El sitio de BredáEl sitio de BredáPedro Calderón de la BarcaJornada III
Jornada III
Salen JUSTINO y MORGAN.
[VOCES]:
(Dentro.)
¡Ríndase la villa!
MORGAN:
Ciego
de enojo y cólera voy.
JUSTINO:
Rabiando de pena estoy,
dando con los ojos fuego.
¡Vecinos, oíd! ¿Así
el temor os sobresalta,
que ánimo y valor os falta
para resistiros?
[VOCES]:
(Dentro.)
Sí.
(Dentro.)
[VOCES]:
No.
(Sale FLORA.)
FLORA:
No te canses que ya es mucha
tu pretensión y tu muerte.
JUSTINO:
¿De qué modo?
FLORA:
Desta suerte,
si no lo sabes, escucha.
Después, Justino, que la dura guerra
pasó a Flandes, en tanto desconsuelo,
que no solo prodigio fue a la tierra,
sino también calamidad del cielo,
-también aquel que en sus doseles yerra
caracteres que imprime en azul velo,
con que reparte al mundo de una suerte
dádivas de la vida y de la muerte-
tanto la voluntad se ve rendida
al hambriento furor, al golpe fuerte,
que duda entre las luces de la vida,
que ignora entre las sombras de la muerte
si asiste el alma a su porción unida,
si falta desasida; y desta suerte,
como a un tiempo dolor y horror recibe,
ignora cuándo muere o cuándo vive.
FLORA:
Cuál por las calles, ya tristes desiertos,
con la voz en los labios temerosa,
va tropezando entre los cuerpos muertos,
por llegar a los brazos de su esposa;
y allí, con los discursos más inciertos,
se quiere despedir, duda y no osa,
porque teme, al formarse la palabra,
que el alma espera a que los labios abra.
Cuál negándose al mísero sustento,
que le concede una porción escasa,
le lleva la mitad de su alimento
al impedido padre, que en su casa
camaleón se vive de su aliento,
y a nueva vida con su vista pasa;
y como la piedad duda y estima,
una vez se desmaya y otra se anima.
Cuál el cabello a su discurso deja
cubrir la espada y enlazar el cuello;
y siendo su fatiga quien la aqueja,
piensa que es quien la ahoga su cabello,
las manos tuerce y la sutil madeja
cruel aparta, y cuando vuelve a vello,
siendo lisonja de los aires vanos,
llora, y vuelve a torcer las blancas manos.
Cuál, pues, al corriente de ese río
llega a templar la desigual congoja;
bébese el mar, y viendo el centro frío
otra vez, otra vez el labio moja.
¡Qué fácilmente engaña el albedrío!
Templa la sed y el hambre le acongoja,
que el natural deseo de la vida
agua le da, aunque alimento pida.
FLORA:
¿Cuántos, de esa montaña despeñados,
a su misma pasión vimos rendidos?
¿Cuántos, a su furor precipitados,
pendientes de un cordel, de un hierro heridos,
de mortales venenos ayudados,
de prolijos peñascos oprimidos?
Y, al fin, es en tormentos tan esquivos,
Bredá un sepulcro que nos guarda vivos.
Pues ¿qué alivio tenemos, qué esperanza,
si a nuestra muerte hemos de ser testigos,
y para dar a España más venganza,
somos nuestros mayores enemigos?
¿Qué favor, qué socorro, qué mudanza
enmienda podrá ser a sus castigos,
si, cuando tantas penas padecemos,
nosotros a nosotros nos vencemos?
¿Qué minas brotan de arrogancia llenas?
¿Qué encuentro padecemos fuerte y duro?
¿Qué asalto nos derriba las almenas?
¿Qué artillería nos fatiga el muro?
Nosotros nos labramos nuestras penas,
nosotros les hacemos más seguro
el triunfo. Pues ¿qué hacemos, qué esperamos?
Átropos somos, nuestra vida hilamos.
Ya Enrique de Nasau se ha retirado,
imposible el socorro me parece,
por agua y tierra el paso está tomado,
mengua el valor y la desdicha crece.
Esa nueva moneda que has labrado,
¿qué importa, si la plata no me ofrece
interés y ella misma es infelice?
FLORA:
«Bredá sitiada por España» dice.
¿No es furor que se mate quien no espera
a que le mate el hambre dura y fuerte?
Luego es furor también de esa manera,
porque no me la den, darme la muerte.
Entre del español la furia fiera,
venza, triunfe y castigue de una suerte;
porque es furor, aunque el vivir dilate,
matarme yo, porque otro no me mate.
