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El talismán

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El talismán
leyenda tradicional
A mi amigo don Carlos Latorre
de Vigilias del estío

de José Zorrilla

Introducción

[editar]

Adora el pobre Genaro
a la hermosa Valentina:
correspóndele ella fina,
pero les cuesta bien caro.

Porque entre ambos a dos media
viejo y celoso un tutor,
y al cabo vendrá su amor
a concluir en tragedia.

Pues en la audiencia togado,
y poderoso en la corte,
no hay empresa que no aborte
como en ello esté empeñado.

Todo Sevilla respeta
su ciencia, y teme su enojo:
que es el viejo hombre de arrojo,
y no hay quien le ponga meta.

Con fama de rectitud,
y harto hipócrita exterior,
es un hombre superior
en justicia y en virtud.

Tal vez le odia la nobleza,
y el populacho le acata,
que es de cuna (hablando en plata)
columpiada en la bajeza,

y a su genio emprendedor
y a su ingenio y travesura
debe el verse en tal altura
y gozar tanto favor.

Tal es el hombre que tienen
por enemigo estos mozos,
y que agua todos sus gozos,
mas con su suerte se avienen.

Y ellos a amarse constantes,
y él a perseguirles fiero,
nadie cederá primero,
ni el tutor, ni los amantes.

Mas pobre el mozo y altivo,
rica Valentina y bella,
y el tutor prendado de ella...
mala esperanza concibo.

Cuanto nuevas ocasiones
imaginan los mancebos,
tanto el tutor halla nuevos
estorbos y precauciones.

Si abre la niña una reja
y el aya avizor elude,
luego a cerrársela acude
la cócora de la vieja.

Si al volver del Arenal
por desgracia se hace noche,
la llevan dentro del coche,
pero lejos del cristal.

Y en vano es que la sofoque
todo el calor de Sevilla,
no haya miedo que el golilla
junto al vidrio la coloque.

Jamás del uno se aparta,
ni deja el otro la dueña,
que puede hacer una seña,
o arrojar alguna carta.

Pero por mucho que avaro
la guarda el viejo y la esconde,
no encuentra lugar en donde
ocultarla de Genaro.

A cada paso en secreto
muda casa, mas se aburre,
pues por mucho que discurre
jamás consigue su objeto.

Y cuando más se imagina
seguro en algún rincón,
alcanza desde un balcón
a Genaro en la otra esquina.

Tal cariño, vive Dios,
en Valentina le asombra:
luego el mozo es una sombra
siempre de ella y dél en pos.

Y no hay medio de ahuyentarle,
pues son inútiles trazas
las súplicas y amenazas
con que ha querido ganarle.

De sus amagos y ofertas
sin temor y sin deseo,
pónele el mozo bloqueo
por ventanas y por puertas.

Imposible es libertarse
de sus tretas y asechanzas;
las más justas esperanzas
no llegan a realizarse.

Con negra intención traidora
y de su toga al amparo,
piensa el golilla en Genaro:
mas Valentina le adora.

En vano el audaz tutor
osó una tarde de hinojos
con lágrimas en los ojos
decirla su torpe amor.

En vano el viejo iracundo,
al oír una repulsa,
juróla con voz convulsa,
por cuanto hay santo en el mundo,

no descansar un instante
hasta que a su amor sucumba,
o abrirla una misma tumba
con su aborrecido amante.

Todo fué en vano: la bella
Valentina enamorada,
cada vez más empeñada
siguió sin temor su estrella,

y un día y otro pasaba,
y siempre que él la pedía
respuesta a su amor, oía
un no que nunca variaba.

Y así en amarse constantes,
y en él perseguirles fiero,
nadie cederá primero,
ni el tutor, ni los amantes.

Mas pobre el mozo y altivo,
rica Valentina y bella,
y el tutor prendado de ella...
mala esperanza concibo.

Así adora el buen Genaro
a la hermosa Valentina,
mas el pagarle tan fina
tal vez la cueste muy caro.

Poseía no lejos de Sevilla
el tutor una quinta retirada
y alegre a maravilla,
de olivos y naranjos rodeada,
con un fresco jardín embellecida,
con prolijo primor enriquecida
y por Guadalquivir fecundizada.

Aquí, cansado de sufrir desvíos
de Valentina hermosa,
pensó acabar con sus amantes bríos
en estrecha prisión, larga y penosa.

La niña temerosa
a sus solas lloró su desventura,
mas cobró en su retiro fortaleza
la fe de su pasión, y más segura
ahondó raíces con mayor firmeza.

Cada día el tutor más apretaba
la molesta estrechez en que yacía,
pero más firme cada vez la hallaba
y más enamorada cada día.

Y a través de las rejas
a su Genaro enviaba Valentina
sus amorosas quejas,
en alas de la errante golondrina
que colgaba su nido
en el hueco roído
de unas paredes viejas;
teniendo en su prisión por compañeros
los pájaros del aire
y el rumor de los céfiros ligeros.

Mas ¡ay! en vano, en vano noche y día
a Genaro en sus rejas esperaba.
Genaro no venía,
que su cuita y su cárcel no sabía,
o su amor y su cárcel olvidaba.

Cansados de llorar sus bellos ojos,
pálidas con el llanto sus mejillas,
y el coral mustio de sus labios rojos,
oyen tan sólo el ¡ay! de sus enojos
las lejanas estrellas amarillas:
y a manos de su duelo y amargura
se marchita su cándida hermosura.

Mansa una noche y silenciosa estaba:
radiaba en ella espléndida la luna
y su diáfana luz reverberaba
en el terso cristal de la laguna.
Gozábanse los ojos a lo lejos
por la extensión del campo solitaria
en la varia ilusión de sus reflejos,
que iluminaban la campiña varia:
y allá se distinguía
por la fértil llanura
del granado y naranjo la verdura,
y el campo igual, voluble y amarillo
de la pajiza mies ya sazonada,
y mucha parte en haces preparada
para el áspero trillo,
que de la caña inútil
va a separar el grano
auxiliado del céfiro liviano.

Lloraba como siempre su destino
la niña enamorada,
los ojos de Sevilla en el camino,
y en su Genaro el ánima extasiada:
y así con triste acento
daba sus ayes al nocturno viento:

«¡Triste de mí que lloro
»sin que mis ayes lleguen
»al corazón que adoro!
«¡Triste de mí, que me lamento en vano!
»Paloma cuyo arrullo dolorido
»llama a su blanco esposo, que ha caído
»de oculto cazador bajo la mano
»muy lejos de su amor y de su nido.
«¡Triste de mí que imploro
»ayuda de quien amo,
»y sordo a mi reclamo
»aun si me escucha ignoro!
«¡Triste, triste de mí, que a solas lloro
»sin que mis ayes lleguen
»al corazón que adoro!»

Y aquí llegaba de su amarga queja
cuando, a través de la cruzada reja
y entre la sombra oscura
que el olivar cobija en su espesura,
cual blanca aparición consoladora,
llegar bajo sus rejas vió a deshora
recatada de un hombre la figura.
Latió su corazón al percibirle
con doble libertad y doble vida,
y entre sus hierros con afán asida
los brazos le tendió por recibirle;
que ya le dijo el corazón bien claro
que aquella aparición es su Genaro.

VALENTINA: ¡Cuánto por verte suspiré, amor mío!

GENARO: ¡Y yo cuánto corrí por encontrarte!

VALENTINA: Yo no pensaba más que en tu desvío.

GENARO: Y yo en nada pensé más que en salvarte.

VALENTINA: ¿Me amas, Genaro, aún?

GENARO: Más que a mi vida,
más que al ambiente que a tus pies respiro;
diérala alegre yo por bien perdida
por ahorrarte, mi bien, sólo un suspiro.

VALENTINA: ¡Pobre Genaro! ¡Y yo que imaginaba
que tu amor hacia mí se amortiguaba!
¡Ah! perdona, Genaro, mi locura;
no fué desconfianza en tu cariño,
fué mi desolación, fué mi amargura.

GENARO: ¡Oh Valentina mía!
Si no me amaras tú cual yo te adoro
no acertara a vivir un solo día.
Tú eres mi luz, mi suerte, mi tesoro:
Tú, Valentina bella,
eres la blanca estrella
que mi esperanza por la tierra guía.
Sí, tras de ti camino noche y día,
postrándome a besar tu casta huella.

VALENTINA: Ni yo puedo sin verte
pasar, Genaro, en soledad mi vida,
y si ha de ser sin ti, venga la muerte,
que yo la doy también por bien perdida
si no la he de gozar para quererte.

GENARO: Pues bien, si no hay fortuna
sin mi amor para ti, ni lisonjera
sin mí no alcanzas existencia alguna,
huye conmigo a la ocasión primera.
Mil veces ¡ay! propuesto te lo hubiera
si mi contraria suerte
más venturoso porvenir me abriera.
Yo nada puedo darte,
nada puedo ofrecerte,
mi Valentina, más que idolatrarte,
y amarte como a Dios hasta la muerte.
Harto, hermosa, lo lloro,
mas tal es mi fortuna, a pesar mío,
y mi destino tal; vivo y te adoro,
y de la suerte con tu amor me río.

VALENTINA: Sí, bien dices, Genaro,
tienes razón, mi corazón es tuyo.
De mi tutor avaro
en la ocasión primera
libre contigo donde quieras huyo.

GENARO: ¡Oh tal resolución…!

VALENTINA: Genaro mío,
ya no puedo arrostrar mi desventura.
Callártela quería,
mas imposible es ya, porque desgarra
tan amargo pesar el alma mía.
Sabe, Genaro, que el infame viejo,
no satisfecho con gozar mi herencia
que administra sin tino y sin consejo,
aún tiene la insolencia
de ofrecerme un amor que me destroza
las entrañas de rabia y de pavura;
y paga mis desaires con usura,
y en mis pesares con furor se goza.

GENARO: ¡Esto, cielo piadoso,
me faltaba no más! ¡Ah! pronto, huyamos;
aún me quedan amigos
que, pobres como yo, pero valientes,
de mi pesar y de mi amor testigos
aún querrán ayudarme diligentes.
¿Hay alguna ventana
que al campo dé, sin rejas que la guarden?

VALENTINA: Una hay, pero es, Genaro, empresa vana
porque es de un aposento
cuyo paso me impide gruesa puerta,
que sólo cada día, y un momento,
se ve una vez por mi tutor abierta.

GENARO: No importa, di cuál es, que ya habrá medio
de romperla o abrirla,
que a todo estoy resuelto y decidido.

VALENTINA: Desde este estanque puedes percibirla.

GENARO: Sin entrar al jardín puedo escalarla,
y si me aguardas tú junto a esta puerta,
yo medio inventaré de franquearla.

VALENTINA: ¡Oh, sálvame, Genaro!,
por amor de tu madre, si la tienes,
por cuanto tengas en el mundo caro.

GENARO: Sí, Valentina, si en mi amor confías,
mañana mismo en la callada noche
o a manos, sí, de las industrias mías,
o a la fuerza sino salvarte espero.
Conozco a un capitán de una fragata,
amigo fiel y noble caballero,
que a bordo admitirá dos desdichados:
y el suelo de la Italia protectora
se abrirá a dos amantes expatriados;
que a la Italia arribar será en buen hora.
Daránme allí mi espada o mis pinceles,
o la honrada fortuna del soldado,
o la fortuna espléndida de Apeles:
que todo con tu amor será sobrado.

Sonó en esto una llave, y percibiendo
por las junturas, luz de una ventana,
fuése Genaro a la espesura huyendo
diciéndose los dos: «Hasta mañana.»

