Elementos de economía política: 46
Apariencia
§. V. Del papel moneda o de la moneda de papel.
[editar] 324. Estas dos expresiones de papel moneda y moneda de papel designan hasta ahora una sola y misma cosa. El uso, sin embargo, ha dado alguna preferencia a la primera, que parece ser la traducción literal del paper-money de los ingleses.
325. Hemos dicho, hablando de la moneda, que el oro y la plata conservan, en el estado de moneda, sus cualidades esenciales de mercancía, luego hemos manifestado cómo otras muchas mercancías han podido, y pueden en caso de necesidad, hacer el oficio de moneda. Hasta ahora no hemos tratado más que de las monedas hechas con una materia dotada de cierto valor intrínseco; pero la experiencia y la teoría prueban que pueden hacerse con materias que por sí mismas no tienen valor ninguno; tales son las monedas de papel.
326. A primera vista; cuando no se analiza profundamente la naturaleza del papel moneda, es fácil confundirle con los signos representativos de la moneda, que pueden aceptarse o rehusarse, es decir, con los billetes de banco, muchos efectos de los Gobiernos, y los efectos de comercio en general, tales como los pagarés y las letras de cambio, casi siempre preferibles aun a la misma moneda, a lo menos para los negocios importantes y en un país en que está bien entendida la circulación; sin embargo, no son una misma cosa. Un billete de banco de mil reales representa mil reales en piezas metálicas, cambiable en cualquier momento que le acomode al portador: un pagaré, una letra de cambio o un bono cualquiera de igual suma, pagadero en una época fija, y para la cual hay una garantía, tiene con frecuencia un valor tan estable como el que ofrecen los billetes de banco. En este caso la propiedad de comprar de que disfruta un efecto semejante nada tiene de particular, pues es un signo representativo de la moneda, y ya sabemos que estos signos son de mucho uso en la economía de las sociedades. Por lo que respecta al papel, para el que se ha reservado el nombre genérico de papel moneda, su curso es forzoso, y los Gobiernos mandan, so penas más o menos graves, que se reciba en pago de las ventas y de los créditos estipulados en monedas. En el fondo, sin embargo, son obligaciones; pero estas supuestas obligaciones no obligan efectivamente al poder que las emite a un reembolso inmediato a merced de los portadores, y hasta ahora sólo han contenido la promesa de un reembolso a la vista, que nunca se efectuaba, o de un reembolso a término sin garantía, o de un reembolso en tierras de un valor más que equívoco (como los mandatos territoriales en Francia). Fácil es, pues, comprender cómo se han acostumbrado las gentes a considerar el papel moneda como el último término de la alteración de las monedas.
327. La moneda de cobre o de vellón, que circula en España, en Austria y en otros países, tiene un título muy superior a su valor intrínseco. Esta especie de numerario es un signo forzoso, y entra en la categoría del papel moneda; en este concepto el papel de los bancos de Suecia y de Rusia, cuyo curso es forzoso, es un papel moneda, aunque se paga a la vista, por la razón de que este pago se efectúa en piezas de cobre.
328. En Francia el curso del cobre no es forzoso más que en ciertos límites; esta moneda no es más que un signo representante de las fracciones del franco, que resultarían impalpables si se trabajasen con metales preciosos; no hay obligación de recibirle en una cuenta más que por valor de cinco francos cuando más; porque como un franco en plata vale mucha más que un franco en cobre, los deudores sacarían partido de esta diferencia en perjuicio de sus acreedores.
329. Pero puesto que, hablando de las cualidades y de las alteraciones de la moneda, hemos demostrado ya que es imposible hacer moneda como no sea con una mercancía que tenga cierto valor, ¿en qué consiste que los Gobiernos han logrado hacerla con una materia que no tiene valor ninguno?... Por la simple razón de que su curso es forzoso, el papel moneda, que por lo demás, a semejanza de los signos representativos, disfruta en el más alto grado de la trasmisibilidad, una de las más indispensables propiedades de la moneda, adquiero una parte de aquel valor que la utilidad de servir de moneda añade aún a las mismas piezas metálicas. En efecto, los productores (y éste es el desastroso resultado a que se llega con semejante sistema) se ven precisados a renunciar a su industria cuando no quieren aceptar una moneda sin valor; por otra parte, los acreedores tienen igual precisión de recibirla, y esta medida puede tener un efecto muy prolongado cuando se trata de arrendamientos por largos términos.
