Enciclopedia Chilena/Folclore/Equitación criolla

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Equitación criolla
Artículo de la Enciclopedia Chilena

Este artículo es parte de la Enciclopedia Chilena, un proyecto realizado por la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile entre 1948 y 1971.
Código identificatorio: ECH-3009/3
Título: Equitación criolla
Categoría: Folclore


Equitación criolla.

Al calificar la tradición ecuestre del guaso es menester no solamente recordar su procedencia, sino también la importancia que supo atribuirse hasta honrar su clasificación junto con las otras naciones suramericanas, en el mismo plano que el Canadá, Estados Unidos, Sudáfrica, Australia, Méjico y Arabia entre los más reputados pueblos jinetes.

Esta preeminencia de la equitación suramericana queda confirmada por la circunstancia de que el caballo es un medio casi exclusivo de locomoción en la campiña. Esta diferencia es susceptible de producirse en una misma nacionalidad, tal como ocurre en Estados Unidos, donde las prácticas equinas de tejanos y californianos no pueden comprenderse en el resto del país.

En Chile la afición hípica goza de una gloriosa tradición. Bastaría recordar la insistencia de los Conquistadores para mantener sus recursos equinos en la guerra secular con los araucanos - tres siglos de caballería -, amén de la adaptación fulgurante que los indios hicieron de este animal como recurso bélico.

Dos justificaciones capitales de la "hipomanía" de los chilenos se enuncian confirmando primeramente la capacidad de crear una especialidad equina, que si no es oriunda del país se ostenta como una raza caballar "sui generis" y de reconocidas cualidades; y la persistencia de las artesanías suntuarias que ornan el ídolo del campesino, en detrimento de otras artes manuales, de antaño desestimadas.

Si no precisamente en su indumentaria, al menos en las prendas que lo exornan y los arreos de su corcel, el guaso chileno aparece como el mantenedor de toda la industria casera bien conservada en los límites de la artesanía (trenzados y tejidos de lana, forjas y damasquinado de espuelas, frenos y accesorios, como asimismo el "labrado" de los estribos).

Con atingencia a las escuelas de montar llamadas de la brida, estradiota y jineta, fuéronse puntualizando en América evoluciones y derivaciones del material mismo del arreo y el modo de usarlo. En todo el Continente aparecen, simultáneamente, reminiscencias de esas enseñanzas o disciplinas, así como de los correspondientes estilos de montar, sin que sea posible extraer ninguna preferencia especial.

Antes de referirse a los ejercicios ecuestres relacionados con la campiña, es menester señalar ciertas disimilitudes de la nomenclatura americana en lo referente al acto ce cabalgar y a los lances de equitación.

Demás está advertir que en América Austral se limitan relativamente estos lances a causa de la repulsa de la faena taurina; pero su escuela cuenta con todo el perfeccionamiento de la tradición árabe y el ejercicio, por centurias, de los juegos de cañas y las carreras de la sortija. En Chile o la Argentina no podrían concebirse el coleo, el jaripeo y las filigranas del floreo a la resta de los mejicanos. Si éstos crearon una silla vaquera y un freno, también desarrollaron modalidades diversas, pero más relacionadas con el toreo. Esta promiscuidad mejicana se advierte en el aparatoso arreo del charro con su silla lisa o con su silla vaquera; ya bien extremada esta última por la elevada "cabeza" (borren delantero) y la alta "teja" (borren trasero). Puede la primera, con su doble prominencia, facilitar dos puntos de sostén pare la cuerda que aprisiona otro animal, y el conjunto se acrecienta con los bastes, cobija, reata, cantina, garrocha, manillas, dedales, machete, látigo, contralátigo, enreatados, contrarreatas y tantos otros accesorios. Para la Argentina hay también que agregar el pial, los bastos o almohadillas cilíndricas que modulan la montura, las boleadoras y demás piezas complementarias. Sin embargo, pese a su varia adaptación, los arreos del équido chileno son más sencillos, aunque no uniformes.