            ---

Quien en el cuarto entró de Valentina
fué su tutor, el juez; porque Genaro,
acechando a favor de la espesura,
en la ventana vió clara y distinta
aparecer del viejo la figura.
Vióla tender los brazos,
y cerrar las vidrieras,
y la luz interior ir a pedazos
menguando, al entornarse las maderas.
Vió la luz a través de las junturas
largo tiempo brillar, y oyó acercándose
la voz del juez inteligible apenas,
ora con voces de dureza llenas
creciendo, ora en murmullos apagándose.
Oyó a la niña replicar a veces,
y otras quejarse y prorrumpir en llanto,
mas no entendió, por más que estuvo atento,
lo que dentro pasó del aposento.
Mil veces quiso de su escucha en tanto
su secreto romper sin miramiento;
mil veces, al oír de Valentina
el angustiado acento,
su corazón anduvo
entre el miedo y la cólera indeciso,
y al jardín de saltar tentado estuvo,
la mansión asaltando de improviso.
Quedó en silencio al fin el aposento,
faltó la luz de adentro, y no escuchando
llanto, ni voz, ni paso, ni gemido,
el infeliz galán fuése alejando,
recordando el acento dolorido
con que su amada hermosa
le dijo congojada y afanosa:
«¡Ay, sálvame, Genaro,
»por amor de tu madre, si la tienes,
»por cuanto tengas en el mundo caro!»
Y a este recuerdo los amantes ojos
tornando a la ventana,
«sí, dijo el triste, volveré mañana.»

II

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Está la siguiente noche
encapotada y oscura,
veladas entre nublados
las estrellas y la luna.
Yace la quinta en silencio,
y no penetra ni alumbra
el resplandor más escaso
de alguna lámpara turbia,
ni de una puerta el encaje,
ni las estrechas junturas
de una ventana, que en sombra
todo en redor se sepulta.
Óyese sólo el murmullo
con que en las ramas susurran
las ráfagas desiguales,
que los olivares cruzan.
De la chicharra el chirrido
allá a lo lejos se escucha,
que la tormenta vecina
con áspero canto anuncia:
y el eco sordo y lejano
del trueno, que en las alturas
de nube en nube se arrastra,
de nube en nube retumba.
Allá en el negro horizonte
por do la tormenta surca,
de cuando en cuando un relámpago
se inflama con luz sulfúrea:
y a su esplendor fugitivo
se aclaran en la llanura
cuantos objetos la llenan
en mansedumbre confusa.
La media noche sonaba,
y comenzaba la lluvia,
cuando dejaba Genaro
del olivar la espesura,
seguido de dos mancebos
que hicieron su causa mutua,
resueltos a poner cabo
a la más ardua aventura.
Valientes como él son ambos
y como él desde la cuna,
sin más apoyo en el mundo
que su espada y su bravura;
sin más porvenir que el tiempo
ni otra hacienda que la tumba,
más dignos como él entrambos
de más pródiga fortuna.
Con cautelosa prudencia
pisando la tierra húmeda,
hasta el estanque llegaron
que con la casa se junta.
Sobre él daba una ventana,
ni baja, ni a tanta altura
que no pudiera salvarse
aunque difícil y mucha.
Aquí, soltando su capa
y colgando a su cintura
sus preparadas pistolas,
Genaro un punto calcula
con la distancia, sus fuerzas,
se empina, se encoge, duda,
y abalanzándose osado
salta por fin y se oculta.

Quedó otra vez en silencio
la escena en la sombra muda,
y afuera los dos amigos
nada oyen por más que escuchan.
En tanto a solas Genaro
en las tinieblas procura
dar con puerta que le guíe
a encontrar con lo que busca.
Dentro de su pecho late
con agonía profunda
su corazón, a quien negros
presentimientos asustan.
Las solitarias estancias
el ruido menor no turba,
ni escasa las ilumina
la lamparilla más mustia.
El aire que a bocanadas
por los aposentos zumba
y que la cara le azota,
claramente le asegura
de que las puertas abiertas
están: y parece en suma
que está desierta la quinta,
y su esperanza difunta.
Llamar a veces intenta
a los de fuera en su ayuda,
mas teme engañarse, y teme
que sus voces le descubran.
con planta perdida mide
toda la estancia que ocupa,
todas las paredes toca,
todos los trechos calcula.
Dió al fin con un picaporte:
álzale con tiento, empuja,
cede la puerta, y a tientas
pasa el dintel, y ¡oh ventura!
por una abierta ventana
se asoma, y mucho se ofusca,
o es la del mismo aposento
que a su Valentina oculta.
Sí, reconoce las rejas
y la encrucijada curva,
que hasta el olivar conduce,
y que protegió su fuga
cuando en la noche anterior
en su visita nocturna,
sus pláticas la llegada
del tutor rompió importuna.
¿Mas cómo allí no le espera
su amor? ¿será que rehusa
Valentina el pronto amparo
que de él invocó en su angustia?
«Valentina, ¿dónde estás?
¿no me conoces?» pregunta
en la oscuridad Genaro:
mas su corazón se turba,
y sus rodillas flaquean,
y de desconsuelo suda
al ver que su voz no tiene
correspondencia ninguna.
«¡Valentina mía!…» y sólo
mía los ecos retumban.
Los brazos tiende en la sombra,
y se avanza a la ventura,
mas nadie se arroja en ellos,
nadie le responde nunca.
Brilló un relámpago acaso,
y a su rápida y sulfúrea
llamarada, hirió un objeto
sus ojos, que el llanto anubla.
Tendió las manos al sitio
donde le vió, y ropas húmedas
tocó de un lecho, y un brazo
de mujer. —Le asió convulsa
su mano… ¡Dios infinito!
¿No hay un rayo que reduzca
un desdichado a ceniza
cuando tal cáliz apura?
Aquel brazo frío asiendo,
el cuerpo a que se une busca,
mas al arribar sus manos
a la garganta desnuda,
cayó Genaro en el suelo
sin sentidos que le acudan,
porque no halló la cabeza
al tronco sangriento junta.

            ---

Pasaba en tanto la noche
y el agua caía a mares,
el espantoso nublado
sobre la tierra rasgándose.
Cansados ya los amigos
de Genaro de esperarle,
y viendo que el tiempo corre,
y de la quinta no sale,
por la ventana treparon
en voz prudente llamándole.
Mas viendo con harto asombro
que no les responde nadie,
asiendo de una linterna
que al caso dispuesta traen,
diéronla luz y se entraron
el aposento adelante.
Todos estaban desiertos;
todas las puertas sin llaves;
todo por tierra en desorden
el ostentoso mueblaje;
muchas cerraduras rotas,
y rotos muchos cristales.
Todo mostraba en la quinta
de algún reciente pillaje
o algún siniestro atentado
las evidentes señales.
Mas ¡cuánto fué de los mozos
el horror de intenso y grande
al dar tras de pocos pasos
en un cuarto donde yace
Genaro tendido en tierra
y el suelo nadando en sangre,
y en una alcoba en un lecho
de una mujer el cadáver!
El cuadro de su ignominia
si les achacan el lance,
fué la idea que en su mente
vino primero a aclararse.
No era el amor de Genaro
allí lo más importante,
no era su vida o su muerte
el resultado más grave:
era su honor, pues si al cabo
por ladrones les tomasen,
pagaran en un patíbulo
lo que en sus almas no cabe.
Asieron, pues, de Genaro
por un resto bien laudable
de una amistad generosa,
mas que de poco les vale;
porque no bien se inclinaron
en brazos para elevarle
(pues ni se mueve ni alienta),
cuando a las voces de ¡infames!
de ¡asesinos! y ¡ladrones!
¡a ellos!, ¡prenderles!, ¡matarles!,
el aposento asaltaron
domésticos y jayanes,
con hoces y podaderas,
con asadores y sables.

Sin que pudieran valerse,
la multitud de ellos ase,
de maldiciones e injurias
y de improperios llenándoles,
El crimen lamentan unos,
claman otros por vengarle,
y por doquiera retumban
rezos, juramentos, ayes.
Volvió Genaro a la vida
con el tumulto un instante,
cercáronle al punto todos,
y él que ni entiende, ni sabe
lo que pasa en torno suyo,
con absortos ademanes
miró, y con ojos estúpidos
en silencio a todas partes.
«¿Y VALENTINA?», este nombre
de su duelo única frase,
recuerda a todos a un tiempo
todo el horror de aquel trance.
«¡Mira!», dijo el juez cogiéndole
de las manos, y arrastrándole
de su pupila hasta el lecho,
«¡mira tu obra, miserable!».
«¡Dios mío!», exclamó Genaro
con la cabeza abrazándose
de su hermosa Valentina
que el juez le puso delante:
«¡Dios mío!», exclamó, y con ella
segunda vez desplomándose,
quedó al pie sin movimiento
del destroncado cadáver.
Brilló una sonrisa horrible,
aunque imperceptible casi,
sobre los trémulos labios
del tutor, y señalándole
dijo: «Del crimen, señores,
las pruebas están palpables:
horrorízale esa muerte,
pues la conoce, la sabe.»

            ---

¡Tal es la justicia humana,
los juicios del hombre tales!
La luz del próximo sol,
por más radiante que sale,
no pudo a los tres amigos
iluminar el semblante,
porque sus rayos no llegan
al calabozo en que yacen.

            ---

Yacen, sí, con la inútil esperanza
de la fe y la razón de su inocencia;
mas, ¡ay!, de la justicia en la balanza
poco pesa por cierto la conciencia.

Nada los dos del lance han comprendido,
nada responderán, pues nada saben:
lo que han visto dirán, lo que han oído,
mas no habrá a quien agraven
el crimen cometido.

¡A Genaro!, ¡imposible!, la adoraba,
más luz ni pensamiento no tenía;
sólo en ella pensaba,
a ella tan sólo por doquier veía.

Mas, ¿qué ha de responder, pobre insensato,
a quien la luz de la razón no asiste?
¿Qué ha de decir el triste
si ni oye, ni pronuncia, ni imagina
más que el nombre fatal de Valentina?
Sus ojos con estúpida mirada
doquiera que los fija se mantienen,
y ni mira, ni ve, ni piensa nada.

Sólo un objeto que en su mente vive
sus ojos y su mente ante sí tienen,
que su ser y su luz de ellos recibe:
la pálida y castísima cabeza
de aquella idolatrada Valentina,
siempre de amor tesoro y de belleza,
objeto, ¡ay Dios!, de su mortal tristeza,
pero siempre a sus ojos peregrina.

El rápido y terrible
trastorno universal de sus ideas,
sólo este objeto le dejó visible,
y aquel contorno pálido y sangriento,
aquel rostro agostado y macilento
tan sólo a sus sentidos perceptible,
es la oculta razón de su demencia,
y el móvil de su mísera existencia.

Ya ante su vista, como blanco sueño,
benéfica visión consoladora,
se presenta risueño,
y el pobre loco en su ilusión la adora.

Ya, cual sombra fatídica enojada
en las nocturnas horas evocada,
de Genaro a los ojos se presenta,
en roncas voces demandando airada
de su venganza dolorosa, cuenta:
y ante ella el pobre loco prosternado,
contemplando su sangre horrorizado,
se agita y se amedrenta.

Y los ayes que exhala en su despecho
el angustiado mozo,
estremeciendo el cóncavo y estrecho
y oscuro calabozo,
llegan del carcelero hasta el oído,
que a su voz suspirando estremecido
compadece su afán desde su lecho.

En vano a recio poste maniatado,
de sus amigos por piedad velado
está continuamente;
más fiero cada día y más demente
se torna el desdichado.
En vano demándaronle los jueces
declaración verídica y sucinta
de la fatal historia de la quinta;
por más que repitiéronle mil veces
la idéntica pregunta,
nunca más respondió que insensateces,
y de ellas nada el tribunal barrunta;
nada por él descubre ni adivina.
Y si por caso el que demanda nombra
a su bella y perdida Valentina,
ante él evoca su tremenda sombra,
y el infeliz Genaro en el instante,
a su nombre funesto enloqueciendo,
con sus gritos la sala ensordeciendo,
con su ademán y gesto delirante
demuestra lo que su alma está sufriendo;
y de su amada en su ilusión amante
la cabeza fatal tiene delante.
Los jueces, de su mal enternecidos,
compasivos le absuelven,
y a su prisión le vuelven
de donde salen pocos,
mas de donde él saldrá sin duda alguna
para dar, por su pésima fortuna,
en una jaula de hospital de locos.
¡Ay, pobre amante, cuyo amor tan raro
te obliga a recatar tu triste vida
con tu razón, y en tu razón perdida
tu salvación está! ¡Pobre Genaro,
que al hospital del calabozo pasa,
cuanto le cuesta caro
el hospedaje de su nueva casa!

