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El truhán del cielo y loco santo/Acto II

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Acto I
El truhán del cielo y loco santo
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Entra JUNÍPERO con otro hábito, puesta una guirnalda; saca una imagen de Nuestra Señora; esté hecho un altar, donde la pondrá, y cantan dentro los MÚSICOS.
MÚSICOS:

  Esta maya se llevó
la flor que las otras no.

JUNÍPERO:

  Ahora os quiero poner,
hermosa maya del cielo,
en el tálamo dichoso
que mis manos os han hecho;
pues sois Reina y sois tan sabia,
perdonad mi atrevimiento;
que si no llegan las obras,
se aventajan los deseos.
¡Qué linda maya que hacéis!
Canten, hermanos; ¿qué es esto?
Los músicos se me han ido;
en verdad, que no lo han hecho,
como de ellos se esperaba;
(Toma un pandero.)
Pero aquí está mi pandero,
que habrá de suplir sus faltas:
gente pasa; comencemos
a pedir con vuestra gracia
y licencia; que hoy os tengo
de juntar para un vestido,
maya del mayo del cielo.
(Sale ALEJANDRO.)
(Canta JUNÍPERO.)
  Dé para la maya,
gentil caballero;
más vale la gloria
que todo el dinero.


(Los MÚSICOS dentro:)
MÚSICOS:

  Y responden del cielo:
¡viva la maya, viva!
Y en dulces versos,
alabanzas divinas
todos cantemos
a la gala de la gracia,
la flor del cielo.

ALEJANDRO:

  Tome, hermano.

JUNÍPERO:

Deme, hermano;
que Dios le ha de dar su reino,
y la maya que está allí.
No tenga a traidores miedo;
que yo rogaré por él
a Dios.

ALEJANDRO:

Canta, buen Tercero;
no tengo que temer nada.

(Vase.)
JUNÍPERO:

Vaya con Dios.

(Entra CAMILO.)
CAMILO:

Este, creo
que era Alejandro, y me importa
hablar con él.

JUNÍPERO:

¡Ah, buen viejo!
Limosna para la maya,
y pierda del pensamiento
esa intención maliciosa
que de vengarse le ha vuelto;
que Dios le dará venganza.

CAMILO:

Tome, padre; que en su pecho
pienso que Dios está hablando.

JUNÍPERO:

¿En tan humilde aposento
quería que hablase Dios?
Lo que por Dios le aconsejo,
es que se sosiegue ahora
y esté con Dios muy contento.

CAMILO:

En esta simplicidad
parece que vive el cielo.

(Vase.)
JUNÍPERO:

¿Qué os parece, maya mía?
Esta vez os vestiremos,
que se va, a pesar del malo,
juntando lindo dinero.

(Entra el DEMONIO, de galán.)
DEMONIO:

¡Que este simple pueda tanto
contra mi brazo soberbio!
Pasar tengo, aunque los ojos
viendo este sol queden ciegos,
y decir dos pesadumbres
que le alboroten el pecho
a este ignorante, aunque tiene
tan bajos los pensamientos.

(JUNÍPERO con su pandero.)
JUNÍPERO:

  Dé para la maya,
gentil caballero;
más vale la gloria
que todo el dinero.

(Dentro los MÚSICOS.)
MÚSICOS:

  Y responden del cielo:
¡viva la maya, viva!
Y en dulces versos,
alabanzas divinas
todos cantemos
a la gala de la gracia,
la flor del suelo.

DEMONIO:

  ¡Humilde soberbio, aparta,
que con locos fingimientos
estás engañando al mundo!

JUNÍPERO:

¡Oh, bellaco, ya te entiendo!
Mira, no hay cosa ninguna
mala que yo no haya hecho,
y confieso a Dios que soy
el más mal hombre del suelo.

DEMONIO:

¡Oh, pese a tanta humildad!

JUNÍPERO:

Pues ¿hay hombre más soberbio
que yo en el mundo, bellaco?
Vuélvete, tonto, al infierno;
que tú no tienes qué dar
a la maya, según esto,
porque en perdiendo la gracia,
perdiste todo el dinero.

DEMONIO:

Con nuevos tormentos voy:
no hay asirle un pensamiento.

JUNÍPERO:

Porque vayas más corrido,
te he de cantar estos versos,
  pelón pelado,
que no tienes blanca ni cornado.

(Los MÚSICOS dentro.)
MÚSICOS:

  Y responden del cielo:
¡El enemigo muera
a sangre y fuego!
¡Al arma, guerra, guerra!
¡Muera el infierno!

DEMONIO:

  Ya no puedo resistir
más agravios.

(Vase.)
JUNÍPERO:

Oye, fiero.

(Los MÚSICOS dentro.)
MÚSICOS:

  ¡Victoria por el cielo
y por el suelo!
¡El enemigo muera
a sangre y fuego!

JUNÍPERO:

  Con linda flema venía
el señorito echacuervos,
estando yo con mi maya.

(Entra MORCÓN de soldado, roto.)
MORCÓN:

A famosa ocasión llego
si Junípero no da
en que soy el cojo.

