En el umbral de la noche
Infinito deseo de alas,
continuas nostalgias de vuelo:
corazón mío que te exhalas
como grano de mirra al cielo.
Beso, rosa, mujer y lira:
ya sé la vanidad de todo;
sé de la sierpe que conspira
contra la estrella, desde el lodo;
de la penumbra en que su flecha
aguza deidad vengativa;
del ojo del caos que acecha
nuestra miseria fugitiva.
¡Oh, la ternura permanente
de caminar, ciego, en la sombra,
y el temor de ver de repente
la faz de la que no se nombra!
Aquella angustia deliciosa
de esperar —sin hora ni día—
a la Emperatriz Silenciosa
que viene en la barca sombría.
¡Pues la fatal Guadañadora
tan recatada y dulce llega,
que no se ve la Segadora,
sino la siega!...
Feliz quien hizo, sin saber,
la mísera ofrenda mortal:
pues no tuvo que conocer
la espantosa angustia final.
¡Bienaventurado el infante
de clara pupila serena,
que miró la vida un instante...
y se retiró de la escena!
¡No conocieron la tortura
de temer lo que ha de llegar,
este dolor, esta amargura
de esperar siempre, de esperar!