III

[editar]

Eran seis años después.
¿Quién diablos mentaba ya
ni a la hermosa degollada,
ni al loco del hospital?
Los bienes de la pupila
gozaba el tutor en paz,
y si a alguien pertenecían
no osaba de ellos hablar.
Que era el juez hombre de cuenta,
y en sus manos además
estaba el látigo puesto
de la justicia humanal.
¡Así las más de las veces
las cosas del mundo van!
Pero cortemos a tiempo
esta charla lenguaraz,
pues a los críticos toca
maldecir y murmurar,
ya que tienen la costumbre
de encontrarlo todo mal,
y yo a Dios gracias encuentro
que bien este mundo va
y… con mi cuento prosigo.
No lejos de la ciudad
de Córdoba, y de Sevilla
sobre el camino real,
había en mil setecientos,
año menos o año más,
un famoso ventorrillo
llamado de Sarmental.
Ventorrillo se llamaba
y con justicia en verdad,
pues a la altura de venta
no supo nunca llegar.
Era una mansión cuadrada
que con perfecta equidad
cerraba en sola una pieza
cocina, cuadra y pajar.
Es decir, que el ventorrillo
era, hablando en realidad,
un portal que a duras penas
pudiera ser palomar,
donde a comer ni a dormir
se han detenido jamás
sino pobres peregrinos,
mendigos o gente tal.

En una tarde de marzo,
y, como dicho se está,
del año mil setecientos,
del ventorrillo al umbral,
dos mancebos platicaban
de continente galán.
Lloraban de gozo entrambos
hablándose con afán,
y tiernamente abrazándose
y tornándose a abrazar,
dándose pruebas continuas
del cariño más cordial,
preguntando y respondiendo
sin dejarse respirar.

EL UNO: ¿Conque de Florencia?

EL OTRO: Sí.

EL PRIMERO: ¿Bueno del todo?

EL SEGUNDO: No, a fe;
por más que lo procuré
jamás me restablecí.
Muy débil quedóme el juicio,
y hay, Federico, ocasiones
en que tengo distracciones
que parecen maleficio.
Mas del trabajo a favor
mi cuerpo se robustece
cada día, y me parece
que voy de bien a mejor.

FEDERICO: ¿Conque trabajas?

EL OTRO: Me afano.

FEDERICO: ¿Y utilidad te reporta
tu trabajo?

EL OTRO: Nada corta,
que estudié mucho y no en vano.

FEDERICO: Siempre te fué la escultura
arte predilecto.

EL OTRO: Nombre
y honra me dió, y soy otro hombre
desde mi fatal locura.

FEDERICO: ¿Mas cómo fué de ese mal
la curación?

EL OTRO: Muy sencilla;
al año y medio en Sevilla
me echaron del hospital.
Dijéronme… vuestra cura
se acabó y…

FEDERICO: ¡Pobre Genaro!

EL OTRO: Yo, viéndome sin amparo,
acogíme a mi escultura.

En los seis meses primeros
viví con suma escasez,
mas dióme una obra en Jerez
unos pocos de dineros.

Con ellos a Italia fuí,
y allí menos importuna
mi desdicha, hice fortuna;
mas me punzaba, ¡ay de mí!,
el deseo de volver
a mi patria de tal modo,
que al fin lo he dejado todo
sin poderme contener.

Díjeme: tengo algún oro
y alguna celebridad:
volvamos a la ciudad
donde está cuanto yo adoro.

Y héme aquí ya, Federico,
que vuelvo al fin a Sevilla
con mi escasa fortunilla,
y el arte a que me dedico.

FEDERICO: Contigo allí me tornara
de buena gana en verdad,
si urgente necesidad
volverme no me estorbara.

Pero mi madre me espera
que a morir próxima está,
y tal vez no llego ya
tan pronto como debiera.

EL OTRO:
Pues, Federico, adelante
nuestro camino sigamos,
que a tu madre la robamos
un consuelo en cada instante.
Parte y que te ayude Dios.

FEDERICO: Si un día a vernos volvemos…

EL OTRO: ¡Oh!, no lo dudes, seremos
hermanos siempre los dos.
Tú encarcelado por mí
sufristes…

FEDERICO: No hablemos de eso;
si estuve dos años preso
fué sin culpa, y ya salí.

EL OTRO: Siempre generoso amigo.

FEDERICO: Y siempre tuyo, Genaro,
pronto a partir sin reparo
cuanto posea contigo.

            ---

Y aquí con lágrimas tiernas
se tornaron a abrazar,
tomando con su caballo
su camino cada cual.

Y creo, lector discreto,
que no necesitas más
para saber quiénes eran
el que vuelve y el que va.

Sin embargo, si con esto
aún satisfecho no estás,
en lo que queda de historia
puedes el fin encontrar.

IV

[editar]

En vano seis largos años
en tierra extraña de ausencia
Genaro entre las memorias
puso de su edad primera;
que las sombras que le manchan
el cuadro de su existencia,
cuanto más tienen de antiguas,
tienen de firmes y negras.
El bello sol de la Italia
no pudo desvanecerlas,
porque las sombras del alma
la luz del sol no penetra.
Mientras entregado al arte
vivió Genaro en Florencia,
adormidos sus recuerdos
se hicieron sentir apenas.
Débiles fueron sus ayes,
cortas sus sentidas quejas,
porque el tiempo y la distancia
mucho las memorias merman.

De tarde en tarde confusas,
entre torvas y halagüeñas,
de sus antiguos pesares
le asaltaban las ideas,
mas cual de cosas pasadas
se le ocurrían inciertas,
sin verdadero carácter
y sin forma verdadera.
Aquella frondosa quinta
entre cuya doble reja
de Valentina alcanzaba
la peregrina cabeza,
era un recuerdo amoroso,
no una aparición siniestra,
era un manantial fecundo,
de deliciosa tristeza.
No vía el semblante amado
sobre la gola sangrienta
pidiendo a voces venganza,
no, que amorosa y risueña
se presentaba a sus ojos
su Valentina hechicera,
como la noche en que pudo
bajo su ventana verla.
Y aunque jamás de su alma
borrarse la imagen pueda,
como una amuleto místico
mantiénese dentro de ella,
y su espíritu acompaña,
mas conformidad perpetua
guarda con él, y aunque triste,
su espíritu no atormenta.
Y cuanto menos horribles
de sus memorias le cercan
las visiones, cuanto más
se debilitan y aténuan,
más de su antigua locura
las fatales consecuencias
desaparecen, y logra
su ánima calma completa.
Mas esto, ¡ay Dios!, fué en Italia,
donde la gente y la tierra
cuanto mira y cuanto siente
de sus memorias le aleja.
Mas al entrar en Sevilla,
donde todo le recuerda
sus infortunios pasados,
se acrecentaron sus penas.
Tornó a ser de sus memorias
insensiblemente presa,
y a trastornarse tornaron
débilmente sus ideas.
Al pararse de la cárcel
ante las guardadas puertas,
recordósele la causa
por que fué encerrado en ella.
Al pasar del hospital
ante la fachada externa,
estremecióse al recuerdo
de su abandono y miseria.
Y aquella frondosa quinta
a cuya reja en Florencia
de Valentina alcanzaba
sonriendo la cabeza,
tornábasele en espejo
de apariciones siniestras
que trastornaban la suya
con sus miradas horrendas.
Huérfano y desconocido
Genaro en Sevilla entera
(pues hoy se oculta indolente
y antes no célebre en ella),
sin un amigo tan sólo
que distraerle pudiera,
pasa una vida ignorada
en soledad y tristeza.
Y si habla es con Valentina,
con Valentina si sueña,
por Valentina si vive,
y a Valentina si reza.
Si día y noche afanado
mármol desbasta y modela,
a Valentina los trazos
de su cincel representan.
Ni piensa en su porvenir,
ni en las relaciones piensa,
que pueden, fama lográndole,
honor lograrle y hacienda.
En poco estima la gloria,
y en menos su vida aprecia,
y abandonado a sí mismo
no ve lo que la rodea.
En una mezquina casa
de una oscura callejuela
junto a la muralla vive,
de la quinta la más cerca.
El camino de Carmona
continuamente pasea
desde la puerta a la quinta,
desde la quinta a la puerta.
Tal vez volviendo a deshora
el muro cerrado encuentra,
y al raso pasa la noche,
pues en el campo se queda.
¡Pobre Genaro! En su pecho
con su soledad funesta
al fuego de las memorias
su amor antiguo fermenta.

Y así tal vez poco a poco
su mente se desordena,
su cuerpo se debilita,
y sus manías empiezan.

Mayo expiraba: y su postrero día
entre nubes de azul, púrpura y grana,
la cenicienta claridad tendía
de la primera luz de la mañana.

Para gozar sus rayos bienhechores
entreabrían sus cálices las flores,
manso alzaban las ráfagas murmullo
en la hojarasca espesa,
variando de la luz los mil colores,
y a su tranquilo arrullo
despertaban los pardos ruiseñores.
Todo era calma, resplandor y vida
por la fértil llanura,
y la tierra en las sombras adormida
tornaba a despertar juvenecida,
debiendo al nuevo sol nueva hermosura.

Del oscuro aposento de Genaro
por la estrecha ventana,
la claridad temprana
penetrando pacífica y tranquila,
hirió, cobrando resplandor más claro,
del desvelado mozo la pupila.

Tal vez, cansado de nocturna vela
o de afanosos sueños agitado,
la recoge el mancebo alborozado,
con ojo avaro y delicioso empeño;
porque la vista de la luz consuela
las amargas memorias de su sueño.

Sacó Genaro de la ropa el brazo,
y abriendo de su reja más maderas,
del puro firmamento vió un pedazo
al mirar a través de las vidrieras.
Brotó en su labio celestial sonrisa,
la lumbre del placer brilló en sus ojos,
y ante el único Dios, sumo e inmenso,
de quien la gloria y majestad divisa
tras el azul extenso,
postróse humilde y le adoró de hinojos.

Llegó a él embriagando sus sentidos
el blando soplo de la fresca brisa,
y en ella los prefumes recogidos
al tocar en las ramas olorosas,
blancas acacias y encendidas rosas
en los vergeles con abril floridos.
Llegó a él el susurro deleitoso
de los copados árboles vecinos,
donde el gorrión inquieto y receloso
píos lanzaba pretendiendo trinos.

Llegó hasta él el son de la campana
que el alba anuncia y a asistir convoca
a su misa temprana,
y las pisadas rápidas o graves
de vecinos asaz madrugadores,
ya siervos, ya señores,
que abriendo puertas y volviendo llaves,
cumpliendo su destino o sus placeres,
iban a sus recreos o quehaceres.

«Hermoso día», murmuró Genaro,
y al avanzar su cuerpo a la ventana,
en talante le vino
la hermosura gozar de la mañana.
Vistióse, pues, alegre y presuroso
y al campo ameno enderezó el camino.

De la ciudad atravesó la puerta
vecina a su mansión, como solía
siempre que de ella cada vez salía,
con perezoso paso y ruta incierta.
Mas tomó como siempre ancho sendero
que a la quinta fatal conduce y guía,
donde tuvo y perdió su amor primero.
Cuanto por él sus pies adelantaban,
más los recuerdos de su amor crecían,
y en su fiel corazón se revelaban,
do escondidos vivían.
Sus ojos avarientos
por cima de los olmos corpulentos
ansiaban alcanzar el edificio
donde tuvo su amor templo y sepulcro,
donde fué de su amor el sacrificio;
y en la lejana matinal neblina,
que huyendo al sol turbaba el horizonte,
imaginaba sobre el pardo monte
la blanca aparición de Valentina.
El infeliz mancebo
en su ilusión dichosa
de nueva fe con el impulso nuevo,
con sonrisa amorosa
los brazos, ¡ay!, a la visión tendía,
y palabras de amor la dirigía,
mas al ir a abrazar tanta belleza,
desvanecido su fantasma vano
le presentaba su delirio insano
su ensangrentada y lívida cabeza.
Entonces, descarriado el pensamiento,
y su mente en sus juicios mal segura,
vacilaba un momento,
y volvía un momento a su locura;
y ciego y delirante
se lanzaba veloz por la llanura,
y en esta situación tan congojosa,
alguna vez de su perdida hermosa
la cabeza fatal le iba delante.
Hasta que al fin, rendido a su fatiga
donde más no podía se sentaba,
y en penoso letargo reposaba,
y a su juicio volvía:
aunque siempre quedaba
presa infeliz de su fatal manía.

