Electra: 27
Escena XII
[editar]CUESTA, DON URBANO, EVARISTA, PANTOJA.
EVARISTA.- (Con tristeza y desaliento.) Ya ve usted, Leonardo...
CUESTA.- La tranquilidad con que se ha dejado sorprender sus secretos revela que hay en todo, ello poca o ninguna malicia.
EVARISTA.- ¡Ay! no opino lo mismo, no, no...
PANTOJA.- (Por el foro algo sofocado.) Aquí están... y también Cuesta, para que no pueda uno hablar con libertad...
EVARISTA.- (Gozosa de verle.) Al fin parece usted... (Se forman dos grupos: a la izquierda CUESTA sentado, DON URBANO en pie; a la derecha, PANTOJA y EVARISTA sentados.)
PANTOJA.- Vengo a contar a usted cosas de la mayor gravedad.
EVARISTA.- (Asustada.) ¡Ay de mí! Sea lo que Dios quiera.
PANTOJA.- (Repitiendo la frase con reservas.) Sea lo que Dios quiera... sí... Pero queramos lo que quiere Dios, y apliquemos nuestra voluntad a producir el bien, cueste lo que cueste.
EVARISTA.- La energía de usted fortifica mi ánimo... Bueno... ¿y qué...?
PANTOJA.- Hoy en casa de Requesens, han hablado de la chiquilla en los términos más desvergonzados. Contaban que acosada indecorosamente del enjambre de novios, se deleita recibiendo y mandando cartitas a todas horas del día.
EVARISTA.- Desgraciadamente, Salvador, las frivolidades de la niña son tales, que aun queriéndola tanto, no puedo salir a su defensa.
PANTOJA.- (Angustiado.) Pues oiga usted más, y entérese de que la malicia humana no tiene límites. Anoche el Marqués de Ronda, en la tertulia de su casa, delante de Virginia, su santa esposa, y de otras personas de grandísimo respeto, no cesaba de encomiar las gracias de Electra en términos harto mundanos, repugnantes.
EVARISTA.- Tengamos paciencia, amigo mío...
PANTOJA.- Paciencia... sí, paciencia; virtud que vale muy poco si no se avalora con la resolución. Determinémonos, amiga del alma, a poner a Electra donde no vea ejemplos de liviandad, ni oiga ninguna palabra con dejos maliciosos...
EVARISTA.- Donde respire el ambiente de la virtud austera...
PANTOJA.- Donde no la trastorne el zumbido de los venenosos pretendientes sin pudor... En la crítica edad de la formación del carácter, debemos preservarla del mayor peligro, señora, del inmenso peligro...
EVARISTA.- ¿Cuál es?
PANTOJA.- El hombre. No hay nada más malo que el hombre, el hombre... cuando no es bueno. Lo sé por mí mismo: he sido mi propio maestro. Mi desvarío, de que curé con la gracia de Dios, y después mi triste convalecencia, me enseñaron la medicina de las almas... Déjeme, déjeme usted... Yo salvaré a la niña... (Le interrumpe DON URBANO, que pasa al grupo de la derecha.)
DON URBANO.- (Dando interés a sus palabras.) ¿Saben lo que me dice Cuesta? Pues que entra la cáfila los novios hay un preferido. Electra misma se lo ha confesado.
EVARISTA.- ¿Y quién es? (Pasa de la derecha a la izquierda, quedando a la derecha PANTOJA y URBANO.)
DON URBANO.- (A PANTOJA.) Esto podría cambiar los términos el problema.
PANTOJA.- (Malhumorado.) ¿Pero esa preferencia qué significa? ¿Es un afecto puro, o una pasioncilla inmoderada, febril, de éstas que es el síntoma más grave de la locura del siglo? (Muy excitado, alzando el tono.) Porque hay que saberlo, Urbino, hay que saberlo.
DON URBANO.- Lo sabremos...
PANTOJA.- (Pasando junto a CUESTA.) Y usted, amigo Cuesta, ¿no la interrogó?...
EVARISTA.- (En el centro a DON URBANO.) Tú procura enterarte...
CUESTA.- (Algo molesto ya, contestando a PANTOJA.) Paréceme que despliegan ustedes un celo extremado y contraproducente.
PANTOJA.- (Con suavidad que no oculta su altanería.) El celo mío, queridísimo Leonardo, es lo que debe ser.
CUESTA.- (Un poco herido.) Yo, como amigo de la familia, creí...
PANTOJA.- (Llevándose a DON URBANO hacia la derecha.) Cuesta se mete demasiado en lo que no le importa.
CUESTA.- (A EVARISTA, sin cuidarse de que le oiga PANTOJA.) Nuestro buen Pantoja se introduce con demasiada libertad en el cercado ajeno.
EVARISTA.- (Sin saber qué explicación darle.) Es que... como amigo nuestro muy antiguo y leal...
CUESTA.- Yo también lo soy.
DON URBANO.- (Mirando al foro.) Ya está aquí el Marqués.