JUSTINO:
Madama, todo el rigor
veo, sufro, siento y lloro;
mas de la muerte no ignoro
que será muerte mejor
a las manos del valor,
que no a las del enemigo,
y así estos discursos sigo;
pero si no puede más
la humana fuerza, hoy verás
que a satisfacer me obligo
tantas quejas. No pretendo
para la esperanza mía
de término más de un día;
porque en este solo entiendo
que Enrique entrará rompiendo
el sitio que no ha podido,
que ya la gente ha venido
de Marfil. Y siendo vana
esta esperanza, mañana
nos daremos a partido.
Suframos hoy, que yo estoy
satisfecho que vendrá,
y que el socorro entrará
en la villa.
[VOCES]:
(Dentro.)
Solo hoy
damos de término.
(Sale LAURA.)
JUSTINO:
Soy
contento.
LAURA:
Las voces mías
penetren las celosías
de diamante y de zafir,
pues no podemos vivir
sino solos once días.
FLORA:
¿Qué es esto, Laura?
LAURA:
Han contado
el sustento que tenemos
en la villa y no podemos
con tanto límite dado
vivir, ¡qué infelice estado!,
sino once días.
FLORA:
Pedir
que nos vamos a rendir
al campo; que no hay ninguna
triste o mísera fortuna
que no la enmiende el vivir.
¿Es Bredá acaso Numancia?
¿Pretende tan necia gloria?
¿Será la primer vitoria,
ni la de más importancia?
No es pérdida, que es ganancia
la guerra; pues ¿qué esperamos?
¿Por qué no nos entregamos?
Que no hay libertad perdida
que importe más que la vida.
Vamos a rendirnos.
TODOS:
Vamos.
(Disparan y salen LADRÓN, ESPÍNOLA, DON VICENTE, DON GONZALO y DON FRANCISCO DE MEDINA.)
ESPÍNOLA:
¡Jesús mil veces!
GONZALO:
¿Así?
Señor, Vuexcelencia pone
en tanto riesgo su vida.
¿Qué alabanzas, qué blasones
podrán ser satisfaciones
a una desdicha tan noble,
aunque España con su muerte
el mundo a sus plantas postre?
MEDINA:
Perdóneme Vuexcelencia,
que ha sido grande desorden,
y aun es desesperación
de su vida.
LADRÓN:
O me perdone
o no me perdone a mí,
juro a Dios, aunque se enoje,
que fue grande necedad
llegar divertido a donde
pudieron con una bala,
que el viento encendido rompe,
quitar el freno al caballo
que bañado en sangre corre.
ESPÍNOLA:
Señor don Gonzalo, andaba
dando en los cuarteles orden
para esperar la ocasión
que hoy Enrique nos propone;
que el socorro que ha venido
de Masfelt, y otros señores
de Flandes, le da esperanza
para que sus presumpciones
piensen entrar en Bredá,
para cuyo efeto pone
en la campaña docientos
carros y treinta mil hombres.
En aquesto andaba, cuando
corrió los vientos veloces
un rayo, que lumbre y trueno
puso entre el plomo y el bronce.
Quitome el freno al caballo,
mas si no me alcanzó el golpe,
lo mismo fuera haber dado
en Toledo.
ALONSO:
[Aparte.]
Esas razones
dije, cuando entró la bala
en la tienda, y desde entonces
se acuerda dellas. ¡Por Dios,
que no olvida lo que oye!
(Sale DON FADRIQUE.)
FADRIQUE:
Ya Enrique se va llegando.
¿No escuchas las dulces voces
de las cajas y trompetas?
¿No ves azules pendones
que, a imitación de las nubes,
ufanos al sol se oponen?
ESPÍNOLA:
¿Pues ves toda aquesa gente,
que en formados escuadrones
hace una selva de plumas
en variedad de colores?
Pues en viéndonos la cara,
plega a Dios que no se tornen,
como otras veces lo han hecho.
VICENTE:
Ya de más cerca se oyen
las cajas.
ESPÍNOLA:
Pues los cuarteles
esperen a ver por dónde
nos embiste, y los demás
tercios, puestos y naciones,
no desamparen los suyos;
que el volante escuadrón corre
a todas partes, y hoy
espero que el cuello dome
a esta herética arrogancia,
religión dañada y torpe.
Pues hoy en cualquier suceso,
que deste encuentro se note,
tengo de entrar en Bredá,
postrando a mis plantas nobles
la oposición de sus muros,
la eminencia de sus torres.
Si es bueno el intento nuestro,
porque ya sus presumpciones
quedarán desengañadas,
y no hay poder que no estorbe.
Si es malo, porque con él
nueva esperanza no cobre,
y vean tantas ruinas
sangrientas ejecuciones.
Vueseñoría, señor
don Gonzalo, a cargo tome
en este cuartel de España
el gobierno; y pues conoce
su cólera, cuando vea
que no pelean, reporte
su arrogancia, porque temo
que colérico se arroje
en viendo en otro cuartel
trabados los escuadrones. (Vase.)
