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En derrota

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En derrota
de Arturo Reyes


Cuando el señor Juan el Tarumba hubo puesto fin al relato de sus amorosas andanzas, quedósele mirando de hito en hito y con expresión irónica el señor Pepe el Totovías, y le preguntó con acento no menos irónico que su mirada:

-Compadre, ¿usté quiée seguir un buen consejo que yo le voy a dar ahora mismito, si es que usté me lo permite?

-Eso según y cómo sea el consejo que usté me dé - le replicó el Tarumba mirándole con desconfiada expresión.

-Pos bien: mi consejo es que se vaya usté ahora mismito a su casa, coja usté una silla, se siente usté en ella delante del espejo mejor azogao que tenga usté en su cubril, meta usté mano a la petaca y se fume usté un par de cigarros mirándose en el espejo.

Frunció la frente el señor Juan, y

-Pero ¿es que usté se piensa, compadre - díjole a éste con acento malhumorado - , que si yo me miro al espejo me va a dar un síncope? Pero ¿es que usté se piensa que no sé yo que no estoy ya como cuando pa afeitarme el barbero tenía que arrimarme una lupa a los carrillos? Yo estoy mu bien enterao, compadre, de que ando ya con vistas a los cuarenta.

-¡A los cuarenta! ¡Chavó, qué mo tiéen los hombres de vestirse el corazón de ilusiones!

-¡Cámara con usté, que le quita usté el jálito al más pintao por custión de cuatro o cinco años de más u cuatro o cinco años de menos!

-Mire usté, compadre, usté lo que debe jacer es dejarse ya de valentías, porque un hombre con la panza de usté y con un hijo que le lleva a usté cuatro deos, no debe ya andar como usté anda siempre dándoles el quién vive a toítas las jembras que se le cruzan en el camino.

-¿Sabe usté, compadre, que cualisquiera dirla que a usté le dan una cruz por ca puñalá que me pegan en el sitio que más me duele? ¿Le he dicho yo a usté alguna vez si tiée u no tiée usté emprestá la dentaúra; si se tiñe u no se tifle usté los tirabuzones, o si tiée usté más jiba u menos jiba que un camello? ¿Le he dicho a usté yo ningunita de esas cosas?

-¿Y usté me ha visto a mí alguna vez jaciéndole mohines a ninguna chavalilla como la Tumbaga, a la que no jace naíta de tiempo le velamos jugando al zorro que te vi ti a la gallinita ciega?

-Pero ¿usté cree que sería el primer caso que se daría si yo por casolidá no le supiera a la Rosarillo a lo que sabe la retama? - Pero ¿usté cree que a una chavalilla como la Rosarillo le puée gustar un gachó que ya lo que jace es erurtar citando suspira?

-¿Y usté cree que si usté sigue dándole güertas al mantibrio no le voy yo a dar a usté un crujío que va a sonar diez veces más que un repique?

-¿Y tisté cree que yo me voy a esperar aquí a que usté se cargue conmigo esa malilla faena?

-Vamos, compadre, usté perdone - exclamó el Tarumba, al parecer arrepentido de sus belicosas palabras -. Es que usté no sabe como yo estoy; es que yo estoy más loco que una yegua loca, y lo peor es que quién le pone puertas al campo; porque es que esa pícara chavalilla se me ha metió en el corazón y en la sangre. El día en que no platico con ella, en que no me miro en las niñas de sus ojos, en aquellos dos charranes que Dios le ha puesto en la cara; en que no güelo el olor a nardos y a claveles que le nace en aquella boca suya, que es un cintillo de rubíes; en que no siento el metal de su voz, que es el repiquetear de una campanillita de plata; el día, en fin, que no la veo, ese día me parece a mí que la vía me está poniendo el desahucio y me dan la mar de ganitas de morder y de pelear y de subir a la catedral y desde allí pegar un brinco, u dos brincos, y de meterme en la luna.

