En la sangre/Capítulo XXX
Capítulo XXX
Pero había de ser, tenía que suceder un día u otro nomás, por mucho que no quisiere sucedería, no se había de ir muy lejos.
¡Bien conocía los bueyes con que araba, bien sabía a qué atenerse, el papel que desempeñaba, cómo era recibido él por la familia, que no hacían más que tolerarlo los viejos, que lo admitían como de lástima, que lo miraban como a bicho inofensivo, como a una especie de cuzco de la casa, que lo tenían en cuenta de zonzo!
Pero así intentara arrancarse la careta y mostrar las uñas... ¡zas!... lo agarraba el padre de una oreja y lo echaba a puntapiés, como sonaba...
No, no había más, no había otro medio, era necesario que cayese la muchacha; que llegase Máxima a ser suya... Y él les había de preguntar, ¡ya verían entonces lo que era bueno!... ¿Qué más remedio les quedaba de miedo de un campanazo, de un escándalo mayúsculo que amuyar y soltar prenda?
¡Ni qué más iban a pretender ni qué más querían últimamente... hasta un favor les hacía con casarse, por muy bien servidos podían darse de que, una vez embromada la individua, quisiese él cargar con ella!...
La ocasión... eso, eso sobre todo le faltaba. Por muy confiada, por muy alma de Dios que fuese la señora, en la casa era imposible, muy difícil, muy expuesto. Una puerta abierta, un espejo, un descuido, algún sirviente, todo, a cada paso, podía venderlos, descubrirlos y, ¡claro!, se lo pasaba Máxima azorada, en un continuo dar vuelta, en un continuo mirar y levantarse, ir a espiar.
¿Salir?... no había de querer, ni había de poder, nunca salía sin la madre, y sin embargo, ¡qué pichincha para él pescarla sola por ahí, en alguna parte... en un baile de máscaras, por ejemplo, con ocasión del Carnaval que se acercaba, en uno de los bailes de Colón, ya que al Club no podía ir!...
Recordaba haberle oído que la habían invitado a salir en comparsa unas amigas, pero que ella se había negado, por él, porque se imaginaba que no le había de gustar.
Le diría que no fuese tonta y que aceptase, le sometería su plan: estando todas en el Club, se les ocurría de pronto ir a Colón, a ver, a curiosear; un antojo, un capricho, una viaraza de muchachas, consentida, en esos días de locura y de licencia en que todo era permitido.
No se trataba de una cosa del otro mundo, en suma; que lo intentara, que hablara con las otras, podrían verse así, pasar juntos los dos una parte de la noche.
Lo demás, las intenciones que llevaba él, eso allá para después, ésas eran cuentas suyas...