DON PEDRO. DON JUAN DE COLMENARES. SAMUEL LEVI. BLAS PÉREZ. DON ALBAR PÉREZ DE GUZMÁN. UN EMBAJADOR DEL REY DE GRANADA. EL CARDENAL, legado del Pontífice. DON JUAN ROBLEDO. JUAN CORTACABEZAS. DOÑA ALDONZA CORONEL. TERESA PÉREZ. DON DIEGO GARCÍA DE PADILLA.
CORTESANOS, PRELADOS, DIGNATARIOS ECLESIÁSTICOS Y CIVILES DE TODAS CATEGORÍAS, ACOMPAÑAMIENTO DEL LEGADO Y DEL EMBAJADOR, BALLESTEROS DEL REY, CONJURADOS Y PUEBLO.
PARTE PRIMERA
Galería corta con puerta en el fondo en el alcázar de sevilla
¡Eso dicen! vive Dios,
Aldonza, que no lo entienden.
Si aún nos queremos los dos,
buen lo veis, hermosa, vos.
ALD.
Meter zizaña pretenden.
PEDRO.
Eso sí, y por mejor prueba
os voy a decir la nueva
con que me han venido a mí:
que Albar Pérez está aquí.
ALD.
¡Cuento!
PEDRO.
El aire se lo lleva.
¡Oh! Pero ved la perfidia
con que lo cuentan; añaden
que Lacerda ya no lidia
por el rey.
ALD.
Dichos de envidia.
PEDRO.
Al menos me lo persuaden;
mas no es eso todo aún:
os hacen de mancomún
con vuestro pobre marido,
que anda de celos perdido
fraguando el daño común.
ALD.
¡Pero vos no lo creeréis!
PEDRO.
¿Yo? ¡Ni por pienso! Escuchad:
aún hay quien dice que habéis
vos bajado a la ciudad
a verle.
ALD.
¿Y vos?…
PEDRO.
Ya lo veis:
siempre en vuestros ojos preso,
perdido siempre de amor,
desprecio al vulgo sin seso,
y aun casi me agrado de eso
por confundirlos mejor.
ALD.
Mas dejadme preguntaros:
¿qué se hace vuestra Padilla?
PEDRO.
Indicios me dais bien claros
de que ha podido enojaros;
mas ved que no está en Sevilla.
ALD.
¿No la volveréis a ver?
PEDRO.
Tuviérala por muy fea
tras de veros.
ALD.
Vaisme a hacer
la más dichosa mujer.
PEDRO.
Eso mi amor os desea.
ALD.
¡Oh! Será mientras aliente
mi anhelo amaros, mi gusto
serviros, eternamente
ser vuestra… y murmure injusto
el populacho insolente.
Sois el sol con cuya lumbre,
con cuyos vivos reflejos
se goza la muchedumbre,
y envidia que el sol me alumbre
de cerca y a ella de lejos.
PEDRO.
Decís, Aldonza, muy bien:
os envidian porque os ven
junto al sol radiante estrella,
mas será fuerza que a ella
den culto a la par también.
¡Oh! Soy quien soy en Castilla,
y acatarán mis antojos;
que de no, fuera mancilla
para mí, luz de mis ojos,
amor mío.
ALD.
¿Y la Padilla?
PEDRO.
¿Celos tenéis?
ALD.
¡Qué sé yo!
Mas al cabo…
PEDRO.
Eso acabó.
ALD.
¡La Padilla es tan hermosa!
PEDRO.
Sed con ella generosa,
yo la enamoré y me amó.
Perdonad, no os había visto
todavía, un error fué,
mas lo corregí bien listo;
la amaba, os vi y la dejé.
(Bien lo hacemos, ¡voto a Cristo!)
ALD.
Mas entre el vulgo, señor,
corréis por algo inconstante.
PEDRO.
¿Y no decíais, mi amor,
ha poco, que es ignorante
el vulgo y murmurador?
ALD.
Quien bien quiere, bien sospecha.
PEDRO.
¡Eh! ¿quién hace caso alguno
de cuentos de su cosecha?
Sin ir más lejos, ved uno
con que os quedaréis satisfecha.
¿Sabéis lo que ha sucedido
con Colmenares?