JUNÍPERO:

Presto
tendremos para el vestido.

MORCÓN:

Padre, ¿habrá de ese dinero
para este pobre soldado?

JUNÍPERO:

A esto, hermano, yo no puedo
llegar, porque es de mi maya;
perdone por Dios.

MORCÓN:

Pues ¿tengo
de irme sin consuelo alguno?

JUNÍPERO:

A mí me pesa, por cierto;
pero no tengo qué dalle.

MORCÓN:

Déme el hábito.

JUNÍPERO:

No puedo
pena de obediencia, dalle,
y es pedille sin provecho;
pero si él se atreve, hermano,
a quitármele del cuerpo,
aquí estoy.

MORCÓN:

Eso es muy fácil.

JUNÍPERO:

Ea, pues...

MORCÓN:

Estese quedo.

JUNÍPERO:

No hay bronce como yo; acabe,
porque se me pasa el tiempo
de pedir para mi maya,
que importa más.

MORCÓN:

Esto es hecho;
adiós, fray tonto.

JUNÍPERO:

Fray falso
cojo, adiós.

MORCÓN:

¡Viven los cielos,
que me conoció! Mas ya
no importa conocimiento.

(Vase.)
JUNÍPERO:

Yo he quedado bueno agora:
desta suerte, ¿cómo puedo
volver a los ojos santos
de mi padre y mi maestro
Francisco? Ayudadme vos,
maya mía, ¿más qué es esto?

(Con música aparece debajo un NIÑO vestido de peregrino con llagas en pies y manos con el hábito de San Francisco en la mano.)
NIÑO:

Llega, Junípero, llega.

JUNÍPERO:

Hermoso niño, ya llego.

NIÑO:

Junípero, los servicios
paga desta suerte el cielo;
que el que a mi madre y a mí
sabe vestir, está puesto
en razón que yo en persona,
pagándole su buen celo,
le traiga con qué se vista,
para que los dos andemos
de una librea vestidos.

(Vístesele JUNÍPERO el hábito y ha de estar lleno de estrellas; eche las estrellas fuera, de oropel o papel amarillo.)
JUNÍPERO:

¡Oh, mi bien, que galán quedo!

NIÑO:

Yo me voy, truhán divino
de mi palacio, a quien quiero,
tanto, que de mi persona
doy vestidos.

JUNÍPERO:

¡No tan presto:
esperad un poco, amores!

NIÑO:

Otro día nos veremos:
volved, Junípero amigo,
con vuestra maya, que el cielo
está de vos envidioso
oyendo vuestros requiebros,
y yo celos he tenido.

JUNÍPERO:

Y con razón tenéis celos,
porque quiero a vuestra madre
más que a mi vida, por cierto.

NIÑO:

Adiós, Junípero mío.

(Vase.)
JUNÍPERO:

Vos os vais y con vos quedo:
¡qué estrellado que he quedado!
Si me ven en el convento
desta suerte, ¿qué dirán,
siendo yo un tonto y un necio?
Yo os volveré del revés,
(Vuélvese el hábito lo de dentro afuera.)
hábito de estrellas lleno,
que es del cielo bordadura
y adentro hará más provecho.
Ya es noche, señora maya,
aunque con vos nunca tengo
sino sol, albas y días;
venid, maya de mi vida,
y de camino, pidiendo
iremos a los amigos,
porque todos lo son vuestros,
pues que sois madre de todos
y Reina de cielo y suelo;
comencemos a cantar,
y vamos; que presto espero
en vos y en el niño mío,
vuestro hijo, Jesús nuestro,
que el hábito he de pagaros,
aunque le pese al infierno,
con un bizarro vestido
estrellado de deseos.
(Canta.)
  Dé para la maya
todo el mundo entero;
más vale la gloria
que todo el dinero.

(MÚSICOS dentro.)
MÚSICOS:

  Y responden del cielo:
¡viva la maya, viva!
Y en dulces versos,
alabanzas divinas
todos cantemos
a la gala de la gracia,
la flor del suelo.

(Vase y salen SALICIO y LAURO, labradores y traen a SILVIA endemoniada.)
LAURO:

  Tenelda bien agarrada
mientras a la portería
llamo yo; que ser podría
que volviese bien curada
  si fray Francisco la ve,
que es del suelo maravilla.

SALICIO:

Ya tocó la campanilla:
gran dicha será que esté
  fray Francisco en el convento,
que nunca sosiega aquí:
ya pienso que abrieron.

LAURO:

Sí.

(Sale MORCÓN, de fraile.)
MORCÓN:

Deo gracias.

LAURO:

Por siempre.

SALICIO:

El viento,
  de espumajos siembra agora
por que Deo gracias oyó.

LAURO:

Dios de su mano dejó
a esta pobre pecadora.
  Padre, y a esta espiritada...
(Hace visajes y forcejea.)
Si está el padre fray Francisco,
en casa, que de este aprisco
y soberana manada
  es soberano pastor,
háganos merced, si puede,
de llamarle, porque quede
con su divino favor
  esta mujer remediada.