FADRIQUE:
¡Oh, si llegara por este
puesto de los españoles
Enrique, qué alegre día
fuera a nuestras intenciones!
VICENTE:
No somos tan venturosos,
que esa dicha, señor, logre.
LADRÓN:
Yo apostaré que va a dar
allá con esos flinflones,
con quien se entienda mejor,
que dicen, cuando nos oyen
«Santiago, cierra España»,
que aunque a Santiago conocen
y saben que es patrón nuestro,
y un apóstol de los doce,
el «cierra España» es el diablo,
y que llamamos conformes
a los diablos y a los santos,
y que a todos nos socorren.
MEDINA:
Si en el camino de Amberes
vino marchando, se pone
frente de los italianos.
FADRIQUE:
Ya parece que se rompen
los campos.
ALONSO:
¡Cuerpo de Cristo!
¡Que de aquesta ocasión gocen
los italianos y estemos
viéndolos los españoles
sin pelear!
GONZALO:
La obediencia
es la que en la guerra pone
mayor prisión a un soldado,
más alabanza y más nombre
que conquistar animoso,
le da el resistirse dócil.
FADRIQUE:
Pues si no fuera más gloria
la obediencia, ¿qué prisiones
bastaran a detenernos? (Tocan.)
ALONSO:
Con todo eso, no me enojen
estos señores flamencos;
que si los tercios se rompen,
tengo de pelear hoy
aunque mañana me ahorquen.
VICENTE:
¡Qué igualmente que se ofenden! (Tocan.)
FADRIQUE:
¡Y qué bien suenan las voces
de las cajas y trompetas
a los compases del bronce!
MEDINA:
¡Viven los cielos, que han roto
el cuartel de los valones! (Tocan.)
FADRIQUE:
Ya llega a los italianos.
¡Que a tanto me obligue el orden
de la obediencia, que esté,
cuando tal rumor se oye,
con el acero en la vaina!
¡Que digan que estando un hombre
quedo, más que peleando,
cumple sus obligaciones!
VICENTE:
Ya roto y desbaratado
el cuartel se ve. ¿No oyes
las voces? ¡Por Dios que pienso
que entre en la villa esta noche!
ALONSO:
¿Cómo en la villa?
FADRIQUE:
¿En la villa?
La obediencia me perdone,
que no ha de entrar.
VICENTE:
Embistamos,
que se enoje o no se enoje
el General.
GONZALO:
Caballeros,
piérdase todo y el orden
no se rompa.
FADRIQUE:
No se falta
a nuestras obligaciones,
que en ocasiones forzosas
no se rompe, aunque se rompe.
VICENTE:
Pero atentos a la acción
que intenta atrevido un hombre,
mudo el viento se detiene,
y el sol se ha parado inmóvil.
¿No ves al mayor sargento
italiano, que se opone
al ejército de Enrique,
y animando con sus voces
toda la gente, detiene
el paso a los escuadrones
del enemigo? Esta acción
ha de darte eterno nombre,
Carlos Roma, y dignamente
mereces que el Rey te honre
con cargos, con encomiendas,
con puestos y con blasones.
¡Con la espada y la rodela
furioso los campos rompe
y a su imitación se animan
los italianos! ¡Que gocen
ellos la gloria y nosotros
lo veamos! Aquí es noble
la envidia, y aun la alabanza;
que España, que en más acciones
se ha mirado vitoriosa,
no es razón que quite el nombre
a Italia de la vitoria,
si ellos son los vencedores.
FADRIQUE:
Desbaratados y rotos
miden los vientos veloces
los flamencos, ya queda
por suyo el honor; coronen
su frente altivos laureles,
y en mil láminas de bronce
eternos vivan, tocando
hoy los extremos del orbe. (Tocan, dase la batalla y sale ENRICO.)
ENRIQUE:
Yo pienso que el mismo Marte
mis campos destruye y rompe
cada vez, ¡cielos!, que veo
un bello, un gallardo joven
que, ministro de la Parca,
tiene obediente a su estoque
en cada amago una vida,
y una muerte cada golpe.
Aquel valiente italiano,
que con la rodela sobre
las armas, bello y valiente,
era Marte, siendo Adonis,
¡ha quién supiera quién es!
¡Cielos, que tanto aficione
el valor, que el enemigo
le confiesa y le conoce!
Sí, estos brazos mereciste,
vuélvanse mis escuadrones
desesperados de entrar
en Bredá, y no provoquen
las cajas, y a retirarnos
nos llamen, Bredá dé orden
de entregarse; que imposibles
son ya todos mis favores.
Entréguense infamemente
que yo voy corrido donde
mi desdicha y su venganza,
mi muerte o su afrenta llore.
(Vase y sale ESPÍNOLA, y todos con él.)
FADRIQUE:
Ya Enrique se ha retirado,
desesperado de dar
el socorro.