ALD.
Sí a fe.
PEDRO.
Dió la muerte a un atrevido
que le amagó.
ALD.
¡Descreído!
PEDRO.
¿Y sabéis que dicen?
ALD.
¿Qué?
PEDRO.
Que le mató porque osado
el bribón se había negado
a no sé qué devaneos
con su hija… Dichos tan feos
inventa el vulgo menguado.
ALD.
(¡Cielos, qué luz!)
PEDRO.
¿Qué decís?
ALD.
Me horrorizo del supuesto.
PEDRO.
Lo mismo que yo sentís.
ALD.
Él tan noble, tan modesto…
PEDRO.
(Un buen par os reunís.)
Mas ahora que hablamos de él,
¿sabéis que me hizo reír
la sentencia? ¡Está al nivel
de la ley de un rey tan cruel!
ALD.
(¿Qué querrá este hombre decir?)
PEDRO.
El vulgo canalla es;
sobre él pesa la justicia;
el rico, el noble, a sus pies
la tiene.
ALD.
El vulgo codicia
no más que sus doblas.
PEDRO.
¡Pues!
Más ya le harán, vive Dios,
ir de la nobleza en pos.
(Con la cuchilla en la mano
degollando dos a dos
tanto insolente villano.)
ALD.
Sois justo, señor, en eso,
que os acata la nobleza
y os defiende.
PEDRO.
¡Oh! lo confieso;
por ella asaz me intereso.
(Como ella por mi cabeza.)
Mas veo allí a Colmenares;
voy a celebrarle un rato
sus aventuras y azares.
Y a fe que son singulares. (Como para sí.) ¿Amagarle?… ¡Mentecato!
Bien muerto está el que mató. (Se echa a reír, observando la impresión que sus palabras hacen en doña Aldonza.)
Y luego… ¡brava quimera!
¿Quién amores le colgó
con aquella zapatera? (Ríe.) ¡Oh! voy a darle ahora yo
gran zumba con su Teresa.
ALD.
¿Se llama así?
PEDRO.
Dícenlo.
Mas a vos ¿qué os interesa?
ALD.
¿A mí? Nada.
PEDRO.
Creí.
ALD.
No;
tan sólo lo pregunté
por la zumba.
PEDRO.
Bien está.
Adiós, mi amor.
ALD.
Él os dé
compañía.
PEDRO.
(Me holgaré
si a ambos el diablo os la da.) (Vase don Pedro, y al llegar al fin del teatro se vuelve a mirar a doña Aldonza.)
ALD.
(¡Necio! ¡Así vive tranquilo
y hoy agoniza tal vez!)
PEDRO.
(Se traga el anzuelo el pez
sin ver que va atado al hilo.)
Vete, que a la muerte vas.
¡Necios! De torpes placeres
con una ilusión no más,
llevan a un hombre detrás,
como a un perro, las mujeres.
¡Qué vale, sol de Castilla,
tu atrevimiento y valor,
si a pesar de tu Padilla
aquí a mis plantas te humilla
una sonrisa de amor!
Mas caí en curiosidad;
¿si acaso será verdad
y por otro amor me deja?
¡Oh, abriera la eternidad
a tan maldita pareja!
¡Y por quién! ¡Santa María!
¡Por una villana tal!
Grave el insulto sería,
y por Dios que merecía
castigo al delito igual.
¡Ay!… miseria, nada son
las cosas de nuestro ser:
¡qué inconstante el corazón
donde hierve una pasión,
donde alienta una mujer!
Me dejó y le aborrecí;
que le olvidaba creí;
y hoy que de otro amor recelos
tengo por él, ¡pesiamí!
que de don Juan tengo celos. (Guzmán asoma por un lado recatándose.)
¿Mas qué es esto? Un encubierto
me acecha mal escondido
tras el postigo entreabierto:
se acerca… quién es no acierto.
Os hallo al fin, señora: ¿por qué huraña
os recatáis de mí? ¿Tenéisme miedo?
ALD.
¿Miedo, por qué?
ALB.
Que preguntéis me extraña
lo que yo mismo preguntaros puedo.
Dime, Aldonza, ¿dó estás hace tres días
que ni día ni noche doy contigo?
