El trato de Argel/Jornada IV

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El trato de Argel
de Miguel de Cervantes
Jornada IV

Jornada IV

Entra el cautivo que se huyó, descalzo, roto el vestido, y las piernas señaladas como que trae muchos rasgones de las espinas y zarzas por do ha pasado.
CAUTIVO:

   Este largo camino,
tanto pasar de breñas y montañas,
y el bramido contino
de fieras alimañas
me tiene de tal suerte,
que pienso de acabarle con mi muerte.
    El pan se me ha acabado,
y roto entre jarales el vestido;
los zapatos, rasgado;
el brío, consumido;
de modo que no puedo
un pie del otro pie pasar un dedo.
    Ya la hambre me aqueja,
y la sed insufrible me atormenta;
ya la fuerza me deja;
ya espero desta afrenta
salir con entregarme
a quien de nuevo quiera cautivarme.

CAUTIVO:

    He ya perdido el tino;
no sé cuál es de Orán la cierta vía,
ni senda ni camino
la triste suerte mía
me ofrece; mas, ¡ay laso!,
que, aunque la hallase, no hay mover el pa[so],
    ¡Virgen bendita y bella,
remediadora del linaje humano,
sed Vos aquí la estrella
que en este mar insano
mi pobre barca guíe
y de tantos peligros me desvíe!
    ¡Virgen de Monserrate,
que esas ásperas sierras hacéis cielo,
enviadme rescate,
sacadme deste duelo,
pues es hazaña vuestra
al mísero caído dar la diestra!

CAUTIVO:

    Entre estas matas quiero
asconderme, porque es entrado el día;
aquí morir espero.
Santísima María,
en este trance amargo,
el cuerpo y alma dejo a vuestro cargo.

(Échase a dormir entre unas matas, y sale un león y échase junto a él muy manso, y luego sale otro cristiano, que también se ha huido de Argel, y dice:)
CRISTIANO:

   Estas pisadas no son,
por cierto, de moro, no;
cristiano las estampó,
que con la misma intención
debe de ir que llevo yo.
    De alárabes las pisadas
son anchas y mal formadas,
porque es ancho su calzado;
el nuestro más escotado,
y ansí son diferenciadas.

CRISTIANO:

    Yo seguro que no está
muy lejos de aquí escondido,
porque el rastro he ya perdido;
mas el sol alto está ya,
y yo mal apercebido.
    Aquí me quiero esconder
hasta que al anochecer
torne a seguir mi viaje;
que en este mismo paraje
Mostagán viene a caer.
    Pues el sol sale de allí,
el norte hacia aquí se inclina:
no está lejos la marina.
¡Oh, qué mal que estoy aquí!
¡Buen Jesús, tú me encamina,
    que mucho alárabe pasa
por esta campaña rasa!
Si hoy me he acertado a esconder,
no me despido de ver,
mis hijos, mujer y casa.

CRISTIANO
(Escóndese, y luego sale un morillo, como que va buscando yerbas, y ve escondido a este segundo cristiano, y comienza a dar voces: «¡Nizara, nizara!», a las cuales acuden otros moros y cogen al cristiano, y dándole de mojicones se entran.)
(En entrando, despierta el primer cristiano, que está junto al león, y viéndole, se espanta y dice:)
CRISTIANO:

   ¡Sancto Dios! ¿Qué es lo que veo?
¡Qué manso y fiero león!
Saltos me da el corazón;
cumplido se ha mi deseo;
libre soy ya de pasión,
    pues lo quiere mi ventura.
Éste, con su fuerza dura,
mis días acabará,
y su vientre servirá
al cuerpo de sepultura.
    Pero tanta mansedumbre
no se ve ansí fácilmente
en animal tan valiente,
aunque su fiera costumbre,
muestra a las veces clemente.

CRISTIANO:

    Mas, ¿quién sabe si movido
el cielo de mi gemido,
este león me ha enviado
para ser por él tornado
al camino que he perdido?
    Sin duda es divina cosa,
y asegúrame este intento
que en mis espíritus siento,
con fuerza maravillosa,
un nuevo crecido aliento;
    y ya es caso averiguado
que otro león ha llevado
a la Goleta a un cativo
que le halló en un monte esquivo,
huido y descaminado.
    ¡Obra es ésta, Virgen pía,
de vuestra divina mano,
porque ya está claro y llano
que el hombre que en vos confía
no espera y confía en vano!

