Enrique IV: Primera parte, Acto II, Escena I
ROCHESTER.- El patio de una taberna.
(Entra un carretero, con una linterna en la mano.)
1er. CARRETERO.- ¡Hola! Que me ahorquen si no son ya las cuatro de la mañana; la gran Ossa está encima de la nueva chimenea y nuestro caballo no está aun con el arnés. ¡A ver, palafrenero!
EL PALAFRENERO.- (Del interior) ¡Allá voy, allá voy!
1er CARRETERO.- Te ruego, Tom, que golpees un poco la silla de Cut y rellenes algo el arzón; la pobre bestia se lastima constantemente en el lomo.
(Entra otro carretero)
2º CARRETERO.- Los guisantes y las habas son aquí húmedas como el diablo y es ese el camino más corto para que esas pobres bestias revienten; esta casa se la ha llevado el diablo desde que murió el palafrenero Bertoldo.
1er. CARRETERO.- ¡Pobrecito! No tuvo un momento de alegría desde que el precio de la avena subió; ¡eso fue lo que le mató!
2º CARRETERO.- Creo que en todo el camino de Londres esta es la casa más infame por las pulgas; estoy picoteado como una tenca.
1er. CARRETERO.- ¡Como una tenca! ¡Vive Dios! que ningún rey de la cristiandad fue nunca mejor chupado que lo que yo lo he sido desde que cantó el gallo.
2º CARRETERO.- Y nunca le dan a uno un vaso de noche y hay que mear en la chimenea, lo que convierte el cuarto en un hormiguero de pulgas.
1er. CARRETERO.- Hola, palafrenero, racimo de horca, ¡venir aquí!
2º CARRETERO.- Tengo un jamón y dos raíces de jengibre que llevar hasta Charing-Cross.
1er. CARRETERO.- ¡Por el diablo! los gansos se están muriendo de hambre en el canasto. ¡Hola, palafrenero! ¡Un rayo te parta! ¿Nunca has tenido ojos en la cara? ¿Estás sordo? Si no hay tanta razón de romperte el alma como de beber un trago, soy un pillo de marca. Ven acá y que te ahorquen: ¿no tienes conciencia?
(Entra Gadshill)
GADSHILL.- Buen día, muchachos. ¿Qué hora es?
1er. CARRETERO.- Las dos, creo.
GADSHILL.- Te ruego me prestes tu linterna para ver mi caballo en la cuadra.
1er. CARRETERO.- Anda, que conozco una broma que vale por dos como esa.
GADSHILL.- (Al 2º) Por favor, préstame la tuya.
2º CARRETERO.- Hola, ¿a mí con esas? ¿Préstame la linterna, dice? Primero te veré ahorcado.
GADSHILL.- A ver, pillos, ¿a qué hora pensáis llegar a Londres?
2º CARRETERO.- A tiempo para ir a la cama con un candil, te lo aseguro. Vamos, vecino Mugs, a despertar a esos señores; quieren viajar en compañía, porque llevan mucha carga.
(Salen los carreteros)
GADSHILL.- Hola, ¡aquí, camarero!
CAMARERO.- (Del interior) Pronto, a la mano- como dicen los ladrones.
GADSHILL.- Lo mismo dicen los camareros; porque, entre tú y un ladrón, no hay más diferencia que entre dirigir y hacer; tu eres quien arma el lazo.
(Entra el camarero)
CAMARERO.- Buen día, maese Gadshill. Las cosas están como os dije ayer; tenemos aquí un propietario de las selvas de Kent, que trae sobre él trescientos marcos en oro; se lo he oído decir a él mismo, anoche en la cena, a tino de sus compañeros, una especie de auditor, que va también provisto de una gruesa valija, sabe Dios con qué dentro. Están ya los dos en pie y han pedido huevos y manteca; van a partir en breve.
GADSHILL.- Compadre, si estos no se encuentran con los hermanos de San Nicolás te doy mi cabeza.
CAMARERO. - No, no sabría que hacer de ella; te ruego la conserves para el verdugo, porque te sé tan devoto de San Nicolás, como puede serlo un hombre sin fe.
GADSHILL.- ¿Qué me hablas del verdugo? Si me ahorcan, haremos un hermoso par de racimos de horca, porque, si me cuelgan, colgarán conmigo al viejo Sir John y bien sabes que no está tísico. ¡Bah! hay otros Troyanos en los que no sueñas, quienes, por placer, se dignan hacer honor a la profesión y que, si los jueces curiosearan de cerca, se encargarían, por propia conveniencia, de hacer arreglar las cosas. Yo no hago liga con descamisados, ni con villanos armados de garrotes, que apalean por seis sueldos, ni con matasietes bigotudos, de rostro inflamado por la cerveza; sino con gente noble y tranquila, con burgomaestres y tesoreros, gente de peso, más pronta a pegar que a hablar, a hablar que a beber y a beber que a rezar. ¡Y pardiez! que me engaño; porque rezan continuamente a su Santo el erario público. ¿Le rezan, digo? No, lo rozan; porque lo suben y lo bajan, para calzarse las botas.
CAMARERO.- Cómo, ¿calzarse las botas? Cuidado no se les humedezcan en un mal camino.
GADSHILL.- No hay cuidado; la justicia misma les da un lustre impermeable. Robaremos tan seguros como en un castillo fuerte; tenemos la receta de la semilla de helecho; caminamos invisibles.
CAMARERO.- Creo, voto a bríos, que debéis más a la noche que a esa semilla el andar invisibles.
GADSHILL. - Dame la mano; tendrás una parte en nuestra presa, tan cierto como que soy un hombre de bien.
CAMARERO.- Di más bien: tan cierto como que soy un pillo redomado y te creeré.
GADSHILL.- ¿Qué quieres? Horno es un nombre común a todos los hombres. Dile al palafrenero que me traiga mi caballo de la cuadra. Adiós, cenagoso bellaco.
(Sale)