ALD.
¿Qué era, Guzmán, lo que de mí querías
que así te afanas para dar conmigo?
ALB.
¿Qué quiero? ¿Qué el esposo con la esposa
tras larga ausencia y pesadumbres quiere?
¿Y qué quiere la alegre mariposa
en torno de la luz en donde muere?
Aquella noche misteriosa y triste
que te hallé con los nuestros en la cita,
¿dónde al salir con las tinieblas fuiste?
Si me niegas tu amor, ¿quién me le quita?
¿Qué haces en este alcázar?
ALD.
¿No lo sabes?
Soy la dama del rey.
ALB.
¡Voto a los cielos!
¿Y lo dices así?
ALD.
¿No era?…
ALB.
No acabes,
o por Dios…
ALD.
Voto va, teníais celos.
ALB.
¡Sí, celos, vive Dios! Negros, horribles,
que me roen, Aldonza, las entrañas;
¡celos que están pidiendo irresistibles
sangre!
ALD.
La habrá, Albar Pérez, no te engañas.
Habrá sangre ¡pardiez! y no muy lejos;
ten al fijar los pies mucho cuidado,
Guzmán, porque del sol a los reflejos
has de andar con la sangre deslumbrado.
Las losas estarán resbaladizas
esta tarde en palacio.
ALB.
No hablo de eso:
hablaba de mi honor.
ALD.
De sus cenizas
hoy ha de alzarse por su propio peso.
ALB.
¡Hoy se alzará y le vendes!
ALD.
Te engañaron,
Guzmán; tiempo ha que a réditos le puse.
Y hoy que a crecida cantidad llegaron,
justo será que los emplee y use.
ALB.
Acabemos, Aldonza; me interesa
mi honor más que mi patria y que mi vida:
reine quien quiera, sobre tu honra pesa
mancha indeleble e incurable herida.
ALD.
No lo entiendes.
ALB.
El vulgo lo murmura.
ALD.
Y el vulgo es necio.
ALB.
Mas su lengua infama.
ALD.
Lo que hoy tacha, mañana por ventura
lo aplaudirá, Guzmán.
ALB.
Deja la llama
donde prendió su indeleznable huella,
y no vuelve la fama por la honra
que una vez marchitó.
ALD.
No es atropella
tan fácil la virtud por la deshonra.
ALB.
¡Mientes, Aldonza, mientes! Aquí mismo
¿no te he visto con él en amorosa
conversación?
ALD.
Te ciega tu egoísmo,
Guzmán, y aún no conoces a tu esposa.
ALB.
¿Y en palacio no vives torpemente
con la infame Padilla comparada?
ALD.
Y en palacio viviera eternamente
hasta salir cadáver o vengada.
ALB.
Aún me querrás, por Dios, dorar tu afrenta.
ALD.
Mala memoria tienes; ¿no has oído
una historia contar triste y sangienta
de un Coronel que pereci vendido
por mandato del rey, y en una torre
a una mujer le dieron su cabeza?
Su sangre, Pérez, por mis venas corre;
llámome Coronel, ve mi torpeza.
ALB.
¡Cómo! Fraguaste tú…
ALD.
¡Sí, por mi vida!
No hubo estorbos que el paso me tuvieran,
familia y honra atropellé ofendida,
y nada me importó lo que dijeran.
Le esperé, le acosé con mi hermosura;
le sitié con mis ojos, e insensato
cayó a mis pies, poniendo a su locura
precio que ha de pagar, y no barato.
Jáctase de mi amor, público lo hizo
por orgullo no más… ¡oh dura poco,
porque antes que le mude antojadizo,
pierde la vida por su orgullo loco.
ALB.
¡Y yo, Aldonza, contigo conspiraba
por instinto también!
ALD.
Basta; dejemos
que el tiempo llegue, que de andar no acaba:
fuerza es, Guzmán, que sospechar no demos.
¡Oh, vive Dios! ¡Qué recuerdo!
Colmenares ¿no es aquel?
De cierto a saberlo… ¡ay de él!
JUAN.
(Halagarle será cuerdo.)
Guzmán, ¿en palacio así
tan descuidado os estáis?
ALB.
