En familia: 2

De Wikisource, la biblioteca libre.
En familia de Florencio Sánchez
Acto Primero


Acto primero[editar]

Sala bien amueblada; puertas laterales y al foro. A la izquierda, mesa escritorio.

EMILIA, MERCEDES, LAURA y EDUARDO


EMILIA.- ¡Oh!... No ha de estar tan fundido cuando se hospeda en el hotel. ¡Siempre cuesta eso!

MERCEDES.- En alguna parte tenía que alojarse el pobre hijo.

EMILIA.- ¡Hay tantas casas de pensión baratas!

MERCEDES.- No querrá llevar a su mujer a sitios que puedan desagradarla...

EMILIA.- ¡Oh! ¡La tana pretenciosa!... ¡Cuidado no se fuese a rebajar!...

MERCEDES.- ¡Bueno! Creo que no tenemos derecho a decir nada. ¡Donde debió hospedarse Damián es aquí, en casa de sus padres, en su casa!... ¡Nos hemos portado muy bien con él!... ¡Muy bien!

EMILIA.- ¡Cómo para huéspedes está la casa!

LAURA.- ¡Si hubiese venido solo, menos mal!...

EMILIA.- ¡Ni solo! ¡Quien coma es lo único que sobra en esta casa!

MERCEDES.- Y lo único que falta es quien trabaje.

EDUARDO.- ¿Empezamos con las indirectas? ¿Saben que me tienen harto ya?

EMILIA.- Pues me felicito, hermano. De un tiempo a esta parte, aquí nadie se harta de nada.

MERCEDES.- ¿Por culpa mía, no?

EMILIA.- No señora, no. Por culpa nuestra, ¿verdad, Laura?

LAURA.- ¡Claro está! Todavía no hemos encontrado un novio capaz de casarse y mantener a toda la familia.

EMILIA.- Sin embargo, no deben afligirse. Hay muchos medios de buscar fortuna.

MERCEDES.- ¡Grosera! (Vase por primera derecha.)

EMILIA.- ¡Oh! ¿Para qué empiezas? ¡Bien sabes que no nos mordemos la lengua!

EDUARDO.- Lo que digo es que tiene razón mamá. Damián ha debido venir a esta casa. Lo que había de gastar en otra parte lo gastaría con nosotros y salvamos la petiza.

EMILIA.- ¡Muy bonito es vivir de limosna! Vos para los negocios tenés un sentido práctico admirable.

LAURA.- Limosna, no. Retribución de servicios, en todo caso.

EDUARDO.- Peor es vivir del cuento.

EMILIA.- ¡Cuándo no habías de salir con alguna patochada, guarango!

EDUARDO.- ¿Para qué tanto orgullo, entonces?

EMILIA.- Tengo en qué fundarlo, ¿sabés?

EDUARDO.- ¡Miseria!

EMILIA.- Vergüenza y delicadeza. Todo lo que a vos te falta.

EDUARDO.- ¡Callate, idiota!

EMILIA.- ¡Andá a trabajar!... ¡Será mejor!

EDUARDO.- ¿Para mantenerlas a ustedes? ¿Para costearles los lujos y la parada?... ¡Se acabó el tiempo de los zonzos!

EMILIA.- ¡Zángano!

EDUARDO.- ¡Laboriosa!

LAURA.- (Que lee un diario.) ¡Mirá, che, quién se casa!... Luisa Fernández, con el doctor Pérez. ¡Fijate!...

EMILIA.- ¡Qué me contás! ¿Y ya sale en la vida social? ¡Quién le iba a decir a la almacenerita! ¡Lo que es tener plata!

LAURA.- Y el mozo es muy bien.

EMILIA.- ¡Quién sabe, che! ¡Hay tantos doctorcitos hoy en día, que uno no sabe de dónde han salido!

EDUARDO.- Eso es... despellejen... corten no más... La diversión más entretenida y económica... (A EMILIA.) ¿Dónde dejaste el mate, vos?

EMILIA.- Buscalo con toda tu alma.

MERCEDES.- ¡Caramba con Jorge, que no aparece!

EDUARDO.- ¿Aguardás a papá? Hoy, ¿qué día es?... ¿Jueves?... ¡Carreras en Belgrano!... ¡Espéralo sentada!

MERCEDES.- No puede haberse olvidado de que Damián viene esta tarde. Además, sabe que no tengo dinero, y hay que comprar todo para la comida.

