Enciclopedia Chilena/Folclore/Muerto a quién le falta sangre, El, Mito

De Wikisource, la biblioteca libre.
Para ver el documento original completo, haga clic en la imagen.

El Muerto a quién le falta sangre
Artículo de la Enciclopedia Chilena

Este artículo es parte de la Enciclopedia Chilena, un proyecto realizado por la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile entre 1948 y 1971.
Código identificatorio: ECH-2902/18
Título: El Muerto a quién le falta sangre
Categoría: Folclore


Muerto a quien falta sangre, El.

Mito.

Mito transcrito por S. de Saunière en sus "Cuentos Populares Araucanos y Chilenos" (en la Rev. Chi. de Hist. y Geogr., N° 121, Santiago, 1916). Le fué narrado por Ramón Trincau, de Rio Bueno.

Hubo un gran combate entre indios y hombres llegados del norte, que eran de fierro, con piernas, brazos y cabezas de ese metal y que tenían largas espadas de fierro. Lucharon con los indios, que defendían sus tierras. Los indios no querían entregar sus tierras y estaban encabezados por Cayupillán.

Los indios se defendieron valientemente, pero las espadas de fierro los mataban: los destripaban, les cortaban la cabeza, los brazos y las piernas. El propio Cayupillán cayó con muchas heridas, y una pierna le fué cortada.

Después del combate se fueron los hombres de fierro, y los indios sobrevivientes salieron de los bosques para recoger a sus muertos.

Cavaron un foso grande, en que los colocaron, junto con las cabezas, los brazos, las piernas y las manos cortadas. Querían que cada muerto tuviera su cadáver completo.

Pero no pudieron encontrar la pierna de Cayepillán, porque un tigre se la había llevado para comérsela.

Las mujeres y los niños habían huido a la cordillera cuando se acercaron los hombres de fierro, donde vivían escondidas en las quebradas, casi sin comer.

Entre ellas estaban la querida de Cayupillán, que era muy bonita. Se escondió en una cueva y padecía terrible hambre. Salió por eso a buscar algo de qué alimentarse: galgales (hongos de robles) o huevos de aves. Pero encontró en una cueva una pierna casi completa. No se fijó de qué fuera, sino que se precipitó sobre ella y le cortó la carne con su cuchillo, que luego comenzó a asar. Casi muerta de hambre, consumió una parte de ella y guardó el resto en un hoyo debajo del pasto en que dormía. Luego se acostó para dormir.

Ya de de noche, sintió un ruido y despertó. Vió a Cayupillán cerca de ella.

- Creí que habías muerto como los demás,- le dijo.

El no contestó nada.Parecía muy cansado.

Insistió ella:

- Te creía muerto.-

Esta vez reaccionó su mancebo y dijo con voz apagada:

- ¡Vivo o muerto, lo mismos da! Dame carne, me falta carne.

Sacó ella un trozo y quiso asarlo, pero él se lo quitó bruscamente. Quiso ella en seguida abrazarlo, pero el indio se cayó al suelo, diciéndole:

- No me toques; me duele todo el cuerpo.

- ¡Acuéstate!- le contestó la hermosa mujer.- Dormiremos juntos.

Con pronunciación muy imprecisa, él replicó:

- ¡He dormido tanto! Ya no quiero dormir. Carne quiero.

Ella le pasó otro trozo, y los dos se acostaron al lado de la fogata. El Hombre no se movía.

La hermosa india se quedó dormida. Cuando despertó, Cayupillán ya no estaba con ella. Estaba sola.

Se puso a asar entonces otro trozo de carne y se lo comió.

En la noche de ese dia, la volvió a visitar su querido. Parecía ahora menos cansado. Nuevamente, le pidió que se acostara con ella, pero él volvió a insistir:

- ¿Para qué tanto dormir?

Le pidió más tarde, irritándose cuando ella no le entregó de inmediato toda la que le quedaba, lo que finalmente hizo, ante su insistencia.

- ¡Qué poca carne es ésta!- exclamó.- Quiero más, mucha más me falta.