¿Donde vos, don Juan, entráis
no me es dado entrar a mí?
JUAN.
De la corte estáis proscrito.
ALB.
¿Y encausado no estáis vos?
JUAN.
Es muy distinto, por Dios,
el vuestro de mi delito.
Si maté a quien me ofendía,
fué mi causa la mejor.
ALB.
Si a mí me llaman traidor,
mañana será otro día.
JUAN.
¡Tanto fiáis de la suerte!
ALB.
De mí a lo menos espero
que moriré caballero,
sea cuando quiera mi muerte.
JUAN.
Eso he oído decir
de continuo a vuestra esposa.
ALB.
Mujer es muy generosa.
JUAN.
¡Oh! Con vos hasta morir.
ALB.
¡Bien conocéis su inteción!
JUAN.
A su virtud me remito.
ALB.
¿Sabéis si por tal la admito?
JUAN.
(¡Diablos de conversación!
¡Qué giro tomando va!)
¿Pudierais vos dudar de ella?
Noble, generosa, bella,
y bien casada.
ALB.
Quizá.
JUAN.
(¿Habla este hombre, o adivina?)
Si no es más que una sospecha…
ALB.
(¡El mentecato! Imagina
que el disimulo aprovecha.)
Mas decidme, pues sabéis
tanto vos de su hermosura,
de su vida y virtud pura
más enterarme podréis.
JUAN.
¿Yo?
ALB.
Vos, sí.
JUAN.
¡Qué extravagancia!
¿Su guarda, don Albar, soy?
ALB.
Que la guardo a probar voy,
don Juan, a vuestra arrogancia.
JUAN.
Sospecháis tal vez…
ALB.
De vos.
JUAN.
¿Por?
ALB.
Un no sé qué me han dicho.
JUAN.
Pase, si habláis de capricho.
ALB.
¡De veras hablo, por Dios!
Pero estamos en palacio,
y tal vez no muy seguros;
venid abajo a los muros,
y hablaremos más despacio.
JUAN.
No comprendo vuestro afán;
mas os veo algo irritado
contra mí, y tened cuidado
que nací noble, Guzmán.
ALB.
Vos lo decís, mas no basta.
JUAN.
¿De mi sangre dudaréis?
ALB.
Sé, don Juan, que descendéis
de ilustre y antigua casta;
pero palabras cortemos,
téngoos a solas que hablar.
JUAN.
Creo poder contestar.
ALB.
Venid, pues, y lo veremos.
JUAN.
Más fácil…
ALB.
Os engañáis,
uno u otro ha de caer,
y en soledad ha de ser:
o morís o me matáis.
JUAN.
Será así, pero no ahora.
ALB.
¿Por qué no?
JUAN.
Fuera locura
no dar cima a otra aventura,
y va llegando la hora.
ALB.
Pues…
JUAN.
Esta noche.
ALB.
Corriente.
JUAN.
Yo os buscaré.
ALB.
Yo os espero.
JUAN.
Adiós.
ALB.
Adiós.
JUAN.
(Majadero,
¡de lo dicho se consiente!
¡Por una mujer ajena,
y de quien cansado estoy!) (Vase riendo.)
No olvides de hoy más
de aquel sabio los consejos: «Ama a Pedro desde lejos,
no se lo digas jamás.»
TER.
¡Aún me privaréis!…
PEDRO.
Silencio,
Teresa; viniste aquí
venganza a pedir de mí:
ven a ver cómo sentencio.
Si te ultrajó Pedro Bravo,
don Pedro te satisface;
por lo que a lo de antes hace,
aquí empiezo y aquí acabo.
TER.
Señor, quien quier que seáis,
que aun comprenderos no puedo,
para quien en nada quedo,
pues do empezáis acabáis.
Vuestra palabra os levanto,
pues que vais de mala gana,
que me creo asaz villana
para obligaros a tanto.
PEDRO.
Ve recta por tu camino,
muchacha, y confía en Dios;
vas de la venganza en pos
y es vengarte tu destino.
DON PEDRO toma de la mano a TERESA, que le sigue en silencio; al salir por el fondo se hallan cara a cara con DONALBAR, que va a entrar; él y DON PEDRO se recatan uno de otro.
ALB.