En posición tan triste,
con tales enemigos interiores
y en hora tan temprana,
paseaba Genaro esta mañana
por campiña feraz que mayo viste
de césped blando y de silvestres flores.
La alegría y belleza
que ostenta por doquier naturaleza,
sus negros y continuos pensamientos
disipa, de sus íntimos tormentos
su corazón librado y su cabeza.
Dulce melancolía
prueba su corazón tan solamente,
de su amorosa historia
guarda y halaga su tranquila mente.
Las palabras sabrosas
recuerda que su amada
le dirigió amorosas
en la ciudad, la reja o la enramada:
ya en misteriosa cita,
ya en cariñosa carta,
o en oculta visita,
que alma de amante en amorosa cuita
de memorias de amor nunca se harta.
Y así exhalando en apenado acento
las ideas del triste pensamiento,
las reducía a voces
de nadie oídas, y del suave viento
perdidas en las ráfagas veloces.
«—¡Ay, Valentina mía,
a quien espero en vida más dichosa
encontrar otra vez, y en mejor día!
Sólo de esta esperanza
la luz en la existencia me mantiene,
y sólo este consuelo
a darme fuerzas y valor alcanza
para creer en la equidad del cielo.
¡Ay!, ¡qué fuera de mí si esta creencia
dentro del corazón se me apagara,
y contigo gozar nunca esperara
más larga y más feliz otra existencia!
Imposible. Ese Dios de cuya mano
brotó la creación y en un instante
la alumbró con su soplo soberano,
ese sol encendiendo rutilante:
ese Dios cuyo afán, cuyo cariño
paternalmente cuida
del imperfecto ser que nace niño
sin medios de guardar su débil vida;
que el camino señala a los torrentes
lo mismo que a los límpidos arroyos,
abriendo a sus vertientes
sulcos escasos o profundos hoyos;
que da a los mares y a los campos galas
y exquisitos primores,
criando en sus espaldas y en sus senos
peces los unos, y los otros flores,
perlas aquéllos, nácar y corales,
y éstos rosas y pródigos frutales,
ambos de vida y de hermosura llenos:
ese Dios que en los cóncavos espacios
de los aires sutiles
los astros y las aves sembró a miles,
y en las noches oscuras
sostiene con lanzadas de topacios
su pabellón azul en las alturas;
que para igual destino hizo perfecto
el corazón del hombre y del insecto,
que en ambos puso del amor la llama,
y, al darlos una hermosa compañera,
al hombre y al insecto dijo: ¡Ama:
tuya es mi creación, gózala entera!;
ese Dios que con término y medida
su señalado imperio
marcó a la muerte y concedió a la vida,
con leyes de oscurísimo misterio;
es imposible que lo mismo mida,
y concluya lo mismo
con la flor o el insecto
que vive o que vegeta
sin otra liga que el nativo afecto
que a la tierra y raíces les sujeta,
y con el hombre a quien fatal destina
de su dicha terrena
de abrojos y pesar siembra el camino.
Es imposible,no. —Cuando Él enciende
en el hombre el fanal de la esperanza,
más noble porvenir darle pretende,
dicha más perenal al hombre alcanza.»

En estos pensamientos embebido,
se alejaba Genaro de Sevilla
por sendero escondido
en la umbría enramada,
y de un arroyo por la amena orilla
de césped tapizada.
Y absorto en sus ideas de esperanza,
y seguro en la fe de su destino,
de un porvenir de amor y bienandanza
seguía, sin pensar en su camino,
a pasos avanzando desiguales,
ya rápidos, ya lentos,
que ciertas daban, a mi ver, señales
de su desigualdad de pensamientos.

Alzó por fin los ojos
tras largo andar, oyendo
de agua cercana y mucha el ronco estruendo,
y entre espesos abrojos
y antiguas yerbas que a su par brotaron,
una arruinada ermita vió delante,
que, ya de largos años olvidada,
las lluvias y los vientos maltrataron.
No lejos de sus restos esparcidos,
de musgo y de meleza revestidos,
y de impuros reptiles habitados,
Guadalquivir corría,
y al monumento viejo
en su fondo de arenas ofrecía
claro y seguro, aunque voluble espejo;
mostrando cuánto son breves y vanas
las fortunas mundanas.

Aún quedaba en un nicho
sobre la angosta puerta
una imagen del santo su patrono,
y en la capilla lóbrega y desierta
un jirón del dosel do tuvo un trono.
Aun del altar al pie podía verse
inscripción imposible de leerse,
nombres del fundador que allí yacía,
sepultura olvidada
como otras muchas que en redor tenía.
Contempló su interior un breve instante
Genaro, y a partir se disponía,
cuando delante de sus pies vacía,
de la nada humanal lección severa,
destroncada en el polvo
halló una solitaria calavera.

Palideció Genaro en su presencia
y su fe vaciló, y la duda amarga
se alzó en su corazón, y en su conciencia.
«¿Y es esto, dijo, tras de vida larga
en lo que para al fin nuestra existencia?
¡ay de los hombres si esto solamente
les queda de su espíritu y esencia!»

Y esta idea girando
en su mente exaltada,
de una a otra inducción le fué llevando
en lucha pertinaz consigo mismo
al tenebroso abismo
de una duda infernal desesperada.

«Si esto somos no más, triste decía,
¿qué es de nosotros, Valentina mía?
Purísima inocente criatura,
del Hacedor privilegiada hechura,
que en opresión viviste y en tormento,
¿qué premio alcanza tu virtud segura?
¿Qué consuelo a tu vida de amargura
si eres polvo no más que esparce el viento?»
Y esta idea fatal le amedrentaba
y a esta idea fatal desesperaba.

Con temblorosa mano
y con ojos de lágrimas henchidos,
sostenía y miraba al resto humano,
cuya faz por el polvo consumida,
falta de voz, de aliento y de sentidos,
no podía decirle para ayuda
de su espantosa duda
el más allá de la afanosa vida.

Al fin, con voz doliente y lastimera
dijo, al polvo volviendo
la seca calavera:
«¡Ay si de aquella en cuya lumbre vivo
y por quien ser del Hacedor recibo
memoria fueras, último despojo,
calavera espantosa,
con cuán sagrado afán te recogiera!
Noche y día llevándote conmigo,
ídolo de mi fe por donde quiera
tú fueras siempre de mi amor testigo,
tú de mi soledad la compañera,
tú en mi desolación mi único amigo.»

Y fijando tristísima mirada
en el despojo yerto,
quedó su alma un instante anonadada
en la duda por nadie penetrada
del porvenir incierto.
Hasta que al fin, lanzando
hondo suspiro del doliente pecho,
volvió a decir, pisando
de la capilla en el umbral estrecho:
«Quédate a Dios, jirón desconocido,
y si cerca de ti viene algún día
el desolado espíritu perdido
que en tu centro vivía,
dile que busque al de mi amante hermosa
en la región oscura y misteriosa
donde van los espíritus que tiran
la cáscara mortal que les encierra
en su penoso viaje por la tierra.
Dile, dile que busque a Valentina,
y postrado de hinojos
ante su faz divina,
mi soledad la cuente y mis enojos.
Di que la ruegue por cuanto haya caro
en la región del firmamento bella,
que venga alguna vez de su Genaro
a acrisolar la fe que estriba en ella.
Que cruce el aire azul diáfano y raro
desprendida en la luz de alguna estrella,
y aunque en sueños no más me dé segura
una prenda real de su ventura.»

Y así diciendo el infeliz mancebo,
con tales ilusiones trastornado,
saliendo del santuario abandonado
su camino a emprender volvió de nuevo.

VI

[editar]

De la noche de aquel día
en muy avanzada hora,
tranquilamente Genaro
del sueño en brazos reposa.
Ningún fatigoso ensueño
el corazón le acongoja
ni le contrista la mente
visión atormentadora.
Su respiración serena,
que igualmente aspira y toma
con medidos intervalos,
con inflexiones monótonas,
la paz de que en tal momento
su triste espíritu goza
en la soledad nocturna
bien claramente denota.

Está la noche nublada
y extremadamente lóbrega,
y el resplandor de la luna
vapores densos ahogan.
Y está su aposento oscuro,
aunque su ventana angosta
abierta deja Genaro
pues le despierta la aurora.
Ni un solo rayo atraviesa
por las infinitas bocas
que ofrece a la luz y al aire
la única vidriera rota,
porque abismado en sí mismo
Genaro su arte abandona
y en el abandono viven
desconocidas sus obras:
pues, sin otra compañía
que sus pesadumbres propias,
con sus pesadumbres vive
y sus pesadumbres llora.
Y presa de estos pesares
que su corazón agobian,
de la escultura olvidado,
sin emulación, sin gloria,
sus ahorros de Florencia
rápidamente se agotan:
y en una palabra, vive,
mas con la miseria próxima.

Tal es en este momento
la situación lastimosa
del escultor, y tal era
en estas nocturnas horas
el reposo en que yacía,
cuando aldabada sonora
dada en su puerta, los ecos
estremeció de su alcoba.

Abrió los ojos pesados,
tendió la mirada atónita
por cuanto en torno tenía,
mas todo en torno era sombra.

La idea de la aldabada
aclaróse en su memoria
tras breve instante de atenta
reflexión calculadora.
«Jurara que habían llamado,
dijo entre sí, mas ¿que importa?
añadió luego, sin duda
que de puerta se equivocan;
número tiene la casa,
conque que busque la otra.»
Y al sueño tornó a aprestarse
envolviéndose en la ropa.

Mas no bien hubo en su lecho
tomado postura cómoda,
cuando segunda aldabada
hirió su puerta, y siguióla
la tercera a breve espacio,
con lo que al fin montó en cólera.
Saltó irritado del lecho
y asomóse con faz torva
por la ventana, exclamando
con voz enojada y bronca:
«¿Quién es, a quién diablos busca?»,
y otra voz, dulce, armoniosa,
como el rumor de las aguas
y el murmullo de las hojas,
«yo», dijo desde la calle,
a cuya sílaba sola
en las venas de Genaro
helóse la sangre toda.

Con ambas manos asidas
de su ventana ambas hojas,
inclinada la cabeza
para que más prestos oigan
sus oídos, fijo, inmoble
tras la reza, fatigosa
la respiración lanzando
por la mal cerrada boca,
con los espantados ojos
saltándole de las órbitas,
como escuálido fantasma
que miedo infantil aborta,
quedó en su reja Genaro
sin voluntad que le acorra,
dudando si es pesadilla
de sueño que le acongoja.
Así pasó unos momentos
y pasara muchas horas
a no venir a sacarle
de su hondísima zozobra
otra aldabada, cuyo eco
vibró en los espacios ronca.
Huyósele de los labios
involuntaria y dudosa
la pregunta de ¿quién llama?
tan imperceptible y ronca,
que casi en sus labios mismos
el aura voraz tragóla.
Mas como si hubiera sido
dicha con voz tan briosa
que en grito rayado hubiera,
obtuvo respuesta pronta.
Obtuvo un YO SOY, GENARO,
dicho con tan deliciosa
modulación, que más era
música embelesadora.
era una voz de cuyo eco
las desconocidas notas,
en vez de ahogarse en el aire,
armonizaban la atmósfera.
Estremecidas las auras
las llevaban de una en otra
en círculos infinitos,
en interminables ondas.
Y unos en otros nacían
como unos tras otros brotan
del agua en la superficie
cuando se quiebra o se toca.