EDUARDO.- ¡Ah!... ¿Comemos hoy? ¿Festejando qué cosa?

MERCEDES.- ¡Uf! ¡Son muy graciosos todos, toda la gente, de esta casa! ¿Qué importa que nos devore la miseria, ni vivir una vida de vergüenza y oprobio, debiendo a cada santo una vela, pechando y estafando a las relaciones, desconceptuados, despreciados?...

EMILIA.- ¡Despreciados, no!

MERCEDES.- ¡Despreciados, sí, despreciados! ¡Nada les preocupa, ni les quita el buen humor!... La verdad es que no sé qué laya de sangre tienen ustedes. ¿Que no hay que comer?... ¡Nunca tan alegres y jaranistas!... ¿Que nos embargan los muebles?... ¡Pues viva la patria!... ¿Que el viejo hace una de las suyas?... ¿Han visto que tipo rico?...

EMILIA.- Vea, señora: ya no se usa llorar por eso.

MERCEDES.- No; no les pido que lloren, sino...

EMILIA.- ¿Qué?

MERCEDES.- Nada, nada... Damián no es como ustedes, no.

EMILIA.- ¡Oh! Es una monada su hijito. Si no fuera por él, no andaríamos tan bien vestidos, ni pasearíamos tanto, ni cumpliríamos con nuestras relaciones, ni siquiera comeríamos regularmente.

LAURA.- (Irónica.) ¡Ni tendríamos todas estas alhajas!

MERCEDES.- No tiene obligación de mantenernos.

EDUARDO.- Pero yo, sí ¿verdad?... ¡Aquí te quería!... Para tu Damián, que está en buena posición, sino rico, y no se acuerda de nosotros, ni un reproche... Todos me los reservás... ¡Te agradezco la preferencia!

MERCEDES.- Sabe ganarse la vida, se ha hecho un hombre, y, lejos de sernos gravoso, bastante nos ayudaba.

EMILIA.- ¡Ayudaba!... ¡Bien dicho!

EDUARDO.- Creo que yo no les hago mucho peso... Como cuando hay, duermo en un rincón, y, a veces, hasta les ayudo en las tareas de la casa... ¿Qué más quieren?... Además lo he repetido hasta el cansancio... ¡No quiero trabajar!... ¡No quiero trabajar!... Cuando se aburran de tenerme en casa, me lo dicen... ¡Me pego un tiro y se acabó!...

MERCEDES.- ¡Ave María!... ¡Muchacho!... ¡No digas locuras, por Dios!...

EDUARDO.- Y lo hago, ¿eh?... ¡No crean que es parada!... (A EMILIA.) ¿Dónde dejaste el mate?

EMILIA.- En el comedor.

EDUARDO.- ¡Gracias! (Vase.)

Dichos, menos EDUARDO

EMILIA.- (A MERCEDES.) ¡Ahí tenés lo que sacás con meterte a hablar de zonceras! Al otro le vuelve la manía y es capaz de hacer una locura.

MERCEDES.- ¿Pero, qué he dicho yo?... ¡Señor! ¡Señor!... ¿Por qué somos así? En esta casa, no hay un momento de paz... Ni hablar se puede... Abre uno la boca y ya están todos con las uñas prontas para tirar el zarpazo a la primera palabra. Acabaremos por odiarnos, de esta manera.

EMILIA.- La verdad es que cada vez nos queremos menos.

MERCEDES.- ¡Quizá no te falte razón!

EMILIA.- La tengo, mamá. Lo que es, para ti, el único hijo es Damián, y de papá... ni siquiera...

LAURA.- ¿Y Tomasito?

EMILIA.- Es verdad... Es su discípulo. Lo hace estudiar para calavera y lo lleva a las carreras.

LAURA.- Y a la ruleta, por cábula. Es mascota el chico. (Señalando a MERCEDES que llora silenciosa.) ¡Fíjate aquello!.

EMILIA.- ¡Claro está!... ¡Che!... ¿Es lindo el folletín nuevo?

LAURA.- Me parece una zoncera... Puede ser que más adelante mejore. ¿Querés el diario? Yo me voy a arreglar un poco. Esos no han de tardar.

EMILIA.- ¡Es cierto! ¿Cómo está mi pelo?

LAURA.- ¡Bien! Pero no me gusta cómo te queda ese peinado: te hace más gruesa.