Razón tiene, esperaré
a la noche; mas ¿quién va?
PEDRO.
¿Quién es éste?
ALB.
(¿Quién será?
No ha de verme.)
PEDRO.
(Le veré.)
¿Qué significa en palacio
un encubierto?
ALB.
O voy mal,
o a un embozado es igual.
PEDRO.
¡Terco sois!
ALB.
Y vos reacio.
PEDRO.
¿Vais a entrar?
ALB.
¿Vais a salir?
PEDRO.
Por sobre vos, según veo.
ALB.
Que entraré lo mismo creo.
PEDRO.
(Conocíle, vive Dios.)
ALB.
Pues a uno y otro interesa
salir y entrar sin ser visto,
ved lo que hacen ¡vive Cristo!
dos cuervos con una presa.
PEDRO.
¿Con retóricas andáis?
Chistoso estáis, por mi vida.
Entrad, pues; mas la salida
mirad por dónde la halláis.
Y pues sabéis comparar
con las fieras a la gente,
andaréis, Guzmán, prudente
un consejo en escuchar. (Le lleva aparte. Robledo está al fin de la galería mirando la escena.)
PEDRO.
(a don Albar)
El cuervo cuanto más negro
fortuna más negra augura. (Se desemboza y s emuestra vestido de malla.)
Que hay cuervo es cosa segura.
ALB.
¡Cielos! (Conociéndole)
PEDRO.
¿Le visteis? Me alegro. (Vuelve a embozarse con la mayor indiferencia, y vase con Teresa. Robledo baja a la escena poco a poco.)
¡La voz del de la otra noche,
San Dionís! Y en los secretos
de nuestras gentes hablaba
coom en sus negocios mesmos.
Él es, no me queda duda;
todo lo adivino a un tiempo:
de la muchacha el galán,
de doña Aldonza el cortejo,
de Guzmán el enemigo
y de todos el infierno.
¡Oh! Todo me sobra ahora;
valor, honra, vida y celos.
ROB.
Don Albar, dadme la mano.
ALB.
¿Despedida es?…
ROB.
Para lejos.
ALB.
¿Dónde os vais?
ROB.
Do iremos todos:
en la plaza nos veremos.
ALB.
¿Despechado estáis?
ROB.
Lo estamos.
ALB.
¿Tanto como yo, Robledo?
ROB.
He visto al diablo las uñas.
ALB.
¡Y yo las alas al cuervo!
PARTE SEGUNDA
Salón de embajadores en el alcázar de Sevilla: trono, dosel y aparato de magnificiencia real. Puerta en el fondo, cerrada, y secretas a los lados.
PADILLA, que está en la escena; DON PEDRO y TERESA, que entran
PEDRO.
¿Está?
PAD.
Todo.
PEDRO.
¿Y el muchacho?
PAD.
Ya espera.
PEDRO.
¿Sabe el papel?
PAD.
Ojalá todos como él.
PEDRO.
¿Cumplirá, pues?
PAD.
Sin empacho,
que trae brío.
PEDRO.
Bien está;
guarda a esa muchacha bien,
y que en el salón estén
cuando vuelva, todos ya.
Teresa, sigue a ese hidalgo;
y pues invocas la ley,
él te llevará hasta el rey,
que te hará justicia en algo. (Aparte a Padilla.)
Prendedme aquella mujer;
Guzmán que por pies no tome;
y el que en palacio hoy asome,
a salir no ha de volver. (Vase.)
PADILLA abre las puertas del fondo, que dan a una magnífica antesala llena de Cortesanos que se reparten por la escena. Entre ellos vienen SAMUEL LEVÍ, ROBLEDO, COLMENARES y los demás CONJURADOS: PRELADOS, MILITARES y DIGNIDADES de todas categorías. En un grupo SAMUEL y otros CONJURADOS.
UNO.
¿Llegó la ocasión?
SAM.
Llegó.
OTRO.
¿Y el moro?
SAM.
Respondo de él.
PRIMERO.
¿Mas no decís?…
SAM.
Será fiel.
SEG.
¿Razón hay?
SAM.
Me la sé yo.
No ha un hora que recibí
un segundo pergamino:
todo irá por su camino.
OTRO.
