Electra: 33

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Electra de Benito Pérez Galdós


ACTO III[editar]

Laboratorio de MÁXIMO. Al fondo, ocupando gran parte del muro, rompimiento con un mamparo de madera en la parte inferior, de cristales en la superior, el cual separa la escena de un local grande en que hay aparatos para producir energía eléctrica. La puerta practicable en el zócalo de este mamparo comunica con la calle.

A la derecha, primer término, un pasadizo que comunica con el jardín de García Yuste. En último término, una puerta que comunica con las habitaciones privadas de MÁXIMO y con la cocina. Entre la puerta y pasadizo un estante de libros.

A la izquierda, puerta que conduce a la estancia donde trabajan los ayudantes. Junto a dicha puerta, un estante con aparatos de física y objetos de uso científico.

En el fondo, a los lados del rompimiento y en el zócalo de madera, estanterías con frascos de substancias diversas, y libros. En el ángulo de la derecha un aparador pequeño.

A la izquierda de la escena, la mesa de laboratorio con los objetos que en el diálogo se indican. Formando ángulo con ella, la balanza de precisión en un soporte de fábrica.

En el centro, una mesa pequeña para comer. Cuatro sillas.


Escena I[editar]

MÁXIMO, trabajando en un cálculo, con gran atención en su tarea; ELECTRA en pie ordenando los múltiples objetos que hay sobre la mesa: libros, cápsulas, tubos de ensayo, etc. Viste con sencillez casera y lleva delantal blanco.


MÁXIMO.- Para mí, Electra, la doble historia que me has contado, esa supuesta potestad de dos caballeros, es un hecho que carece de valor positivo. (Sin levantar la vista del papel.)


ELECTRA.- (Suspirando.) Dios te oiga.


MÁXIMO.- Todo se reduce a dos paternidades platónicas sin ningún efecto legal... hasta ahora. Lo peor del caso es la autoridad que quiera tomarse el señor de Pantoja...


ELECTRA.- Autoridad que me abruma, que no me deja respirar. Yo te suplico que no habiendo de ese asunto. Se me amarga la alegría que siento en esta casa.


MÁXIMO.- ¿De veras?


ELECTRA.- Sí. Y hay más: me pongo en ese estado singularísimo de mi cabeza y de mis nervios, y que... Ya te conté que en ciertas ocasiones de mi vida se apodera de mí un deseo intenso de ver la imagen de mi pobre madre como la veía en mi niñez... Pues en cuanto arrecia la tiranía de Pantoja, ese anhelo me llena toda el alma, y con él siento la turbación nerviosa y mental que me anuncia...


MÁXIMO.- ¿La visión de tu madre? Chiquilla, eso no es propio de un espíritu fuerte. Aprende a dominar tu imaginación... Ea, a trabajar. El ocio es el primer perturbador de nuestra mente.


ELECTRA.- (Muy animada.) Sigo lo que me habías encargado. (Coge unos frascos de substancias minerales, y los lleva a uno de los estantes.) Esto a su sitio... Así no pienso en el furor de mi tía cuando sepa...


MÁXIMO.- (Atento a su trabajo.) ¡Contenta se pondrá! Como si no fuera bastante la locura de ayer, cuando te llevaste al chiquillo, y al devolvérmelo te estuviste aquí más de lo regular, hoy, para enmendarla, te has venido a mi casa, y aquí te estás tan fresca. Da gracias a Dios por la ausencia de nuestros tíos. Invitados por los de Requesens al reparto de premios y al almuerzo en Santa Clara, ignoran el saltito que ha dado la muñeca de su casa a la mía.


ELECTRA.- Tú me aconsejaste que me insubordinara.


MÁXIMO.- Sí tal: yo he sido el instigador de tu delito, y no me pesa.


ELECTRA.- Mi conciencia me dice que en esto no hay nada malo.


MÁXIMO.- Estás en la casa y en la compañía de un hombre de bien.


ELECTRA.- (Siempre en su trabajo, hablando sin abandonar la ocupación.) Cierto. Y digo más: estando tú abrumado de trabajo, solo, sin servidumbre, y no teniendo yo nada que hacer, es muy natural que...


MÁXIMO.- Que vengas a cuidar de mí y de mis hijos... Si eso no es lógica, digamos que la lógica ha desaparecido del mundo.


ELECTRA.- ¡Pobrecitos niños! Todo el mundo sabe que les adoro: son mi pasión, mi debilidad... (MÁXIMO, abstraído en una operación, no se entera de lo que ella dice.) Y hasta me parece... (Se acerca a la flema llevando unos libros que estaban fuera de su sitio.)


MÁXIMO.- (Saliendo de su abstracción.) ¿Qué?


ELECTRA.- Que su madre no les quería más que yo.


MÁXIMO.- (Satisfecho del resultado de un cálculo, lee en voz alta una cifra.) Cero, trescientos diez y ocho... Hazme el favor de alcanzarme las Tablas de resistencias... aquel libro rojo...


ELECTRA.- (Corriendo al estante de la derecha.) ¿Es esto?


MÁXIMO.- Más arriba.


ELECTRA.- Ya, ya... ¡qué tonta! (Cogiendo el libro, se le lleva.)


MÁXIMO.- Es maravilloso que en tan poco tiempo conozcas mis libros y el lugar que ocupan.


ELECTRA.- No dirás que no lo he puesto muy arregladito.


MÁXIMO.- ¡Gracias a Dios que veo en mi estudio la limpieza y el orden!


ELECTRA.- (Muy satisfecha.) ¿Verdad, Máximo, que no soy absolutamente, absolutamente inútil?


