Enrique IV: Primera parte, Acto I, Escena II
LONDRES.- Otra sala, del Palacio Real.
(Entran Enrique Príncipe de Gales y Falstaff.)
FALSTAFF.- A ver, Hal, ¿qué hora es, chico?
ENRIQUE.- Te has embrutecido de tal manera, bebiendo vino añejo, desabrochándote después de cenar y durmiendo sobre los bancos desde mediodía, que te has olvidado hasta de preguntar lo que quieres realmente saber. ¿Qué diablos tienes tu que hacer con la hora del día? A menos que las horas fueran jarros de vino, los minutos pavos rellenos y los relojes lenguas de alcahuetas, los cuadrantes enseñas de burdeles y el mismo bendito sol una cálida ramera vestida de tafetán rojo, no veo la razón para que hagas preguntas tan superfluas como la de la hora que es.
FALSTAFF.- Bien, Hal, lo has acertado; porque nosotros, los tomadores de bolsas, vamos a favor de la luna, y los siete astros y no bajo Febo, el espléndido caballero errante; por lo que te ruego, mi suave burlón, que, cuando seas rey Dios salve tu gracia..., no, Majestad, quiero decir, porque lo que es gracia, no tendrás ninguna.
ENRIQUE.- ¡Cómo! ¿Ninguna?
FALSTAFF.- No, por mi fe, ni aun aquella que basta como prólogo a un huevo con manteca.
ENRIQUE.- Bien, al hecho, al hecho.
FALSTAFF.- Allá voy, o suave burlón; digo que, cuando seas rey, no permitas que nosotros, los guardias de corps de la noche, seamos llamados ladrones de la belleza del día; que se nos llame los guardabosques de Diana, caballeros de la sombra, favoritos de la luna;- y que se diga que somos gente de buen gobierno, siendo gobernados como el mar, por nuestra noble y casta señora la Luna, bajo cuyos auspicios... adquirimos.
ENRIQUE.- Dices bien y hablas verdad; porque la fortuna de nosotros, los hombres de la luna, tiene, como el mar, flujo y reflujo, estando, como éste, gobernada por la luna. Y he aquí la prueba: una bolsa de oro muy resueltamente robada el lunes por la noche y muy disolutamente gastada el martes por la mañana. Se la gana vociferando: ¡la bolsa o la vida! y se gasta gritando: ¡traer vino! Hoy es marea baja, como el pie de la escala; mañana será alta, como la cumbre de la horca.
FALSTAFF.- Pardiez, dices la verdad, chico. Dime, ¿no es cierto que mi hostelera de la taberna es una hembra espléndida?
ENRIQUE.- Dulce como la miel del Hibla, ¡oh! mi viejo castellano y ¿no es cierto también que un coleto de búfalo viste espléndidamente a un polizonte?
FALSTAFF.- Pero, rematado burlón, ¿qué significan tus pullas y sarcasmos? ¿Qué diablo tengo yo que hacer con ese coleto de búfalo?
ENRIQUE.- ¿Y qué diablo tengo yo que hacer con la hostelera de la taberna?
FALSTAFF.- ¿No la has hecho venir a menudo para pagarle la cuenta?
ENRIQUE.- ¡Te he llamado acaso para reclamarte tu parte?
FALSTAFF.- No, te hago justicia; siempre pagaste todo.
ENRIQUE.- Sí, aquí y fuera de aquí, mientras mis fondos me lo permitían y luego usando del crédito.
FALSTAFF.- Si y tanto has usado, que si no se presumiese que eres el heredero presuntivo.
Pero dime, ¡oh! suave burlador, ¿habrá horcas en pie en Inglaterra cuando tu seas rey? ¿Y la noble energía será aun defraudada por el mohoso freno de la ley, esa vieja antigualla? Cuando seas rey, no hagas colgar al ladrón, ¡te lo ruego!
ENRIQUE.- No, tú lo harás.
FALSTAFF.- ¿Yo? ¡Perfectamente! Pardiez, seré un juez de primer orden.
ENRIQUE.- ¿Ves? Ya tienes el juicio falso; quiero decir que te encargarás de ahorcar a los ladrones, y así, en breve, serás un verdugo excelente.