¿Colmenares?
SAM.
Vedle allí. (Vuelven a mirarle.)
PRIMERO.
¿Y entraron los de Guzmán?
SAM.
Es nuestra toda Sevilla:
no hay temor, tendrá Castilla
rey mejor.
SEG.
Por tal le dan. (En otro grupo Colmenares y otros.)
JUAN.
¿Habéis esparcido bien
por el vulgo mi noticia?
UNO.
Todos dicen que es justicia.
JUAN.
¿Y habrá tumulto?
OTRO.
También.
JUAN.
¡Oh! Es obra de religión
la del Papa.
PRIMERO.
Sí en verdad;
pero el pueblo en realidad
no merece excomunión. Los maceros anuncian al rey, que sale por una puerta lateral embozado como siempre.)
DICHOS; DON PEDRO, a cuya salida doblan todos la rodilla
PEDRO.
Alzaos, vasallos.
UN CONJ.
(¡Qué orgullo!)
PEDRO.
Vengan a mí
Colmenares y Leví.
UN CONJ.
(Así pide los caballos.)
PEDRO.
Samuel, en los labios veo
que las palabras te bullen;
y palabras que se engullen,
se indigestan, según creo.
JUAN.
Señor, vuestros nobles son
los que presentes están.
PEDRO.
¡Hola! Os entiendo, don Juan.
Es mi capa la ocasión
de la advertencia. ¿Es decir
que esa ilustrísima grey
necesita ver si el rey
es curioso en el vestir?
Quitadme esa capa, pues. (Lo hace don Juan, y aparece armado, a cuya vista se alza en la escena murmullo de descontento.)
ALGUNOS.
(¡A la audiencia viene armado!)
PEDRO.
Este es traje de soldado,
y el rey un soldado es. (Óyese un ruido fuera y gente que arma tumulto por el fondo.)
PEDRO.
¿Qué es eso?
JUAN.
Es que la canalla
se agolpa a veros aquí.
PEDRO.
¿La canalla averme a mí?
Que entre, pues.
JUAN.
Mirad la valla,
señor, que de la nobleza
justamente la divide.
PEDRO.
¿Para quien justicia pide
es estorbo la pobreza?
¿Creéis, don Juan, que me asombra
esa muchadumbre acaso,
o tema a su tosco paso
que me estropee una alfombra?
Que entre mi pueblo en mi casa. (Llénase la escena de gente de todas condiciones.)
Rey soy de toda Castilla
y no ha de haber en Sevilla
para hablar con el rey tasa.
Que vea mi pueblo entero,
hoy que embajadas recibo,
quién es su rey. Por Dios vivo
que lo vean, eso quiero.
UN NOBLE.
(Con la turba nos confunde
el insolente.)
OTRO.
(¡Habrá mengua!)
OTRO.
(a los dos).
(Hable el hierro por la lengua
y esa alta torre se hunde.)
PEDRO.
Que entren los embajadores
que espero. (Ábrese una puerta lateral, y aparecen el legado del pontífice y el embajador del rey de Granada, disputándose la entrada, cercados de sus respectivos acompañamientos.)
¡Voto a…! ¿Qué es esto, señores?
Entrad los dos a la par,
que aunque a un tiempo habléis los dos,
palabras tengo, por Dios,
con que a los dos contestar.
UNO.
(¡Descreído!)
OTRO.
(Así se hará
enemigo a toda Europa.)
SAM.
(a don Juan).
(Esto marcha.)
JUAN.
(a Samuel).
(Viento en popa.)
PEDRO.
Vamos a ver: ¿habláis ya?
MORO.
(a un tiempo).
Gran señor…
LEG.
(ídem).
Rey de Castilla…
PEDRO.
(al moro).
Que hablarás tú, fuera justo;
mas demos al papa gusto,
que al cabo tiene su honrilla.
UN CONJ.
(a Samuel).
(Ved, todo sale adelante.)
SAM.
(Mirad por todo el salón
nuestras gentes en montón.)
EL CONJ.
(Y el moro que fué constante.)
LEG.
