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Enciclopedia Chilena/Folclore/Tejeduría

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Tejeduría
Artículo de la Enciclopedia Chilena

Este artículo es parte de la Enciclopedia Chilena, un proyecto realizado por la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile entre 1948 y 1971.
Código identificatorio: ECH-2985/17
Título: Tejeduría
Categoría: Folclore


Tejeduría.

Es una realidad, bien poco conocida en América el desarrollo que en Chile tuvieron durante la Alta Colonia varias industrias textiles. Amparados por los más diversos factores ventajosos estos trabajos precipitaron, en el comercio intercolonial, la exportación de paños como un excedente de la provisión nacional, primitivamente destinada, casi en su totalidad, al consumo ordinario.

A fines del sigla XVI, y en los comienzos del XVII, obrajes y batanes improvisados, en Osorno y La Serena, contribuían al aprovisionamiento del dominio; y, con tan buena fortuna que luego hubieron de proyectarse más amplías instalaciones. Con los fundadores que se indican quedaban distribuidas éstas en El Salto (Santiago) por Jerónimo de Molina (1609), en Petorca (Talca) por Juan Jufré (1587), en Rancagua (O'Higgins) por Alonso de Córdoba (1640) y en Melipilla (Santiago) por Alonso de Rivera (1617). Desde sus cargos de gobernadores o encomenderos estos industriales activaron, cada día más, la producción textil y no pocos progresos y perfeccionamiento iban consiguiéndose en la calidad de las frazadas, cordellates, estameñas, jergas, paños pardos, bayetas, etc.

Fueron contrariados estos propósitos con la competencia los jesuitas, a establecidos en Bucalemu, en Ca­lera de Tango y Chocalán. Los obrajes de esa primera ha­cienda llegaron, a su vez, a resultados positivos que aún fueron sobrepasados con la obra fina de la segunda, especializada al fin, en la textura de barracanes, picotes, sayales, cordoncillos, estambres y tocuyos. Muy luego habría de recibir su golpe de muerte esta promoción indus­trial con el alejamiento de esta comunidad y las labores chilenas de este ramo solamente vinieron a establecerse, en El Salto (Santiago) y Tomé a fines del siglo XIX.

Dispersados los obreros qué habían concurrido a las usinas coloniales, procedieron a refugiarse en sus tierras natales, continuando su dilección; pero, este vez, con tareas de artesanía íntimamente ligadas con los arreos y el vestuario de los campesinos. En la especialidad de las "labores guasas" ha perdurado en Chile una afición» ("chamantos) permanentemente desatendida por los Poderes Públicos; y, que sin embargo, pone en evidencia, con su proligidad manual, las más acendradas cualidades y una perfección difícil de alcanzar en la línea artesana. Han venido estas virtudes perpetuando una tradición específicamente criolla y tan meritoria como aquellos legendarios prodigios de le obra de mano patentizados por los aborígenes en sus enterramientos.

Inútil sería recordar los numerosos villorrios semiindígenas de las provincias de Tarapacá, Antofagasta y Coquimbo, donde aún se trabaja en el perpendicular e inclinado bastidor andino, trasmitido por los bordadores quechuas, aymaraes, atacameños y diaguitas. En recientes exposiciones se han podido admirar telas tejidas, procedentes de Peine, Chiuchiu, Socaire, etc. señalando el abolengo indio en esas producciones.

Similares reviviscencias indígenas surgen en la zona sureña, otrora dominadas por las tribus araucanas, del río Bio Bio hasta la isla de Chiloé, notándose en esta ínsula la mezcla y fusión de la técnica indígena (telar perpendicular u oblicuo) con la hispánica (telar horizontal), definitivamente instalada esta última por los "milicianos" españoles en la gran Isla.