MORCÓN:

Sí haré, hermanos: lindamente
va refiriendo la gente
que soy fraile: en extremada
  imaginación caí
con el hábito del santo
simple, pues puedo, entretanto
que haya otra cosa, y por mí
  pasa esta necesidad
como nublado, comer;
porque nadie ha de entender
en tan gran comunidad
  de frailes, que no lo soy;
y hoy me pidió fray García
que asista en la portería,
y así, en su lugar estoy.

LAURO:

  Váyanos, padre, a llamar
a fray Francisco.

MORCÓN:

No puedo
a solas, hermano, un credo
la portería dejar
  hasta que mi compañero
venga: con paciencia estén,
que todo se ha de hacer bien.

LAURO:

En Dios y en el padre espero
  que ha de quedar sosegada
Silvia de este fiero mal.

MORCÓN:

De todo el bando infernal
no se les dé, hermanos, nada
  mientras yo en la portería
de nuestro convento esté;
mas dígame, ¿cómo fue
esta desdicha?

LAURO:

Iba un día
  Silvia a lavar a una fuente
que está de nuestro lugar
una milla, y a pesar
de su padre; inobediente,
  no sé qué le respondió
a su padre, y la maldijo,
y del modo, que lo dijo
al punto le sucedió;
  que viniendo ella esparciendo
mil furiosos espumajos,
hablando mil latinajos
y mil secretos diciendo,
  llamamos al sacristán
y al cura, con quien habló
griego, aunque él no lo entendió,
y hubo entre ellos un batán
  de demandas y respuestas,
y aunque más por alto anduvo
el hisopo, nunca tuvo,
a mil razones molestas
  que el cura y el sacristán
la dijeron, un momento
de quietud; y a este convento,
que tan grande nombre dan
  en Viterbo, por que en él
vive, amparando a Viterbo,
de Dios este humilde siervo,
porque de aqueste cruel
  monstruo la libre, venimos.

(Forcejea con ellos.)
MORCÓN:

Lástima es, por cierto, vella.

SALICIO:

Aun no podemos tenella.

LAURO:

Padre, ya que merecimos
  que con nosotros esté,
porque cuando vuelta demos
a Viterbo, le busquemos,
háganos tanta merced
  de que su nombre nos diga.

MORCÓN:

En el siglo me llamaba
Morcón, cuando en él andaba,
y la obligación me obliga
  ahora a llamarme en ella
fray Morcón.

LAURO:

Buen nombre tiene.

MORCÓN:

Es de menudo; ya viene
nuestro padre.

(Entra FRANCISCO.)
LAURO:

Esta doncella,
  padre fray Francisco, amparo
de Viterbo, remediad,
pues contra su enfermedad,
que os da Dios poder es claro;
  de un espíritu cruel
que la aflige, en vos espera
el remedio.

FRANCISCO:

El cielo quiera,
hermanos, librarla de él;
  que si de arriba no viene,
es muy flaco el poder mío;
pero, en su clemencia fío,
pues es tanta la que tiene
  con nosotros, que tendrá
remedio el mal que la aflige.

LAURO:

Salicio, ¿yo no lo dije?

SALICIO:

De aquesta vez vuelve allá,
  Lauro, como una manzana,
(Forcejea con ellos.)
aunque parece que agora
está más feroz.

LAURO:

Que llora
Francisco, parece.

(Llore FRANCISCO.)
FRANCISCO:

¡Oh, vana
  confianza de los hombres
en las cosas de la tierra!
¡Cómo el que no os busca yerra,
Dios de soberanos nombres!

SALICIO:

  De la tierra nos levanta
con el furor infernal.

(Hace visajes y forcejea.)
FRANCISCO:

Sentalda.

SALICIO:

No se vió igual
furia, ni fiereza tanta.

FRANCISCO:

  Déjala, bestia maldita,
sentar.

(Siéntanla.)
SILVIA:

Francisco, ¿qué quieres?
Que salga de aquí no esperes;
en vano lo solicita
  tu poder.

FRANCISCO:

Con el de Dios
no lo solicito en vano;
que es su poder soberano.

SILVIA:

¡Qué amigos que sois los dos!
  Pues ¡vive todo el infierno,
que la silla que fue mía
y que yo perdí algún día
por su injusto enojo eterno,
  que no ha de ser tuya, aunque
te la tiene destinada;
que no ha de verse ocupada
del que menos que yo fue,
  de un hombrecillo tan vil,
de un hijo de un mercader,
siendo yo el que pude ser,
luz del celeste viril!

FRANCISCO:

  Cuando Dios, bestia maldita,
que todas mis culpas ve,
que yo para siempre esté
en los infiernos, permita,
  allí viviré contento
siendo voluntad de Dios.