FALSTAFF.- Bueno, Hal, bueno; hasta cierto punto, ese oficio me conviene tanto como el de cortesano, te lo aseguro.
ENRIQUE.- ¿Para obtener favores?
FALSTAFF.- Sí, para obtener... vestidos, porque el verdugo, como sabes, no tiene desprovisto el guarda-ropa... ¡Ay de mí! Estoy melancólico como un gato escaldado o un oso con la hociquera.
ENRIQUE.- O como un león decrépito o un laúd de enamorado.
FALSTAFF.- Sí, o como el roncón de una gaita del Lincolnshire.
ENRIQUE.- O si quieres, como una liebre o como el lúgubre charco de Moorditch.
FALSTAFF.- Siempre me endilgas los símiles más ingratos y eres, a la verdad, el más comparativo, el más belitre dulce principillo. Pero, caro Hal, no me fastidies más con esas futilezas. Lo que yo quisiera sería rogar a Dios me indicara donde se puede cómodamente hacer provisión de buena fama. Un viejo lord del consejo me ha sermoneado el otro día en la calle a vuestro respecto, señor mío, pero no le hice atención; y hablaba muy sensatamente, pero no le escuché. ¡Y hablaba muy sensatamente, te lo aseguro y en medio de la calle!
ENRIQUE.- Hiciste bien; «porque la sabiduría grita por las calles y nadie la oye.»
FALSTAFF.- ¡Mal haya tu cita condenada! ¡Eres capaz de hacer pecar un Santo! Me has corrompido mucho, Enriquillo: ¡Dios te lo perdone! Antes de conocerte, todo lo ignoraba y ahora valgo, si el hombre debe decir verdad, poco más que cualquier pecador. Necesito cambiar de vida y cambiaré; por el Señor, si no lo hago, soy un bellaco. No quiero condenarme por todos los hijos de rey de la cristiandad.
ENRIQUE.- ¿Dónde robaremos una bolsa mañana, Jack?
FALSTAFF.- Donde quieras, chico; soy de la partida y si no lo hago, llámame bellaco y confúndeme.
ENRIQUE.- Veo que te enmiendas; de penitente te conviertes en salteador.
(Entra Poins y se detiene en el fondo de la escena.)
FALSTAFF.- Que quieres, Hal, esa es mi vocación. No hay pecado en el hombre que trabaja según su vocación. ¡Hola, Poins! Ahora sabremos si Gadshill tiene alguma red tendida. ¡Oh! si los hombres solo se salvaran por sus méritos, ¿qué agujero del infierno será bastante caliente para él? Es el más omnipotente de los truhanes que haya gritado: ¡alto ahí! a un hombre de bien.
ENRIQUE.- Buen día, Ned.
POINS.- Buen día, caro Hal. ¿Que está diciendo Don Remordimiento? ¿Que dice Sir John Sangría? Como te has arreglado con el diablo, Jack, apropósito de tu alma, ¿que le vendiste el último Viernes Santo, por un jarro de Madera y una pierna de carnero frío?
ENRIQUE.- Sir John mantendrá su palabra y el diablo tendrá su ganga; porque Jack jamás hizo mentir un proverbio y dará al diablo lo que es suyo.
POINS.- Entonces te condenarás por mantener tu palabra con el diablo.
ENRIQUE.- De otro modo se condenaría por haberle defraudado.
POINS.- Bueno, bueno, muchachos: mañana temprano, a las cuatro, a Gadshill. Hay allí peregrillos que se dirigen a Canterbury con ricas ofrendas y comerciantes que van a Londres con las bolsas repletas. Tengo yo máscaras para todos vosotros; tenéis caballos; Gadshill duerme esta noche en Rochester y para mañana a la noche he encargado ya la cena en Eastcheap. Podemos dar el golpe tan seguros como en nuestras camas. Si queréis venir os llenará la bolsa de escudos; sino, quedaos en casa y que os ahorquen.
FALSTAFF.- Oye, Eduardito; si me quedo en casa y no voy, os haré ahorcar porque vais.
POINS.- ¿Serás capaz, chuleta?
