El trigo
Asomaba el sol primaveral, y bajo sus caricias iba madurando el trigal inmenso. Los granos hinchados, gruesos, pesados, apretados en la espiga rellena, hacían inclinar los tallos, débiles para tanta riqueza, y el trigal celebraba en un murmullo suave su naciente prosperidad.
A sus pies, le contestó una vocecita llena de admiración para sus méritos, alabándolos con entusiasmo. Era la oruga que, para probarle su sinceridad, atacaba con buen apetito sus tallos.
Llegó una bandada de palomas, y exclamaron todas: «¡Qué lindo está ese trigo!» y el trigal no podía menos que brindarles un opíparo festín, en pago de su excelente opinión.
Y vinieron también numerosos ratones, mal educados y brutales, pero bastante zalameros para que el trigal no pudiera evitar proporcionarles su parte.
Después vinieron a millares, mixtos graciosos, pero chillones y cargosos, que iban de un lado para otro, probando el grano y dando su apreciación encomiástica.
Y no faltaron gorriones y chingolos que con el pretexto de librar al trigal de sus parásitos, lo iban saqueando.
Y cuando el trigo vio a lo lejos la espesa nube de langosta que lo venía también a felicitar, se apresuró en madurar y en esconder el grano.
La prosperidad, a veces, trae consigo tantas amistades que se vuelven plaga.