Era una voz que se oía
limpia, argentina, sonora,
vagando por los espacios
y atravesando las sombras,
lo mismo a inmensa distancia
que a la distancia más próxima,
lo mismo por las alturas
que por las calles más hondas.
Indefinible sonido
que bajo una esencia sola,
de la palabra y la música
guarda las delicias todas.

YO SOY, GENARO, dijeron
sus sílabas misteriosas:
mas la celeste armonía
que en el aire las prolonga,
toda una historia pasada,
toda una futura historia
de gustos y de pesares,
de desconsuelos y glorias,
encierra en las inflexiones
con que la voz vagarosa
los espacios estremece
con sus cláusulas armónicas.

            ---

Todo cuanto es, cuanto ha sido,
cuanto ambiciona y espera
como en ancho panorama
concibe Genaro en ellas.
Campo vastísimo le abren
allá en su mente revuelta
donde lo pasado bulle,
y sus recuerdos fermentan.
Llanura deliciosísima,
óptica espaciosa inmensa
que alcanza su vista absorta
desde atalaya dispuesta.
Mágico cuadro fantástico
de fertilísimas vegas,
de jardines encantados
y montañas pintorescas.
Magnífico Edén compuesto
con los mares y alamedas,
los templos y los palacios
de Sevilla y de Florencia.
Del turbio Guadalquivir
con las frondosas riberas,
los pescadores de Nápoles,
las lagunas de Venecia.

Esto, todo esto ve y oye
en la armonía secreta
de aquella voz celestial
que le espanta y le embelesa.
Lo oye y lo ve iluminado
con las fulgentes estrellas
y el resplandeciente sol
de la esperanza risueña:
colmado y embellecido
con la imagen hechicera
de su hermosa Valentina
que en todas parte encuentra.
A Valentina en el llano,
a Valentina en la selva,
a Valentina en la luz,
a Valentina en la niebla.
Su imagen todas las aguas
en su cristal reverberan:
en su murmullo su nombre
susurran las arboledas:
y en el delirio encantado
que su espíritu enajena,
sólo oye y ve a Valentina
en todo cuanto le cerca.
Valentina, dice el aura
que en el espacio se aleja,
Valentina, dice el eco
que en el monte la remeda,
Valentina en sus oídos
eternamente resuena,
y el nombre de Valentina
que en su redor gira y rueda
en círculo eterno y mágico,
en oscilación eterna,
dentro de su mente nace
y va a expirar dentro de ella.

Tal es aquella voz mística
que del umbral de su puerta
a su enojada pregunta
YO SOY, GENARO, contesta.
Todo esto es aquella voz
que inmóvil tras de la reja
embebecido le tiene
asido a entrambas vidrieras,
sin intención que le acuda,
sin voluntad que le mueva,
dudando si goza o sufre,
si está despierto o si sueña.
De tan dulce desvarío,
de fantasía tan bella,
tras largo espacio, otro ruido
volvió a sentir en su puerta.
Mas no retumbante golpe
de otra aldabonada recia:
no de quien entrar pretende
clara y perentoria seña;
sino crujido de gonces
sobre que las hojas ruedan,
rumor de quien fácilmente
abre voluntario y entra.
Con grande asombro y pavura
de la ventana por fuera
sacó Genaro a este ruido
la desgreñada cabeza,
tendió a la calle los ojos
a través de las tinieblas,
mas retiróse al instante
apalancando las rejas.
Volvió a ocultarse en su lecho,
y aunque enmudece su lengua,
y aunque el aliento recoge
bien se conoce que tiembla,
y bien se ve que sus ojos
no engaña ilusión incierta,
porque un ánima medrosa
y una vigilancia atenta
ruido de pasos cercanos
fácilmente apercibieran,
y aun sospecharan que alguno
subía por la escalera.
Mas no producen, sentándose
aquellos pasos en ella,
rumor que la ira en el hombre
excita con la sorpresa.
No es el recatado paso
de quien, caminando a tientas,
con taimadas intenciones
furtivamente penetra:
no es de cobarde enemigo
la desconcertada huella
que al mismo tiempo que avanza
preparada a huir se acerca:
no son los pies de un ladrón
que aunque adelantan recelan,
sino la planta segura
de quien francamente llega.
Un paso medido y grave
de planta firme y serena,
pero no lenta y pesada,
sino fácil, leve, aérea.

Al percibirla Genaro
vecina a su estancia mesma,
hundió, sudando de espanto,
en las ropas la cabeza.
¡Genaro!, dijo la voz,
y con su armonía angélica
llenó el aposento opaco
vibrando en él duradera.
Mas no respondió el mancebo,
porque su garganta seca
con el pavor de su alma
a la palabra se niega.
¡Genaro!, tornó a decirle
otra vez, y tan de cerca,
que ya en el cuarto inmediato
juzga afanoso que suena.
¡Genaro!, repitió al fin
aquella voz lastimera,
exhalando una armonía
tan melancólica y tierna
que a las entrañas llegaba:
«¡Genaro mío! ¿En qué piensas?
»¿Tanta mudanza en un día?
»Hoy has dicho a mi cabeza:
»Si fueras recuerdo suyo
»¡con qué afán te recogiera!
»Y llevándote conmigo
»noche y día por doquiera,
»de mi amor fueras testigo,
»solitaria calavera:
»tú fueras mi único amigo,
»tú mi única compañera.
»Esto me has dicho, Genaro,
»en una ermita desierta;
»y cuando tu anhelo cumplo,
»¿te asombras y no me esperas?
»¿Te llamo y no me respondes?
»¿Subo a encontrarte y te encierras?»

            ---

Alzó la frente Genaro
tales palabras oyendo,
mas a nadie en torno viendo,
volvióla en la ropa a hundir,
y a poco muy suavemente
sintió (y con la sangre yerta),
la mal encajada puerta
de su misma alcoba abrir.

Sintió por el pavimento
resbalar leve ropaje
y apartar el cortinaje
de su lecho percibió.
Y al misterioso contacto
de aquel fantasma invisible,
cambio asaz inconcebible
en todo su ser sintió.

Percibieron sus sentidos
con exquisita pureza,
y comprendió su cabeza
con cabal exactitud,
y exento de la locura
que su cerebro asaltaba,
por vez primera gozaba
perfectísima quietud.

Dulcísimo arrobamiento
sus potencias embargando,
fué poco a poco ocupando
su trémulo corazón,
hasta que el santo deliquio
cambiando su esencia impura,
niveló a la criatura
con la celestial visión.

Entonces, de entre las ropas
donde ocultarse creía,
su sentido percibía,
aunque imperfecto y mortal,
la suavísima fragancia,
el delicioso perfume
que del Señor se consume
en la mansión inmortal.

De sus rebujadas sábanas
por entre los claros hilos,
veían sus ojos tranquilos
el mágico resplandor
de la mística aureola
que la cabeza circunda,
y el alma de luz inunda
de los santos del Señor.

Entonces puesto al alcance
de aquella ilusión divina,
de su hermosa Valentina
ante el espíritu fué;
y elevado hasta el deleite
de su bienaventuranza,
su presencia real alcanza
aunque su esencia no ve.

Vago resplandor fosfórico
que el aposento ilumina,
del alma de Valentina
muestra la presencia allí.
Resplandor leve y purísimo,
sin foco de donde radie,
no producido por nadie,
comprendido sólo en sí.

Claridad diáfana, limpia,
extendida y trasparente,
desvanecida igualmente
del aposento en redor,
que en ningún término expira
ni de ningún punto emana,
de una tranquila mañana
semeja el temprano albor.

Y de esta luz circundado,
bañado en su esencia pura,
un manantial de ventura
de positiva ilusión,
encuentra Genaro, y goza
dulcemente aquella esencia,
que presta nueva existencia,
nuevo ser al corazón.

En el espacio tranquilo
de aquel éxtasis solemne,
inexplicable, perenne,
prueba celestial placer;
e identifica su alma
con el ser de Valentina,
en cuya esencia divina
nada hay ya de la mujer.

Huyeron de sus afectos
los deseos mundanales,
los deleites terrenales,
la humanal inclinación.
Del amor casto y angélico
la llama que aún alimenta,
de impuro vapor exenta,
no es llama de vil pasión.

Es de su esencia la parte
más bella y más necesaria,
como su fe solitaria,
eterna como su fe;
es un amor indeleble
que Dios conservarla quiso
cuando su alma al paraíso
con su amor terreno fué.

Y de este amor perfectísimo
en los deleites perfectos,
en los divinos afectos,
en la santa realidad
embebecido Genaro,
en fruición misteriosa
con Valentina reposa
en invisible unidad.

¡Misterio que solamente
concebir Dios ha podido,
y a los justos concedido
únicamente por Dios!
¡Mística unión de dos almas
en que, sin violencia alguna,
gozan entrambas en una
todo el placer de las dos!

Y así las de Valentina
y Genaro se comprenden,
y sólo a sí mismas tienden
de sí mismas a gozar:
y así, sin auxilio torpe
de palabras ni sonidos
que toquen a los sentidos,
comunícanse a la par.

¡Ay!, ¿y quién pudiera ahora
prestar a mi lengua humana
la explicación soberana
de esta palabra sin voz?
¿Quién diera a mi voz terrena
y a mi miserable pluma
la santa elocuencia suma
de esta palabra veloz?

¡Ah!, yo revelara entonces
en solo un breve momento
su divino pensamiento,
su concepto celestial;
y no como ahora tendría
que emplear largo período
para darla de algún modo
una explicación mortal.

Mas ya que es de nuesta mente
la comprensión tan mezquina,
lo que en esa voz divina
oyó Genaro diré,
no con los torpes sentidos
de su inútil cuerpo impuro,
por el conducto seguro
de su enaltecida fe.

«Vive y espera (esto dijo),
»tras esta vida azarosa
»otra vida hay más dichosa
»y otro mundo en que vivir.
»El reposo de un sepulcro
»no es el fin que nos espera,
»esa es la puerta postrera
»para entrar al porvenir.

»Tu adorada Valentina,
»pasado su umbral, alcanza
»sempiterna bienandanza,
»vida eterna de placer.
»Dios por ella te perdona
»de su justicia la duda,
»porque tu crimen escuda
»la miseria de tu ser.

»Vive, Genaro, y espera,
»y por prenda de esperanza
»de esa bienaventuranza,
»de esa cierta eternidad,
»de hoy más, pues tú la deseas,
»la cabeza peregrina
»de tu amante Valentina
»consuele tu soledad.

»Mientras contigo la tengas,
»ese místico amuleto
»de tu fe será en secreto
»el irresistible imán:
»la enseña de tu fortuna,
»el iris de tu esperanza,
»de tu cierta venturanza
»el seguro talismán.»

            ---

Todo esto fué la palabra
de aquella celeste voz
que en un instante Genaro
en su éxtasis comprendió.
Todo esto, que torpemente
y en pasada confusión
con tan profanos períodos
pobremente he dicho yo,
claro, luminoso, armónico,
sabroso y consolador,
sin pasar por los sentidos
penetró en su corazón.
Omnipotente palabra
del lenguaje creador
que rejuvenece el mundo
en los labios de su Dios.
De su engendradora boca
celestial emanación,
de su lenguaje viviente
hálito generador,
todo esto dijo la sabia
palabra de bendición
que de la alma Valentina
el espíritu exhaló.
Todo esto escuchó Genaro
en el término veloz
del misterio impenetrable
de aquella revelación;
y todo esto detal modo
su espíritu estremeció,
desbordó su inteligencia,
y exprimió su comprensión,
que sacudido hondamente
su cuerpo, no resistió
de este esfuerzo sobrehumano
la violenta crispación.
La fuerza con que su sangre
al pecho se le agolpó,
de fiebre devoradora
con el insufrible ardor,
le ahogó en la garganta estrecha
la ardiente respiración,
la luz del celeste encanto
de los ojos le robó,
de los fallecidos miembros
el extinguido vigor,
y todas sus facultades
de tal modo anonadó,
que falto quedó en su lecho
de aliento y de sensación.
Aún pudo muy débilmente
percibir el resplandor
que iluminaba el espacio
al huir la aparición;
aún en su mente asombrada
un momento se pintó
de su bella Valentina
la purísima ilusión;
y aun su sien calenturienta
ligeramente oreó
al elevarse en los aires
con sus alas de crespón.
Mas todas estas visiones
sin voluntad ni color,
cruzaron su fantasía
en apiñado montón,
como vagabundas sombras
de ensueño fascinador
que se perciben apenas
desvaneciéndose en pos.
Hasta que al cabo volviendo
a su reposo anterior,
cayó en un sueño tranquilo
poco a poco; y se volvió
a oír en el aposento
del olvidado escultor
el monótono murmullo
de su igual respiración.