SILVIA:

Yo romperé entre los dos
la amistad; que al firmamento
  sé revolver, y quebrar
de las más altas esferas
las celestes vidrieras,
y el asiento trasladar
  en que yo estaba, al infierno,
donde para siempre estoy,
y de mi soberbia soy
jüez y verdugo eterno,
  contra quien no ha de valerte
tu humildad y mendiguez;
y si es posible otra vez
contra Dios, contra la muerte,
  volveré a poner mi silla
adonde el cielo se asombre,
porque Dios no la dé al hombre,
y al hombre que más se humilla;
  si fuera un Nembrot, que el cielo
quiso escalar, o un Nerón,
Arrio o Nestorio, que son
los más soberbios del suelo;
  a una mujer, por hermosa
desvanecida; a un tirano
rico, mentiroso y vano,
inútil para otra cosa;
  a un soberbio sacerdote
murmurador y malquisto,
que siendo Cristo, es de Cristo
el más enemigo azote;
  a un letrado satisfecho
con más soberbia que ciencia,
o a un mercader sin conciencia
con un infierno en el pecho;
  a un glotón, a un temerario,
a un deshonesto, a un valiente,
a un ingrato, a un maldiciente,
a un sacrílego, a un voltario,
  a un blasfemo, a un fanfarrón,
de sus letras y nobleza;
mas a un humilde, es vileza,
es afrenta, es sin razón:
  a un humilde...

FRANCISCO:

No me admira
que aborrezcas la humildad,
inventor de la maldad
y padre de la mentira.

SILVIA:

  Si a pensar te persüades
que miento, tú sabrás hoy,
aunque no quieras, que soy
boca de decir verdades;
  que un fraile que pasa allí
al refectorio a cenar,
escandaliza el lugar.

MORCÓN:

Y yo estoy temblando aquí;
  quiero escurrirme, porque
no me descuerne la flor;
que este demonio traidor,
todo lo sabe y lo ve.
  Quiero, si puedo, gozar,
yéndome de la ocasión.

SILVIA:

¿Adónde vais, fray Morcón?

MORCÓN:

¡Que conmigo hubo de dar
  al fin!

SILVIA:

Debes de entender
que no te conozco yo.

MORCÓN:

¡Pesar de quien me parió!
Esta vez me echa a perder.

SILVIA:

  Lindamente has engañado
al convento; industria ha sido,
pues con haberte fingido
fraile, has comido y cenado
  siendo un bellaco bribón
de vida anchurosa y larga.

MORCÓN:

Echado se ha con la carga;
aquí acabó fray Morcón.

SILVIA:

  ¿Qué es lo que quieres hacer
conmigo agora?

FRANCISCO:

Que salgas,
sin que de industria te valgas
del cuerpo de esa mujer.

SILVIA:

  Francisco, intentas en vano
esa empresa hasta morir.

FRANCISCO:

No importa; tú has de salir
aunque no quieras, tirano:
  de parte de Dios, maldita
bestia te lo mando.

SILVIA:

Aquí
me ha puesto él mismo, y ansí,
vanamente solicita
  poder, hermano, arrojarme
del imperio donde estoy.

FRANCISCO:

Pues mira que a llamar voy
a Junípero.

SILVIA:

Obligarme
  con más humildad procuras.

FRANCISCO:

Junípero ha de venir
cuando no quieras salir.

SILVIA:

De sus humildes locuras
  huyendo al infierno voy;
que no lo puedo esperar.

(Cae SILVIA en tierra.)
FRANCISCO:

Vete, que aquese lugar
mereces.

(Sale JUNÍPERO tiznado.)
JUNÍPERO:

Mi padre, ¿soy
  de provecho en algo acá?

FRANCISCO:

¿De dó viene tan tiznado?

JUNÍPERO:

Allá en la cocina he estado.
Díganme, hermanos, ¿está
  muerta esta hermana?

LAURO:

No, padre;
espiritada venía,
y Dios, que su gracia envía,
río que sale de madre,
  a los suyos, la libró
por intercesión de nuestro
padre.

JUNÍPERO:

Es padre y maestro,
que humildad nos enseñó.

LAURO:

  Y ansí rendida ha quedado.

FRANCISCO:

El lobo infernal estaba
rebelde, y amenazaba,
de ese cuerpo apoderado
  el alma, rendida ya,
y con Junípero yo
le amenacé, y se partió
donde para siempre está.

JUNÍPERO:

  Padre, hizo mal; que tenía
que decille a ese bellaco
malquisto, tramposo, urraco,
dos pesadumbres.

FRANCISCO:

Venía
  para no poder sufrillo.

JUNÍPERO:

¿Cuándo, está el bellaco menos?
Hermanos, miren, sean buenos,
porque el infernal caudillo
  nunca se atreva jamás
mirar lo que pasa aquí:
ya vuelve la hermana en sí.
(Vuelve del desmayo.)
Venga, hermana.

SALICIO:

Silvia, ¿estás
  para venir por tu pie
al templo?

SILVIA:

Dejad primero
que a este dichoso lucero
de la santidad, le dé
  las gracias de mi remedio.

FRANCISCO:

Eso a Dios; que yo no soy
sino un gusano, que estoy
del infierno y cielo en medio,
  con el aliento que Dios
para buscarle me da.

SILVIA:

El cielo cifrado está,
padre, en vosotros dos.

