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En el tiempo, en que la noche

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En el tiempo, en que la noche
de Manuel Botelho de Oliveira

En el tiempo, en que la noche
Oscuro pavón despliega
Para sus alas las sombras,
Por sus ojos las estrellas;

Un Portugués Africano,
Que en valor, y gentileza
Asombro fuera de Marte,
Envidia de Adonis fuera;

A un tiempo prende, y desata
Con una Africana bella,
Prende sus brazos dudosos,
Desata sus voces tiernas.

En la ausencias, le dice,
Las dichas luego se abrevian,
Que a relámpagos de dichas
Suceden rayos de ausencias.

El alma te dejo: pero
Se ofende Amor; pues sin ella
No puedo alentar cuidados,
No puedo sentir tristezas.

Si en darte el alma se ofende,
Mira lo que escrupulea,
Pues siente lo que es ternura
Pues culpa lo que es fineza.

A Dios en fin ella entonces
Bella, y llorosa, se muestra,
Ya como Aurora en sus luces,
Ya como Aurora en sus perlas.

Estas palabras le dice
Bien sentidas, mal discretas,
Entre contentos dormidos,
Entre congojas despiertas.

No te ausentes, que en mi pecho
Si el alma tuya me entregas,
A pesar de tus traiciones
Has de padecer más quejas.

Mas ¡ay! que eres tan esquivo,
Que solo porque padezca,
Te solicitas los males.
Y te prohijas las penas.

Si por sus flechas, y fuego,
Ingrato el Amor desprecias,
Sabe que hay fuego en batallas,
Ve que entre Moros hay flechas.

Bien conozco que las balas
No temes, pues te confiesas
Como acero en los rigores,
Como bronce en las durezas.

Pero, si adviertes, te engañas,
Que cuando el alma me llevas,
Has de ablandarte a los golpes,
Has de aprender las ternezas.

Si a la guerra te aventuras,
Espera, tirano, espera,
Ve que tus ojos son armas,
Mira que el Amor es guerra.

Como siempre en los amores
Ambas las almas se truecan,
Tienes el alma Africana,
Tengo el alma Portuguesa.

Busca, traidor, otra Dama;
No te ausentes, y te sienta
A mis llamas duro mármol,
A sus soles blanda cera.

Mira, ingrato, lo que estimo
Tu vista, que por quererla
Me festejo la desdicha,
Me solicito la ofensa.

Del África en los Desiertos
Viviré, para que vea
Mis llamas en los ardores,
Tus crueldades en las fieras.

Esto dijo, y con desmayos
Se esconden, se desalientan
Ya sus luces en ocasos,
Ya sus rosas en violetas.

Huye el Portugués, y a un tiempo
Le llaman, cuando se aleja,
A sus oídos la trompa,
A sus ojos la belleza.


Esta poesía forma parte del libro Música de el Parnaso (1705)