VII

[editar]

Rayaba apenas en el cielo el día,
y entre nubes de azul, púrpura y grana
la cenicienta claridad tendía
de la primera luz de la mañana.
Para gozar sus rayos bienhechores
entreabrían su cálices las flores,
manso alzaban las ráfagas murmullo
en la hojarasca espesa,
y a su tranquilo y deleitoso arrullo
despertaban los pardos ruiseñores.
Todo era calma, y resplandor, y vida,
por la fértil llanura,
y la tierra en las sombras adormida
tornaba a despertar juvenecida,
debiendo al nuevo sol nueva hermosura.
Del oscuro aposento de Genaro
por la rota ventana,
la claridad temprana
penetrando pacífica y tranquila
hirió, cobrando resplandor más claro,
del desvelado mozo la pupila.
¡Oh!, y fatigado de nocturna vela
y por ensueño místico agitado,
la recoge el mancebo alborozado,
con ojo avaro y delicioso empeño,
porque la vista de la luz consuela
las oscuras memorias de su sueño.

Tendió a la reja el brazo,
y abriendo las maderas
del cielo de Sevilla vió un pedazo
al mirar a través de las vidrieras.
Brotó en sus labios celestial sonrisa
y la luz del placer brilló en sus ojos,
y ante el único Dios sumo e inmenso
de quien la gloria y majestad divisa,
tras el azul extenso
postróse humilde y le adoró de hinojos.
Llegó a él, embriagando sus sentidos
el blando soplo de la fresca brisa,
y en ella los perfumes recogidos
al tocar, entre ramas olorosas,
blancas acacias y encendidas rosas
en los vergeles por abril floridos.
Llegó a él el murmullo deleitoso
de los copados árboles vecinos,
donde el gorrión inquieto y receloso
píos lanzaba pretendiendo trinos.
Llegó hasta él el son de la campana
que el alba anuncia, y a asistir convoca
a la misa temprana,
y las pisadas rápidas o graves
de vecinos asaz madrugadores
que abriendo puertas y volviendo llaves,
ya siervos, ya señores,
iban a sus recreos o quehaceres,
cumpliendo su destino o sus placeres.
«Hermoso día», murmuró Genaro,
y al avanzar su cuerpo en la ventana,
codo en su mente despertóse claro
el nocturno pavor, la bella historia
de la visión aérea y soberana
que abrió en su corazón y en su memoria
un santuario al amor, y otro a la gloria.
Sintió dentro de sí de fe sincera
y de noble ambición brotar ardiente
un manantial inmenso;
y cual se lanza el águila altanera
que los aires cruzando indiferente
busca ambiente mejor, mejor esfera,
en que su osado corazón aliente,
así Genaro remontóse en alas
de inspiración valiente,
y por primera vez juzgó su pecho
a su gran corazón ámbito estrecho.
Del sacro fuego a la insufrible llama
dentro dél se encendió la sed de fama:
se alzaron en un punto en su memoria,
Fidias y Praxiteles,
coronados de gloria
y en tronos de laureles,
y al impulso violento
de claro e inspirado pensamiento
empuñaron sus manos los cinceles.
«¡Sea!, exclamó: de mi cincel fecundo
los vigorosos trazos
quiero que adore el asombrado mundo:
y aun cuando el fuego de mi amor ignore,
quiero que, aborto de mis diestros brazos,
la bella efigie de mi amor adore.»
Y con osada mano
hiriendo el mármol mudo,
iba tornado en rostro soberano
la tosca forma del peñasco rudo.
Iban bajo el cincel apareciendo
los contornos suaves
de la cabeza hermosa
de una virgen modesta y candorosa:
en cuya casta frente,
en cuyos labios que orla dulcemente
sonrisa cariñosa,
en cuyos ojos que a la tierra inclina
con modesta mirada,
revelándose va la faz divina,
no como él débil escultor quisiera
de su hermosa y perdida Valentina,
sino la faz modesta y venerada
de la Madre de Dios inmaculada.
Y según el contorno apareciendo
iba del rostro santo,
del profano escultor iba creciendo
el misterioso espanto.
La osada inspiración su mano guía,
mas el hierro a la mano no obedece,
y rebelde el cincel a su porfía
no traza los contornos que apetece,
y la sagrada imagen de María
de su hermosa en lugar sólo aparece.
Pura, casta, esplendente, y perfectísima,
la célica escultura
pieza salió maestra y hermosísima,
desmintiendo de humana criatura
ser obra, o concepción; soplo divino
animaba su mármol insensible;
y el rostro peregrino
radiaba aun más allá de lo creíble
la virtud y pureza
del ser hermoso de quien es trasunto
la marmórea cabeza,
sin concepción creada en solo un punto.
Contemplábala trémulo el artista,
sin concebir apenas
el prodigio que alcanza con su vista,
y sentía la sangre por sus venas
abrasada correr, y allá en su mente,
sentía al par bullir confusamente
con íntima amargura
el fantasma fatal de su locura.
«Loco estoy, exclamó, con voz rabiosa.
Sí, loco, ¡vive Dios!, pues ya no veo
lo que hay delante de mi vista ansiosa,
ni mi mano incapaz es poderosa
de trazar mi recóndito deseo.»
Y con el mudo mármol encarándose,
el cabello y la faz, dijo, mesándose:
«¿Por qué, piedra traidora,
lo que sin entusiasmo hice mil veces
con más profunda inspiración ahora
te marca mi cincel, no lo obedeces?
¿Qué me importa esa obra peregrina
que acaso me granjeara una corona,
si no es lo que yo quiero una Madona
sino un retrato más de Valentina?»
Y a impulso del coraje que le inflama
el profano deseo no alcanzado,
dos encendidas lágrimas derrama
que en el rojo carrillo
le dibujan un sulco amoratado.

En esta situación, y en tal momento,
le sacó de su amargo arrobamiento
el paso acelerado
de un hombre que subía
por la escalera que a su estancia guía,
y un acento para él bien conocido
que gritaba su nombre y su apellido.
Lanzóse hacia la puerta,
mas antes que llegara, el picaporte
arrancado de un golpe, vióla abierta,
y con galán y cortesano porte,
traje vistiendo decoroso y rico,
presentóse a sus ojos Federico.

GENARO: ¡Federico!

FEDERICO: ¡Genaro!

LOS DOS: Mas, ¿qué es esto?

GENARO: ¡Tantas galas en ti!

FEDERICO: ¡Tú en tal pobreza!

GENARO: ¿Es ya muerta tu madre?

FEDERICO: Por supuesto,
mas viene de otra parte mi grandeza.
Pero a fe que me espanta y maravilla...
Genaro, ¿esto es estudio o es buhardilla?
¿De qué te sirven viajes y escultura?
¿No se aprecian tus obras en Sevilla?
¿De qué viene tu mal? Cuéntame, empieza:
¿es especulación o es desventura?
¿Qué te falta, Genaro?

GENARO: ¡Ay!, la cabeza.

FEDERICO: ¿Otra vez?

GENARO: Otra vez mi ruin locura
me acosa más temible y más funesta,
Federico, y morir sólo me resta.

FEDERICO: ¿Morir?, ¡Voto va Dios!, ¿y esa María
que veo al concluir, del genio aborto,
que la pasada edad envidiaría
y que Canova contemplara absorto?
Genaro, esa Madona es un prodigio;
quien puede con sus manos
crear esos prodigios sobrehumanos,
puede servirse de cinceles de oro,
y en la historia dejar grande vestigio
y abrir bajo sus plantas un tesoro.

GENARO: Pura casualidad; ¡ay, Federico!,
eso, de que tú encumbras la excelencia,
una prueba es no más de mi impotencia.
Un busto de mi amor hacer quería,
y cuanto más en ello me empeñaba,
más la Madre de Dios aparecía
y más de Valentina se alejaba:
a la mano el cincel no obedecía,
y lo que quiso ser, fué.

FEDERICO: ¡Cosa brava!
Mas dime, aquella caja tan preciosa,
¿qué contiene?

GENARO: ¿Qué caja?

FEDERICO: Esa que tienes
al lado de tu cama.

GENARO: No la he visto.

FEDERICO: Tu locura, a fe mia, es muy donosa.
¡Con burlas te me vienes!
¿La tienes en tu propia cabecera
y no sabes siquiera
lo que guardas en ella, vive Cristo?

GENARO: No la vieron mis ojos hasta ahora,
te lo juro en verdad.

FEDERICO (tomándola): ¡Y cómo pesa!

GENARO: ¡Cielos y qué primor!, ¡que encantadora
labor! Ponla, por Dios, sobre la mesa.

FEDERICO: Abre bien la ventana.

GENARO: ¡Jesús! ¡Qué obra tan bella y tan prolija!

FEDERICO: ¡Ah, farsante Genaro,
cual se confiesa de tus manos hija
en el trabajo minucioso y raro!

GENARO: Te juro, Federico…

FEDERICO: ¡Bah! no mientas.
¡Hola! y está a manera de santuario
cerrada por doradas puertecillas.

GENARO: ¡Qué mezcla de materias opulenta!
El ébano, el marfil, la concha, el oro…

FEDERICO: Genaro, esta cajita es un tesoro;
ahora ya concibo tu pobreza:
dentro de esta cajita has apilado
cuanto oro con tus obras has ganado:
ábrela, pues, veamos tu grandeza.
Y con dulce sonrisa esto diciendo,
Federico a la caja abrió el candado,
y el ojo ansioso a su interior tendiendo
quedaron sin aliento un gran pieza;
y al dar Genaro en tierra desplomado,
exclamó Federico: «¡Es su cabeza!»

                ---

Pálido, roto el aliento
en la mal cerrada boca,
inmóvil como una roca
el pobre escultor quedó:
y en la cabeza fijando
la sorprendida mirada,
en sonora carcajada
Federico prorrumpió.

«¡Válgate Dios por amante,
siguió diciendo Federico;
que ha de ser pobre es bien claro
quien su hacienda emplea así.
¡De plata has hecho su busto!
¡Ya se ve!, para fundirla
tuviste que reunirla
viviendo en Sevilla así.

»¡Voto a San Judas, Genaro,
que es una insigne locura
gastar en una escultura
un hombre todo su haber!
Si el afán de esa memoria
aún te atormentaba el pecho,
de mármol hubieras hecho
el busto de esa mujer.

»¿Qué más vale esa memoria
hecha en plata que en madera?
¿Su imagen misma no fuera
leño, mármol o metal?»
Así Federico hablaba,
mas Genaro no le oía,
que el alma absorta tenía
en el busto celestial.

Y era en efecto su busto,
era su imagen divina,
de la hermosa Valentina
completo el trasunto fiel.
Era su busto hechicero
labrado en maciza plata,
cuyo primor le arrebata
obra de inmortal cincel.

Jamás del hombre impotente
acertó a crear la mano
portento tan soberano
de retrato más cabal.
Nunca el pensamiento pobre
de ser de mujer nacido,
concebir ha conseguido
ninguna escultura tal.