EMILIA.- Si me ayudas, lo cambio.

LAURA.- ¡Para lo que te cuesta!... Tengo que arreglarme yo primero.

EMILIA.- ¡Así sos, egoísta! ¡A ver mamá!... Dejate de llorar y cambiate ese vestido, que estás impresentable.

MERCEDES.- Estoy muy bien para recibir a mi hijo en mi casa.

EMILIA.- ¡Hacé lo que quieras! (A LAURA.) ¡Vamos, che! (Mutis con LAURA, por segunda derecha.)

MERCEDES y JORGE

MERCEDES.- ¡Pobres hijos!...

JORGE.- (Por foro derecha.) ¿No han venido?

MERCEDES.- No.

JORGE.- No traigo nada; ni un peso... Si Sultana no entra en la cuarta, estamos bien reventados... Le tomé dos y dos.

MERCEDES.- ¡Ah!... ¡Está bueno!

JORGE.- Estoy de jetta hoy. Le mandé un mensajero a Gutiérrez, que me prometió algo, y ni en el escritorio, ni en la casa, ni en ninguna parte se puede hallar.

MERCEDES.- ¿Y con qué cara vamos a recibirlos, después de tanto empeño en que vinieran a comer?

JORGE.- ¿Qué hace falta?

MERCEDES.- ¡Todo!

JORGE.- ¡Si el almacenero fuera capaz!

MERCEDES.- ¡Ni me hablés de eso!

JORGE.- ¡Aguardá un poco!... Algún recurso ha de haber... ¡Ah!... Pues dame la cadenita aquélla...

MERCEDES.- ¿Mi relicario? ¡Ya te he dicho que me han de enterrar con él!

JORGE.- Te aseguro que mañana lo sacamos.

MERCEDES.- ¡No, y no. Con igual seguridad hemos perdido todas nuestras alhajas!... ¡Andá y buscá!... Conforme hallás para jugarle a tu Sultana, podrás encontrar para darles de comer a los tuyos.

JORGE.- Estás muy enérgica hoy. La vuelta del hijo mimado te ha dado bríos.

MERCEDES.- ¿También vos? ¡Les ha dado fuerte con eso!

JORGE.- No, mujer. No es reproche... (Viendo entrar a EDUARDO por segunda izquierda.) ¿Ya estás vos con tu mate? ¿No te lo han prohibido?

Dichos y EDUARDO

EDUARDO.- (Entrando.) ¡Bah!... ¡Es mi único vicio!

JORGE.- Te hace mal.

EDUARDO.- ¿Y a mí qué me importa? ¡Ni a ustedes!...

JORGE.- ¡Bueno, basta!

EDUARDO.- ¡Basta!

MERCEDES.- (A JORGE.) ¿Vas o no vas?

JORGE.- Voy por hacerte el gusto, pero no te aseguro el resultado... ¡Hasta luego! (Vase por foro derecha.)

EDUARDO.- ¡Sablazo!... ¿Quién es el candidato?

MERCEDES.- ¡Qué sé yo! (Pausa).

EDUARDO.- ¿Querrás creer?... Hoy hice catorces veces el solitario de las cuarenta y no me salió. ¡Tuve ganas de romper la baraja!... Y tan fácil que es, ¿no?... (Pausa.) ¿Y las muchachas? ¿Se ha peleao mucho hoy la gente?... Y vos, ¿has llorado también?... Se te conoce en los ojos... ¡Son bravos esos bichitos!... ¡Tienen una boca!... La pava sos vos. Mirá: aquí sólo hay dos personas dignas de lástima: nosotros. Vos porque tomás la vida en serio y nadie te lleva el apunte; yo, por esta vocación que tengo para el atorrantismo... Porque a mí no me la cuenta el médico... Yo no tengo neurastenia ni un corno, sino pereza pura... ¿No estás de acuerdo, vos?

Dichos y EMILIA

EMILIA.- (Por primera izquierda.) ¿Se fue el viejo? ¿Trajo dinero? ¿Qué vamos a hacer entonces?... ¡Bonito papelón! ¡Después no quieren que una proteste y se subleve!

MERCEDES.- ¡No te aflijás!... Yo lo arreglaré todo... ¡No pasaremos vergüenza!

EMILIA.- ¿Cómo?

