En un cumpleaños
Bien haya, niña, el hermoso,
el claro y brillante día
en que tu natal dichoso
llenó el mundo de alegría.
Como tan linda naciste,
tan bella y seductora,
mil coronas mereciste
¡oh niña! desde tu aurora.
Las flores te saludaron
al mirarte tan lozana;
y a una voz proclamaron
su digna y feliz hermana.
Y la brisa blanda y pura
jugueteando en tu redor,
prendada de tu hermosura
te rindió su tierno amor;
y robando en ese instante
mil perfumes a tu aliento
fue a decir leda y triunfante
al jardín tu nacimiento.
Y la estrella esplendorosa,
al contemplar tu mirada
bella, purísima, hermosa,
te dio su luz nacarada;
y he ahí por qué tus ojos
son dos brillantes luceros
que del alma los enojos
desvanecen hechiceros.
Los ángeles en tu risa
hicieron resplandecer
de los cielos la sonrisa,
viva imagen del placer.
Y por eso tu reír
da creces a tu beldad,
y es el iris que al lucir
serena la tempestad.
¡Oh niña!, que siempre sean
felices tus claros días,
y nunca en luto se vean
cambiarse tus alegrías.
Linda flor, siempre mecida
por el aura placentera,
que se conserve tu vida
en eterna primavera.
Bien haya, niña, el hermoso
el claro y brillante día
en que tu natal dichoso
llenó al mundo de alegría.
Loja, marzo 20 de 1862.