MORCÓN:

  No han hecho caso de mí:
de nones debo de estar.

JUNÍPERO:

Ea, hermanica, a rezar.

SILVIA:

Desde hoy, para Dios nací.

(Vanse SILVIA, LAURO y SALICIO.)
FRANCISCO:

  ¡Hermano Morcón!

MORCÓN:

¿Qué manda,
padre, Vuestra Reverencia,
que aquí estoy con obediencia?

FRANCISCO:

El que a engañar se desmanda
  la religión, es razón
que así sea castigado,
pues sin seso ha profanado
la sagrada religión;
  quítese el hábito luego
y váyase por allí.

MORCÓN:

Padre, el hábito está aquí:
ni lo excuso ni lo niego;
  aunque el padre me le dió
de limosna cierto día
que necesidad tenía.

FRANCISCO:

Pues ¿no le he mandado yo,
  Junípero, que no dé,
pena de santa obediencia,
el hábito?

JUNÍPERO:

A su conciencia
dejo el decir cómo fue.

MORCÓN:

  Si a ella lo deja, yo digo
que él me lo dió.

JUNÍPERO:

Miente, hermano,
porque por su propia mano,
que Dios es mejor testigo,
  el hábito me quitó
que tiene; bien es verdad:
que fue con mi voluntad
yo consentí, y él obró.

FRANCISCO:

  Y este hábito, ¿de quién es?

JUNÍPERO:

Pues nuestro padre lo ignora,
no puedo decirlo agora:
yo se lo diré después.
  Váyase, hermano Morcón,
y muestre con obediencia
mucho amor, mucha paciencia;
que el padre tiene razón:
  consuélese con Adán,
que era mejor que no, él,
y del terrenal verjel
le echaron menos galán.

MORCÓN:

  Padres, en todo el lugar
mi culpa es bien que pregonen:
por el hábito perdonen,
porque me le he de llevar;
  que quiero hacerle dinero
para pasar mi camino;
que vale en Viterbo el vino
más caro que el pan, y quiero,
  con licencia de los dos,
ir a tratar esta tarde
salir de Viterbo; guarde
a Sus Reverencias Dios.

(Vase y llévase el hábito.)
JUNÍPERO:

  Lo mismo me hiciera yo,
a tener necesidad.

FRANCISCO:

¡Qué extraña simplicidad!

JUNÍPERO:

¿Esto, padre, le espantó?
  Pues ayer hice quitar
también a una hermana vieja
que un momento no me deja
de pedir e importunar,
  de aquel frontal carmesí
que tiene el altar mayor,
que dió, yendo aquel señor
a Loreto por aquí,
  las campanillas de plata
para sustentar sus hijos,
y mostrando regocijos
se fue.

FRANCISCO:

Sin duda que trata
  de destruir el convento.

JUNÍPERO:

Tiene razón; soy un loco
y una bestia, y digo poco:
¿qué más hiciera un jumento?
  En verdad, que merecía
en esta carne traidora
diez disciplinas agora
con que pasara crujía,
  y que me sacara un potro
por las calles a arrastrar;
que aquesto fue desnudar
un santo por vestir otro.

(Vanse.)
(Salen CASANDRA y ALEJANDRO.)
ALEJANDRO:

  ¿Por qué han de ser vuestros ojos,
hermosísima Casandra,
hasta eclipsarse, dos soles,
pues esto en el sol es falta?
¿Por qué a mis tiernos suspiros
han de estar vuestras entrañas
cerradas, habiendo sido
de mi noche hermosas albas?
¿Qué es esto, Casandra mía?

CASANDRA:

¿No te parece que hay causas,
Alejandro, para estar
eclipsada y sepultada?
¿No es falta, primo, de amor,
ni tibieza ni mudanza,
sino la causa forzosa
que de la gente me aparta,
porque el amor que te tengo
por papeles y palabras
confirmado durará
tan inmortal como el alma;
que las mujeres que tienen,
primo, obligaciones tantas,
en la firmeza jamás
a sus amantes engañan.
Mi padre salió, Alejandro,
a buscarte esta mañana
con intención de que trates
de ser mi esposo, pues falta
tan poco, que solamente
de mi padre se aguardaba
la resolución, que dice
que quiere verme casada
antes que su muerte vea,
que casi a sus puertas llama,
pues dicen ya que no hay fuego
las cenizas de sus canas.

ALEJANDRO:

Casandra, querida prima,
pésame que ocasión haya
en que no pueda acudir
a lo que tan bien me estaba,
porque mientras que tu padre
su afrenta no desagravia
por sus deudos o por él,
el ser tu esposo, Casandra,
no me está bien; que no quiero,
que de ti, con esta mancha,
a mí traspases la infamia.
Toca a los hijos y nietos,
y mientras no está vengada,
ni me caso, ni me toca,
aunque soy su deudo, tanta,
que es transversal parentesco;
y en estando tú casada
conmigo, soy hijo, y luego
toda la afrenta me carga.

CASANDRA:

¿Esto es lo que tiene en ti
mi fe, Alejandro?