No hay faltas ni imperfecciones
en la argentina cabeza;
en semejanza, en belleza,
no es la copia, es la verdad.
No tiene el contorno duro
que tienen las esculturas
obra de las criaturas,
su fría inmovilidad.

No; sus contornos despiden
leve vapor, los circunda
vaga luz, que les inunda
en gracia, en vida, en calor.
Se percibe al acercarse
el grato olor del cabello,
cuyos rizos de su cuello
ondean en derredor.

Se ve que sus bellos ojos,
aunque hechos de plata dura,
como toda la escultura,
reciben la claridad;
y parece que en su centro
reside aún, goza existencia,
la mortal inteligencia
de su muerta humanidad.

Parece que aun sus oídos
están a la voz abiertos
y los vocablos inciertos
van de su labio a salir:
y el cuerpo, detrás del busto
tal vez Genaro imagina
que va a sacar Valentina
para volver a vivir.

A este dulce pensamineto
su corazón inflamado,
todo su cuerpo agitado
de convulsivo temblor,
de su Valentina hermosa
fijo en la imagen estaba,
y la insensata esperaba
realización de su amor.

Con desiguales intérvalos
lanzaba el fogoso aliento,
y el pecho calenturiento
se le hinchaba al respirar:
y se le alzaba y sumía
de su amor con la tormenta:
cual su balumbo acrecienta
bajo la borrasca el mar.

Mirábale Federico,
y absorto de cuanto veía
su éxtasis no comprendía
ni su extraña agitación:
mas al ver su arrobamiento
ante la bella escultura,
la fe de pasión tan pura
respetó su corazón.

Interrumpir el silencio
no osó el mozo atolondrado,
y permaneció apoyado
en el brazal del sillón:
y los ojos de Genaro
siguiendo su propia vista,
respetaba del artista
la sublime inspiración.

Éste parece que a alcance
de alguna ilusión divina,
tras la faz de Valentina
ante su espíritu esté:
y elevado hasta la dicha
de su bienaventuranza,
su presencia real alcanza
y su misma esencia ve.

Y hasta el mismo Federico
profano a tan gran misterio,
se ve sujeto al imperio
del deliquio celestial:
y en el busto que contempla
con dulce e íntimo goce,
a su pesar reconoce
poder sobrenatural.

Vago resplandor fosfórico
el santuario ilumina
do el busto de Valentina
está, y su ser se ve allí
como luz tenue y purísima
sin foco de donde radie,
no producida por nadie,
comprendida sólo en sí.

Claridad diáfana, limpia,
extendida y trasparente,
desvanecida igualmente
del aposento en redor,
que en ningún término expira
ni de ningún punto emana,
de una tranquila mañana
semeja el temprano albor.

Y de esta luz circundado,
bañado en su esencia pura,
un manantial de ventura,
de positiva ilusión,
encuentra Genaro y goza
dulcemente aquella esencia
que da una nueva existencia,
nuevo ser al corazón.

En el espacio tranquilo
de aquel éxtasis solemne,
inexplicable, perenne,
goza celestial placer;
e identifica su alma
con el ser de Valentina,
en cuya esencia divina
ve el amor, no a la mujer.

Y de este amor perfectísimo
en los deleites perfectos,
en los divinos afectos,
en la santa realidad,
embebecido Genaro
y en fruición misteriosa,
con Valentina reposa
en invisible unidad.

Misterio que solamente
concebir Dios ha podido
y a los justos concedido
únicamente por Dios;
mística unión de dos almas
en que, sin violencia alguna,
gozan entrambas en una
todo el placer de las dos.

Ante el oscuro y recóndito
misterio del alma, calla
y con su razón batalla
Federico, sin caer
en lo que tanto Genaro
goza embebecido ahora,
ni en lo que en el busto adora
si al arte, o a la mujer.

Tal vez sospecha que vuelve
a su pasada locura
contemplando la hermosura
de aquel busto de metal,
y sospecha que esta caja
donde encierra cuanto adora,
es su caja de Pandora,
donde él custodia su mal.

Por fin, tras largo silencio,
aquel triste objeto caro
iba a apartar de Genaro
movido de compasión,
cuando él, del sillón de cuero
alzándose de repente
exclamó con voz potente
y acento de inspiración:

«¡Ea!, ya luce mi estrella
de bienandanza y de gloria;
iluminado por ella
seguro de hoy más iré:
no habrá mar que se me oponga,
no habrá sima que me espante,
marcharé siempre adelante
con las alas de mi fe.

»Sí, dichosa Valentina,
ya no hay desdichas que tema:
en esta noche suprema
sopló tu espíritu en mí.
Yo oí la palabra santa
con que una ofrenda me hiciste,
y a fe que me la trajiste
preciosa y digna de ti.

»Federico, en este punto
mi nueva existencia empieza;
gloria, tesoro, grandeza,
cuanto ambicione tendré.
Esta divina escultura
que crees obra de mi mano,
de mi ser guarda el arcano,
de los cielos obra fué.

»Y mientras guarde conmigo
este místico amuleto,
de mi fe será en secreto
el indestructible imán:
la enseña de mi fortuna,
el iris de mi esperanza,
de mi cierta venturanza
el seguro talismán.»

Nada entendió Federico
de esta arenga inesperada,
sin duda no entendió nada,
pero con asombro vió
que en vez de volver Genaro
a su acceso de locura,
con mano firme y segura
su mazo y cincel asió.

De su empezada Madona
púsose al punto delante,
y vió de uno en otro instante
la creación aparecer,
bajo la brillante forma
de una María sublime,
que a su casto pecho oprime
el Dios niño a quien dió el ser.

Brotaron bajo sus golpes
los contornos peregrinos
y los misterios divinos
del arte en su excelsitud;
y en el mármol insensible
parecieron las señales
de los goces inmortales
de santa beatitud.

y el recato y la pureza
y la inocencia y la calma
que albergó dentro del alma
la que jamás delinquió,
poco a poco fué mostrando
en su rostro y su postura,
la bellísima escultura
que el genio audaz concibió.

Y en verdad, lector benévolo,
que fuera terquedad fatua
la de pintarte una estatua
que no hemos visto jamás:
figúrate tú un prodigio
del genio humano y del arte,
y excuso de ponderarte
lo que te cansa quizás.

Primer aborto estupendo
del escultor de Sevilla,
fué su obra una maravilla,
fué su primer escalón
para subir a la cumbre
del alcázar de su gloria;
pero, lector, no es mi historia
de escultura exposición.

Preconizar no me incumbe
del arte las excelencias:
tócanme las consecuencias
de esta escultura exponer;
las relaciones que tuvo
con la historia de Genaro;
y ésta verás, lector caro,
en lo que vas a leer.

                ---

Eran diez meses después,
y las diez de una mañana
del revuelto mes de marzo:
en una anchurosa estancia
que seis opuestos balcones
en luz todo el día bañan,
y que adornan por doquiera
preciosos lienzos y estatuas,
y en cuyo centro, de mármol
un velador se levanta,
sobre el cual, y bajo un velo,
hay colocada una caja
que en la materia y la forma
de que es hecha y trabajada
parece que encerrar debe
alguna preciosa alhaja;
sentados están dos mozos
que con aquestas palabras
en este momento siguen
conversación empezada.

EL UNO: Pues, señor, todo eso es cierto,
y es cosa en verdad que pasma.

EL OTRO: Pues la cosa es muy sencilla.

EL PRIMERO: No la veo yo tan clara.

EL SEGUNDO: ¿No ves el dedo de Dios?

EL PRIMERO: Déjate de bromas.

EL SEGUNDO: Calla,
si tu corazón rebelde
se niega a creer, y guarda
tu incredulidad impía
en el fondo de tu alma.

EL PRIMERO: Vaya, perdona, si a ofensa
mis palabras dieron causa.

EL SEGUNDO: No toques nunca ese punto,
y la llevas perdonada.

EL PRIMERO: Cambiemos, pues, de argumento.
¿Sabes que hoy día no se habla
más que del lujo extremado
con que vives y que gastas?

EL SEGUNDO: Donde hay del cielo una prenda
tan rica y tan soberana
como la que esa cajita
dentro de su seno guarda,
preciso es que todo muestre
que el don divino se acata:
y aunque más merece, al menos
el decoro no le falta.

EL PRIMERO: Sí, pero el vulgo murmura,
que tus razones no alcanza.

EL SEGUNDO: Tranquila está mi conciencia:
el oro que me costaran
los muebles y los tapices
con que engalano mi casa,
débolo sólo a mis manos,
y el pobre que lo reclama
en nombre del Ser supremo
y de su miseria, lo halla.
¿De qué, pues, murmura el vulgo?

EL PRIMERO: A orgullo excesivo achaca
la soledad en que vives,
la austeridad que acompaña
tu semblante cuando escuchas
y tus frases cuando hablas.

EL SEGUNDO: Yo trato a quien me visita
como es justo que lo haga
con quien a honrarme se acerca
o de mi amistad se agrada.
Trato con respeto y mucho
a quien trabajo me encarga,
pues con el trabajo vivo
que con sus monedas paga.
Si no me doy a las fiestas,
a los paseos y farsas
y al estrépito del mundo,
no alcanzo por qué lo extrañan.
Mis obras son infinitas,
y siempre el tiempo me falta
para cumplir como debo,
trabajando la jornada
toda entera, mientras dura
la luz que me es necesaria.

EL PRIMERO: Ya…, pero…

EL SEGUNDO: Pero ya entiendo;
hay de vagos una cáfila
que diz que me conocieron
y me amaron en mi infancia,
que anduvieron a mi escuela
o cosa que se lo valga,
que quisieran que yo hiciese
de mi estudio una posada;
que anduvieran largamente
la botella y la baraja,
que hubiera mozas acaso
nada esquivas, que hubiera armas
con que armar ruido y pendencias
y desorden… ¡Noramala!

EL PRIMERO: Pero hay muchos que te admiran,
que hicieran de buena gana
contigo amistad, y me honran
con la suya noble y franca.

EL SEGUNDO: Sí, sí, Federico mío,
a ti te harán mucha gracia
tus amigos, mas ¿qué quieres?,
a mí no me gustan nada.
Son todos, y en paz sea dicho,
como eres tú mismo.

EL PRIMERO: Vaya.

EL SEGUNDO: Sí, lo que yo en ti tolero
porque te amo con el alma,
fuérame en ellos muy duro
presenciar con tolerancia.
Si tú pierdes tu dinero
y pingüe herencia malgastas,
de tu tío la heredastes,
y de ti nadie la aguarda.
Si abusas de los licores,
y con lengua acalorada
ruido y pendencias provocas,
de ellas tus manos te sacan.
Y en fin, a ti te divierte
tal vida, y así la pasas.

EL PRIMERO: Mas si el despecho y la envidia
sus corazones minaran
y enemigos te se hicieran,
y la turba deslenguada
interpretando tus hechos
menoscabase tu fama…

EL SEGUNDO: Federico, si a mi honra
injustamente tocaran,
dejara el cincel mi mano
por la pistola o la espada,
y a meterles volvería
lo dicho por la garganta:
porque el cristal de la honra
vapor no admite ni mancha.

EL PRIMERO: Pues mira, Genaro, creo
que, ya que así me desairas,
para olvidar el desaire
me vendrá pintiparada…

EL SEGUNDO: Una botella, ¿no es eso?

EL PRIMERO: Cabal. Con vino se apaga
el fuego de los pesares.

EL SEGUNDO: Igual consecuencia sacas
de todo cuanto sucede.

EL PRIMERO: No me prediques.

EL SEGUNDO: Destapa.
Y poniéndole en la mano
una botella lacrada,
volvió Genaro a su asiento,
a su cincel, y a su estatua.

