con luz de pensamiento y colorido de emoción animadora.

El gaucho los conquista espiritualmente (pero este gaucho) sin sacar al niño de su ambiente natural, de su condición, de su vida; lo conquista por simpatía hacia lo noble y superior; simpatía que es, al cabo, principio de afinidad o estimulante de sanas aspiraciones.

El respeto ahonda el sentimiento y eleva la consideración; pero cuando es ganado cordialmente y no impuesto como regla convencional, es afecto que acerca y conforta, en vez de fría admiración que distancia, o formal acatamiento.

Por eso para nosotros, el gaucho no es cosa pretérita, ni está lejos: lo encontramos en nuestro camino; escuchamos su palabra —hasta en sus soliloquios—; vemos en su ser y en su vida; lo estudiamos y aprendemos.

No hablamos de él ni por él; pero con él estamos, y en cada caso el niño siente como la presencia real de un ser bueno, fuerte y accesible, con el cual se vincula por una especie de amistad que nace de ese trato imaginario en el que —como en la realidad— el niño experimenta el íntimo placer de estar cerca del hombre, cuando el hombre es capaz de "estar cerca" del niño.

Así se afirman el concepto y la estimación.

Después, mucho después, vendrán las heroicidades y las proezas; y entonces, no serán relámpagos para mal ver hazañas que conmueven con más daño que provecho, porque en destellos dejan visiones sin sentido, asombros alucinantes, impresiones fantásticas, absurdas incitaciones, tanto como indiferencia o incredulidad.

Nada de esto puede ocurrir con nuestra labor.

De tanto en tanto —y sin que aparezca como objetivo propuesto, sino en forma incidental— recordamos que ese es el hombre de la Historia, el hombre de la Patria, y estamos seguros de que el corazón les dice más verdad que cuanta pueda comprender su mente trabajada en frío.

Porque sin emoción, patria es palabra, y su sentido tierra. . .

Nosotros queremos que sea sentimiento vigoroso y sereno; pero avivado y nutrido por conciencia de valimiento, de dignidad, de excelsitud.

Los más grandes méritos presentes, en todos los órdenes del progreso, más propenden a despertar orgullo, presunciones y vanidades, que nobles movimientos del espíritu.

Casi todo tiene un significado materialista, y no puede discutirse que hasta la calidad artística se aprecia comunmente, por la tasa de la retribución efectiva o la difusión obtenida por procedimientos y con fines mercantiles, sin relación aproximada, siquiera, con los valores reales. Y esto último, también dentro de la idea de "ganancias".

En lo demás, progresos, adelantos son patrimonio universal, y sólo con mucHo tino puede hablarse de eso a los niños.

Constituirán motivo de halago, de satisfacción: pero sólo conviene mencionarlos como simple informe y en su justo valor de bien adquirido, de esfuerzo ponderable en el campo de la común actividad de todo pueblo.

Ese es terreno para la inteligencia y no para el alma.

Nada ponemos en él, para estorbo; de él partimos porque es el presente, y a él volvemos confortados por lo hermoso y lo bueno del ayer que vimos; trayendo en la afirmación de su grandeza y del ejemplo, una devoción y una consigna para el porvenir.

Carácter y amor, serán siempre dos fuerzas en constante impeler hacia adelante y hacia arriba.

En la vida gaucha, —para templar y estimular al niño— surgen, la austeridad y la hidalguía; la amistad sagrada; la fe en la palabra; desinterés y abnegación; voluntad y paciencia como fuerzas triunfadoras; el valor sin alarde; el sufrimiento sin queja y sin flaqueza; todo lo que define y muestra al hombre de ley, dueño de sí mismo. Pero sin el empaque grave o suficiente que molesta y rechaza, sino en la actitud natural, sencilla; en el reposo del equilibrio logrado y sostenido por el prodigio de su firmeza.

Cuando no, descubrimos que su engañadora "indiferencia" es, unas veces estoicismo, pero generalmente, y casi siempre, serenidad espiritual, dominio de la voluntad, hábito de su ejercicio.

Todo esto es condición tradicional si perdura, se comunica, se trasmite como rasgos y cualidades propios del individuo y su nación.

Y sobre eso —que también son amores— sentir el amor grande, el amor gaucho: la Patria!
Porque ese amor —que hasta se le ha negado— es como perfume del ambiente y aroma mismo de la vida gaucha.

Está en la sangre del hombre, como en la savia la esencia: el heroismo es flor que lo revela y lo difunde. Formas y colorido: detalles de belleza.

Eso aspiran con nosotros los niños y no miasmas de arrabal en la canción perversa, que pretende ser criolla y acriolladora; eso ven, y no groserías de matones, ni seres envilecidos por todas las claudicaciones, en un atroz falseamiento de la psicología gaucha, sacrificada al afán exitista o simplemente confundida por pura ignorancia.

Aunque bien lo quisiéramos, y siempre nos hemos abstenido de comentar estas cosas, algo es indispensable decir, para indicar males que no debían hacerse impunemente y sin embargo vemos difundirse hasta con "gloria y provecho" y aplauso para muchos de los culpables. Autores que por puro exhibicionismo abren su grifo derramando literatura gauchesca; autores venales que producen por requerimiento comercial calculando efectos numerarios; sensacionalistas rebuscadores de truculencias, explotadores del asombro ingenuo sin desdeñar recurso que valga para "el cartel", con más o menos delito, todos deben ser señalados como delincuentes y llevar su castigo en el repudio público.

En segundo grado, también son responsables los intérpretes que en escenarios y micrófonos, creyendo "hacer arte" (y muchos de buena fe) se convierten en cómplices de la impostura, en calumniadores del gaucho. Basta el gesto, la actitud, el tono para hacer innoble lo que en su cabal sentido no lo es.

Pero ¿quién puede hacer algo a ese respecto? El periodismo. Y en el periodismo ¿quiénes?

Es odiosa la tarea de castigar y fuera de los inhibidos por ser parte, los otros capaces y dispuestos, quizá no puedan porque es difícil que se lo permitan con la absoluta libertad que requiere toda justicia.

Franco, no veo más camino que el otro: imponer y difundir el verdadero concepto. Pero es lamentable esa impunidad a que aludimos y está pidiendo Jueces.

Por que el gaucho es un símbolo y es nuestro, debe respetarse. No es benevolencia consentir que su personalidad sufra desmedro, hasta el punto de hacerse despreciable el que llena la historia con ejemplos de grandeza moral indiscutible.

¡Cómo podrán nuestros niños sentir la Patria, escarneciendo al gaucho!

Nosotros pretendemos que lo comprendan y lo quieran y hemos de impedir que se les confunda.

Abrimos su mente a la comprensión y el alma a los afectos buenos, al impulso cordial y generoso en que se dan los hombres por la amistad, por el deber o por la Patria. Así será también comprendida la epopeya heroica y nuestros niños serán, de veras, nuestros.

No sé si lo gauchesco será para nosotros, la única fuente de inspiración tradicionalista; pero sí que es raíz y tronco de nuestro pueblo: estirpe de nación.

Gaucho: cosa rústica porque en inculta tirerra se afirmó, venciendo rudezas con rudeza; cosa brava porque se crió a campo, desafiando intemperies, aguantando rigores; noble y excelso porque se dió a un ideal en cuerpo y alma; quemando vida iluminó victorias, y se extinguió dejándonos la Patria. Hoy es verso en el himno nacional, lo que fué su lema y lo cumplió:
   
   No habremos de robarle su lema ni su gloria.
   Sin el pasado, esta Patria no es nuestra.
   Y sin el gaucho, no hay pasado.