Insuperable muestra de la alta equitación hispánica ha quedado en la escuela española de Viena, que hasta ahora subsiste. Del ejercicio ordinario en la Península se nos legó la clara distinción entre los caballeros "pisadores", capaces de marchar y bracear con cierta ostentación, y los "terreros", que carecían de esas facultades. En 1914 el hipólogo chileno Uldaricio Prado se refería a la raza criolla equina dividiéndola en animales de paso, de brazo y de trote. En esta forma los diferentes aires íbanse sucediendo entre el apacible paso, la ostentosa marcha o braceo, el trote, el galope y la carrera, etapas algo relacionadas con el tranqueo (cuando se levanta un pie, después de haber asentado el otro) y el portante (sacando la mano y el pie del mismo lado).

Si hay caballos "aguilillas" en América, pueden estar en el Perú y Argentina, donde el andar natural de los corceles adquiere sorprendente avance y celeridad. Si el tipo chileno tiene un "paso" más lento y tranquilo, posee sobre aquellos la ventaja de otro grado más en la "marcha" (sacando más las extremidades, acentuando el ritmo más vigorosamente y obteniendo mayor avance), para pasar gradualmente al "trote". En el tipo peruano, por el contrario, la transición entre el paso (muy rápido) y el galope es inmediata; así como en el argentino al paso casi sucede el trote. Se impone en Chile el tipo "marchador", que bracea regularmente, en contraposición a otro tipo nacional, llamado "cuartago" y que no sale de su apacible andar. Se entiende que ninguno de estos ritmos corresponde precisamente al "sobrepeso" y al "marchado" de los caballos argentinos.

Durante la segunda mitad del pasado siglo la raza hípica de Chile adquirió - en un período de florecimiento - justa fama continental no solamente por la línea y singular apostura de los garañones, sino también por la resistencia y mansedumbre de la especie. Aún la subraza caballar que los araucanos habían logrado imponer no podía desdeñarse en razón de su capacidad media de "aguante", superior a treinta leguas diarias.

La domadura de animales bravíos ya ha sido considerada en otros capítulos y en todos los casos acumula proezas bien temerarias y propias de una naturaleza serrana. En orden a conseguir la instrucción posterior, para montar y para tirar, se procede con el método cosmopolita del trabajo de picadero. El adiestrador maneja el cabestro en constante paseo circular de la bestia y el ayudante tienta, en pacientes etapas, la colocación de los sucesivos arreos, el acto de cabalgar y el trabajo de rienda. En el adiestramiento de tiro se suceden similares maniobras, se le acopla al animal una rastra antes que el vehículo y se aborda al fin la "acción en pareja" con una cabalgadura ya adiestrada.

Los lances de equitación que suelen exhibirse ante los jurados de los concursos son los siguientes: a) "arrastrada", b) "volapié", c) "reculada", d) "apiada", e) "troya" y f) "el ocho"; todos atribuibles especialmente a los "caballos de patrón", o sea los animales selectos que ya han completado su aprendizaje. Pueden o no pueden ser "corraleros" (especializados en la "corrida de vacas" descrita en otro capítulo) y se les admite en estos concursos porque ya son "maestros en rienda". Se refiere el primer lance a la más brusca detención con "arrastrada" en plena carrera y después de haber solicitado al animal con las espuelas al pasar frente al jurado. Al momento en que el caballo parece sentarse sobre el cuarto trasero se le llama "entrada de patas". En el "volapié" el caballo no se detiene al fin de la "arrastrada", sino que vuelve inmediatamente por el lado izquierdo al punto de partida a repetir este ejercicio. Consiste el otro lance ("reculada") en retraerse, a reculones, inmediatamente que llegue a presentarse al jurado, retrocediendo algunos metros y sin vacilaciones ni desviaciones. Inmediatamente se efectúa la "apeada" que consiste en obtener la absoluta calma del corcel, mientras el jinete desciende y camina, jirando en rededor del caballo en ambos sentidos, para volver a montarlo. Delante del jurado y en el ejercicio de la "troya" el jinete obliga al animal a describir - al galope - un círculo cada vez más estrecho y con la mayor inclinación de cuerpo en el equino. En pleno movimiento le exige el jiro en sentido contrario u siempre con la mayor inclinación (casi tendido); procediendo a reducir la circunferencia hasta el máximo. Por último, diseñando la figura del "número ocho", al galope, se va aminorando el área de acción hasta donde sea posible, sin desfigurar la trayectoria iniciada. Como nota característica de esta serie de actividades debe señalarse el propósito permanente del jinete en orden a sorprender al animal, calculando situaciones imprevistas.

