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En el taller

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En el taller
de Arturo Reyes


-Oye tú, Cayetano, ¿me quiées tú decir, chavó, qué es lo que te pasa pa tener como tiées hoy tan fruncío el entrecejo? - exclamó el señor Frasquito el Trebujena acercándose al banco, donde aquél hacia correr la garlopa, con nerviosa ligereza, sobre un grueso listón de pino del que arrancaba muchas y rizadísimas virutas.

Levantó aquél la cabeza y, soltando la garlopa y limpiándose el sudor, que inundaba su frente, con la manga de la chamarreta,

-Pos ná tengo, maestro - repúsole, poniendo en sus labios una forzada sonrisa - , sino que me duele una miaja la cabeza.

-Pos si te duele, ya puées estar sortando los trastos de matar y poniéndote en franquía y largándote a tus cubriles.

Y esto lo dijo el Trebujena, como si en lugar de un favor estuviese haciendo un disfavor a Cayetano, el cual como, gracias a los muchos años que llevaba en el taller, sabíase de memoria que el Trebujena ocultaba, bajo una superficie un tantico sin pulimentar, un corazón repleto de generosidades e hidalgulas, le repuso, a la vez que limpiaba de virutas la cuchilla de la garlopa:

-No, ¿pa qué me voy a dir?, esto ya se irá pasando.

Se encogió de hombros el señor Curro y dirigiéndose hacia el otro extremo del taller, detúvose delante de Joseíto el Clavicordio, el más íntimo de los camaradas de Cayetano, que armado de martillo y formón trabajaba silencioso y con la frente fruncida.

-¿Qué? ¿te duele a tí también la cabeza? - le preguntó, deteniéndose a su lado y mirándole irónicamente el Trebujena.

-¿A mí? - repúsole Joseíto, mirándole con extrañeza, y después - no, señó, a mí no me duele naita - continuó con acento ligeramente desabrido.

-Pos cualisquiera diría otra cosa, camará, porque es que desde que llegaste esta mañana no has echao ni una copla tan siquiera.

Se encogió de hombros Joseíto y,

-Es que hay días, maestro - le repuso -, y hoy no me pie a mí el cuerpo ni tangos ni garrotines.

-¿Y qué es lo que te pasa a tí hoy pa estar de tan malilla jechura?

Miró Joseíto a su maestro con expresión vacilante y después exclamó de modo brusco, mirándole de hito en hito:

-¿Sería usté capaz, maestro, de prestarme a cuenta de mi jornal catorce o quince alfonsinos?

-¡Catorce o quince alfonsinos! - exclamó aquél mirando lleno de sorpresa a su oficial

-¿Pero es que vas a fincarte tú en Miraflores del Palo?

-No, señor, que no voy a fincarme en un lugar que güele tanto a marisco, pero es que hoy yo por catorce o quince chuscos sería capaz de subir a una cucaña.

-¿Pero pa qué necesitas tú hoy tantísimo dinero? ¿te ha vencío alguna hipoteca?

-Mire usté, señó Frasquito, usté, manque tenga la cara siempre como si siempre estuviera jaciendo un embargo, usté tiée un corazón más grande que una carretera.

-Lo tenía, pero es que ya sabes tú que el corazón se gasta cuando se crían ruiseñores...

-Pos si se lo gastó usté en criar esos pajaritos, ya se arremató mi cuento.

-¿Pero es que tú no vas a cantar hoy lo que tú sabes que es tanto lo que me gusta?

-¿No le he dicho yo a usté ya, que hoy estoy yo, que al que le escupa lo enveneno, con lo que le pasa a Cayetano?

-¿Pero a Cayetano, que es lo que le pasa hoy?

-Pos na cuasi, que mañana es día de la Rafaelilla, de la hija de la Infanta, y Cayetano, que está por ella que no vive, pos el muchacho quisiera jacerle una fineza y como no puée estirar el pie más allaílla de lo que pilla la sábana, pos velay usté.

-¿Pero es que Cayetano ha pensao en regalarle la Torre del Oro?

-No, señó, pero es que a la Rafaelilla anda jaciéndole la ronsa, al mismo tiempo que él, Antoñico el Galafate, y como el Galafate tiée parneses, como usté sabe mu requetebién, y va siempre la mar de bien jateao, pos lo que pasa, a la muchacha la traen frita los suyos, aconsejándole que se deje de Cayetano y que le jaga cara al Antonio, al que mala puñalaica le den por el mal ange que tiene.

-¿Pero qué tiée que ver tó eso con el día del Santo de la Rafaela?

-Espere usté, hombre, espere usté, que ya llegaremos Dios mediante. Conforme le diba diciendo, la Rafaela está por Cayetano y Cayetano está al cabo de la calle de que la chavalilla está rabiando por tener un güen mantón pa los días de repique, y el otro día, al enterarse de que la señá Trini la Petaquera quería vender el suyo que, según ella, le costó a su hombre cuando se casó, cerca de cien machacantes, pos Cayetano se fué a verla, a ver si podía jincarle el diente, y endispués de una semana de chalaneo, ha conseguío que la Trini se lo dé en treinta chuscos, quince al contao y el resto a dos duros por semana.

-Pero, Cayetano, sin contar con los quince duros, ¿para qué se ha metío en ese fregao?

-Porque él contaba con poer vender rigular el ropero de luna, y no ha encontrao un alma caritativa que le dé más de cuatro chavos por el ropero, y como el Galafate se ha enterao de este trajín y el hombre está a caza de casolidades, pos el hombre se ha enterao de lo que al otro le ocurre, y lo que pasa, que ahora quiere llevarle el pulso y, seguramente, va a ser él el que le regale el mantón a la Rafaela, y esto es lo que, como es natural, trae sin vivir a Cayetano.