La mujer quedó sorprendida. No entendía lo que pretendía, lo que le exigía.

Se acostaron juntos los dos, pero cada vez que ella lo quería abrazar, él exclamaba:

- ¡No me toques, no me toques!- y pronto agregó:- ¡Me falta mucha más!

Finalmente, la india hermosa se quedó dormida, y cuando despertó al dia siguiente, estaba otra vez sola.

No le quedaba más carne, pero estaba tan contenta con haber vuelto a ver a su querido, que no salió a buscar alimentos, sino que lo quedó esperando todo el dia.

En la noche volvió Cayupillán.

- ¡Carne, dame mi carne!- ordenó a la india hermosa.

Ella le contestó:

- No tengo más; toda te la dí. Ahora acuéstate, y dormiremos juntos.

Pero él le replicó:

- Carne quiero, me falta todavía... ¿A qué tanto dormir?

Ella se quedó dormida. Durmió como una muerta la bonita india. Más tarde despertó, con un gran dolor en la pierna, como si se le cortara un trozo de carne. Quiso levantarse, y no pudo, y tampoco pudo gritar.

Al amanecer vió que había perdido mucha sangre y que le faltaba un trozo de carne. Pensó que algún tigre le habría comido la carne que le faltaba. No pudo levantarse debido a los dolores que tenía, y así pasó todo el dia en su lecho.

En la noche volvió Cayupillán, más contento y más seguro. Cuando lo vió entrar, la hermosa india le dijo:

- Muy enferma estoy: me falta carne y me duele mucho una pierna.

Sin contestar, Cayupillán se acostó con ella, y luego la linda mujer tuvo un sueño pesado. Otra vez sintió un dolor a la pierna, y despertó. Cayupillán ya estaba de pie. Ella lo llamó, pero él no se volvió. Salió corriendo de la cueva a la luz de la luna. Pudo observar que cogía.

Al dia siguiente llegaron todos los indios que habían escapado a la matanza. Llegaron contando lo que había sucedido. También la muerte de Cayupillán, el querido de la bella india, que había perdido una pierna, que un tigre se había llevado.

Así supo la hermosa india la muerte de su querido. Luego contó ella lo que le había ocurrido con él. Todo lo contó, y mostró su pierna, completamente descarnada.

Una machi la sanó finalmente.

Más tarde,los indios abrieron el foso en que habían enterrado sus muertos, a fin de sacarlos y llevarles a sus reducciones. Su sorpresa fué grande, pues encontraron a Cayupillán con sus dos piernas completas, pero la una estaba adherida a su cuerpo, mientras que la otra yacía al lado.

Así dicen los indios que ocurrió.


Es interesante cómo se ha conservado la tradición de la guerra de la conquista en la región. El relato precedente podría ser del siglo XVI, siglo en que hay que colocarlo, pues a fines de él los españoles fueron expulsados de ese territorio, que sólo fué recuperado a fines del siglo XVIII, cuando ya no se usaban corazas de acero.

En contradicción con lo expresado por la autora del estudio ya citado, quien opina que el mito es de orígen europeo, debe destacarse que la creencia de que un muerto no tiene tranquilidad mientras no se junten todas las partes de su cuerpo, es netamente araucana y data sin duda de la época prehispana. No se opone a ello que muchos pueblos tengan igual creencia, también en el Viejo Mundo. Créen que los muertos inician una vida errante y molestan a los vivos, mientras no se junten todos los miembros de su cuerpo.

El Cayupillán que vé la hermosa india no es un vivo, sino el alhue (ánima) de él. Por eso está relatado como una sombra, de contornos borrosos, que balbuceo con poca precisión las palabras y que desaparece repentinamente.

Una especie de alhue es también el Pillán, que en este caso sería el alma del guerrero caído en acción bélica y que acompaña a Nguenechén o Nguenemapún en el cielo, privilegio de que disfrutan los guerreros muertos. Cayu, por su parte, significa seis, de modo que aquel toqui se llama Seis Pillanes.