ESPÍNOLA:
Si a llegar
hoy, en los de Italia ha hallado
tal resistencia, ¿qué mucho
que se vuelva, pues bastaba,
donde su valor estaba,
para defenderse?
ALONSO:
[Aparte.]
Esto escucho.
VICENTE:
Carlos Roma valeroso
al peligro se arrojó,
dignamente mereció
nombre inmortal y glorioso.
Su Majestad premiará,
porque su valor entienda
el pecho de una encomienda,
que tan merecida está,
puesto que los italianos
en esta facción han sido
solos los que han conseguido
tantos triunfos soberanos. (Ruido dentro.)
GONZALO:
Gran novedad es aquesta
que la vista maravilla.
VICENTE:
Fuegos hacen en la villa.
BARLANZÓN:
Fácil está la respuesta,
sin duda quieren quemarse
los herejes.
ALONSO:
No será
la primera vez; que ya
lo hemos visto, por no darse.
(Sale MEDINA con una espía de villano.)
MEDINA:
Esta es una oculta espía
que disfrazado venía,
señor; él podrá decir
deste fuego el fundamento.
ESPÍNOLA:
¿Quién eres?
ESPÍA:
Un labrador.
BARLANZÓN:
Este es espía, señor,
mejor lo dirá el tormento.
ESPÍNOLA:
¿Dónde en este traje vas?
ESPÍA:
Pues tan desdichado fui,
que luego en tus manos di,
de mí el intento sabrás.
Resuelto y determinado,
siendo una encubierta espía
dije a Enrique que entraría
en la villa.
ESPÍNOLA:
¿Cómo?
ESPÍA:
A nado.
Por eso cartas no entrego.
ESPÍNOLA:
¿Y qué habías de decir?
ESPÍA:
Que se traten de rendir
con buenos partidos luego,
porque ya el conde Mauricio
ha muerto, y él ha quedado
ajeno y desesperado
de ayudarles. Bien da indicio
desto el fuego, pues así
dicen que no hay qué comer,
y no pueden defender
más la fortaleza. A mí
decir la verdad me abone.
ESPÍNOLA:
En fin. ¿Mauricio murió?
BARLANZÓN:
El primero es que me ahorró
de decir: ¡Dios te perdone!
ESPÍNOLA:
¡Hola!, este hombre esté preso.
FADRIQUE:
Allí una blanca bandera,
con los vientos lisonjera,
está en la muralla.
ESPÍNOLA:
Eso
es señal de paz. Lleguemos
al muro, que desde allí
habla un hombre, y desde aquí
me parece que le oiremos.
Algún contento imagino. (MORGAN al muro.)
MORGAN:
Soldados, ¿está el Marqués
donde me escuche?
ESPÍA:
Sí.
MORGAN:
Pues
estame atento. Justino
de Nasau, gobernador
de Bredá, quiere entregar
la fuerza, como acetar
quiera el piadoso valor
tuyo un lícito partido.
Y para que efeto tenga,
Enrique de Vergas venga
aquí a tratarlo, que ha sido
la causa de no salir
el estar malo en la cama.
ESPÍNOLA:
Hoy es dichosa mi fama,
Bredá se quiere rendir.
¿Qué partido pedirá
que no sea fácil? Ladrón,
llamadme sin dilación
al conde Enrique, que ya
se entrega Bredá. Diréis
a Justino que me pesa
de su enfermedad y que esa
convenencia que os hacéis
acetaré, como sea
tal que a todos esté bien.
MORGAN:
Pues, invicto Ambrosio, ¿quién
otro suceso desea?
GONZALO:
Dese la villa y quedemos
señores della, y vencidos
o entregados, los partidos
que pidieren, acetar.
ESPÍNOLA:
Sí, porque no importan más
del mundo los intereses,
que haber estado dos meses
sobre este sitio y jamás
el ser liberales fue
desmérito. Así se vea
que es, lo que aquí se desea,
que esta fortaleza esté
por España. Para esto
tanto tiempo hemos estado,
tanta hacienda se ha gastado,
y tantas vidas se han puesto
a peligro; pues advierte
agora, ¿qué condición
de más consideración
no podrá ser que una muerte?
LADRÓN:
El Conde está aquí. (Sale el de VERGAS.)
ESPÍNOLA:
¿Qué habrá,
señor, que advertirle a quien
alcanza y sabe también
lo que debe hacerse? Ya
se quiere rendir la villa,
Vueseñoría ha de entrar
dentro a parlamentear.
Y puesto que ella se humilla,
no hay que apretar demasiado,
que mayor nobleza ha sido
tener lástima al vencido
que verle desestimado
con arrogancia.
VERGAS:
Yo iré
y advertiré sus razones,
veré sus proposiciones
y sus partidos oiré,
sin dejar efetuado
ninguno, volveré a dar
cuenta y para confirmar
lo que quedare tratado,
se nombrarán diputados
de ambas partes para el día
señalado.