Entre los estilos regionales de montar y aparejar el caballo, no existen tantas variedades como las hay en la Argentina, donde se han llegado a establecer ocho tipos principales de aperos, pero se ostentan algunas creaciones guasas. Antes de reseñarlas conviene referirse al tipo de montura que ha prevalecido en España, buscando comparaciones. En los modelos de mayor difusión en la Península se ocultan debajo del casco o fuste el "sobrelomo" y la "almohadilla". Encima queda la "batalla" o parte de la silla donde descansa el cuerpo del jinete. Hacia adelante sobresale la "perilla" cubierta por la bolsa y la tapafunda. Hacia la parte trasera queda la "frontera" como apéndice de la copa, a la cual se adjunta la "correa del maletín" y la "bolsa de la herradura". Todo el resto coincide con los tipos americanos.

En Chile mismo y hasta el valle de Elqui, o sea a lo largo del desierto norteño, en sus oasis y contornos montañosos, y tanto para las mulas como para los borricos y los corceles, se hace uso de la voluminosa "carona" de los aymaraes. En Coquimbo y Aconcagua subsiste la colonial "enjalma" y abundan los pellones. A través de la Frontera domina la "enjalma" araucana y una mayor variedad se observa tanto en les islas como en las montañosas o desérticas inmensidades de Magallanes. En cambio, en todo el centro del país dominan dos tipos casi idénticos (con contornos rectangulares) de la genuina silla campesina, a los cuales hay que oponer la tradicional "montura redonda", fácil de identificar por sus faldones y todo su corte en líneas curvas. Presenta una "cabecilla" (arzón delantero) casi ten elevada como la "copa" (arzón trasero) acogiéndose en todo al antiguo corte medieval. Con menor difusión se insinúan también la "montura malvinera" que en la Argentina llaman "cangalla", la "montura de pellejo", la pequeña silla simple y sin pellones, casi tan liviana como la de los jockeys de carrera, imitada también en los Andes, y aún el tipo curioso de la silla vaquera de los mejicanos.

Antes de referirse a la simplicidad de las monturas de Chile, conviene detallar partes del arreo argentino, especialmente aquellas que pueden servir de cama. Bajo la silla acopian sudaderos, matras, bajeras, sobrepelos, jergas, peleros, jergones, caronas, caronillas e hijares; y encima acumulan pellones, cojinillos, redoblados con el pegual, el cinchón, la sobrecincha, las encimeras y los correones.