CRISTIANO:

    Espérame, compañero,
que yo determino y quiero
seguirte doquier que fueres;
que ya me parece que eres,
no león, sino cordero.
(Éntrase y vuelve a salir en la cuarta jornada con el león que le guía. Dice:)
    Nunca con menos afán
he caminado camino;
y, aquello que yo imagino,
no está muy lejos Orán.
¡Gracias te doy, Rey divino!
    ¡Virgen pura, a Vos alabo!
Yo ruego llevéis al cabo
tan estraña caridad;
que, si me dais libertad,
prometo seros esclavo.

(Vase, y en la cuarta jornada salen dos cautivos: PEDRO y SAYAVEDRA.)
PEDRO:

   Siete escudos de oro he granjeado
[co]n mi solicitud, industria y maña,
[y au]n son pocos, según he trabajado.
    Nunca tuve otros tantos en España,
cuando anduve en la guerra de Granada,
armado nueve meses en campaña.

SAYAVEDRA:

   ¿Cómo cayeron, Pedro en la celada
los siete escudos hoy, por vida mía,
cualque nueva campaña fabricada?

PEDRO:

   Muy mal se negará a tu cortesía
cualquier secreto mío. Escucha agora,
y verás lo que he hecho en este día.
    En esta casa grande do Yzuf mora,
renegado español que está casado
con Zahara, la ilustre hermosa mora,
    está un cativo nuevo, que es llamado
Aurelio, y una Silvia, hermosa dama,
de quién está el Aurelio enamorado.
    Los dos de principales tienen fama,
y helo dicho yo al rey, y mandó darme
los tres escudos déstos.

SAYAVEDRA:

¡Gentil trama!

PEDRO:

   Gentil o no gentil, si remediarme
no puedo de otra suerte, y cada día
he de dar mi jornal y sustentarme,
    ¿quieres que cate y guarde cortesía
a quien puede pagar bien su rescate?
¡No reza esa oración mi ledanía!

SAYAVEDRA:

   ¿Los otros cuatro?

PEDRO:

Son de un jaque y mate
que he dado en una bolsa de un cristiano
con un muy concertado disparate.
    Hele hecho tocar casi con mano
que tengo ya una barca medio hecha,
debajo de la tierra, allá en un llano.
    Queda desta verdad bien satisfecha,
su voluntad, y, cierto, el bobo piensa
alcanzar libertad ya desta hecha;
    y para ayuda, el gasto y la despensa
de tablas, vela, pez, clavos y estopa,
los cuatro dio con que compró su ofensa.

SAYAVEDRA:

   ¡Desdichado de aquel que acaso topa
contigo, Pedro, y tú más desdichado,
que así cudicias la cristiana ropa!
    ¡En peligroso golfo has engolfado
tu barca, de mentiras fabricada,
y en ella tú serás sólo anegado!

PEDRO:

   La de Noé, que está bien ancorada
en las sierras de Armeña, sería buena,
si no vale la mía acaso nada.
    Quizá nos llevará a Sierra Morena,
pero, por cuatro escudos, buena es ésta,
si acuden otros cuatro a caer carena.
    Ajenos pies han de subir la cuesta
agria de mi trabajo, y yo, holgando,
haré agasajo, regocijo y fiesta.
    ¿Qué piensas, Sayavedra?

SAYAVEDRA:

Estoy pensando
cómo se echa a perder aquí un cristiano,
y más, mientras más va, va peorando.
   Cautivo he visto yo que da de mano
a todo aquello que su ley le obliga,
y vive a veces vida de pagano.
    A otro le avasalla su fatiga,
y en Dios y en ella ocupa el pensamiento;
la abraza y la quiere como amiga.

SAYAVEDRA:

    Y de ti sé que tienes el intento
holgazán, embaidor y cudicioso,
fundado sobre embustes sin cimiento.
    Tarde habrá libertad...

PEDRO:

¡Estás donoso!
Antes la tengo ya cierta y segura,
sino que estoy un poco vergonzoso.
    Pienso mudar de nombre y vestidura,
y llamarme Mamí.

SAYAVEDRA:

¿Renegar quieres?

PEDRO:

Sí quiero, mas entiende de qué hechura.

SAYAVEDRA:

   Reniega tú del modo que quisieres,
que ello es muy gran maldad y horrible culpa,
y correspondes mal a ser quien eres.

