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El viejo y el cuervo

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Nuevas fábulas
El viejo y el cuervo

de Felipe Jacinto Sala



Desde la copa de un chopo,
preguntó el Cuervo a un anciano:
-«¿Qué notas de extraño en mí
»que así me estás contemplando?
»¿Tengo alguna calidad
»que te cause envidia?»-
-«Acaso.»-
-«¿Será mi plumaje negro?»-
-«Prefiero mi pelo cano.»-
-«¿Quisieras mis corvas uñas?»-
-«De balde te las regalo.»-
-«Mis proféticos instintos?»-
-«Quita allá. Son cuentos rancios.»-
-«Pues ese atento mirar
»¿qué significa? Habla claro.»-
-«Tu presencia, en mí, despierta
»un pensamiento tirano;
»¡la muerte! Tu aspecto fúnebre
»me dice que eres su heraldo.
»Anoche, en son lastimero,
»graznabas en mi tejado;
»y hoy tus acentos escucho,
»camino del campo santo.»-
-«Me diste a entender, ha poco,
»que no crees en presagios;
»¿tienes miedo?»-
-«No por cierto;
»pero me temo algún daño.
»¿Llegó el fin de mi jornada?
»¿He de morir tan temprano?»-
-«El Cuervo guardó silencio,
»y dijo, para su sayo,
»todos reniegan del mundo,
»y todos sienten dejarlo.»-
-«Si la palmera y el roble,
-siguió diciendo el anciano-
»tienen tal longevidad;
»si en sus supremos arcanos
»quiso Dios que un ser cual tú
»viviera trescientos años;
»¿por qué le ha tasado al hombre
»vida de tan breve plazo?
»¿Ha de ser su propia hechura
»menos que el ave y el árbol?
»He aquí el don que te envidio;
»el de poder vivir tanto.»-
-«Vejez que razona así,
»es la vejez de los sandios;
»¿quién duda que eternamente
»puedan vivir los humanos?
»El varón de heroicos hechos;
»el que logró hacerse sabio;
»el que, insigne en el gobierno,
»fue de justicia dechado;
»el apóstol de una idea,
»que a la hoguera, en holocausto,
»dio su cuerpo, esos no mueren:
»los eternizan sus actos,
»y el cielo les da coronas,
»y el mundo les rinde aplausos.
»La virtud, la virtud misma,
»tiene aquí palmas y lauros,
»y Dios la da luz de gloria
»al recibirla en sus brazos.
»Los vulgares, los viciosos,
»los que el tiempo malgastaron
»en los deleites y el ocio,
»estos quedan rezagados,
»que en el reino del olvido
»digno sitio se ganaron;
»estos, lo mismo que tú,
»que, perezoso y bellaco,
»te encenagaste en el vicio,
»tienen sus días contados.»-
Dijo el Cuervo, y dio un quejido
ronco, triste, funerario;
dobló a muertos la campana
del vecino campo-santo,
y al pie del chopo espiró
el inadvertido anciano.





¿Qué vale la vida extrema
del bruto, el ave y el árbol?
El hazañoso mortal
que supo hacerse preclaro,
vive más, vive en la tierra,
en el bronce y en el mármol,
y en la memoria de todos
como espejo acrisolado;
vive más, vive en el cielo
la eternidad de los santos.