Este despliegue de materiales, integrantes del aparejo, facilita un símil aclaratorio con los avíos propiamente chilenos que ostentan dos modelos característicos de la montura guasa, muy difundidos en el Valle Central. Pertenecen a la ejemplar "silla de copa", en la cual el trozo de lona firme denominado "pelero" (sudadero) cubre el lomo de la cabalgadura, soportando la "camada" de uno o varios "pañetes" (mandiles, abatanados). Sobre ese conjunto gravita el "casco" (armadura, enjalma), de madera, fierro y suela, pero forrado con cuero y charol en las partes visibles, integrando el alma de la montura con las prominencias, delantera y trasera, llamadas respectivamente "cabecilla" y "copa". Aún deben sobreponerse los "pellones" (cueros de corderos, a veces ribeteados con cuero), algo cubiertos por la "pellonera" en carpincho o gamuza y el "tapacinchón" que oculta el correaje donde se amarran las cinchas. Los estribos van unidos al casco por las aciones (arciones, arcioneras) y en la parte posterior sobresalen el lazo y el correspondiente "tapalazo" o "niñito". Cruzan del tapacinchón a la copa las correas llamadas "apretadores". Bolsas bordadas (prevenciones) se sujetan entre el casco y los pellones.

Son muchos los elementos imprecisos del aparejo usados indistintamente por el guaso del agro, el arriero de los confines norteños y sureños, los jinetes araucanos y chilotes y los "puesteros" magallánicos. El alma de la montura - desde la mas ostentosa a la más elemental - si bien se asimila en el desierto y en las montañas de Tarapacá y Antofagasta al modelo de la carona de los bolivianos, repudia abiertamente el corte y material de la albarda española, para identificarse, en lo posible, a un tipo de enjalma difundido en toda Suramérica. Sus dos paralelas piezas de madera, oblicuadas en su colocación, van unidas en los extremos por arcos de leña y por refuerzos de suela en las uniones restantes. Esta disposición ha inducido, por antonomasia, a denominar "enjalma" tanto al más elemental casco o armazón o a la más aparatosa silla, como asimismo a las más osadas simplificaciones del avío. El "lomillo" chileno destinado a defender de todo roce el dorso de la cabalgadura es un recurso tan corriente como los "bastos" argentinos o los "bastes" mejicanos (derivados ambos del baste español) o almohadillas de cuero para conformar los costados; y en esta línea de confusión están las bayetas o mandiles, la peineta, la copa, la cabecilla, el borren, el fuste, la cabecilla y tantas otras minucias del recado de montar, en evolución propia.

Abordando una creación chilena hay que aludir a los estribos de madera, en los cuales se prefieren maderas autóctonas como el espino, el quillay, el peumo, el litre, sin repudiar al nogal, al sauce, al naranjo y al limón. Tanto los modelos del gran zapato como las heterogéneas hormas aparecen bien voluminosos y profusamente labradas. Estas últimas, llamadas confusamente "estuche", "cabeza de perro", "media campana", "baúl", "mate", "trompa de chancho", "horno", etc., van modeladas con una parte frontal, casi plana, y recias volutas laterales. Motivos preponderantes del relieve son las cadenetas y especialmente los labores de "abotonado", dentro de los tradicionales adornos moriscos de los botones labrados. Como obras de arte se han preferido siempre los estribos de Peñaflor, Malloco, Gultro y Chillán, todos ellos de un "acabado" primoroso tanto en el arco o llanta de fierro, como en el ojo, piso, corona y baranda de material blando. No se desdeñan los férreos estribos de jinete con la forma de un triángulo isósceles truncado y cubierto por capachos protectores en cuero.

No menos categórica distinción - adjunta a la talabartería - adquieren las espuelas, pero sin que éstas ni los estribos lleven esculpidos los nombres e los artífices como se hace en la Argentina. El gran modelo guaso se forja en acero (rieles de ferrocarril) y ostenta minúscula guarnición de cuero. Más que en el arco luce en el pihuelo taraceados, embutidos y damasquinados de plata u oro, contrastando en su opaca palidez con el brillo azulejo de la múltiple y voluminosa -pero fina- rodaja del tipo "nazarena" o "llorona", bien templada para contribuir al vibrante y musical paso del jinete que las calza. Evitando el roce con el suelo se le adjunta a una "talonera" adherida al alto "taco" (tacón). Esta pieza trascendental del arreo guaso se ve reemplazada a veces por los tradicionales ejemplares "pico de gorrión", "espolique", "acicate", "estrella y botón", etc. Los modelos de la nazarena típica de Chile se forjan en Chillán, Curicó, Malloco, etc.