La elaboración chilota se mantiene independiente de los usos del Valle Central tanto en la tejeduría como en la filatura. Nunca han dejado las hilanderas isleñas de fabricarse ellas mismas toda su ropa comenzando por sus "ensayos de casimir" en la sempiterna "huiñiporra" coloreada en café y gris. Fuerte y tupido aunque irregular en la veta y con algo de frisa, resulta un género recio del tipo consistente. Para el uso interior no desdeñan las "sabanillas" y los "carros", bien tupidos, en una linea aparte de los "bordillos" para cenefas y bordes de las cobijas. De más acendrada iniciativa casero son las series de mantas y ponchos, calificadas como las prendas más indispensables en esas latitudes lluviosas. No prefieren el telar oblicuo de los mapuches, sino que alternan entre el vertical de los veliches y el horizontal de España; empleando en la nomenclatura del telar y todos los accesorios la exclusiva terminología araucana. En los bordados y tejidos de adorno prefieren el punto a bolillo con arrobadores modelos generalizados en los visillos, las amplias carpetas de mesa y los pañitos de la misma trama.

Sin ocuparse de loe trabajos propiamente indígenas de los araucanos, que moran entre el Bio Bio y Llanquihue, es forzoso referirse a las imitaciones criollas de esta zona. Al margen utilitario pertenecen las alfombras, los tapetes, las sobrecamas, los chales de rebozo, las colchas los frazadas y hasta las alforjas; contraponiéndose a las piezas de agrado, bien calificadas por los multicolores "choapinos", identificados con los tapices, pero amagados con una adversa suerte por la irresistible competencia industrial. No hace falta referirse a los auténticos tejidos araucanos, bien reconocibles por sus características grecas, indefectiblemente urdidas en los sencillos telares parados; y, por ello imputables a la plena etnología.

Con estos antecedentes podemos abordar de lleno la técnica criolla, en ambos tipos de telar, y privativa de la zona central, o sea del Aconcagua al Bio Bio. Recordando que estos obradores, y en casi toda su diversidad, provienen del legado industrial de la Colonia, se puede confirmar que los descendientes de los obreros fugitivos forman las legiones artesanas de La Ligua, Valle Hermoso, Santiago, Melipilla, Malloa, Doñihue, Machalí, Valdivia de Paine, Alhué, Cauquenes, Curicó, Linares y Chillán.

El ramo de la textura, o sea la obra de mano propiamente criolla, está representado más bien por las "chamanteras" que por las tejedoras de alfombras (tapetes y tapices para pisos) y las bordadoras de artículos menudos. Según lo índica el cuadro industrial de la Colonia, ya citado, la primera de esas promociones (chamantesas) debe situarse en el Aconcagua, en el Mapocho, en el Cachapoal y el Ñuble; la segunda en este mismo río y toda la Frontera y la última en Cauquenes, Linares, Chillán y el archipiélago chilote.

Refiriéndose al uso de aquella prenda que en toda América se llama "poncho" o "sarape" o "ruana" sería imposible dilucidar el origen, o más bien dicho verter una explicación de la monomanía con que el guaso dió preferencia al "chamanto" sobre la manta. Las célebres artífices de Doñihue parecen haber concentrado todo su primer y habílidad en ornar sus piezas tejidas con motivos decorativos y el bocho de empeñarse en trabajos más complicados exigió la reducción de la prenda misma, precisando un tipo -con su textura y su dimensión específicas- que dio en llamarse, por evolución filológica -bien folklórica por cierto-, "chamanto", en contraposición a la manta de mayores proporciones y que solamente ostenta franjas de diversos colores. A fines del siglo XIX empezó la disociación, sin que se pueda imputar la iniciativa a las tejedoras de Aconcagua o del Cachapoal. Eran los tiempos en que la lana se imponía como el material exclusivo pera estos usos y se conocen modelos de La Ligua -tanto en mantas como en testeras- que atestiguan una idéntica capacidad a las de Cachapoal. Tampoco se sabe la causa de la extinción de estas labores en las tierras liguanas; y, la imposición subsiguiente de los trabajos doñihuanos ha prevalecido como una norma de perfección: aunque la lana -que daba gran calidad al trabajo- haya sido casi enteramente desalojada por el hilo seda o "filoseda". Este producto, de procedencia inglesa, de un carácter efectista que imprima al tejido cierta similitud al cristal y una sedosa consistencia.