Rey de Castilla, yo en nombre
del Pontífice romano,
y él en el del soberano
Dios, que expiró por el hombre,
te decimos: que tieniendo
tus pecados y delitos
en número de infinitos
y tu pertinacia viendo;
viendo las continuas guerras,
escándalo y mortandad
con que tiene tu impiedad
tiranizadas ssu tierras;
te requerimos de hoy más,
que retiradas tus gentes
de Aragón, allí no intentes
derecho alguno jamás.
y si por tenaz capricho
no desistes de tu afán,
tus reinos por ello van
a sufrir un entredicho.
Rey don Pedro, tales son
mis encargos; si Castilla
hoy al Papa no se humilla,
caerá en ti su excomunión.
CORTÉS.
(¡Qué escándalo! !Excomulgada
la nación sólo por él.)
OTRO.
(¡Tiene ese monstruo cruel
toda la tierra indignada!)
PEDRO.
(al legado). ¿Acabasteis?
LEG.
Acabé.
PEDRO.
Pues ahora me toca a mí:
lo que hoy os respondo aquí
diréis a Roma.
LEG.
Eso haré.
PEDRO.
Puesto que el rey de Aragón
conmigo lidió esta guerra,
y solamente a mi tierra
alcanza su excomunión,
o por ello su eminencia
nos excomulga a los dos,
o le cuelgo ¡voto a Dios!
a la puerta de la audiencia.
Si Roma no sabe leyes,
yo meteré en esa villa
diez mil lanzas de Castilla,
y verá quién son sus reyes.
LEG.
¿Eso más?
PEDRO.
No me replique:
o parte para Aragón
a doblar la excomunión,
o a mi enojo roto el dique,
envío en un saco a Roma
su cabeza, y echo al río,
Cardenal, el tronco frío
a que al agua se lo coma.
Salid.
LEG.
En Roma diré…
PEDRO.
Decid cuanto os dé la gana;
mas si aquí os hallo mañana,
mala embajada os daré.
(a la multitud).
Y murmullos fuera.
Si hay a quien escandalice
lo que con ese hombre hice,
vaya con él donde quiera. (Al moro.) Habla.
MORO.
Gran señor, un rey
que allá en el Genil habita,
vuestra amistad solicita
aunque en enemiga ley.
De joyas corto presente (Muestra los regalos, telas, etc.)
os hace; admitid, señor,
esta ofrenda hecha al valor
por un enemigo ausente.
PEDRO.
(sin hacer caso de Marcos Martín).
Colmenares, ven acá;
departamos, que es mejor
que oír a ese embaucador,
que a fe que pesado está.
MORO.
¿Me oís, señor?
PEDRO.
Sí, decid;
os entiendo bien, amigo.
¿Sabéis, don Juan, lo que digo?
JUAN.
¿Qué, señor?
PEDRO.
Que es muy feliz
el fallo del tribunal
en tu causa.
JUAN.
Sí, pardiez;
me insultó con altivez,
y allí le maté. ¿Hice mal?
PEDRO.
Y si fué, te lo perdono;
pero no falta quien quiera,
don Juan, que el que mata, muera.
JUAN.
Mi honor tengo yo en mi abono,
señor.
MORO.
(al rey).
Que os hablo en el nombre
del rey mi señor.
PEDRO.
Ya escucho;
seguid, seguid.
CORTÉS.
(Esto es mucho.)
PEDRO.
(a don Juan).
Cuenta, don Juan, que es muy hombre
quien lo intenta, aunque rapaz,
y que hay justicia… A esa puerta
llamaron; mirad quién es,
Colmenares.
Un momento de silencio. —Cuando COLMENARES llega a la puerta que DON PEDRO le señala, suena el esquilón de palacio, y, abriéndose la puerta de repente, DON JUAN se halla frente a BLAS, que le da de puñaladas. TERESA, que sale tras él, queda horrorizada en medio de la escena. —Los CONJURADOS dan en la confusión el grito convenido, y se van hacia el rey, a cuyos lados estarán ya PADILLA y los BALLESTEROS REALES con las lanzas y arcos tendidos. PADILLA echa en los hombros de DON PEDRO el manto real, y tomando éste de un doncel su capacete ceñido con la corona de oro, se planta en medio de la escena, apoyado en aquella partesana con puño de bastón, que dicen que usó en algún tiempo.
CONJ.