-Pos diga usté, compadre, que lo que se le ha metío a usté en el corazón es un tempora deshecho, y si es asín, nos que sea lo que quiera un divé, y a la parroquia, a aprovechar lo que le quea de cuerda al reló, que no será mucha, que han sío ya muchas las horas y muchos los cuartos que ha dao en este valle de lágrimas.

-¡Pero qué parroquia ni qué tiro que me peguen! Si la chavalilla, en cuantito me pongo a su vera y le hablo de mis propósitos de llevármela como Dios manda a mi abrigaero suelta el trapo a reir y encomienza de chuflas y chuflas. Y na, hombre, na, que yo un día de estos me tiro por la escollera.

-Pero algo le dirá a usté, compadre, esa gachí pa que le sirva a usté de consuelo.

-¡Vaya si me dice! Pos me dice, pongo por caso, lo que me dijo esta mañana, que me dijo que no me empeñara en lo que no podía ser, que ella no me podía querer a mí más que como si yo fuera su bato o uno de su tíos por parte de madre, poique a los por parte de su padre, sigún dice, no los puée ver ni en pintura.

-Pero ¿por qué dice ella que no lo puée estimar a usté más que como si fuera uno de sus parientes más cercanos?

-¿Que por qué? Pos mil clarito que me dijo que ella no se podía comprometer a naíta conmigo, porque a ella quien le gusta es otro gachó, que, sigún dice ella, es más bonito de cara que el sol y más salao que las pesetas, y el cual hasta anoche no se ha aterminao a peirle una cita, que se la ha pedío pa esta noche, en la ventana.

-¿Y ella está conforme con ese palique?

-¡Y poco clarito que me lo soltó la gachí, camará!, tan clarito y con un retintín tan esaborío que a mí se me emberrenchinó tantísimo la sangre, que se me fué una miajita la singüeso y algo apostaría yo a que le dije algo que no le debí decir, u sea, que al que yo viese esta noche arrimao a su reja, a ése lo diba yo a pegar como si fuera goma laca a los hierros de un guantazo.

-Eso no estuvo bien dicho, compadre, no señó, no estuvo bien dicho. Eso se jace cuando mos acordamos entoavía de lo muncho que mos gustaba tener el biberón en la boca.

-¿Y qué quiée usté? Se me calentó la mui, y ya sabe usté quien soy yo cuando se me calienta la pícara charlatana.

-¿Y qué fue lo que le contestó a usté Rosarillo?

-¿Ella? ¡Calle usté, hombre! Se echó a reir y me dijo que yo lo que tenía no era más que música en mitá de la campanilla y que ya me guardarla yo mu bien de arrimarme al gachó que a ella le gusta, y que si me arrimo que no lo jaga sin llevarme un pararrayos siquiera.

-¡Pero qué requetemalitas y qué requetecomprometeoras que son algunas veces las mujeres! - murmuró sombríamente meditabundo el Totovías.

Y el señor Juan el Tarumba quedó también meditabundo y tras algunos instantes de silencio gritó al mozo, que canturreaba echado de bruces sobre el limpio mostrador:

-A ver tú, Chamarí, una botella del moro, y que sepas que te ernuco si me la traes del cristiano.



II

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-¡Camará, y qué mó de apeonar, compadre, pos ni que fuera usté por el Santolio!

-Míe usté, compadre, como me diga usté pío tan siquiera, me busca usté una ruina.

-Pos no piaré, compadre, no piaré; pero por lo menos me podrá usté dicir qué es lo que le pasa al hombre que más estimo.

-Lo que a mí me pasa es que quisiera yo que usté me dijiera si conoce usté a arguien que se atreva a darme una puñalá, si se la pago bien y además le doy propina.

-Hombre, si usté me promete dejársela dar como si estuviera lisiao...

-Sí, que me la dejo dar, compadre. ¿Usté sabe lo que me acaba de pasar? No, lo que es la Rosarito me la paga a mí, ¡vaya si me la paga a mí con creces la Rosarito!