Aquellos focos doñihuanos de alta artesanía sola­mente pueden encontrar cierta competencia tanto en Chillán (Población Mardones) como en Santiago (avenida Santa María) y todos los talleres, estrictamente caseros y de competen­cia individual, emplean el telar parado para imprimir ma­yor indigenismo a la labor; aunque las tramas del tejido, las piezas y los accesorios figuran en el catalogo hispánico o europeo. Esta perfección en una manualidad tan rara y escasa, permite lamentar su exclusividad en los trabajos gruesos, sin que hasta ahora se puedan confirmar síntomas de extensión hacia la tapicería (forro de muebles, cortinajes, etc.). Asimismo se tejen ponchos, mantas, chalinas, chales, de rebozo, etc. en Los Andes, Putaendo, Melipilla, Parral, Cauquenes, Chillán, etc.

La especialidad de las alfombras y tapetes se hace notar en Niblito, cerca de Chillán, en la expansión de los tipos araucanos en toda la Frontera y los trabajos aislados de la Metrópoli y del Valle Central. Son también variedades fáciles de distinguir las que se producen en Parral y Panimávida. Con carácter histórico hay que recordar el auge inusitado -a fines de la pasada centuria- de las alfom­bras de iglesia tejidas en casa, da colores tostados, con motivos florales, con característica y pesada trama y con gruesas franjas laterales. Todas las damas de las ciudades principales legaron los primores de su mano a los museos y las actuales colecciones.

Muy diseminada geográficamente aparece la afición por los bordados y tejidos menudos, ya aludidos en las especialidades chilotas. Como productos bien típicos se imponen las fajas trenzadas y las toallas bordadas (pecheras, sudaderas) de Chillán (Población Mardones), como asimismo las blancas camisas bordadas que caracterizan al guaso. También Chillán se reserva algunos primores en frazadas de franjas, chales, etc.; pero sus exclusividades comienzas con los tradicionales "miñaques" (miriñaques) o sea los característicos y burdos encajes blancos que se prodigan como rendas y representan la especialidad artesana de mayor tradición en Chile. Con mayor prolijidad se confeccionan en la región (Chillán Viejo) curioso tejidos de bolillo, crochet y frivolité; y, en Pinto, otra aldea de las cercanías, los más lucidos encejes.

Compitan con la región de Ñuble las comarcas de Cauquenes y Parral en muchas de estas manualidades, aunque en la segunda se da preferencia a tejidos de lana como pañuelos, pañolones y chalas. Otras regiones privilegiadas son las de Linares y Panimávida al sur del río Maule. En pintorescos mercados se expanden, entre otras obras textiles, varios surtidos de chalas de vicuña, fajas de filoseda, mantas finas, "chalones" y primorosos manteles bordados y encajes de malla. Con las aldeas del Cachapoal siempre ha rivalizado Curicó en la confección de bolsas de prevenciones y fajas tricolores; así como Rengo (Colchagua) se había vendo imponiendo en los bordados de lana.

El apego por estas curiosidades también ha podido preservarse en el Septentrion. Ocupa el puesto de honor Vicuña (Elqui) con sus finos tejidos a sus bordados frivolité; y, se han dado a conocer otras prolijidades de Caren, El Palqui (Provincia de Coquimbo); de San Pedro de Atacama, de Ovalle y especialmente La Serena, con primores en las variedades de carpetas de malla y de crochet, o en las "mañanitas" de pelillo; y, apun en los tapices y los "choapinos" de punto de cruz. En fin, del foco colonial de artesanías aconcaguinas, otrora famoso por sus pellones, sus mantas y sus fajas, aún provienen algunas muestras.



Bibliografía

Robinovitch Castro, Rosa. "Chamanteras de Doñihue". La Nación de 22 de junio de 1952.


Latcham, Ricardo E. "Algunos tejidos atacameños". Revista del Museo Nacional de Historia Natural. Año 1940. Santiago.


Robinovitch Castro, Rosa. "Las manos hacendosas del Ñuble". La Nación de 26 de octubre de 1952.


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Dornheim, Alfredo. "Posición ergológica de los telares cordobeses". Revista del Instituto Nacional de la Tradición. I (enero-junio de 1948). Buenos Aires.


Millán de Palavecino, María Dalia. "El viejo arte de la randa". Revista del Instituto Nacional de la tradición. Julio-diciembre de 1948. Buenos Aires.