ESPÍNOLA:
Useñoría
lleve por acompañado
al marqués de Barlanzón.
VERGAS:
Con ese no más iré
muy honrado.
BARLANZÓN:
Yo entraré
con sola una condición,
que escondan al artillero
que la pieza disparó,
pues a conocerle yo,
he de matarle primero
que hablar nada.
LUIS:
¿Y qué seguro
nos dan?
BARLANZÓN:
¿Qué seguridad
más que su necesidad?
No hay que temer.
ESPÍNOLA:
¡Ha del muro!
MORGAN:
¿Qué es lo que mandas?
ESPÍNOLA:
Ya aquí
está el Conde.
MORGAN:
Brevemente
echa el rastrillo y el puente
en un punto, porque así
siempre el fuerte esté cerrado.
VERGAS:
Los dos habemos de entrar. (Cae el puente.)
BARLANZÓN:
Estos andan por quebrar
la pierna que me ha quedado.
ESPÍNOLA:
Yo espero entrar allá presto.
Pero ¿quién causa este ruido?
[VOCES]:
(Dentro.)
No queremos que a partido
se dé la villa.
ESPÍNOLA:
¿Qué es esto?
FADRIQUE:
Parece que amotinado
el ejército no quiere
los partidos.
ESPÍNOLA:
Pues no altero
mi intento, en esto acertado.
Mas yo sabré con prudencia
obligarlos, recorriendo
los cuarteles y pidiendo
su voto y su convenencia.
GONZALO:
Este de tudescos es.
ESPÍNOLA:
Tudescos, Bredá se ofrece
a partido; ¿qué os parece?
¿Que le acetemos?
[VOCES]:
(Dentro.)
Después
que vimos el inhumano
rigor del helado invierno
y sufrimos el eterno
fuego del cruel verano,
no es bien que partidos quieran.
FADRIQUE:
Estos son valones.
ESPÍNOLA:
Ya
valones, quiere Bredá
entregarse.
[VOCES]:
(Dentro.)
Cuando esperan
los soldados aliviar
los trabajos padecidos,
con el saco entretenidos,
¿quieres se vengan a dar
para librarse?
GONZALO:
Es en vano
que pierdan sus intereses.
ESPÍNOLA:
Agresores escoceses,
y ingleses, hoy os allano
mi tienda, en ella podéis
vuestra codicia aplacar.
Si Bredá se quiere dar,
su desinio no estorbéis.
[VOCES]:
(Dentro.)
Hemos padecido mucho,
y es muy poco interés cuanto
puedes darnos tú.
ESPÍNOLA:
¡Que tanto
os mueva! ¿qué es lo que escucho?
Que si todos van así,
no tendrá efeto el intento.
Así remediarlo intento:
oíd, españoles.
ENRIQUE:
Di.
ESPÍNOLA:
Para una empresa tan alta
como el fin desta vitoria,
para conseguir su gloria
solo vuestro voto falta.
¿Qué respondéis?
[VOCES]:
(Dentro.)
Que se dé,
con partido o sin partido,
como quede conseguido
nuestro intento, y es que esté
por el Rey. Y si no quieren
pasar esotras naciones
por pactos ni condiciones,
españoles se prefieren
a dar al Rey el dinero,
joyas, vestidos y cuanto
tuvieren, porque con tanto
oro, que es un reino entero,
su codicia esté pagada,
nuestra gloria conseguida,
dando la hacienda y la vida
tan dignamente empleada,
al Rey, pues mayor hazaña
es que no manche en tal gloria
con la sangre la vitoria,
y sea Bredá de España.
TODOS:
Quede Bredá por el Rey,
y aceta la condición.
FADRIQUE:
Todos a su imitación
convienen, por justa ley,
en las entregas, corridos
de verles tan liberales.
ESPÍNOLA:
¡Oh españoles! ¡Oh leales
vasallos! ¡Cuanto atrevidos,
para la guerra sujetos,
para la paz obedientes,
cuanto sujetos valientes,
y en todo extremo perfetos!
De la gentilidad dudo
que por Dios hubiesen dado
altares a Marte armado,
y no a un español desnudo.
'(Vanse, y salen JUSTINO, VERGAS, MORGAN y BARLANZÓN.)'
JUSTINO:
Vueseñoría, señor,
sea bien venido.
VERGAS:
Deme
Vueseñoría los brazos,
y diga ¿cómo se siente?
JUSTINO:
No estoy bueno, mas ¿qué mucho
no tenga salud, si este
término me pone hoy
poco menos que a la muerte?
VERGAS:
Mucho ha sentido el Marqués,
Justino, vuestro accidente
de poca salud.
JUSTINO:
Las manos
al Marqués beso mil veces.