PEDRO:

   Bien sé que la conciencia ya me culpa,
pero tanto el salir de aquí deseo,
que esta razón daré por mi disculpa.
   Ni niego a Cristo ni en Mahoma creo:
con la voz y el vestido seré moro,
por alcanzar el bien que no poseo.
    Si voy en corso, séme yo de coro
que, en tocando en la tierra de cristianos,
me huiré, y aun no vacío de tesoro.

SAYAVEDRA:

   Lazos son ésos cudiciosos, vanos,
con que el demonio tienta fácilmente
con el alma ligarte pies y manos.
    Un falso bien se muestra aquí aparente,
que es tener libertad, y, en renegando,
se te irá el procurarla de la mente,
    que siempre esperarás el cómo y cuándo:
«Este año, no; el otro será cierto»;
y ansí lo irás por años dilatando.
    Tiéneme en estos casos bien esperto
muchos que he visto con tu mismo intento,
y a ninguno llegar nunca a buen puerto.
    Y, puesto que llegases, ¿es buen cuento
poner un tan inorme y falso medio
para alcanzar el fin de tu contento?
Daño puedes llamarle a tal remedio.

PEDRO:

   Si no puede esperarse, ni es posible
de mi necesidad otra salida
para alcanzar la libertad gozosa,
¿es mucho aventurarse algunos días
a ser moro no más de en la aparencia,
si con esta cautela se granjea
la amada libertad que se va huyendo?

SAYAVEDRA:

Si tú supieses, Pedro, a dó se estiende
la perfectión de nuestra ley cristiana,
verías cómo en ella se nos manda
que un pecado mortal no se cometa,
aunque se interesase en cometerle
la universal salud de todo el mundo.
Pues, ¿cómo quieres tú, por verte libre
de libertad del cuerpo, echar mil hierro[s]
al alma miserable, desdichada,
cometiendo un pecado tan inorme
como es negar a Cristo y a su Iglesia?

PEDRO:

¿Dónde se niega Cristo ni su Iglesia?
¿Hay más de retajarse y decir ciertas
palabras de Mahoma, y no otra cosa,
sin que se miente a Cristo ni a sus santos,
ni yo le negaré por todo el mundo,
que acá en mi corazón estará siempre
y Él sólo el corazón quiere del hombre?

SAYAVEDRA:

¿Quieres ver si lo niegas? Está atento.
Fíngete ya vestido a la turquesca,
y que vas por la calle y que yo llego
delante de otros turcos y te digo:
«Sea loado Cristo, amigo Pedro.
¿No sabéis cómo el martes es vigilia
y que manda la Iglesia que ayunemos?»
A esto, dime: ¿qué responderías?
Sin duda que me dieses mil puñadas,
y dijeses que a Cristo no conoces,
ni tienes con su Iglesia cuenta alguna,
porque eres muy buen moro, y que te llamas,
no Pedro, sino Aydar o Mahometo.

PEDRO:

Eso haríalo yo, mas no con saña,
sino porque los turcos que lo oyesen
pensasen que, pues dello me pesaba,
que era perfecto moro y no cristiano;
pero acá, en mi intención, cristiano siempre.

SAYAVEDRA:

¿No sabes tú que el mismo Cristo dice:
«Aquel que me negare ante los hombres,
de Mí será negado ante mi Padre;
y el que ante ellos a Mí me confesare,
será de Mí ayudado ante el Eterno
Padre mío?» ¿Es prueba ésta bastante
que te convenza y desengañe, amigo,
del engaño en que estás en ser cristiano
con sólo el corazón, como tú dices?

SAYAVEDRA:

¿Y no sabes también que aquel arrimo
con que el cristiano se levanta al cielo
es la cruz y pasión de Jesucristo,
en cuya muerte nuestra vida vive,
y que el remedio, para que aproveche
a nuestras almas el tesoro inmenso
de su vertida sangre por bien nuestro,
depositado está en la penitencia,
la cual tiene tres partes esenciales,
que la hacen perfecta y acabada:
contrición de corazón la una,
confesión de la boca la segunda,
satisfación de obras la tercera?
Y aquel que contrición dice que tiene,
como algunos cristianos renegados,
y con la boca y con las obras niegan
a Cristo y a sus sanctos, no la llames
aquella contrición, sino un deseo
de salir del pecado; y es tan flojo,
que respectos humanos le detienen
de ejecutar lo que razón le dice;
y así, con esta sombra y aparencia
deste vano deseo, se les pasa
un año y otro, y llega al fin la muerte
a ponerle en perpetua servidumbre
por aquel mismo modo que él pensaba
alcanzar libertad en esta vida.