ALEJANDRO:

¡Casandra,
sabe, el cielo, que te adoro;
pero en llegando a que haga
cosa contra el honor mío,
Dios ni la razón lo mandan!
Deja que corran los tiempos;
que aunque Nicolás se guarda
en su castillo, algún día
podrás tener de él venganza,
pues mis deudos y los tuyos
no se duermen.

CASANDRA:

Aguarda.

ALEJANDRO:

Viene tu padre, y no quiero
perder, Casandra, a sus canas
el respeto que las debo,
si el casamiento me trata.
Guárdete Dios.

(Vase.)
CASANDRA:

¿Que esto escucha
mujer como yo?, mal haya
la que con obligaciones
vuelve a ninguno, la cara;
¡mal haya la que no miente,
la que no, es mudable, ingrata,
la que con palabras solas,
obras y palabras paga;
y mal haya yo, que puse
en hombre las esperanzas,
que de su amor hice siempre
comodidad para el alma!
Vertiendo veneno estoy:
mi padre ha entrado.

(Entra CAMILO.)
CAMILO:

Casandra,
¿no estaba Alejandro agora
contigo aquí?

CASANDRA:

Sí, aquí estaba.

CAMILO:

¿Fuése?

CASANDRA:

Imagino que sí.
¡Sueño parece que pasa
hoy por mí!

CAMILO:

Hija, ¿no sabes
que yo buscándole andaba?

CASANDRA:

Yo imaginé que le hubieras
Hallado

CAMILO:

He estado en la plaza,
ocupado en ver pasar
a la discreta ignorancia,
a la santidad humilde
que de Viterbo se ampara,
en Junípero y Francisco,
que parten a la jornada
del monte de Albernia, donde
el milagro de Asís pasa
los más años la cuaresma
de San Miguel, en sus altas
cumbres, porque al año ayuna
cuatro cuaresmas que abrazan
casi todo el año junto;
y allí con Dios se regalan
en aquella soledad
que es compañía del alma,
y es de ver de la manera
que se despiden de cuantas
personas hay en Viterbo,
y por las calles y plazas,
hombres, niños y mujeres,
lágrimas tiernas derraman,
diciendo que con su ausencia
a todos el bien les falta,
el amparo y el remedio,
y ellos a todos abrazan,
ricos de piedad divina,
llenos de lágrimas santas,
sin prevención de camino
más que unas pobres sandalias
y unas arguenas vacías,
que hasta estar en el camino,
de nadie reciben nada;
y para más perfección,
toda esta pobreza guardan;
fuéseme el alma tras ellos:
y ¡qué bien que fuera el alma,
si en tan dulce compañía
ir mereciera, Casandra!
Pero yo vuelvo a buscar
a Alejandro.

CASANDRA:

Es excusada
tu diligencia.

CAMILO:

¿Qué dices?

CASANDRA:

Que no he de ser, si me matas,
mujer de Alejandro yo.

CAMILO:

¿Estás loca? ¿Qué es la causa
que te ha mudado, tan presto?

CASANDRA:

¿Ser mujer no basta?

CAMILO:

Basta,
pero no ser hija mía.

CASANDRA:

El estar determinada
lo vence todo; ya tengo
elegido quien me iguala,
por esposo, en el lugar
de Alejandro.

CAMILO:

¿Quién, ingrata?

CASANDRA:

Tu enemigo Nicolás.

CAMILO:

¡Estás loca!

CASANDRA:

Tengo causas
bastantes para estar loca.

CAMILO:

¡Daréte muerte, villana!

CASANDRA:

Yo sé que busco tu honor,
y cuando no le buscara,
lo precipitara todo
sólo por tomar venganza.

CAMILO:

No te entiendo.

CASANDRA:

¿A ti, te importa
que no me entiendas?

CAMILO:

Aguarda.

CASANDRA:

No hayas miedo, que por mí
falte el honor a tu casa.

(Vase; sale MORCÓN, de camino, de peregrino.)
MORCÓN:

Miente quien camina a pie
y quien no teniendo blanca,
convida a nadie a comer
y dice que no se cansa;
aunque no me ha sido el traje
con que vengo de importancia
tan poca, que recogida
no lleve alguna ganancia;
porque diciendo: «A este pobre
romero o ciprés que pasa
a Loreto en romería»,
todo caminante alarga
al peregrino Morcón
lo que puede. ¡Linda traza
para comer y cenar,
si a pie no se caminara!
¡Oh, válgate Dios por legua
más larga que una esperanza
de un pretendiente, y más necia
que quien de linaje trata!
No tuvieras una venta
al pie de aquesta montaña,
aunque en ella hubiera un Judas!