BARLANZÓN:
Ya bastan las cortesías.
Vueseñorías se sienten,
sepamos a qué venimos.
VERGAS:
Aunque no traigo poderes
del Marqués para firmar
el concierto, como quede
convenido entre nosotros,
después diputados pueden
de entrambas partes nombrarse
para que lo que concierten,
capitulado se firme. (Saca un papel.)
JUSTINO:
Pues yo traigo escrito este
memorial de condiciones.
VERGAS:
Veamos, pues. (Dos criados le lleguen.)
JUSTINO:
Este bufete
llegad y dejadnos solos.
Dice así: «Primeramente
se dé perdón general
a cuantos hoy Bredá tiene
en forma amplísima».
VERGAS:
Es justo
que, pues que se rinden, queden
perdonados. Adelante,
que el perdón se les concede.
BARLANZÓN:
Escribamos dos a un tiempo,
para que un traslado quede
en Bredá para resguardo,
y el otro al Marqués se lleve.
JUSTINO:
«La segunda condición
es que todos los burgueses
puedan quedar en la villa,
y en dos años resolverse
si quieren su domicilio,
y que, si no le quisieren,
puedan al fin de dos años
llevar o vender sus bienes,
y que, si quisieren irse
al presente, libremente
lo puedan hacer, según
que mejor les estuviere:
que los que quedaren, vivan
en su religión».
VERGAS:
No tiene
que leer más Vueseñoría,
que hay muchos inconvenientes.
Que los burgueses, vecinos
es lo mismo, en Bredá queden,
que se vayan y dos años
tengan para resolverse,
está bien.
BARLANZÓN:
¿Qué nos importa
que se vayan o se queden?
VERGAS:
Pero llevar sus haciendas,
¿cómo puede concederse,
si es dejar pobre la villa?
JUSTINO:
Sí, pero los que tuvieren
hacienda en ella, jamás
se irán, porque ellos no pueden
llevar las casas y campos.
BARLANZÓN:
Y los tratantes que tienen
en los muebles las haciendas,
¿no podrán llevar los muebles?
JUSTINO:
Si de burgueses tratamos,
¿qué importan los mercaderes?
Fuera de que los partidos,
que en esto se les hiciere,
les harán irse o quedarse.
VERGAS:
En esto he de resolverme.
Escriban: «que los vecinos
puedan salir al presente
o en dos años, y llevar
o vender todos sus bienes».
Que en toda esta condición
he llegado a concederles,
porque en esotra ha de ser
todo lo que yo quisiere.
Vivir en su religión
nadie quitárselo puede,
pero con tales partidos,
que ha de ser ocultamente,
sin escándalo ninguno;
porque de ninguna suerte
han de tener señalado
lugar donde se celebren
su predicación ni ritos,
ni enterrarse donde hubiere
poblado, ni ha de quedar
un dogmatista que llegue
a informarlos en su seta,
que todos encontinente
han de salir de la villa.
JUSTINO:
Rigor demasiado es ese.
BARLANZÓN:
Pues rigor o no rigor
demasiado o lo que fuere,
no se ha de quedar un tilde
del capítulo.
JUSTINO:
Pues cesen
estas capitulaciones.
BARLANZÓN:
Ya han cesado. Morgan, vuelve
a echar el puente.
VERGAS:
Marqués,
deténganse.
BARLANZÓN:
Echen el puente,
salgamos presto de aquí,
o juro a Cristo que eche
por encima de esos muros
casa, sillas y bufete.
¿Estanse muriendo de hambre
y quieren hacerse fuertes?
JUSTINO:
Cuando de hambre muramos,
no nos espanta la muerte,
que sabremos poner fuego
a la villa, y que nos queme
antes que vernos rendidos.
BARLANZÓN:
No espanta el fuego a un hereje.
VERGAS:
¿En qué quedamos?
JUSTINO:
En esto.
MORGAN:
En las fortunas crueles,
cuando eres vencido sufre,
y súfranse cuando vences.
JUSTINO:
Vuelve a escribir.
BARLANZÓN:
Y yo vuelvo.
VERGAS:
Pero el capítulo es este:
«Que en su religión cualquiera
pueda vivir quietamente,
y que para los vecinos
que en su religión murieren,
se les señale apartado
un jardín donde se entierren. (Va escribiendo BARLANZÓN.)
Que salgan los dogmatistas
de la villa brevemente,
sin que en ella quede uno
tan solo, pena de muerte».
BARLANZÓN:
Ya está.
JUSTINO:
Antes que pasemos,
¿qué imposiciones o leyes
han de tener los vecinos?
VERGAS:
Las que han tenido otras veces.
Vean lo capitulado
con los de Brabante, y queden
con todas las exenciones
que los brabanzones tienen,
que yo no inovo partidos.