SAYAVEDRA:

¡Oh cuántas cosas puras, excelentes,
verdaderas, sin réplica, sencillas,
te pudiera decir que hacen al caso,
para poder borrar de tu sentido
esta falsa opinión que en él se imprime!
Mas el tiempo y lugar no lo permite.

PEDRO:

Bastan las que me has dicho, amigo; bastan,
y bastarán de modo que te juro,
por todo lo que es lícito jurarse,
de seguir tu consejo y no apartarm[e]
del santísimo gremio de la Iglesia,
aunque en la dura esclavitud amarga
acabe mis amargos tristes días.

SAYAVEDRA:

Si a ese parecer llegas las obras,
el día llegará, sabroso y dulce,
do tengas libertad; que el cielo sabe
darnos gusto y placer por cien mil vías
ocultas al humano entendimiento;
y así, no es bien ponerse en contingencia
que por sola una senda y un camino
tan áspero, tan malo y trabajoso
nos venga el bien de muchos procurado,
y hasta aquí conseguido de muy pocos.

PEDRO:

¡Mis obras te darán señales ciertas
de mi ar[r]epentimiento y mi mudanza!

SAYAVEDRA:

¡El cielo te dé fuerzas y te quite
las ocasiones malas que te incitan
a tener tan malvado y ruin propósito!

PEDRO:

El mesmo a ti te ayude, cual merece
la sana voluntad con que me enseñas.
Adïós, que es tarde.

SAYAVEDRA:

¡Adiós, amigo!

(Sale el REY con cuatro turcos.)
REY:

   De ira y de dolor hablar no puedo;
y es la ocasión de mi pesar insano
el ver que don Antonio de Toledo
ansí se me ha escapado de la mano.
Los arraces, sus amos, con el miedo
que yo no les tomase su cristiano,
a Tetuán con priesa le enviaron,
y en cinco mil ducados le tallaron.
    ¿Un tan ilustre y rico caballero
por tan vil precio distes, vil canalla?
¿Tanto os acudiciastes al dinero,
tan grande os pareció que era la talla
que le añedistes otro compañero,
el cual solo pudiera bien pagalla?

REY:

¿Francisco de Valencia no podía
pagar solo por sí mayor cuantía?
    En fin, favorecióles la ventura,
que pudo más que no mi diligencia;
que ésta es la que concierta y asegura
lo que no puede hacer humana ciencia.
Conocieron el tiempo y coyuntura,
y huyeron de no verse en mi presencia:
que si yo a don Antonio aquí hallara,
cincuenta mil ducados me pagara.
    Es hermano de un conde y es sobrino
de una principalísima duquesa,
y en perderse, perdió en este camino
ser coronel en una ilustre empresa.
Airado el cielo se mostró y begnino
en hacerle cautivo y darse priesa
a darle libertad por tal rodeo,
que no pudo pedir más el deseo.
    Pero, pues ya no puede remediarse,
el tratar más en ello es escusado.
Mirad si viene alguno a querellarse.

MORO:

Señor, aquí está Yzuf, el renegado.

REY:

Entre con intención de aparejarse
a obedecer en todo mi mandado;
si no, a fe que le trate en mi presencia
cual merece su necia inobidencia.
(Entra YZUF.)
    ¿Dónde están tus cristianos?

YZUF:

Allí fuera.

REY:

¿Cuánto diste por ellos?

YZUF:

Mil ducados.

REY:

Yo los daré por ellos.

YZUF:

No se espera,
de tu bondad agravios tan sobrados.

REY:

¿En esto me replicas?

YZUF:

Da siquiera
algún alivio en parte a mis cuidados.
Al esclavo te doy, rey, sin dinero,
y déjame la esclava, por quien muero.

REY:

   ¿Tal osaste decir, oh moro infame?
Llevalde abajo, y dalde tanto palo,
hasta que con su sangre se derrame
el deseo que tiene torpe y malo.

YZUF:

Dame, señor, mi esclava, y luego dame
la muerte en fuego, a hierro, a gancho, en palo.

REY:

¡Quitádmelo delante! ¡Acabad presto!

YZUF:

¿Por pedirte mi hacienda soy molesto?

(Sacan fuera a YZUF a empujones, y entran luego dos alárabes con el cristiano que se huyó, que asieron en el campo, y estos dos moros dicen al RE[Y]: «Alicun çalema çultam adareimi gu[a]naran çal çul».)
REY:

   ¿Adónde ibas, cristiano?

CRISTIANO:

Procuraba
llegarme a Orán, si el cielo lo quisiera.