Como precisa y exclusiva labor manual pueden figurar también los frenos de diseño casi uniformes. Son las creaciones de los artesanos de Peñaflor, Curicó, Malloco y Chillán las más buscadas. En los ejemplares de lujo se alterna asimismo el hierro forjado con la plata.

Considerando el lazo como el más fiel exponente americano de los ejercicios ecuestres en relación con el ganado, no deben desestimarse el pial argentino y la reata mejicana. Heredados de la confederación araucana los modelos chilenos usan el cuero de buey sin curtir, pero sobado a mano, y van dispuestos en una compacta unidad o en múltiples tiras trenzadas. En su longitud de diez metros son bien reconocibles el sector de la "lazada" y el del "pegual". Los artesanos de Curicó, Pelarco, Talca, Parral y Chillan se han acreditado siempre como los preferidos artífices del tableado, torcido y trenzado.

Las férreas argollas de esta lazada, la que adhiere la penca a la rienda, se prestan mucho para incrustaciones de metales finos.

El vasto surtido de los "capachos" (tapaderas, guardamontes), las "arguenas" (árganas) y petacas dependen de la industria del cuero que como materia prima puede usarse cruda o sobada. Esta última preparación la requieren las lonjas para las "maneas" (maneadores), los bozales, las cinchas, los correones, las estriberas, los cinchones, etc. Como modelos especiales sobresalen la utílisima "penca", pesada y corta fusta convertida en una doble lámina de cuero, y el "rebenque" de simplísima factura. Un verdadero y legitimo refinamiento en el uso de este material lo marcan los trenzados a base de finas hebras de cuero. Sus labores pasan de la centena y su aplicación se generaliza a los más opuestos detalles del apero. Con el mismo afán suntuorio que se elaboran y fraccionan los cueros se prodigan las piezas, aplicaciones, argollas y chapas de plata que contribuyen a dar mayor ostentación al aspecto general del aparejo y procuran al guaso el mote de "bien chapeado". La naturaleza chilena provee materiales desusados y por ello en la confección del arreo se ven los lazos de crin, de cuero de lobo y de cuero de guanaco (Las Condes); las cinchas de cordel, de cáñamo y de lana; como también las riendas y guarniciones elaboradas en crin.

De los diferentes ciclos de la adaptación hípica son los más arriesgados los que se refieren al amansamiento y los más ingratos los que tienen atingencia con la propia instrucción (ensillar, montar y arrendar), de suyo pacientes y tenaces, y ya bien considerados anteriormente. La inclinación del guaso se manifiesta, sin embargo, en los ejercicios, ya tradicionales, de la carrera corta y recta y de las "topeaduras". La primera de estas fases de la equitación ha sido descrita por los memorialistas chilenos y extranjeros como un juego de azar en que ambos contendores proponíanse más bien obstaculizar el cometido ajeno, antes que desplegar la capacidad de su propia cabalgadura. Bien opuesta a esos lances resulta la suerte de topear en la vara, labor bien considerada del animal solípedo, probando efectivamente su robustez y resistencia.

Puesto el equino en relación con los vacunos surgen, en la persecución y captura, situaciones eventuales que ponen verdaderamente a prueba las dotes del jinete. Para estos casos la escuela criolla algunas maniobras sintéticas de orden general. Es una de ellas la brusca "rematada", elocuente prueba de la enseñanza equina, también la maniobra de "encobrar". Se refiere ésta a los casos fortuitos en el ejercicio del lazo. El tirón del animal capturado debe resistirse en cualquier sentido o posición. Es así como adquieren gran importancia las probabilidades de enrollar el lazo en cualquier apoyo del arreo, para salvar unos dedos, una pierna o un antebrazo comprometidos.



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