MERCEDES.- De una manera muy natural. Cuando venga Damián, lo llamo aparte y le pido unos pesos prestados...

EMILIA.- ¿Qué?... ¿Qué decís?... ¡No faltaría otra cosa!... Para eso, nos hubiéramos hecho invitar por ellos... ¡No harás eso!... ¿Eh?... ¡Cuidadito!

EDUARDO.- (Riéndose.) ¡Cuidadito! ¡Cuidadito!... La frescura, ¿no? (Mutis.)

MERCEDES.- ¡Lo haré! ¡Lo haré! No pienso, sépanlo bien, hacer la farsa con mi hijo... Le contaré todo, todo, todo cuanto pasa en esta casa.

EMILIA.- ¿Te has enloquecido?

MERCEDES.- Estoy muy cuerda... Todo pienso decírselo. La vida que llevamos, lo que es tu padre, lo que son ustedes...

EMILIA.- Lo que sos vos también.

MERCEDES.- Sí; lo que soy yo... El más desgraciado de los seres...

MERCEDES, EMILIA, DAMIÁN, DELFINA y LAURA

DAMIÁN.- (Por el foro con DELFINA.) ¿Se puede? Supongo que tenemos derecho a entrar sin anunciarnos.

MERCEDES.- ¿Cómo les va, mis hijos? (Saludos.)

DELFINA.- Hemos venido un poco tarde. Damián se entretuvo en sus asuntos.

DAMIÁN.- Traía la mar de encargos y comisiones, que he querido cumplir cuanto antes, para quedar libre y dedicarles el resto del día. ¿Y el viejo?

MERCEDES.- Salió hace un instante. Vendrá pronto.

DAMIÁN.- A quien no he visto es a Eduardo.

MERCEDES.- Ahí anda el pobre con su neurastenia.

DAMIÁN.- Si me hubiera ido bien, me lo llevo al Chubut. En un par de meses se ponía como nuevo. (Laura entra y besa a DELFINA.) ¿Cómo te va, Laurita? ¡Cómo ha crecido esta chica!... ¿Y, qué tal de novios?

LAURA.- ¡Oh!... ¡Hay tiempo!

MERCEDES.- Tú, Delfina, estarás contenta con la vuelta a Buenos Aires.

DELFINA.- No crea, no mucho. Hubiera preferido quedarme allá. ¡Trabajaba tanto Damián! Si no se hubiera encaprichado en hacer ese negocio de las Malvinas, estaríamos muy acomodados.

DAMIÁN.- Se empieza de nuevo, ¡qué diablos! Me han ofrecido muchas facilidades para trabajar aquí.

MERCEDES.- ¿Perdiste mucho, verdad?

DAMIÁN.- Todo lo que tenía, menos la vergüenza y el cariño a mi mujercita.

EMILIA.- Y el nuestro, ¿entró en la quiebra?

DAMIÁN.- ¡Oh!... ¡Perdón! No te resientas, vieja. Sé que tú me sigues queriendo como antes.

EMILIA.- ¿Otra vez?...

DAMIÁN.- No me dejas concluir, muchacha. ¡Qué susceptibilidad!

EMILIA.- ¡No, no! Hablo en broma.

MERCEDES.- Delfina: ¿por qué no te sacás el sombrero? ¡Acompáñenla, muchachas!

DELFINA.- Tiene razón. (Vase por izquierda con LAURA y EMILIA.)

EMILIA.- (Volviéndose.) ¡Ah, mamá! ¡Oíme!

MERCEDES.- (Aproximándose.) ¿Qué hay?

EMILIA.- ¡Cuidado con hacer una de las tuyas!... Te conozco... Has querido quedarte sola...

MERCEDES.- (Con mal gesto.) ¡Oh!... (Vase EMILIA por izquierda.)

DAMIÁN.- ¿Qué hay?

MERCEDES.- Nada, hijito. ¡Cosas de ellas!. ¡Zonceras!...

DAMIÁN.- (Afectuoso.) Está más desmejorada, mi vieja. ¿No anda bien de salud?

MERCEDES.- Así no más.

DAMIÁN.- Hay que cuidar el número uno. Díme una cosa... Estoy echando de menos aquel bronce que gané de premio en las regatas. ¿Te acuerdas?

MERCEDES.- Es verdad: no está.

DAMIÁN.- ¿Qué suerte ha corrido?