¡Castilla por don Enrique!
PEDRO.
¡Castilla por Pedro el Cruel! (Retroceden.)
Eso de hoy más verá en él,
pues rompió Castilla el dique.
Pues resiste el blando yugo
de mi igual y justa ley,
dudará al ver a su rey
si es su rey o su verdugo. (A Juan Cortacabezas, que ha estado entre la turba.)
Acá; toma esa invención
con mi sello y mi cuchilla;
y a preguntar ve a Sevilla
si es mi hacha o mi bastón.
Verdugo real te nombro,
toda la ciudad pasea,
y que mi pueblo te vea
por doquier con eso al hombro.
PAD.
Señor, ¿qué será mañana
de ese furor la memoria?
PEDRO.
Padilla, dirá la historia
lo que la diere la gana;
mais si piensan sin rebozo
esos avaros monarcas
partir mi reino y mis arcas
porque me ven rey tan mozo,
yo haré que mi reino quede
con honra como español,
y haré ver que sólo el sol
tenerle debajo puede.
PAD.
Señor, que veáis justo es
que las naciones enteras
tremolarán sus banderas
contra vos.
PEDRO.
(con fiereza). Que vengan, pues.
Yo haré tragar a Aragón,
a Roma, a Navarra y Francia,
a los unos su arrogancia,
y a la otra su excomunión.
Vasallos, el soberano
que oye, ve, juzga y sentencia,
abierta tiene su auidiencia
para el noble y el villano.
Que si cruel tengo de ser,
preciso será primero
que me apreciéis justiciero
para saberme temer. (Se sienta en el trono.)
Samuel, ¿conoces a ese hombre? (Al verdugo.)
SAM.
(temblando). Yo, señor…
PEDRO.
¿No le escogiste
para un muerto que aún existe
y de quien callaste el nombre?
SAM.
Señor…
PEDRO.
(al verdugo). Tu ración es esa;
llévatela y no hay perdón.
Samuel, hallaste al león,
y es fuerza echarle una presa. (Se lo llevan.)
Ballesteros, el camino
sabéis, y os los he marcado;
llevad los que os he contado
cada cual a su destino.
A una seña de DON PEDRO se apoderan sus soldados de todos los conjurados, y del embajador MARCOS MARTÍN, etc.
PEDRO.
Rapaz, acércate aquí. (A Blas.)
¿Mataste a ese hombre?
BLAS.
Piedad,
señor, sabéis la verdad.
PEDRO.
Dísela a todos, no a mí.
BLAS.
Mató a mi padre, señor,
y el tribunal por su oro
privole un año del coro,
que en vez de pena es favor.
PEDRO.
¿Lo oís? Así el tribunal
a un asesino juzgó.
Sentencia, pues, daré yo
para el vengador igual.
¿Qué es tu oficio?
BLAS.
Zapatero.
PEDRO.
No han de decir, vive Dios,
que a ninguno de los dos
en mi justicia prefiero.
Pesando ambos desacatos,
si en un año cumplía él
con no rezar, cumples fiel
no haciendo en otro zapatos.
Teresa, está ya demás (A Teresa)
repetirte mis consejos:
«Ama a Pedro desde lejos,
no se lo digas jamás.»
Puedes marido elegir,
que al cabo es mucho mejor
morir pobre y con honor,
que dama del rey vivir.
TER.
A vuestras plantas postrada,
señor, de mi orgullo loco
pídoos perdón.
PEDRO.
(a Teresa). Mal es poco.
Vete, que vas perdonada. (A los que quedan en la escena.)
Vosotros, canalla vil,
turba cobarde e ingrata,
que conspiráis de reata
en muchedumbre servil,
id; por necios os perdono:
id de mi reino, insensatos,
que no quiero metecatos
en derredor de mi trono.
¡Fuera!
Ahí tenéis vuestra mujer:
si no os da mengua tenella,
podéis aún vivir con ella,
si no un convento escoger;
mas tened cuenta, Guzmán,
si en mis reinos os encuentro,
dos horcas frontera adentro
desde hoy os aguardarán;
que mientras pueda mi ley
sonar por ambas Castillas,
la han de escuchar de rodillas
desde el zapatero al rey.