                ---

Y así viven los dos, y así la vida
para entrambos a dos dichosa corre:
derrochando su herencia Federico,
conquistando Genaro oro y renombre.
Amigos de la infancia, aún alimentan
dentro del corazón su llama noble,
y recios se conservan todavía
de su franca amistad los eslabones.
Víctima de recónditos pesares,
o embebecido en celestiales goces,
sólo es el mismo par él Genaro,
para el resto del mundo es otro hombre.
Severo, indiferente y silencioso,
de virtudes austeras, no responde
su corazón de las pasiones viles
a la traidora voz y halago torpe.
El santo talismán que le protege
fe le infunde y virtud, y día y noche
al pie del talismán duerme o trabaja
y su poder celeste reconoce.
En misteriosa unión identifica
su ser con otro ser que allí se esconde,
y del busto de plata en la presencia
se encanta con divinas ilusiones.
De purísimo amor dulces miradas
halla en sus ojos de metal inmobles,
y en los labios del busto misterioso
gratos acentos y murmullos oye.
Las gracias de su muerta Valentina,
vivas, puras, encuentra en sus facciones,
y, sea realidad, sea demencia,
renueva en aquel busto sus amores.
Su presencia le da nuevo entusiasmo,
nuevo amor a la gloria, audacia doble;
y ardiente inspiración da sus cinceles
mágico acierto en mármoles y bronces.
Basta para que emprenda arduas fatigas,
para que el tiempo y el trabajo arrostre,
que el argentino busto ante sí vea,
y que más recompensa no ambicione.
No tiene otra ilusión ni otra apetece:
toda en la imagen su atención se absorbe
cual si fuera su misma Valentina,
y todo a su memoria lo pospone.
Y acaso el soplo del Señor alienta
en aquel talismán, y a las regiones
etéreas a su espíritu levanta
por cima de los astros y los orbes.
Fuente de luz y manantial de vida
para el amante mozo, el velo rompe
de su terrena humanidad y su alma
en el dintel del paraíso pone.
¿Y qué es la inspiración? ¿Quién da a su vuelo
el recio impulso gigantesco, enorme
con que se alza el artista y el profeta
sobre el polvo del tiempo y las naciones?
¿Qué es más que una ilusión?, menuda chispa
que en su mente febril brotando informe
llega a hoguera voraz; grano de arena
que empieza en grano y que concluye en monte.
Y así viven los dos; y así la vida
para Genaro y Federico corre;
y derrocha su herencia Federico,
y conquista Genaro oro y renombre.

                ---

Del revuelto mes de marzo
en la mitad de una tarde,
de sobremesa ambos mozos
familiar plática traen.
Con lisonjera sonrisa
y cariñoso semblante,
oye en silencio Genaro
los desatinados lances
que Federico le cuenta,
entre los vapores suaves
de su botella y su pipa
que le exaltan por instantes.
Porque Federico ahora,
que herencia considerable
goza, con todos los vicios
estrecha las amistades.
Pero poco acostumbrado
a sus resultas fatales,
aún le turba la cabeza
la botella, y aún le hace
mucha saliva el tabaco,
y aún entre las redes cae
de una cortesana astuta
como bien se las prepare.
Por eso inconsiderado
afecta por todas partes
las estragadas costumbres
de los altos personajes.
Levántase a medio día,
come a las seis de la tarde,
y en la mayor parte de ellas
concluye con embriagarse.
No como el vulgo soez
que da consigo en la calle,
sino como el vulgo noble
aristócrata, elegante.
La embriaguez no le produce
más efecto que alegrarle,
dar más fuego a sus pasiones,
y a sus palabras más sales.
Acrecienta su valor
y le enardece la sangre,
doblándole la afición
de aventuras y de lances.
En tal situación, y en esta
disposición formidable,
entreverando los sorbos
de risa con los arranques,
y las bocanadas de humo
que de los labios le salen,
hablaba el buen Federico
y el escultor escuchábale.
Llegaban a la mitad
de una aventura agradable,
que aumentaba de Genaro
la risa con cada frase,
cuando en la puerta del cuarto
un criado presentándose,
anunció a un desconocido
y dijo el dueño: «Que pase».
Calló Federico entonces,
tomando exterior más grave,
y levantóse Genaro,
componiendo su semblante.
Pareció a poco el incógnito,
que era un viejo respetable,
aunque había en su persona
no sé qué de repugnante.
Eran blancos sus cabellos
y negro todo su traje;
persona de distinción
según exterioridades.
Entró en la estancia con calma,
fríamente saludándoles,
y preguntó: «Un profesor
de escultura que…
                —Delante
le tenéis, buen caballero»,
dijo Genaro inclinándose.

VIEJO: ¡Ah! ¿sois vos?

GENARO: Yo soy, sentaos:
¿y qué tenéis que mandarme?

VIEJO: Tal vez será muy difícil
mi encargo.

GENARO: Si es de mi arte,
confío llevarlo a cabo.

VIEJO: ¡Oh! vuestra fama es muy grande!
Todo el mundo me lo afirma,
y vuestras obras son tales
que…

GENARO: Apartemos, caballero,
corteses urbanidades.

VIEJO: Escuchadme, pues. Quisiera
describiros el semblante
de una mujer, que ya es muerta,
¡válgame Dios, y era un ángel!
Yo os diría una por una
sus señas y cualidades,
y vos , haciendo un bosquejo…

GENARO: Caballero, eso no es fácil,
pues todos los rostros tienen
tan diferente carácter,
que aunque fueran las facciones
a la descripción iguales,
tal vez la expresión saldría
de la verdad muy distante.

VIEJO: Ya yo me lo imaginaba.

GENARO: En fin, podemos, si os place,
vos ir diciendo, y yo a un tiempo
dibujar, y a ver si sale.
Vos miraréis mi dibujo
e iréis diciendo: Más grande,
más pequeño, más abajo,
más atrás, más adelante;
yo iré corrigiendo al punto
y haremos lo que se alcance.

FEDERICO: ¡Pues no va a ser mala droga!
Aunque estés toda la tarde,
y hasta la tarde del juicio,
apuesto que no lo haces.

VIEJO: ¿Sois también pintor?

FEDERICO: También.

VIEJO: Mis ofertas son iguales
para ambos; si vos lo hacéis
yo os daré…

FEDERICO: ¿Yo? ¡Pues ya es fácil!
Aunque me diérais más oro
que lo que en la plaza cabe.

VIEJO: ¿Por qué?

FEDERICO: Porque a mí me sobra,
y no prostituyo el arte.
Y así hablando Federico
volvió la copa a llenarse
y echó tabaco en la pipa,
en la silla arrellanándose.
Con el semblante encendido
quedóse el viejo mirándole;
pero Genaro en tal punto
le dijo: «Cuando gustáreis».
Sentóse el viejo a su lado
y las señas apuntándole,
del retrato que se intenta
empezó a dar semejante.

VIEJO: Una cabeza pequeña,
dividido en dos mitades
el cabello, y hecho rizos
en torno al cuello tornátil.
Perfectamente. La frente
serena, espaciosa; que alce
un poco menos el pelo.
Así… seguid.

GENARO: Adelante.

VIEJO: Cejas arqueadas, abiertas
sin entrecejo: ojos grandes
rasgados, negros y un poco
melancólicos y graves.
Largas pestañas. ¡Soberbio!
¡Perfectamente! ¡Cabales!

GENARO: ¿Se parecen a los suyos?

VIEJO: Parece que estáis copiándoles.

GENARO: Seguid, seguid.

VIEJO: Un poquito
ojerosos, nada casi.
Perfectamente. Amiguito,
  (A Federico con aire de triunfo)
vuestra apuesta está en el aire.

FEDERICO: ¿Conque va saliendo?

VIEJO: Vaya,
y perfecto.

FEDERICO: ¿Sí, eh? ¡Qué diantre!
           (Fumando con indiferencia.)

VIEJO: ¿Está? (a Genaro.)

GENARO: Continuad.

VIEJO: Nariz
griega, de un perfil muy suave,
boca un poco desdeñosa.

GENARO: ¿Así?

VIEJO: Así.

GENARO (agitado): ¿Contorno fácil
en los carrillos?… ¿dos hoyos
que al sonreírse se hacen
graciosísimos?… ¿la barba
con dos pequeños lunares
que apenas se ven?

VIEJO: Cabal.
¿Pero qué os da? Con el lápiz
vais arañando el papel:
¿vais el bosquejo a borrarme?

Así exclamaba el anciano
al dibujo abalanzándose,
mientras Genaro convulso
se agitaba dibujándole.
«No le rompáis», le gritaba
el viejo trémulo; «dádmele»;
y Genaro con voz ronca,
sofocada y anhelante,
«¿es eso?» gritó, el retrato
de su querida mostrándole.
«¡Es ella! ¡Es ella! exclamaba
el viejo, pero más grande,
de bulto es como lo quiero.
—Sí, vive Dios (levantándose
gritó Genaro), os comprendo:
queréis un bulto palpable,
que os presente superficie
para abrazarle y besarle.
¡Ira de Dios! ¿Esto, es esto
lo que queréis?» Y agarrándole
por las muñecas, llevóle
de su talismán delante.
Abrió furioso la caja
y ¡oh pasmo! en lugar de hallarse
con la cabeza de plata,
hallaron bañada en sangre
la propia de Valentina,
su parición formidable.
«¡Mi pupila!» exclamó el viejo
aterrado arrodillándose.
«¡El juez! exclamó Genaro,
¡eres tú, tú, miserable,
su asesino! ¡Sí, sí, el cielo
te ha echado al rostro su sangre!»
Y cayó desvanecido
sin voz, y sin vida casi.
Duró el silencio un momento,
hasta que al fin, levantándose,
se avanzó el viejo a la puerta,
mas Federico atajándole
le asió del cuello diciéndole:
«Conmigo irás, miserable,
yo te llevaré arrastrando.
—¡Adónde!
        —A los tribunales.»

CONCLUSIÓN

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Dicen que el escultor se sintió herido
de enfermedad mortal desde aquel día,
y a la par que su aliento se extinguía
menguaba su sangriento talismán.
Su amigo revolvió toda Sevilla,
y a Genaro llevó cinco doctores,
mas a pesar de ser de los mejores,
inútil fué por fin todo su afán.

Genaro sin dolor y sin angustia,
se consumía lenta y dulcemente,
como se extingue el agua en una fuente
en el árido estío abrasador.
Ni drogas, ni remedios admitía,
y con el mal oculto no atinando,
del lado del enfermo retirando
poco a poco se fué cada doctor.

Y un día que miraba Federico
desde el balcón la plaza, de repente
gran tropel de soldados y de gente
vió por un callejón desembocar.
Era una ejecución. Venía el reo
sobre un asnillo viejo maniatado,
y un monje carmelita iba a su lado
a quien no quiere el réprobo escuchar.

Sorbióse Federico un ancho vaso
de exquisito Jerez que a mano estaba,
y la escena confusa contemplaba
al reo imaginando conocer.
«¡Voto a Dios! (exclamó, cuando subiendo
»clara su forma vió sobre el suplicio).
»¡Es el tutor!… ¡Pardiez! y está muriendo
»como un pagano vil… ¡Cómo ha de ser!

»Yo quise que sus crímenes pagara
»como es justo: pero si él no quiere
»morir como hombre y como perro muere,
»allá se las avenga el confesor.»
Y esto al decir, para borrar la odiosa
repugnante visión del triste caso,
echóse a pechos el segundo vaso,
sin dejar una gota del licor.

Y entonces vió que al expirar el reo,
cruzando el aire trasparente y claro,
las almas del tutor y de Genaro
fueron al tribunal de Jehová.
Un metéoro impuro en sus vapores
el ánima del viejo conducía,
y de Genaro el ánima subía
cual nube blanca que en el viento va.

Por la extraña visión sobresaltado,
rápido fué del escultor al lecho,
mas vida ni calor halló en su pecho,
ni encontró junto a él su talismán.
Y a pesar del licor que le turbaba,
encima de sus míseros despojos
llanto vertieron sus hinchados ojos,
prensó su pecho doloroso afán.

Jamás supo explicarse aquella idea:
y él hundió en el misterio más profundo
cómo salió Genaro de este mundo
y el talismán de plata de una vez:
y siempre que en su mente la memoria
de la visión fatal se renovaba,
dudando de sí mismo murmuraba:
«¡Los demonios tenía aquel Jerez!»


FIN