Electra: 46
Escena III
[editar]ELECTRA, el MARQUÉS.
MARQUÉS.- Bien por el galán científico. ¡Y qué admirable hallazgo para ti! Tu amor juvenil necesita un amor viudo, tu imaginación lozana una razón fría. Al lado de este hombre, será mi niña una gran mujer.
ELECTRA.- Seré lo que él quiera hacer de mí. (Con gran curiosidad.) Dígame, Marqués, ¿trató usted a la pobrecita mujer de Máximo? No extrañará usted mi curiosidad... Es muy natural que desee conocer la vida anterior del hombre que amo.
MARQUÉS.- No la traté... la vi en compañía de Máximo una, dos veces. Era vascongada, desapacible, vulgar, poco inteligente; buena esposa, eso sí. Pero no debió de ser aquel matrimonio un modelo de felicidades.
ELECTRA.- A los padres de Máximo sí le conoció usted.
MARQUÉS.- A la madre no la vi nunca: era francesa, señora de gran mérito. Mi mujer fue su amiga. A Lázaro Yuste sí le traté, aunque no con intimidad, en España y en Francia, allá por el 68... Hombre muy inteligente y afortunado en el negocio de minas, y con no poca suerte también, según decían, en las campañas amorosas. Era hombre de historia.
ELECTRA.- En eso no se parece a su hijo, que es la misma corrección.
MARQUÉS.- Bien puedes decir que te ha tocado el lote de marido más valioso y completo: cerebro de gigante, corazón de niño. Por tenerlo todo, hasta es poseedor de una buena fortuna: lo que le dejó su padre, y la reciente herencia de franceses. ¿Qué más quieres? Pide por esa boca, y verás como Dios te dice: «Niña, no hay más».
ELECTRA.- (Suspirando fuerte.) ¡Ay!... Y ahora dígame, señor Marqués de mi alma: ¿puedo estar tranquila?
MARQUÉS.- Absolutamente.
ELECTRA.- ¿Y nada debo temer de las dos personas que...? Ya sabe usted que se creen con autoridad...
MARQUÉS.- Algo podrán molestarnos quizás... Pero ya les bajaremos los humos.
ELECTRA.- ¿El señor de Cuesta...?
MARQUÉS.- Es el de menos cuidado. Hoy he hablado con él, y espero que acabe por apoyarnos resueltamente.
ELECTRA.- ¿El señor de Pantoja...?
MARQUÉS.- Ese rezongará, nos dará cuantas jaquecas pueda, si se las consentimos; tocará la trompa bíblica para meternos miedo; pero no le hagas caso.
ELECTRA.- ¿De veras?
MARQUÉS.- No puede nada, nada absolutamente.
ELECTRA.- Y si me le encuentro por ahí, ¿no tengo por qué asustarme?
MARQUÉS.- Como te asustaría un moscardón con su zumbido mareante, que va y viene, gira y torna...
ELECTRA.- ¡Oh, qué alivio para mi pobre espíritu! (Con entusiasmo cariñoso.) Señor Marqués de Ronda, Dios le bendiga.
MARQUÉS.- (Muy afectuoso.) ¡Pobre niña mía! Dios será contigo.