MORCÓN:

Legua estoque, legua lanza,
legua asador, legua censo,
legua pleito, legua trampa,
legua vida perdurable,
que nunca jamás se acaba:
río pienso que hay al paso,
si la vista no me engaña;
¡qué linda ayuda de costa
para una legua muy larga,
porque no descubre puente
por donde pasar, ni barca
que tenga a falta sus veces!
¡Siempre me persigue el agua!
¡Qué falsita que se ríe
entre arena y guijas blancas,
brindis haciendo a los ojos,
y luego en unas tercianas
huirá de un hombre mil leguas
por no ayudarle! Bien haya
el vino, que es, en efecto,
hombre de bien que no falta
a nadie en las ocasiones.
Quiero, sobre la esmeralda
desta margen esperar
bestia que de esotra banda
me pase, pues es tan cierto
que en ninguna parte faltan,
y más siendo este camino
el cosario de la marca
de Ancona: gente parece
que viene, aunque somos pata
para la traviesa y todo,
que pienso que también marchan,
como yo al pie de la letra;
frailes parece que pasan,
sin duda, a Roma o Loreto.

(Entran SAN FRANCISCO y JUNÍPERO, de camino con báculos.)
FRANCISCO:

Junípero, estas montañas
un grande bien me prometen.

JUNÍPERO:

Padre nuestro, si se cansa
del camino, pues es fuerza,
que son las leguas muy largas,
súbase en mí y haga cuenta
que soy un jumento.

FRANCISCO:

Basta
su dichosa compañía
por descanso.

JUNÍPERO:

Si una albarda
pide, padre, de limosna
en esta aldea cercana,
irá en mí muy a placer
a todas estas jornadas,
mucho mejor que en el asno
más valiente que hay en casa;
que no es bien que el suelo toquen
esas venturosas plantas
que han de pisar las estrellas
de gloria eterna bordadas,
con gran dicha; que los pies
que en tan buenos pasos andan
ha de regalarles Dios
con mercedes soberanas.

MORCÓN:

Ellos son. ¡Padre mío!
¡Fray Junípero!

JUNÍPERO:

Deo gracias,
hermano Morcón: ¿adónde?

MORCÓN:

A Roma por todo.

JUNÍPERO:

Vaya,
hermano, muy norabuena,
y convierta allá sus gracias
en gracias y jubileos.

MORCÓN:

A eso voy.

JUNÍPERO:

¿Qué es lo que aguarda
ahora?

MORCÓN:

Padre, una bestia
que me pase a esotra banda,
por no mojarme en el río
los pies, que padezco extrañas
enfermedades del pecho.

JUNÍPERO:

Si de mí, hermano, se agrada,
no hay jumento como yo:
ya me quito las sandalias.

(Apártanse a un lado.)
MORCÓN:

Haráme mucha merced.

FRANCISCO:

Que me está diciendo el alma,
río de Albernia, parece
que en vuestros montes me aguarda
un grande bien; mas ¿qué niño
es ése de hermosa cara,
(Aparece el NIÑO JESÚS, entra de pastor, sentado en una peña, con su cayado en la mano.)
que en traje de pastor veo
sobre aquella peña parda,
que es, con envidia del sol,
el Narciso destas aguas?
No he visto mayor belleza.
Pastor hermoso, que guardas
en tan tierna edad ovejas,
simples corderos o cabras,
¿qué esperas aquí?

NIÑO:

Que venga
quien me pase, a esotra banda,
porque tengo en la otra orilla
mi ganado y mi cabaña.

FRANCISCO:

Yo te pasaré en mis hombros,
y dentro de mis entrañas,
siendo para mi deseo
dulce y venturosa carga.

NIÑO:

Agradecido recibo
obra tan buena.

FRANCISCO:

Levanta
y vamos, pastor hermoso;
que ya aprisa se descalzan
mis pies y humildes deseos.

NIÑO:

Vamos, santo patriarca
de tu religión.

FRANCISCO:

Pastor,
subid en mi humilde espalda.

NIÑO:

A quien sustenta con ella
la iglesia de Cristo santa,
no hay peso que le derribe:
comienza a pasar las aguas,
nuevo Moisés.

JUNÍPERO:

Mi padre
Francisco, pienso que pasa,
hermano Morcón, el vado,
si las sombras no me engañan,
con un pastorcillo a cuestas
que al sol en belleza iguala,
y parece con los dos
el río un cielo.

FRANCISCO:

En el agua,
otro Cristóbal parezco.

(Entrase SAN FRANCISCO con el NIÑO, como que pasa el río.)
JUNÍPERO:

Vamos, hermano Morcón.

MORCÓN:

El cielo le satisfaga,
padre, este bien.

JUNÍPERO:

No se ponga
de suerte que luego caiga;
agárrese bien de mí.

(Cógele a cuestas.)
MORCÓN:

No ha de haber peste ni sarna
tan pegada como yo.

JUNÍPERO:

Vaya Dios en nuestras almas;
alce los pies, no se moje.

MORCÓN:

¿Hasta dónde llega el agua?

JUNÍPERO:

Arriba de las rodillas.

MORCÓN:

No he de tocarte, bellaca.

JUNÍPERO:

Diga, hermano Morcón, ¿lleva
dineros?

(Vale pasando.)
MORCÓN:

Padre, no faltan,
para pasar el camino,
hasta once julios en plata.

JUNÍPERO:

Pues, hermano, nuestra Regla,
que nunca traigamos manda
una blanca con nosotros,
y no puedo quebrantarla:
perdone.

