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En Barcelona

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<< Autor: Manuel González Prada

Publicado en Los Parias, periódico de Lima, 1905.


Parece que la explosión de la Rambla no ha sido tan inofensiva como la vieja cápsula de Buenos Aires, habiendo producido estragos mayores que la bomba lanzada en París contra el nauseabundo reyezuelo de españa.

En Buenos Aires, el Presidente Quintana salió ganando con el susto, pues hizo el ahorro de una limonada purgante. Si peca de avaro, si pertenece a la familia del Caballero de la Tenaza, le enviamos el parabién. En París, hubo un caballo muerto y unos coraceros levemente heridos: nos dolemos del cuadrúpedo y no felicitamos al hombre que le montaba, aunque haya sido condecorado. Ganar condecoraciones a costa de la vida ajena, aunque sea la de un caballo, no lo creemos muy glorioso. Si porque matan a una cabalgadura se premia al jinete, nosotros proponemos que cuando para la mujer de un policía, el policía guarde cama, se perfume con alhucema y tome caldo de gallina.

Todavía no sabemos con exactitud el número de muertos y heridos, a consecuencia de la explosión; pero, resulten pocas o muchas las víctimas de Barcelona, lamentamos la desgracia de los inocentes que recibieron lo que no había sido destinado para ellos.

Aunque no se haya descubierto al autor del hecho, ya se pregona que es un anarquista. En el siglo XVIII, cuando una vieja se caía de bruces, la culpa era de Voltaire; cuando un sochantre reventaba de un cólico miserere, la culpa era de Rousseau. Hoy los anarquistas responden de todo lo malo que sucede en el mundo, y nos admiramos que no les atribuyan la guerra ruso-japonesa ni los terremotos de Calabria.

¿Por qué no sospechar de las manos de la policía o de agentes provocadores? Muy bien sabemos que algunos atentados anarquistas fueron obra de policíacos. Dígalo el complot urdido para dinamitar el monumento de Thiers en Saint-Germain-en-Laye. La policía evoluciona en todas partes, sin excluir el terreno de la calumnia. Hace algunos años que Georges d'Esparbés emprendió una campaña difamatoria contra Sébastien Faure. Reducido d'Esparbés a probar sus afirmaciones, tuvo la llaneza de confesar que los datos (por supuesto calumniosos) le habían sido suministrados en la Prefectura de Policía.

En Tierra y Libertad de Madrid (agosto 4 de 1905), leemos estas líneas edificantes: "Sabida es de todos la represión violenta y brutal de que han sido objeto en esta última época nuestros compañeros de Barcelona; para justificar ascensos, lograr honores y alcanzar recompensas, los esbirros policíacos han inventado terribles complots, han sugestionado a débiles jóvenes y han simulado espantosos cataclismos, con el único propósito de encarcelar a dignos compañeros nuestros que eran un estorbo, en libertad, a la plácida digestión de los vampiros que culebrean en Cataluña con el cinismo más asqueroso".

¡Cuántos no habrán sido los atropellos y horrores de la policía barcelonesa, cuando hasta los republicanos (quizá los peores enemigos de los anarquistas), vinieron a protestar en el meeting organizado por la Liga de Defensa de los derechos del hombre y celebrado en Barcelona el 26 de julio! Odón de Buen (republicano pero no anarquista), dijo ahí que "a los obreros que están en la cárcel se les debe felicitar por tener ideas, condición indispensable para formar una humanidad progresiva. Censuró la ley de represión del anarquismo, tachándola de vergüenza del parlamento español. Atacó con energía al Comité de Defensa Social, organismo compuesto de insaciables explotadores del pueblo, fundado a raíz de la huelga general de Barcelona para oprimir más al trabajador y ser el constante delator de todos los que se distinguen por sus ideas radicales" (Tierra y Libertad).

No debemos olvidar que en los últimos meses el mundo político de España ha vivido agitándose en la lucha electoral. En época de elecciones y cuando surge una violenta y general oposición contra esa caduca monarquía gobernada por un cretino imberbe, )no se considera posible y hasta probable que los hombres del poder fragüen algo terrible para atraer la odiosidad sobre los republicanos? La turbamulta española no diferencia en mucho un republicano de un anarquista: al uno y al otro les engloba en el nombre de revolucionario, es decir, enemigos de Dios y de los hombres, monstruos capaces no sólo de fusilar a frailes y curas, sino de prender fuego a toda España y hasta de suprimir a la Virgen del Pilar.

Tanto debe, pues, atribuirse la explosión de Barcelona a los anarquistas como a los polizontes aleccionados por los hombres públicos, defensores del trono y del altar. A más, recordemos que en el Gabinete español figura Weyler, el Reconcentrador, ese bandido que sabe hacer tragedias, en oposición a su colega Echegaray, que sólo sabe escribirlas.