Mas también, como ellos, deben
recibir a los soldados
que de guarnición pusieren
Su Majestad, y se avengan
con ellos conformemente.
JUSTINO:
Escríbase así: estos son
vecinos. Los mercaderes
y tratantes, ¿cómo quedan?
VERGAS:
Como antes se estaban queden,
solo que para salir
a tratar afuera, lleven
pasaporte del que aquí
por gobernador hubiere,
y con este pasaporte
registrados, salgan y entren
a tratar y contratar
cuanto se les ofreciere.
JUSTINO:
Ahora digo que en tal tiempo
los tesoreros no deben
dar cuentas, y los ministros
que fiel y rectamente
han servido al magistrado,
comprehendidos se confiesen
en el perdón general.
BARLANZÓN:
Pues ellos, ¿qué culpa tienen
en haber servido bien
si así cumplen lo que deben?
VERGAS:
Que se entiendan los ministros
del modo que los burgueses.
Solo, que no nos den cuenta
los tesoreros, nos tiene
dudosos.
BARLANZÓN:
Aquesto es dinero,
no miremos intereses,
no den cuentas, adelante.
JUSTINO:
¿Y de qué modo la gente
de guerra saldrá? Porque
no saliendo honrosamente,
no saldrán.
BARLANZÓN:
Señor, de aqueso
todo cuanto ellos quisieren.
VERGAS:
Honrar al vencido es
una acción que dignamente
el que es noble vencedor,
al que es vencido le debe.
Ser vencido no es afrenta,
luego no fuera prudente
acuerdo que no salieran
honrados. Sus armas lleven,
sus cajas y sus banderas.
Mientras más lucidos fueren,
será mayor la vitoria,
porque esto se les concede
a oficiales y a ingenieros,
y los demás dependientes
de los ejércitos, saquen
sus familias y sus bienes.
BARLANZÓN:
Solo así por la señal
de ser vencidos, no lleven
cuerdas caladas ni balas,
sino en la boca.
JUSTINO:
Más debe
honrarse al vencido, ya
que a esto nos trujo la suerte.
BARLANZÓN:
Pues esta, ¿no es harta honra,
y mucha más que merecen?
JUSTINO:
Merecen mucho.
VERGAS:
Es verdad.
JUSTINO:
Y si no sacan, por ese
desprecio, la artillería,
no saldrán.
BARLANZÓN:
Pues que se queden
con hambre y sed.
[Aparte.]
En mi vida
vi flamenco tan valiente.
JUSTINO:
Pues quedemos a morir.
BARLANZÓN:
Aun bien, que no habrá que hacerles
las honras.
VERGAS:
A Useñorías
les suplico que se sienten.
JUSTINO:
Escriba que saquen armas
y artillería.
BARLANZÓN:
Ya es ese
mucho pedir.
VERGAS:
«Cuatro piezas
saquen y dos morteretes,
como no sean las cuatro
de doce, que Bredá tiene
con armas de Carlos Quinto,
que este Emperador valiente
las dejó a esta villa, y él
las hizo labrar, y cesen
las contiendas».
MORGAN:
Ya está escrito.
JUSTINO:
En este castillo tiene
el gran príncipe de Orange
guardados algunos muebles.
VERGAS:
Que se saquen, para esto
se dan de plazo seis meses.
JUSTINO:
Algunos soldados hay
que por dos inconvenientes
no pueden salir: son deudas
y enfermedad.
VERGAS:
Los que deben,
hagan una obligación
de pagarlas llanamente,
y salgan.
BARLANZÓN:
¿Obligación?
Eso es lo que ellos se quieren.
¡Qué puntuales serán!
Yo apuesto que eternamente,
por su obligación, aquestos
soldados son los que deben.
VERGAS:
«Los enfermos, en sanando,
salgan, y aquellos que hubieren
estado dos años, puedan
vender dentro de dos meses
sus haciendas y salir,
y los presos que estuvieren
de ambas partes queden libres».
JUSTINO:
Muy igual partido es ese.
VERGAS:
¿Hay más capítulos?
JUSTINO:
No.
VERGAS:
Esto queda desta suerte.
BARLANZÓN:
¿Y cuándo se han de entregar?
JUSTINO:
Saldremos a seis de aqueste
mes de turno.
VERGAS:
Bien está.
Cada uno su papel lleve.
Nombraranse diputados,
con órdenes y poderes,
si las capitulaciones
agradaren.
JUSTINO:
Me parece
muy bien.
BARLANZÓN:
¡Qué hermosa es la villa!
Una cosa solamente
le faltaba, pero ya
perfeta en todo se ofrece.
JUSTINO:
¿Y qué era, alemán?
BARLANZÓN:
Flamenco,
tener el dueño que tiene.
(Vanse, y salen ESPÍNOLA y soldados.)
ESPÍNOLA:
Señor don Francisco, ¿cómo
Su Alteza ha quedado?