FALSTAFF.- ¿Copas, Hal?
ENRIQUE.- ¿Yo ladrón? ¿Yo salteador? No, por mi fe.
FALSTAFF.- No hay en ti un átomo de honestidad, energía y compañerismo, ni tienes una gota de sangre real en las venas, si por diez chelines no emprendes campaña.
ENRIQUE.- En fin, por una vez en la vida, hará esa locura.
FALSTAFF.- ¡Eso es hablar!
ENRIQUE.- Sí, suceda lo que suceda, me quedo, en casa.
FALSTAFF.- Vive Dios que, cuando seas rey, ¡me sublevo!
ENRIQUE.- ¡Para lo que me importa!
POINS.- Te ruego, Sir John, que nos dejes solos un momento al príncipe y a mí; voy a hacerle tales argumentos, que estoy seguro que irá.
FALSTAFF.- Bien; puedas tu tener el espíritu de persuasión y él el oído que aprovecha que lo que le hables le convenza y lo que oiga lo crea, hasta convertir, por pasatiempo, a un príncipe en bandolero, ya que los pobres abusos de nuestra época ¡necesitan protección! Hasta luego; nos veremos en Eastcheap.
ENRIQUE.- ¡Adiós, primavera desvanecida! ¡Adiós, veranillo de San Juan!
(Sale Falstaff)
POINS.- Ahora, mi caro y dulce príncipe, venios con nosotros mañana. Tengo preparada una broma, que no puedo llevar a cabo solo. Falstaff, Bardolph, Peto y Gadshill, desvalijarán a la gente que tenemos vigilada; y vos y yo estaremos allí, y si cuando ellos tengan la presa, no se las robamos a nuestro turno, separadme la cabeza del tronco.
ENRIQUE.- ¿Pero cómo nos separamos de ellos en el camino?
POINS.- Muy sencillamente; nos ponemos en marcha antes o después que ellos y les damos un lugar de cita, a la que faltamos si nos place; querrán entonces dar el golpe solos y nosotros, apenas hayan concluido, les caemos encima.
ENRIQUE.- Sí, pero es muy probable que nos conozcan por nuestros caballos, nuestros trajes o cualquier otro indicio.
POINS.- ¡Bah! no verán nuestros caballos, porque los ocultará en el bosque; cambiaremos de caretas así que nos separemos y luego, amigo, tengo unas capas de goma para cubrir nuestros vestidos que conocen.
ENRIQUE.- Y yendo por lana, ¿no saldremos esquilados?
POINS.- En cuanto a dos de ellos, me consta son los dos mayores cobardes que hayan vuelto la cara; en cuanto al tercero, si combate más de lo que juzga razonable, abjuro el oficio de las armas. La sal de la broma estará en las inenarrables embrollas que nos contará este obeso bribón cuando nos reunamos para cenar: de cómo se habrá batido con treinta a lo menos; cuántas guardias, cuántas paradas hizo, en qué peligro se encontró. En el desmentido va a ser lo bueno.
ENRIQUE.- Bien, iré contigo; prepara todo lo necesario y vete a buscarme esta noche a Eastcheap; allí cenaré. Adiós.
POINS.- Adiós, señor.
ENRIQUE.- Os conozco bien a todos y quiero, por un tiempo aun, prestarme a vuestro humor desenfrenado. Quiero imitar al sol, que permite a las nubes ínfimas o impuras, que oculten al mundo su belleza, hasta que le plazca volver a su brillo soberano, reapareciendo al disipar las brumas sombrías y los vapores que parecían ahogarle, para ser más admirado. Si todo el año fuera fiesta, el placer sería tan fastidioso como el trabajo; pero viniendo aquellas rara vez, son más deseadas y se esperan como un acontecimiento. Así, cuando abandone esta torpe vida y pague una deuda que no contraje y ultrapase lo que prometía, el asombro de los hombres será mayor. Y, semejante a un metal que brilla en la obscuridad, mi reforma, resplandeciendo sobre mis faltas, atraerá más las miradas, que una virtud que nada hace resaltar. Quiero acumular faltas, para hacer de ellas un mérito al surgir puro, cuando los hombres menos lo esperen.
(Sale)