REY:

¿Adónde cautivaste?

CRISTIANO:

En la almadraba.

REY:

¿Tu amo?

CRISTIANO:

Ya murió; que no debiera,
pues me dejó en poder de una tan brava
mujer, que no la iguala alguna fiera.

REY:

¿Español eres?

CRISTIANO:

En Málaga nacido.

REY:

Bien lo muestras en ser ansí atrevido.
    ¡Oh yuraja caur! Dalde seiscientos
palos en las espaldas muy bien dados,
y luego le daréis otros quinientos
en la barriga y en los pies cansados.

CRISTIANO:

¿Tan sin razón ni ley tantos tormentos
tienes para el que huye aparejados?

REY:

¡Cito cifuti breguedi! ¡Atalde,
abrilde, desollalde y aun matalde!
(Átanle con cuatro cordeles de pies y de manos, y tiran cada uno de su parte, y dos le están dando; y, de cuando en cuando, el cristiano se encomienda a Nuestra Señora, y el REY se enoja y dice en turquesco, con cólera: «L[a]guedi denicara, bacinaf; ¡a la testa, a la tes[ta]!», y está diciendo, mientras le están dando:)
    ¡No sé qué raza es ésta destos perros
cautivos españoles! ¿Quién se huye?
Español. ¿Quién no cura de los hierro[s]?
Español. ¿Quién hurtando nos destr[uye]?
Español. ¿Quién comete otros mil hierros?
Español, que en su pecho el cielo influye
un ánimo indomable, acelerado,
al bien y al mal contino aparejado.
    Una virtud en ellos he notado:
que guardan su palabra sin reveses,
y en esta mi opinión me han confirmado
dos caballeros Sosas portugueses.

REY:

Don Francisco también la ha sigurado,
que tiene el sobrenombre de Meneses,
los cuales sobre su palabra han sido
enviados a España, y la han cumplido.
    Don Fernando de Ormaza también fuese
sobre su fe y palabra, y ansí ha hecho,
un mes antes que el término cumpliese,
la paga, con que bien me ha satisfecho.
De darles libertad, un interese
se sigue tal, que dobla mi provecho:
que, como van sobre su fe prendados,
les pido los rescates tresdoblados.
    Y éste dalde a su amo, y llamad luego
un cristiano de Yzuf, que está allí fuera,
que quiero que granjee su sosiego
por ver si mi opinión es verdadera.
De pérdida y ganancia es este juego.

MORO

Señor, del bien hacer siempre se espera
galardón, y si falta d[e]ste suelo,
la paga se dilata para el cielo.

(Entra AURELIO y dícele el Rey:)
REY:

   Ya sé quién eres, cristiano;
tu virtud, valor y suerte,
y sé que presto has de verte
en el patrio suelo hispano.
    Esta Silvia, ¿es tu mujer?

AURELIO:

Sí, señor.

REY:

Y ¿adónde ibas
cuando en las ondas esquivas
perdiste todo el placer?

AURELIO:

   Yo se lo diré, señor,
en verdaderas razones.
De otro rey y otras prisiones
fui yo esclavo, que es Amor.
   Desta Silvia enamorado
anduve un tiempo en mi tierra,
y la fuerza desta guerra
me ha traído en este estado.
    A su padre la pedí
muchas veces por mujer,
pero nunca a mi querer
sólo un punto le rendí;
    y, viendo que no podía
por aquel modo alcanzalla,
determiné de roballa,
que era la más fácil vía.
    Cumplí en esto mi deseo,
y, pensando ir a Milán,
trújome el hado al afán
y esclavitud do me veo.

REY:

   No pierdas la confianza
en esta vida importuna,
pues sabes que de Fortuna
la condición es mudanza.
    Yo te daré libertad
a ti y a Silvia al momento,
si tienes conocimiento
de pagar tal voluntad.
    Mil ducados he de dar
por los dos, y sólo quiero
que me deis dos mil; empero,
habéismelo de jurar,
    y así, sobre vuestra fe,
os partiréis luego a España.

AURELIO:

Señor, a merced tamaña,
¿qué gracias te rendiré?
    Yo prometo de enviallos
dentro de un mes, sin mentir,
aunque los sepa pedir
por Dios, y si no, hurtallos.

REY:

   Pues, luego os aparejad,
y en la primera saetía
tomad de España la vía,
que a los dos doy libertad.