MÁXIMO.- (Mirándola fijamente.) Nada existe en la creación que no sirva para algo. ¿Quién te dice a ti que no te crió Dios para grandes fines? ¿Quién te dice que no eres tú...?


ELECTRA.- (Ansiosa.) ¿Qué?


MÁXIMO.- ¿Un alma grande, hermosa, nobilísima, que aún está medio ahogada... entre el serrín y la estopa de una muñeca?


ELECTRA.- (Muy gozosa.) ¡Ay, Dios mío, si yo fuera eso...! (MÁXIMO se levanta, y en el estante de la izquierda coge unas barras de metal y las examina.) No me lo digas, que me vuelvo loca de alegría... ¿Puedo cantar ahora?


MÁXIMO.- Sí, chiquilla, sí. (Tarareando, ELECTRA repite el andante de una sonata.) La buena música es como espuela de las ideas perezosas que no afluyen fácilmente; es también como el gancho que saca las que están muy agarradas al fondo del magín... Canta, hija, canta. (Continúa atento a su ocupación.)


ELECTRA.- (En el estante del foro.) Sigo arreglando esto. Los metaloides van a este lado. Bien los conozco por el color de las etiquetas... ¡Cómo me entretiene este trabajito! Aquí me estaría todo el santo día...


MÁXIMO.- (Jovial.) ¡Eh, compañera!


ELECTRA.- (Corriendo a su lado.) ¿Qué manda el Mágico prodigioso?


MÁXIMO.- No mando todavía: suplico. (Coge un frasco que contiene un metal en limaduras o virutas.) Pues la juguetona Electra quiere trabajar a mi lado, me hará el favor de pesarme treinta gramos de este metal.


ELECTRA.- ¡Oh, sí...!


MÁXIMO.- Ayer aprendiste a pesar en la balanza de precisión.


ELECTRA.- (Gozosa, preparándose.) Sí, sí... dame, déjame. (Al verter el metal en la cápsula, admira su belleza.) ¡Qué bonito! ¿Qué es esto?


MÁXIMO.- Aluminio. Se parece a ti. Pesa poco...


ELECTRA.- ¿Que peso poco?


MÁXIMO.- Pero es muy tenaz. (Mirándole al rostro.) ¿Eres tú muy tenaz?


ELECTRA.- En algunas cosas, que me reservo, soy tenaz hasta la barbarie, y creo que, llegado el caso, lo sería hasta el martirio. (Sigue pesando sin interrumpir la operación.)


MÁXIMO.- ¿Qué cosas son ésas?


ELECTRA.- A ti no te importan.


MÁXIMO.- (Atendiendo al trabajo.) Mejor... En seguidita me pesas setenta gramos de cobre. (Presentándole otro frasco.)


ELECTRA.- El cobre serás tú... No, no, que es muy feo.


MÁXIMO.- Pero muy útil.


ELECTRA.- No, no: compárate con el oro, que es el que vale más.


MÁXIMO.- Vaya, vaya, no juguemos. Me contagias, Electra; me desmoralizas...


ELECTRA.- Déjame que me recree con las cualidades de este metal bonito, que es mi semejante. ¡Soy tenaz... no me rompo...! Pues bien puedes decírselo a Evarista y a Urbano, que en el sermón que me echaron hoy dijéronme como unas cuarenta veces que soy... frágil... ¡Frágil, chico!


MÁXIMO.- No saben lo que dicen...


ELECTRA.- Claro: ¡qué saben ellos...!


MÁXIMO.- Cuidado, Electra: con la conversación no te me equivoques en el peso.


ELECTRA.- ¡Equivocarme yo! ¡Qué tonto! Tengo yo mucho tino, más de lo que tú crees.


MÁXIMO.- Ya, ya lo voy viendo. (Dirígese a uno de los estantes en busca de un crisol.) Pues tu tía se enojará de veras, y nos costará mucho trabajo convencerla de tu inocencia.


ELECTRA.- Dios, que ve los corazones, sabe que en esto, no hay ningún mal. ¿Por qué no han de permitirme que esté aquí todo el día, cuidándote, ayudándote...?


MÁXIMO.- (Volviendo con el crisol que ha elegido.) Porque eres una señorita, y las señoritas no pueden permanecer solas en la casa de un hombre, por muy decente y honrado que éste sea.


ELECTRA.- ¡Pues estamos divertidas, como hay Dios, las pobres señoritas! (Terminado el peso, presenta las dos porciones de metal en cápsulas de porcelana.) Ea, ya está.


MÁXIMO.- (Coge las cápsulas.) ¡Y qué bien! ¡Qué primor, qué limpieza de manos...! ¡Qué pulso, chiquilla, y qué serenidad en la atención para no embarullar el trabajo! Estás atinadísima.


ELECTRA.- Y sobre todo, contenta. Cuando hay alegría todo se hace bien.


MÁXIMO.- Verdad, clarísima verdad. (Vierte los dos cuerpos en el crisol.)


ELECTRA.- ¿Eso es un crisol?


MÁXIMO.- Sí, para fundir estos dos metales.


ELECTRA.- Nos fundimos tú y yo... Nos pelearemos en medio del fuego, y... (Tararea la sonata.)


MÁXIMO.- Hazme el favor de llamar a Mariano.


ELECTRA.- (Corriendo a la puerta de la izquierda.) ¡Mariano!

Que venga también Gil.


ELECTRA.- Gil... pronto... Que os llama el maestro. (Dándoles prisa.) Vamos...