MERCEDES.- Estééé... ¿El bronce?... ¡Ah!... ¡Sí!...

DAMIÁN.- ¿Un compromiso?...Seguro que lo han regalado.

MERCEDES.- Sí, sí... regalado... (Pausa.) Decime, Damián... ¿Quieres? Si tienes, ¿eh? ¿Quieres prestarme diez pesos?... ¡Perdóname, pero!...

DAMIÁN. - ¡Oh, qué tontería!... Tomá cien... No tengo más...

MERCEDES.- ¡No, no! Es mucho... Yo no quería incomodarte... pero tan luego hoy, que los habíamos invitado, no teníamos, casi casi, ni qué poner al fuego... ¡Las muchachas, si lo saben, se van a enojar mucho! Pero ¿Con quién, sino con los hijos, se ha de tener confianza?

DAMIÁN.- ¿De modo, que están pasando estrecheces?

MERCEDES.- ¡Peor, hijo; peor!... ¡Una miseria espantosa, faltándonos muchas veces hasta lo más indispensable!

DAMIÁN.- ¡Oh! ¡Tanto no puede ser!...

MERCEDES.- Eso y mucho más... Un día... Dos días, a mate y pan

DAMIÁN.- Pero, ¡Qué horror! ¿Y cómo ha podido ser?

MERCEDES.- ¡Vaya a saberse!... Como todas las cosas de la mañana a la noche nos quedamos en la calle... Jorge dice que perdió en la Bolsa, pero lo que yo creo es que nos faltó cabeza a todos... Hace más de un año que estamos así... Mucho más... Y lo peor no es eso... Poco a poco, hemos ido perdiendo la estimación de las gentes. Al principio no fue nada. Se pidieron préstamos grandes, y fueron concedidos con la seguridad del reembolso. Nadie iba a pensar que tu padre, tan acreditado, fuera capaz de...

DAMIÁN.- Comprendo.

MERCEDES.- Después, agotado el crédito, es necesario comer, y viene el expedienteo vergonzoso; no hay recurso que se desprecie por indigno, para asegurar el techo y el pan. ¿Qué digo techo?... La casa, que es indispensable para guardar las apariencias, y tú sabes muy bien que en semejante situación los escrúpulos y la vergüenza son el primer lastre que se arroja del honor... Todavía no me doy cuenta de cómo he podido amoldarme a semejante vida. Con decirte que yo, que tu madre, que fue siempre una mujer de orden y delicada, ha llegado hasta a robarle a una pobre gallega sirvienta.

DAMIÁN.- ¡Oh, mamá!

MERCEDES.- Hasta a robarle, sí, señor, hasta a robarle a una pobre mujer los ahorros que me había confiado. (Llora.)

Dichos, DELFINA y EMILIA

DAMIÁN.- (A DELFINA y EMILIA que vuelven.) ¿Quieren dejarme un momentito con mamá?

DELFINA.- ¿Conferencia habemos?

DAMIÁN.- Nada grave... Ya terminamos. (Mutis de DELFINA y EMILIA.) ¡Vamos! ¡No se aflija, vieja!

MERCEDES.- Hago mal en contarte cosas tan tristes... Podías pensar que trato de interesar tus buenos sentimientos, con propósitos egoístas.

DAMIÁN.- No, vieja...

MERCEDES.- He repetido tantas veces la historia de nuestras desdichas, que necesito la salvedad para convencerme de que no estoy mendigando. Contigo no, hijo... Todo lo contrario. Ya que vienes a vivir aquí, quiero prevenirte contra nosotros mismos. Por otra parte, necesitaba este desahogo...

DAMIÁN.- ¡Pobre viejita!... Pero, y papá y Eduardo, ¿Qué han hecho?

MERCEDES.- Nada, hijo. Tu padre, como si con el dinero hubiera perdido las energías, echarse a muerto y dejarse llevar por la correntada... En cuanto a Eduardo, enfermo y maniático, aquí se lo pasa, sin salir a la calle, levantándose de una cama para tirarse en otra.

DAMIÁN.- ¡Qué barbaridad!... ¿Por qué no me has escrito diciéndome la verdad? Yo dejé le mandarles los pesitos aquellos a las muchachas, cuando empezaron a andar mal mis negocios, creyendo que no serían indispensables... ¡Sí hubiera sabido!