-Ya me suponía yo que en esto tenían que andar los jarapos de esa señora.

-Como que toa la voluntá que la tenía se me ha convertío en aborrecimiento, y si me valiera..., si me valiera, no sé, camará, no sé, porque es que traigo la cabeza que me zumba más que un látigo.

-¿Pero es que ha platicao usté con la chavala?

-¡Calle usté, hombre, si lo que me ha pasao a mí no le pasa a naide en el mundo!

-Pero ¿qué ha sío lo que le ha pasao a usté, ¡camará!, que me tiée usté desde que vino aguantando la respiración y ya me falta el resuello?

-Yo se lo contaré a usté; pero antes vamos a cá del Trompeta a que yo me refresque la boca, que la tengo más reseca que un esparto.

Accedió el Totovías a los deseos del Tarumba, y algunos minutos más tarde, después de haber desocupado entre ambos una de la Pastora, decíale el último a su compadre con acento en que desbordaba la ira que le llenaba el corazón:

-Pos verá usté: esta tarde, endispués de hacer como que comía, porque apenitas si pue tragar un bocao, me jateé como los mismísimos ángeles, y me fuí a la calle a probarle a la Rosarillo que, cuando yo digo que le doy a un hombre un guantazo, ese hombre debe encomenzar, al verme, por ponerse dambas manos en los carrillos.

-¿Pero no se lo habrá usté dao a ese gachó elante de la Rosario?

-Ni elante ni etrás de la Rosario, que es mucho mozo, compadre, pero que mucho mozo, el mozo con quien yo me he trompezao en la ventana de esa pícara mujer a la que conocí por mí malilla fortuna.

-¿Pero es que el mozo estaba en la ventana?

-Con medio cuerpo entro y medio fuera, como que la chavala se había tenío que dir cuasi a casa de una vecina.

-¡Por vía e Dios con el chaval! Porque me creo yo que ése ha de ser un chavalete.

-Y tan chavalete como es, y lo peorcito de este mal chapú es que la indina tenía un peazo e razón cuando dicía que es más bonito que el sol y más salao que las pesetas, y que no es mu vivo el mocito, camará, como que en cuantito me filó, salió de estampía y se me perdió de vista más pronto que un tiro; camará, que me río yo, desde que lo ví correr, de toítas las bicicletas.

-Y Rosarito, ¿qué?

-¿Rosarito? Pos Rosarito, al ver salir al otro de estampía, rompió el trapo a reír como si fuese de aquel mó a ganar un salario, y yo me pegué a la ventana, y ná, hombre, ná, que la mu alma mía no me ha dejao venir jasta que ha conseguio que le prometa que no he de meterme en naíta en contra de sus quereles.

-¡Pero eso como ha sío, chavó? - preguntó al Tarumba el Totovías con aire sorprendido.

-¿Que cómo? Pos prometiéndoselo, camará, prometiéndoselo con toitas las de la ley.

-Pos que me den una puñalá melliza si lo entiendo - exclamó el Totovías mirando lleno de asombro a su compadre.

-Pos míe usté - repúsole éste a la vez que llenaba de nuevo las copas con mano temblorosa -, la cosa es más clara que una iluminación; usté no adivina quien es el mocito que...

Y el Tarumba no tuvo necesidad de continuar hablando, pues el Totovías exclamó interrumpiéndolo bruscamente y con acento en que la risa pugnaba por precipitarse como un torrente desbordado:

-Ya, compadre, ya, ya adiviné quién es ese mocito más rebonito que el sol y más salao que las pesetas.

Y la risa brotó entonces estentórea y poderosa en los labios del Totovías, en tanto que el Tarumba lo miraba con tragicómica expresión de amenaza y murmuraba con acento sordo:

-Compadre, compadre, que si sigue usté por esa vereíta vamos a tener dambos que pasar la noche metíos en la grillera.