MORCÓN:

¿Qué quiere hacer?

JUNÍPERO:

Dejarle, hermano, en el agua;
que no he de hacer de Francisco
ofensa a la Regla santa;
no viene muy hondo el río:
adiós.

(Déjale caer en el agua, y vase.)
MORCÓN:

Motilón, aguarda,
que ¡vive Dios, que he de hacerte
que me sueñes! Nunca falta
quien dé venganza a rüines;
mas yo tomaré venganza:
de vos, agua, con la boca,
y de ti con una estaca.

(Bebe y vase saliendo como que pasa agua, y salen SAN FRANCISCO y el NIÑO.)
NIÑO:

  Aquí le pienso pagar,
Francisco, a tu santo pecho
esta amistad que me has hecho,
que hoy de comer te he de dar;
  ya nos aguarda la mesa,
puesta en la cabaña mía.

FRANCISCO:

A tan venturoso día
me llamaba el alma apriesa.

(Descúbrese una mesa, y en ella los misterios de la Pasión en platos: en uno, la corona de espinas, en otro, los clavos; en otro, los azotes; en otro, la esponja, y en otro, el hierro de la lanza.)
NIÑO:

  Sentémonos a comer.

FRANCISCO:

El alma corre con vos
mil glorias.

(Entra JUNÍPERO.)
JUNÍPERO:

¿Piensan los dos
que a solas se lo han de haber?
  Pues también yo estoy acá.

NIÑO:

Venid muy enhorabuena.

JUNÍPERO:

En casa que está tan llena,
para todo el mundo habrá,
  pues desde el hombre al gusano
tenéis, cuando es menester,
cargo de dar de comer,
que tenéis muy larga mano.
  De vuestro palacio soy
el truhán y el chocarrero,
y hoy, que hay convidados, quiero,
pues a vuestra mesa estoy,
  entreteneros cantando:
vaya de gusto y locura,
que ya le está a mi ventura
un instrumento brindando.
  Y tened en la memoria
de darme, pues es ansí,
de gracia un hábito aquí
y allá unas calzas de gloria.
  Empezad a decir vos.

NIÑO:

Estos platos, huésped mío;
que quien ha pasado un río
con todo el peso de Dios,
  bien ha menester comer.
Ese azote y esa mano
que me ofendieron humano,
dos principios pueden ser.

JUNÍPERO:

  Y yo de alegraros trato,
aunque siempre lo está Dios:
acordaos, Francisco, vos,
de levantarme algún plato.
(Canta:)
  Si queréis que lo diga, dirélo,
mas habéismelo de pagar:
por cada palabra un cielo,
que yo no pretendo más.
Pelícano parecéis,
y en ello no hay que dudar,
pues tenéis abierto el pecho
y la sangre al hombre dais.
Pero otro apodo mejor
esta vez os quiero dar,
que sé que acertaré en él
mejor que en comer Adán:
digo, divino Pastor,
que el apodo esta vez va,
que os parecéis a vos mismo,
que no hay más que desear.
Si queréis que lo diga, dirélo,
mas habéismelo de pagar.

NIÑO:

  Deste plato de mis clavos,
llegad, Francisco, a gustar;
que yo os prometo que presto
Su posesión os darán.

FRANCISCO:

¡Qué bien guisada comida!

NIÑO:

Esta corona tomad,
porque para la cabeza,
Francisco, es dulce manjar.

FRANCISCO:

Coronados mis deseos
por vos, Césares serán
del cielo, en vencerlo todo.

NIÑO:

Si sed de beber os da,
hiel y vinagre, Francisco,
en aquesta esponja están.

FRANCISCO:

¡Dulce bebida es por vos!

JUNÍPERO:

¿No hay algo para el truhán?
Pero está el truhán muy frío;
quiero volver a cantar.
(Canta:)
  Si queréis que lo diga, dirélo,
mas habéismelo de pagar.
Reparad, Francisco, agora,
que allá los apodos van,
y a quien mal le parecieren,
mala Pascua y mal San Juan.
Parecéis con la corona,
rey de la tierra y el mar,
y Papa porque tenéis
otra corona además;
y así, cualquiera que os viere
con la de espinas, dirá
sois, Cristo, fraile francisco,
y un Francisco de cristal.
Si queréis que lo diga, dirélo,
mas habéismelo de pagar.

NIÑO:

  Deste hierro de la lanza
de mi costado, gustad;
que es para el pecho divino
alimento.

FRANCISCO:

Dentro estáis
y miráis mis pensamientos,
lince de amor celestial.

NIÑO:

Pues la comida se acaba,
venid en el carro ya
de mi amor y de mi fuego,
que es el último manjar.

JUNÍPERO:

Padre nuestro, fray Francisco,
¿adónde sin mí se va?
¿Tan solo me deja aquí?
¿Eso es razón y amistad?
Lléveme, padre, consigo,
no me deje por acá;
espere, aguarde, que pienso
que no le he de ver jamás.
(Cúbrese la mesa con música. Queda JUNÍPERO como elevado.)