MEDINA:
Tiene
la salud que deseamos
y que su virtud merece.
Alegrose con la nueva,
y dice, señor, que quiere
oír la primera misa
que en la villa se celebre,
y que la diga su Obispo
día del Corpus, con solene
fiesta.
ESPÍNOLA:
Pues no se derriben
las trincheas y cuarteles,
que al fin se holgará de verlo.
GONZALO:
De la muralla parece
que se descuelga otra vez
aquel levadizo puente.
FADRIQUE:
Y ya el conde Enrique sale.
ESPÍNOLA:
Vueseñoría mil veces
sea, señor, bien venido.
VERGAS:
Todo su concierto es ese,
Vueseñoría le repase,
y mire qué le parece.
ESPÍNOLA:
Señor don Gonzalo, en todo
estimo sus pareceres.
FADRIQUE:
¡Oh qué celebrado día!
Bien el ejército tiene
soldados de treinta años
de milicia, que no pueden
contar lo que yo he llegado
a ver en tiempo tan breve.
GONZALO:
Todo aquesto está muy bien.
ESPÍNOLA:
No hay sino que al punto lleguen
a rendirse. Ya Bredá
es del rey de España, y ¡plegue
al cielo que el mundo sea
su trofeo eternamente!
Al Rey mi señor le lleve
quien le diga que a sus pies
quisiera humilde ponerle
cuanto el sol desde su esfera
ilumina, sin que deje
de asistir a sus imperios,
temidos dichosamente,
desde la aurora de flores
hasta las sombras de nieve,
que Bredá, una villa humilde,
trofeo a sus plantas breve
se conoce, y que reciba
el deseo, si es que tiene
que agradecer el deseo
a quien en su nombre vence,
y más quien, para defensa
en sus ejércitos, tiene
los Córdobas y Guzmanes,
Velascos y Pimenteles.
(Cae el puente y salen los de Bredá.)
GONZALO:
Ya las puertas se han abierto.
JUSTINO:
Señor, Vuexcelencia llegue,
y después de haber firmado
los capítulos presentes,
reciba la posesión.
ESPÍNOLA:
Léanse públicamente
las condiciones.
JUSTINO:
Escuche,
que todas son desta suerte:
«Perdón general a todos,
que vecinos o burgueses
puedan quedar en la villa,
viviendo muy quietamente
sin escándalo, que haya
un jardín en que se entierren;
que salgan los predicantes,
que se reciba la gente
de guarnición, hospedados
quieta y amigablemente,
que no den los tesoreros
cuenta, y los vecinos queden
exentos de imposiciones
nuevas, y que se proceda
como los de brabanzones,
que los ministros se entienden
en el perdón general,
que tratantes salgan y entren
con pasaportes, que saquen
armas, piezas y mosquetes
sin balas, y lleven cuatro
piezas y dos morteretes,
que del príncipe de Orange
se saquen todos los muebles,
que hagan una obligación
los soldados que debieren,
y que los enfermos tengan
plazo de salir dos meses,
que los presos de ambas partes
estén libres».
ESPÍNOLA:
Desta suerte
lo firmo.
JUSTINO:
Pues da licencia
para que salga la gente.
LADRÓN:
Mucho te holgarás de verlo,
que los predicantes vienen
cubiertos todos de luto,
señal del dolor que tienen;
los caballos despalmados,
que a cada paso parece
que mueren; muchos soldados
con sus hijos y mujeres.
Mas, puesto que tú lo ves,
¿para qué pretendo hacerte
relación? ¡Oh con qué hambre
que aquestas mujeres vienen!
'(Salgan todos los que pudieren por una parte, y por otra, entrando los españoles, y después a la puerta JUSTINO con una fuente, y en ella las llaves.)'
JUSTINO:
Aquestas las llaves son
de la fuerza, y libremente
hago protesta en tus manos
que no hay temor que me fuerce
a entregarla, pues tuviera
por menos dolor la muerte.
Aquesto no ha sido trato,
sino fortuna que vuelve
en polvo las monarquías
más altivas y excelentes.
ESPÍNOLA:
Justino, yo las recibo,
y conozco que valiente
sois, que el valor del vencido
hace famoso al que vence.
Y en el nombre de Filipo
Cuarto, que por siglos reine,
con más vitorias que nunca,
tan dichoso como siempre,
tomo aquesta posesión.
GONZALO:
Dulces instrumentos suenen.
LUIS:
Ya el sargento en la muralla
las armas de España tiende.
SARGENTO:
Oíd, soldados, oíd.
¡Bredá por el rey de España!
ESPÍNOLA:
¡Y plegue al cielo que llegue
a serlo el mundo rendido
desde levante a poniente!
Y con esto se da fin
al Sitio, donde no puede
mostrarse más quien ha escrito
obligado a tantas leyes.