MERCEDES.- He mentido en perjuicio de tus buenos sentimientos, diciéndoles a estos que tú ignorabas nuestra miseria.

DAMIÁN.- ¡Oh!... ¿Por qué hiciste semejante cosa?

MERCEDES.- ¡No me lo preguntes! Te he dicho todo lo que podía decirte.

DAMIÁN.- Luego, ¿reservas algo?

MERCEDES.- No; nada más, hijo mío; nada más...

DAMIÁN.- ¡Bueno!... ¡Esto no puede seguir así! Estamos, felizmente, en tiempo de reaccionar. Tranquilízate. Tú me ayudas, y desde hoy nos pondremos a enderezar este hogar.

MERCEDES- ¡No, no, hijo!... ¡No te metas!... ¡No puede ser!...

DAMIÁN.- Ahí está el viejo. Verás cómo se empieza.

Dichos y JORGE

JORGE.- (Por foro.) ¡Hola, buen mozo!... ¿Qué tal?

DAMIÁN.- Bastante disgustado... contigo en primer término. Mamá me acaba de contar todo lo que les pasa, y no me explico, francamente, cómo un hombre de tus condiciones no ha tenido el valor de sobreponerse a la situación.

JORGE.- ¿conque esas teníamos? ¡Hombre, la verdad es que me agarra sin perros tu interpelación!...

DAMIÁN.- No; la cosa, no va de broma... Me vas a permitir mis primeras observaciones...

JORGE.- ¡Cómo no, hijo!... ¿Son muy largas?

DAMIÁN.- Si te ofendes, me callo.

JORGE.- Preguntaba... para tomar asiento, si valía la pena...

DAMIÁN.- Si mal no recuerdo, antes no usabas tan buen humor...

JORGE.- ¿Qué querés?... ¡Las desgracias me han puesto así!...

DAMIÁN.- ¿Cínico?...

JORGE.- (Alterado.) ¿Eh?...

DAMIÁN.- ¡Perdón, viejo! Me molestaste y la palabra salió sola... ¿Me disculpas?

JORGE.- (Bondadoso, sentándose.) Sí, Damián; yo tuve la culpa... (Pausa.) Vamos a ver. ¿Qué te ha contado Mercedes?... ¿Que estamos arruinados? ¿Que pasamos privaciones de todo género?... ¡Es la pura verdad! Me metí en especulaciones arriesgadas, y me sucedió lo que a tantos. Quise levantar cabeza y no pude, y de ahí, barranca abajo...

DAMIÁN.- Pero te has dejado derrotar de una manera bochornosa...

JORGE.- ¿Qué podía hacer?

DAMIÁN.- Pelear; luchar. Para un hombre, perder una fortuna no debe ser un contratiempo irreparable, amigo. Además, hay mil recursos en la vida... Sí no son los negocios, es un empleo.

JORGE.- ¿Y cuando ni eso se consigue?

DAMIÁN.- Se agarra un pico, y a cavar tierra, ¡qué diablos!... No estamos tan viejos, ni tan débiles para no poder ganarse el pan decorosamente. Además, tú tenías la responsabilidad de toda esta familia, y no has debido permitir que descendiera a una miseria tan vergonzosa.

JORGE.- ¡Oh!... Todo eso es muy bonito, muy noble, muy honrado; tu madre me lo ha dicho muchas veces también; pero no se puede realizar... ¡Cavar la tierra! Andá vos que no has tenido una pala en las manos, a ganarte la vida por inútil. Elegí el trabajo más fácil -¿cuál te diré? -el de changador. El señor Jorge Acuña, resuelto a vivir decorosamente de su trabajo, tiene que empezar por llevar a su familia a la pieza más barata de un conventillo. Preguntales a la señora de Acuña y a las distinguidas señoritas de Acuña, si están dispuestas a cambiar la miseria vergonzosa de esta casa por la pobreza honorable de la habitación de un conventillo, o con quién se quedarían, entre el heroico padre changador, o el padre desgraciado, pechador y sinvergüenza, que las sostiene con el decoro y las apariencias. Andá; preguntales.

MERCEDES.- Lo que es yo de buena gana iría al conventillo.