- Pero Cayetano ha perdío los papeles! - exclamó frunciendo más que de costumbre el entrecejo el señor Frasquito - ¿No comprende ese alma mía que si la Rafaela acerta el mantón del Galafate, gustándole él más que el Galafate, la Rafaela no se merece ni que él le entorne el párpado, ni que la mire a la cara?

-Eso mismo le he dicho yo un montón de veces, pero es que como Cayetano está más loco que una yegua por esa gachí, pos no hay quien le puea meter una rayito de luz en los pícaros sentíos.

Quedó en silencio el señor Paco, y tras algunos instantes de vacilación, volvió la espalda y alejóse lentamente del Clavicordio, el cual murmuró, no sin hacer previamente una mueca de disgusto:

-¡Cámara, y qué engurruñao que tiéen a veces el corazón jasta los que la pintan de tan garboso corno la pinta el maestro Trebujena!


II

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Llegado que fue el sábado, después de pagar a sus oficiales y aprendices, exclamó el maestro dirigiéndose a Joseíto y a Cayetano con su eterno acento desabrido:

-Ustedes no se vayan, porque vuelvo enseguía.

-¿Pa qué nos querrá el maestro? - preguntó Cayetano a su compañero, al quedar a solas con él en el departamento donde el señor Paco tenía su oficina, que justificaba algo esta designación gracias a una enorme carpeta de caoba que lo invadía casi del todo.

-Pa ná güeno será - murmuró sombríamente Joseíto, el que en toda la semana había podido olvidar la dureza de corazón de su maestro, al negarle a su compañero el anticipo que necesitaba para poder regalarle el mantón, por ella tan codiciado, a la hembra de sus amantes ensueños.

-¿Y por qué ha de ser pa ná güeno? - díjole Cayetano, mirando con expresión de sorpresa a su camarada.

Se encogió éste de hombros, y, colocando los codos sobre sus rodillas, empezó a canturrear uno de los tangos más en boga.

Ya empezaba aquél a impacientarse cuando, penetrando en la sala el maestro con un paquete en la mano, sentóse en un gran sillón forrado de cuero, y

-Pos sus he dicho que sus esperéis, porque tengo yo curiosidá de que me cuenten ustedes, si por fin le regalaste tú - y eso lo dijo el señor Curro dirigiéndose a Cayetano - si por fin le regalaste tú algo en su día a la nena que tú quieres.

Miró con expresión de reproche a su compañero el muchacho, y

-¿Quién ha sío el que le ha contao a usté las cosas que a mi me pasan? - preguntó al Trebujena, sonrojándose ligeramente, y mirando al solayo a su compañero.

-Eso sí que maldito lo que a ti te importa - repúsole aquél con acento brusco.

-Güeno, pos bien, sí - dijo, tras breves instantes de silencio, el enamorado de Rafaela - le regalé una tumbaga y un ramillete de flores.

-¿Y qué fué lo que le regaló ese otro que, según dicen, anda arrullando en tu aguaero?

-Pos ése le quiso regalar un mantón, que era lo que yo tenía empeño en regalarle, un mantón que vendía la Trini la Petaquera.

-Y qué, se lo regaló u no se lo regaló, por fin, el Galafate?

-Se lo quiso regalar, pero ella no lo quiso recibir - exclamó con orgullosa expresión de triunfo el Cayetano.

-¡Eso es, no lo quiso recibir! - repitió el Clavicordio con expresión también victoriosa.

Sonrió el señor Frasquito y, tras contemplar en silencio a los dos muchachos durante algunos instantes,

-Pos bien - dijo - eso ya lo sabía yo, pero cuando me contó lo que pasaba Joseíto...

Inclinó éste los ojos al suelo para no ver brillar de nuevo el reproche en los ojos de su amigo, y

-No lo mires asín - continuó el Trebujena encarándose con Cayetano -, que lo que Joseíto se merece es que le dés un beso en cá pómulo; que el pobre estaba aquel día por mo de tí, que jacía la barba y si me lo dijo, fue porque el pobre hubiera dado un ala del corazón por no dejarte a ti aquel día en tan malilla postura.

-Es que yo no quería que usté se enterase de estas cosas.

-Es que manque me lo hubieras tú pedio, yo no te hubiera dao aquel día los parneses, pero ahora que estoy ya enterao de que esa chavalilla ha preferío tu ramo de flores y tu anillo al mantón que el otro le quería regalar, ahora es cuando tengo yo la mar de gusto en que le regales tú este otro mantón que era el mejor que tenía mi mujer, que en paz descanse.

-¡Pero, maestro! - exclamaron al unísono Joseíto y Cayetano, abriendo extraordinariamente los ojos.

-Na, lo que he dicho, aquí soy yo el que manda, asín es que no hay que platicar más de la cosa; con que a llevarle el mantón a la Rafaela, y mañana, como es domingo y la semana no ha sío maleja del tó, y como también yo quiero que Joseíto pague los malos ojos con que me miró aquel día, mañana sus espero a dambos, a las dos en punto, pa que nos vayamos los tres a tomar un bocao a cá del Quitapenas y...

-¡Camará! - decía cinco minutos después Joseíto, mientras Cayetano, devorado por la impaciencia, desdoblaba el mantón a la luz de uno de los faroles del alumbrado público, en una de las calles más solitarias del barrio -, pos dí tú que este mantón vale catorce mil millones de veces más que el otro, como que más que mantón es un canasto de flores.