El sombrero de tres picos (1874)/Capítulo XV
Capítulo XV: Despedida en prosa
Serían las nueve de aquella misma noche, cuando el tío Lucas y la señá Frasquita, terminadas todas las haciendas del molino y de la casa, se cenaron una fuente de ensalada de escarola, una libreja de carne guisada con tomate, y algunas uvas de las que quedaban en la consabida cesta; todo ello rociado con un poco de vino y con grandes risotadas a costa del Corregidor: después de lo cual miráronse afablemente los dos esposos, como muy contentos de Dios y de sí mismos, y se dijeron, entre un par de bostezos que revelaban toda la paz y tranquilidad de sus corazones:
-Pues, señor, vamos a acostarnos, y mañana será otro día.
En aquel momento sonaron dos fuertes y ejecutivos golpes aplicados a la puerta grande del molino.
El marido y la mujer se miraron sobresaltados.
Era la primera vez que oían llamar a su puerta a semejante hora.
-Voy a ver... -dijo la intrépida navarra, encaminándose hacia la plazoletilla.
-¡Quita! ¡Eso me toca a mí! -exclamó el tío Lucas con tal dignidad, que la señá Frasquita le cedió el paso-. ¡Te he dicho que no salgas! -añadió luego con dureza, viendo que la obstinada Molinera quería seguirle.
Ésta obedeció, y se quedó dentro de la casa.
-¿Quién es? -preguntó el tío Lucas desde en medio de la plazoleta.
-¡La justicia! -contestó una voz al otro lado del portón.
-¿Qué justicia?
-La del lugar. ¡Abra V. al señor alcalde!
El tío Lucas había aplicado entretanto un ojo a cierta mirilla muy disimulada que tenía el portón, y reconocido a la luz de la luna al rústico alguacil del lugar inmediato.
-¡Dirás que le abra al borrachón del alguacil! -repuso el Molinero, retirando la tranca.
-¡Es lo mismo... -contestó el de afuera-; pues que traigo una orden escrita de su Merced! Tenga V. muy buenas noches, tío Lucas... -agregó luego entrando, con voz menos oficial, más baja y más gorda, como si ya fuera otro hombre.
-¡Dios te guarde, Toñuelo! -respondió el murciano-. Veamos qué orden es ésa... ¡Y bien podía el señor Juan López escoger otra hora más oportuna de dirigirse a los hombres de bien! Por supuesto, que la culpa será tuya. ¡Como si lo viera, te has estado emborrachando en las huertas del camino! ¿Quieres un trago?
-No, señor; no hay tiempo para nada. Tiene V. que seguirme inmediatamente. Lea V. la orden.
-¿Cómo seguirte? -exclamó el tío Lucas, penetrando en el molino, después de tomar el papel-. ¡A ver, Frasquita, alumbra!
La señá Frasquita soltó una cosa que tenía en la mano, y descolgó el candil.
El tío Lucas miró rápidamente al objeto que había soltado su mujer, y reconoció su bocacha, o sea, un enorme trabuco que calzaba balas de a media libra.
El Molinero dirigió entonces a la navarra una mirada llena de gratitud y ternura, y le dijo, tomándole la cara:
-¡Cuánto vales!
La señá Frasquita, pálida y serena como una estatua de mármol, levantó el candil, cogido con dos dedos, sin que el más leve temblor agitase su pulso, y contestó secamente:
-¡Vaya, lee!
La orden decía así:
Para el mejor servicio de S. M. el Rey Nuestro Señor (Q. D. G.), prevengo a Lucas Fernández, molinero de estos vecinos, que tan luego como reciba la presente orden, comparezca ante mi autoridad sin excusa ni pretexto alguno; advirtiéndole que, por ser asunto reservado, no lo pondrá en conocimiento de nadie: todo ello bajo las penas correspondientes, caso de desobediencia. El Alcalde,