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Enciclopedia Chilena/Folclore/Rey de la Islita, El, Mito

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El Rey de la Islita
Artículo de la Enciclopedia Chilena

Este artículo es parte de la Enciclopedia Chilena, un proyecto realizado por la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile entre 1948 y 1971.
Código identificatorio: ECH-2902/26
Título: El Rey de la Islita
Categoría: Folclore


Rey de la Islita, El.

Mito.

Mito reproducido por S. de Saunière en su trabajo sobre "Cuentos populares araucanos y chilenos" (en la Rev. Chil. de Hist. y Geogr., N° 21, Santiago, 1916).

Un indio muy pobre y enfermo no podía trabajar. Tenía dos hijos: un varón y un muchacha, Millantun (Sol de Oro), que era muy hermosa. El muchacho salió un día a pescar. Vio desde su canoa un pez muy grande y lo persiguió, pues le iba a producir una buena entrada. Pero aún cuando nadaba siempre cerca de la canoa, no fué posible ha­berlo.

Ocupado en la pesca, el indiecito no se enteró que se es­taba alejando de la costa. Finalmente, el pez lo llevó a una islita, donde desapareció entre las rocas. El joven le siguió, saltó a tie­rra y vio al gran pez. Este, de inmediato, se lo tragó, pues era el rey de la islita, que se dedicaba a atraer a los pescadores y marinos, para devorarlos.

El padre y la hermana quedaron muy tristes cuando no regresó el joven, y creyeron que se había accidentado en el mar.

Un día, la joven Millantún se dirigió a la playa para recoger mariscos y divisó desde lejos el gran pez, que nadaba afuera. En un principio tuvo miedo al verlo, pero después se le ocurrió que lo podría atraer a la playa. Cantó, y aquel se le acercó, en efecto, pero no le fué posible haberlo.

Regresó finalmente a casa, pero en el camino se encontró con un gran pájaro, una de cuyas patas se habían enredado en unos cordeles de pescadores. Lo libró, cortando con su cuchillo la red.

El ave le reveló entonces que aquel gran pez era el rey de la islita, que cuidaba un gran tesoro de plata que había en ella y que se tragaban a cuantos desembarcaran en ella, entre los que se había encontrado su hermano. Le ofreció guiarla a la islita y avisarle cuando estuviese durmiendo el pez, para que lo pudiera matar: así podría hacerse inmensamente rica.

Millantún aceptó el ofrecimiento.

En la noche, escuchó el grito del pájaro, salió, premunida de un gran cuchillo colocado en la cintura, a la playa, donde la ­esperaba el ave.

Esta le indicó que se echara al agua, que él tomaría con el pico el borde de su vestido y que impulsaría su nadar, volando encima de ella.

Así lo hicieron, y luego llegaron a la islita, donde dormía el rey-pez. Se le acercó sigilosamente, pero en el momento en que quiso clavarle el cuchillo, aquel despertó y se la tragó de in­mediato.

Pero como tenía el cuchillo firmemente asido en la mano, le pudo abrir con él el vientre y salir de él, escapando con ella con muchos otros que también habían sido tragados. Entre ellos estaban su hermano y otro joven muy bello, pero todos parecían muertos.

Le dió entonces rabia contra la maldad del gran pez. Extrajo de él su corazón y le dio un mordisco. Brotó la sangre, que se derramó sobre los cuerpos de su hermano y del joven: de inmediato resucitaron, se levantaron y la abrazaron.

El pájaro grande se precipitó sobre el corazón que la indiecita había tirado al suelo, y se lo tragó; de inmediato fué transformado en un ser humano, que era el padre del joven hermoso. Contó que el pez lo había transformado en un pájaro porque él le había arrebatado a una joven que fué la madre del joven.

Se internaron en la cueva y encontraron en ella montones de monedas. La embarcaron en el mayor de los botes de los pescadores tragados por el pez, y regresaron a tierra firme.

De este modo, llegaron a ser muy ricos, y Millantún se casó con el joven, mientras que su hermano lo hizo con la hija de un cacique.


Este mito es una variante del de La Serpiente Agradecida (Véase), que fué narrado por el mismo chilote, sólo que en este caso el tesoro no es cuidado por una hidra de siete cabezas, sino por un pez gigante. El papel que éste desempeña es el de las sirenas en los mitos del Mediterráneo, con la diferencia que se los devora, mientras que aquellos sólo los hacen naufragar. Pero existe también el elemento de la atracción hacia la islita.

Interesante es la calidad vivificadora que se atribuye a la sangre derramada: concepción netamente indígena.