En qué pararon unas fiestas

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Tradiciones peruanas - Octava serie
En qué pararon unas fiestas​
 de Ricardo Palma


Cuando después de sofocar las turbulencias de Laycacota, colgando de una horca al justicia mayor Salcedo, llegó a Potosí el excelentísimo conde de Lemos, fue a visitarlo, aunque no de los primeros, don Antonio López Quiroga o Quirós, como lo apellida algún cronista. El lector que quiera adquirir amplio conocimiento del personaje, lea mi tradición titulada Después de Dios, Quirós, y sabrá que los historiadores potosinos están conformes en asegurar que la fortuna de este caballero excedía de cien millones de pesos.


¡Vaya una bicoca
para hacer boca!


Al presentarse don Antonio de visita en la casa donde se hospedaba el virrey, no lo hizo con las manos vacías, sino llevando de regalo a su excelencia una copiosa vajilla de plata, que representaba el valor de veinte mil duros.

¡Y que Dios no me depare a mí, pobre tradicionista y perseguidor de polilla, un visitante de ese rumbo! ¡Si cuando yo digo que el cielo comete unas injusticias que claman al cielo!...

Su excelencia don Pedro Fernández de Castro, a pesar del olor de santidad en que murió, porque comulgaba los domingos y movía los fuelles del órgano en la iglesia de los Desamparados, cuya fábrica dirigió y costeó, y a pesar de lo mucho que los jesuitas del Perú ensalzaron sus virtudes, era hombre avaro o que se engolosinaba con la plata.

Trató con exquisita cordialidad al opulento minero, y no dejó día sin invitarlo a comer, que en la mesa nacen las intimidades, pasando horas y horas departiendo con él en cháchara de confianza. Pero Quiroga, que era un tanto avisado y socarrón, decía para su capa: «¿A qué vendrán tantas fiestas?»

Llegó el día en que su excelencia tuvo que emprender viaje de regreso a Lima; y al despedirse del minero, le dio estrechísimo abrazo, diciéndole:

-Sólo la amistad de vuesa merced me ha hecho grata la residencia en Potosí; que mi cariño por vuesa merced es de deudo y no de amigo.

-¿Y por dónde soy yo pariente de vuecelencia? ¿Por Adán o por Eva? ¿Por la sábana de arriba o por la sábana de abajo? -preguntó don Antonio con cierta sonrisita no exenta de malicia y picardía.

-En la voluntad de vuela merced está nuestro parentesco -contestó el virrey.- Sepa vuesa merced que la condesa mi mujer está encinta, y que holgárame de verlo sacar de pila al fruto de bendición.

-Sea enhorabuena, que por mí no ha de quedar, y honra recibo en ello. Ya enviará mis poderes a un amigo íntimo que en Lima tengo.

Y don Antonio López Quiroga añadió para su capa: «¡Bendito sea Dios! ¡Y para lo que habían sido tantas fiestas! ¡Ah mundo, mundillo!»

Ocho días después, don Antonio despachaba para Lima un correo, con pliegos rotulados a un negro, cocinero de los frailes de San Francisco, quien vestía el hábito de donado y disfrutaba en la ciudad gran reputación de santo. Como que en la crónica conventual están apuntados muchos de los milagros que hizo.

El tal López Quiroga, que era hombre de arrequives y gallo de mucha estaca, encomendaba al negro cocinero que lo representase como padrino en la ceremonia bautismal, y que entregase a la pobre comadre cien mil pesos para pañales o mantillas del mamón.