El papel moneda sirve naturalmente para pagar las contribuciones, verdaderas deudas permanentes, a menos que el Gobierno tenga por más conveniente recibir moneda real y efectiva y pagar en papel. Durante cierto tiempo, y en los principios sobre todo, el que recibe una moneda de papel que no puede hacer pagar a la vista, se cura muy poco de la promesa contenida en ella, pero está seguro de hacerla pasar de nuevo; y esta propiedad de servir para las compras constituye un cierto valor ficticio, que puede ser (la experiencia lo ha probado) equivalente al de la moneda metálica, a la que reemplaza sin representarla. Los asignados de la revolución (en Francia) conservaron por algún tiempo casi todo su valor, sin que hubiese despachos de reembolso para ellos; aún hay más: los billetes del banco de Inglaterra, autorizado a suspender sus pagos en metálico, no solamente han conservado su valor más tiempo que los asignados, sino que dicho valor, después de haber bajado un 30 p. %, se volvió a levantar mucho antes de la época del reembolso.
Esta producción de un valor, de suyo tan fácil de destruir, no puede explicarse, más que por el análisis de los sucesos, pero es un hecho positivo; sin embargo, la experiencia ha demostrado muy bien que la promesa sola, escrita en el papel, no basta para acreditar el valor: los billetes del banco de Law, los asignados de la revolución cayeron a cero, y sin embargo, la promesa subsistía siempre la misma; esto consiste en que es preciso que la conciencia pública, excitada por el patriotismo o por cualquiera otra causa, sostenga aquella promesa, y que se crea en su realidad: en una palabra, en que es preciso que exista el crédito. Ahora bien, este crédito se disipa al amago de la más pequeña conmoción; muchas veces desaparece como el entusiasmo, por efecto de un examen más detenido, tan fugaz como la tersura de un espejo, que un soplo basta a empañar: tan delicado como la reputación de un hombre de bien, que un nada basta a comprometer.
330. En virtud de la índole y del oficio de las monedas, se admite, teóricamente a lo menos y a falta de datos estadísticos, que un país tiene, para atender a sus cambios, una porción de numerario bien determinada por la naturaleza de sus negocios. Por otra parte, la experiencia enseña que todo aumento de numerario en un Estado disminuye proporcionalmente el valor de la unidad monetaria: este envilecimiento de precio se llama depredación o descrédito. Con respecto a la moneda metálica, sabido es que esta depreciación nunca es muy grande; en cuanto las monedas valen algo menos que el metal en barras, la fundición restablece el equilibro; es decir, cuando las monedas abundan y están a un precio inferior, se disminuyen para aumentar su precio, y recíprocamente se amonedan las barras tan luego como escasean las monedas, o lo que es lo mismo, tan luego como llegan a encarecerse. Por lo que hace al papel moneda, no es muy de temer que llegue nunca a alcanzar un valor demasiado alto; antes bien lo contrario es lo que sucede casi siempre, sin embargo de que la experiencia hecha en Inglaterra ha demostrado que la reducción de la moneda de papel puede determinar una alza en su valor.
331. Un inconveniente muy grande va anejo a la naturaleza del papel moneda, tal cual hoy la comprendemos, y es la facilidad con que el Gobierno puede multiplicarle. ¿Cómo resistirá la tentación cuando hay graves apuros? ¡Es tan fácil fabricar monedas con una prensa, tinta y papel! De aquí se originan descréditos precipitados y terribles catástrofes.
332. Este inconveniente es un problema de política, que tal vez no sea imposible resolver por medio de una combinación de leyes que los Gobiernos no pudieran infringir, y que acaso sabrán hacer cuando se haya llegado a comprender claramente los principios; sería tanto más importante resolverlo, cuanto el papel moneda es mucho menos dispendioso que los metales preciosos, y también cuanto que una nación que llegase a adoptar semejante instrumento en sus transacciones podría emplear los metales preciosos, ya como utensilios, ya en cualquier otro uso. Para llegar a este resultado, Ricardo ha propuesto un papel moneda cuya circulación fuese voluntaria; que, sin embargo, circulase necesariamente, y cuyo valor no pudiese bajar a menos que el del dinero. Para esto ha ideado un papel reembolsable a merced del portador, no en dinero, sino en barras, que no se pedirían sino en el momento en que el valor del papel bajase a menos que el de las barras. De este modo habría seguridad de que el Gobierno no podría fabricar aquel papel en cantidad superior a las necesidades de la circulación, porque lo que excediese de esas necesidades volvería a convertirse en barras [1]; pero ésta es cuestión muy para estudiada, y que aún dista mucho de hallarse resuelta [2].
333. Como la teoría de la moneda es fundamental, debe exponerse con todos sus pormenores, hasta en una obra elemental; por esta razón nos hemos detenido en ella lo bastante, para que el lector se forme una idea clara de los verdaderos principios que la rigen.
- ↑ Véase su escrito Proposals for currency, 1816.
- ↑ Un economista napolitano, el señor Chitti, ha publicado recientemente un tratadito muy curioso sobre esta cuestión; en él propone la adopción definitiva de la moneda de papel, cuyas ventajas encarece con suma lucidez y para lo cual indica medios verdaderamente ingeniosísimos. Este tratadito, muy bien traducido y anotado por D. P. de Madrazo, se publicó en Madrid y se halla de venta en la librería de Calleja. Lo recomendamos a nuestros lectores.