Elegía (Samaniego Palacio)
Mon coeur lui doit ces soins pieux et tendres.
Béranger
¿Qué rayo viene a destrozar mi frente
y abrir en mi alma una profunda herida?
¿Qué voz rasga mi oído de repente,
al rebramar del trueno parecida?
¡Ay... abrumado estoy y sin aliento,
y entre sombras mi mente confundida!...
Me falta la razón, mi pensamiento
se ofusca, se oscurece, pierde el brío,
y se apodera de él delirio lento!...
Y el eco se repite, el eco impío
de esa insólita voz desgarradora
que rauda el huracán lanzó bravío!
¡Murió!... ¡pronuncia cruel!... ¡asoladora!...
¡murió!... ¡repite con pujante estruendo!...
¡sin tregua resonando a toda hora!
¡Oh suplicio feroz, martirio horrendo
que, eterno como el alma, nunca pasa
y que va mi existencia destruyendo!
¡Una llama voraz mi pecho abrasa,
fuego respiro que mis labios quema
y son mis venas encendida brasa!
Y en esa hora de horror, hora suprema
de sombras, de tinieblas, de agonía,
de la vida y la muerte lucha extrema,
yo, lejos de su lecho, en paz dormía,
ajeno a la tormenta que bramaba
y en torno del hogar fúnebre ardía.
¡Ay infeliz, que el Cielo me negaba
siquiera recoger su último aliento
y probarle el ardor con que le amaba!
¡Muerte fatal, memoria de tormento,
fuente copiosa de amargura y llanto
y símbolo de luto y sentimiento!
¡Tú has causado, inhumana, mi quebranto,
tú has vertido en mi pecho la amargura,
tú me has sumido en infortunio tanto!
De su vida inocente, recta y pura,
manantial de virtud acrisolada,
de caridad modelo y de ternura,
¡compasión no tuviste, y despiadada
a tus furores la inmolaste, ansiosa
de ostentar tu potencia malhadada!
Ríe, pues, de tu triunfo; ya rebosa
en mi pecho la hiel que tú has vertido...
¡la víctima que hiciste ya reposa!...
Sí, mírala a tus pies... pero ¡ay! transido
de angustia y de dolor, llevo los ojos
al doméstico hogar, dulce y querido.
Y sólo miro pálidos despojos
que me dicen su nombre venerando
para aumentar del alma los enojos;
y huérfana, infeliz, allí llorando
a la hija que él amó con tanto anhelo,
miro su último aliento ya exhalando;
y que en voz balbuciente eleva al cielo
mil ayes de su pecho dolorido,
y demanda en su angustia algún consuelo.
Pero ¡ay! en vano... mas enardecido
vuelve el recuerdo a destrozar el alma
a cada queja de su pecho herido.
¿Adónde, adónde fue la dulce calma
y la tranquila paz y la alegría?...
¡Mustio el hogar está, seca la palma
que con su sombra cobijó algún día
la fuente cristalina do apuramos
las glorias que el vivir nos prometía!
Ya todo se acabó... solos quedamos,
huérfanos en la tierra, desvalidos
sin luz que nos alumbre... ya cegamos,
y entre luto y tinieblas confundidos
en el mar de la vida proceloso,
¿qué haremos ¡ay! en su extensión perdidos?
¡Sin ti ya nadie, oh padre cariñoso,
de justicia y bondad, de amor dechado,
nos brindará su apoyo generoso!
Mas, del hogar en torno, con cuidado
guardaremos por siempre tu memoria,
cual la vestal el fuego consagrado;
Será tu vida la brillante historia
en que honor y virtud aprenderemos
y la fe en el Señor, y su alta gloria
como tú sin descanso buscaremos.