AURELIO:

    El suelo y cielo te trate
cual merece tu bondad,
y tomá mi voluntad
por prenda deste rescate;
    que yo perderé la vida
o cumpliré mi palabra:
que este bien ya escarba y labra
en mi sangre bien nacida.

MORO:

   Señor, un navío viene.

REY:

¿De qué parte?

MORO:

De Ocidente.

REY:

Mejor es que no de Oriente.
¿Es de gavia?

MORO:

Gavia tiene.

REY:

   Debe ser de mercancía.

MORO:

Podría ser, aunque se suena
que la mercancía es buena
si es limosna.

REY:

Sí sería.
    Vamos. Tú, Aurelio, procura
tu partida, y ten cuidado
de aquello que me has jurado.

AURELIO:

Crezca el cielo tu ventura.
(Éntrase el REY y queda AURELIO.)
    ¡Gracias te doy, eterno Rey del cielo,
que tan sin merecerlo has permitido
que, por la mano de quien más temía,
tanto bien, tanta gloria me viniese!

(Entra FRANCISCO y dice:)
FRANCISCO:

¡Albricias, caro Aurelio!, que es llegado
un navío de España, y todos dicen
que es de limosna cierto, y que en él viene
un fraile trinitario cristianísimo,
amigo de hacer bien, y conocido,
porque ha estado otra vez en esta tierra
rescatando cristianos, y da ejemplo
de mucha cristiandad y gran prudencia.
Su nombre es fray Juan Gil.

AURELIO:

Mira no sea,
fray Jorge de Olivar, que es de la Orden
de la Merced, que aquí también ha estado,
de no menos bondad y humano pecho;
tanto, que ya después que hubo espendido
bien veinte mil ducados que traía,
en otros siete mil quedó empeñado.
¡Oh caridad estraña! ¡Oh sancto pecho!

(Entran tres esclavos, asidos en sus cadenas.)
ESCLAVO 1.º]

   ¡Qué buen día, compañeros!
La limosna está en el puerto.
Mi remedio tengo cierto,
porque aquí me traen dineros.

ESCLAVO 2.º]

   No tengo bien, ni le espero,
ni siento en mi tierra quien
me pueda hacer algún bien.

ESCLAVO 3º

Pues yo no me desespero

FRANCISCO:

   Dios nos ha de remediar,
hermanos: mostrad buen pecho,
que el Señor que nos ha hecho,
no nos tiene de olvidar.
    Roguémosle, como a Padre,
nos vuelva a nuestra mejora,
pues es nuestra intercesora
su Madre, que es nuestra Madre;
    porque, con tan sancto medio,
nuestro bien está seguro:
que ella es nuestra fuerza y muro,
nuestra luz, nuestro remedio.

(Echan todos las cadenas al suelo y híncanse de rodillas, y dice el uno:)
UNO:

   ¡Vuelve, Virgen Santísima María,
tus ojos que dan luz y gloria al cielo,
a los tristes que lloran noche y día
y riegan con sus lágrimas el suelo!
Socórrenos, bendita Virgen pía,
antes que este mortal corpóreo velo
quede sin alma en esta tierra dura
y carezca de usada sepultura.

OTRO:

   Reina de las alturas celestiales,
Madre y Madre de Dios, Virgen y Madre,
espanto de las furias infernales,
Madre y Esposa de tu mismo Padre,
remedio universal de nuestros males:
si con tu condición es bien que cuadre
usar misericordia, úsala agora,
y sácame de entre esta gente mora.

OTRO:

   En Vos, Virgen dulcísima María,
entre Dios y los hombres medianera,
de nuestro mar incierto cierta guía,
Virgen entre las vírgenes primera;
en vos, Virgen y Madre; en Vos confía
mi alma, que sin Vos en nadie espera,
que me habréis de sacar con vuestras manos
de dura servidumbre de paganos.

AURELIO:

    Si yo, Virgen bendita, he conseguido
de tu misericordia un bien tan alto,
¿cuándo podré mostrarme agradecido,
tanto que, al fin, no quede corto y falto?
Recibe mi deseo, que, subido
sobre un cristiano obrar, dará tal salto,
que toque ya, olvidado deste suelo,
el alto trono del impereo cielo.
    Y, en tanto que se llega el tiempo y punto
de poner en efecto mi deseo,
al ilustre auditorio que está junto,
en quien tanta bondad discierno y veo,
si ha estado mal sacado este trasunto
de la vida de Argel y trato feo,
pues es bueno el deseo que ha tenido,
en nombre del autor, perdón les pido.