JORGE.- Tal vez fueses capaz de esa abnegación, pero ellos no. Y últimamente... ¡ni yo mismo! Sería una heroicidad superior a mis energías y no me equivocaría mucho al decir que nadie hay tan fuerte para realizarla. Convéncete, Damián: son teorías bonitas, nada más, las tuyas. ¡Si habré tratado de reponerme inútilmente! Ahora ya ni me preocupo, porque sería perder el tiempo. Mi desconcepto es tan grande, y digo desconcepto por no mortificarlos calificándome peor, que jamás podré alzarme de mi categoría de vividor profesional. (Pausa.) Quedan algunos recursos... gente que no le conoce bien a uno y se deja sorprender... uno que otro viejo amigo generoso... una tanteadita al treinta y seis colorado... En fin, lo bastante para ir tirando. ¿Que falta un día el puchero?... ¡Mañana quizá lo tengamos!... No hay criaturas en casa... Los grandes no lloran y capean el hambre con chistes. Y en cuanto a lo otro... -eso de la desvergüenza y la dignidad, y qué sé yo...- la costumbre es una segunda naturaleza. Se nos ha formado el callo. (Pausa.) Ahora, hijo mío, quedás autorizado para aplicar la palabrita que se te escapó hace un rato... ¿Cínico era, no?

DAMIÁN.- Muchas gracias, papá. No me atrevería a insultarte, pero te desconozco.

JORGE.- Lo creo.

DAMIÁN.- ¿De modo que esto, a tu juicio, no tiene remedio?

JORGE.- Absolutamente. Constituimos nosotros, y es mucha la gente que nos acompaña, una clase social perfectamente definida, que entre sus muchos inconvenientes tiene el de que no se sale más de ella. «¡Lasciate ogni speranza!...»

DAMIÁN.- ¡Está bueno! De modo que... ¡vamos!... dime siquiera una cosa en serio... -porque hasta ahora, si bien me has dicho muchas verdades, has estado forzando la nota del desparpajo. Dime: ¿quieres autorizarme por un tiempo a manejar esta casa?

JORGE.- ¡Cómo no!

DAMIÁN.- Entonces, desde este momento quedas jubilado. Tengo muy poco, lo suficiente para sostenerme hasta que pueda trabajar, pero manejado con orden alcanzará para todos. Desde mañana, pues, nos vendremos a vivir acá, y ya veremos si se sale o no se sale de tu infierno. ¿Convenidos?

MERCEDES.- No hay necesidad. (A DAMIÁN.) Tú querrás conservar tu independencia, y debes conservarla. Piensa en que no eres solo.

DAMIÁN.- A Delfina le gustaría la idea, estoy seguro.

MERCEDES.- Aunque le guste. Yo no puedo permitir... Sí, mi hijito... Si querés ayudarnos, nos pasas una mensualidad y nos arreglaremos bien.

JORGE.- (Extasiado.) ¡Déjalo, mujer!

MERCEDES.- No; no lo hagas; podría pesarte... Eres demasiado bueno, tú.

DAMIÁN.- ¡Sería curioso que no lo hiciera! Te aseguro, vieja, que no me impongo la menor violencia. Salvo que te contraríe tenerme a tu lado...

MERCEDES.- ¡Eso no! Pero...

DAMIÁN.- Entonces no hay más que hablar.

Dichos y EDUARDO; luego DELFINA

EDUARDO.- (Con el mate en la mano.) ¡Hola, grande hombre!

DAMIÁN.- ¡Adiós, personaje! (Se abrazan.) ¿Qué tal? Me han dicho que andás enfermo.

EDUARDO.- Enfermo y aburrido, che. ¿Y vos?... ¿Te fundiste allá?

DAMIÁN.- Casi, casi.

EDUARDO.- No hay vuelta, che... ¡Estamos jetados!

DAMIÁN.- ¡Qué jeta, ni qué zonceras! Lo que te hace falta a vos es dejarte de preocupaciones y pensar seriamente en la vida. Verás cómo te hago pasar esa neurastenia antes de mucho tiempo.

EDUARDO.- ¿Cómo, che?

DAMIÁN.- No te apures; ya lo sabrás,

DELFINA.- (Entrando.) ¿Terminó la conferencia?

DAMIÁN.- Con una importante resolución. Mañana dejamos el hotel y nos venimos a vivir con los viejos. ¿Te place?

DELFINA.- ¿Cómo no?... ¡Con el mayor gusto!

EDUARDO.- ¡Ah!... ¿Te has resuelto a eso?... ¡Dame esos cinco!... ¡Sos un... héroe!...


Telón.