El anhelo de encontrar tranquilidad es tan grande en él que corta incluso parte de la carne de la pierna de su hermosa querida para reponer la que se perdió por haber sido consumida por ella. El narrador explicó adicionalmente que según la tradición se habría podido ver en la pierna del cacique que ella había sido parchada con carne de otra persona.

Otra versión sobre el mismo tema se encuentra en la colección de cuentos de la misma autora bajo el título de "La mujer del muerto" (N° 24 de la rev. ya citada). Fué narrado por Rosalía Faúndes, de Pitrufquén.

Un indio muy valiente se casó con una mujer hermosísima, y hubo muchas fiestas, pero no alcanzaron a juntarse, porque llegaron los españoles. Todos tuvieron que salir a luchar, lo que dió mucha pena a la bella mujer.

Cuando regresaron, el marido no vino con ellos, y ella supo entónces que había caído en la lid, debido a que una herida le hizo perder toda su sangre. Su viuda lloró entónces desconsoladamente.

Pasaron los meses, y ella se quedaba en su ruca, sin verse con nadie, ni pensar a casarse de nuevo.

Una noche hubo gran tempestad. Se levantó una fuerte viento y se escucharon truenos. La viuda vió entrar entónces a su marido, que había llegado sobre un caballo de alta talla.

- Me habían dicho que estabas muerto- le expresó su mujer-, ¿pero no has muerto?

- ¿Qué importa? - contestó el marido -. No hay que creer siempre lo que hablan. Vengo de muy lejos; estoy cansado y quiero dormir. ¡Acostémonos!

Lo hizo la india, pero aún cuando hizo otro tanto su marido, no quería que se le acercara mucho, ni que lo tocara, pues afirmaba que le dolía el cuerpo. Finalmente, la mujer se quedó dormida.

Al amanecer, la despertó y le dijo que tenía que irse, no pudiendo esperar más. Ella quiso encender un poco de fuego, pero él expresó que no le faltaba nada y que volvería a la noche.

La consultó la mujer adonde iba, y el contestó:

- A donde me esperan.

Montó su gran caballo negro y se fué. Al trote del caballo, la mujer recibió la impresión de que su cuerpo sonaba como si chocaran palos unos con otros. Le habría agradado acompañarlo, pero se sentía muy cansada, como si hubiera andado mucho.

Cuando contó a otros la visita del marido, todos se rieron de ella, afirmando que había soñado, pues había muerto hace ya mucho tiempo.

Pero el hecho es que regresó de noche. Ella tenía el fuego encendido, y él le pidió que lo apagara para entrar. Volvió entónces a acostarse con ella, pero no le permitió que lo tocara.

Otra vez se dormió la india, pero despertó por sentir un dolor en el cuello, como si la clavaran. Acercó la mano al lugar del dolor, y sintió al marido. Este se excusó, diciendo que le había dado un beso. Le creyó, y se durmió de nuevo. Poco después se marchó el indio sobre su gran caballo negro.

La india se sintió mas cansada que en el dia anterior, pero no dijo nada a los demás.

En la noche se repitió la visita. Otra vez se sintió como clavada y sintió los labios de su marido. Le dió miedo y quiso levantarse, pero no tenía fuerzas.

Cuando el marido se había ido al amanecer, se fué a con­sultar a una vieja machi. Esta le explicó que como el marido había muerto desangrado, salía todas las noches para chupar la sangre de su mujer, a fin de recuperar la perdida por sus heridas. Le agregó que la única medida que debía adoptar consistía en cortarle la cabeza, pues de otra manera le chuparía toda la sangre, y ella se moriría.

La mujer procedió así. Preparó un gran cuchillo, se acos­tó con él y fingió dormirse. Cuando él se quedó dormido, tomó el cuchillo y le cortó la cabeza. Salió mucha sangre de su cabeza, pero su cuerpo era un esqueleto.

No volvió nunca más, y la mujer vivía tranquila desde entónces.


No sólo los miembros y la carne tiene que tener reuni­dos un muerto, sino también la sangre, a fin de que encuentra tranquilidad. Si le falta, procede como el vampiro o piuchén: la succiona a un vivo.

Quien aparece es un huitrán-alhué, un ánima, no una persona viva.