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Enrique IV: Segunda parte, Acto II, Escena I

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Enrique IV
de William Shakespeare
Segunda parte: Acto II, Escena I



ACTO II ESCENA I

LONDRES- Una calle.

(Entra la Posadera; Garra y su criado, con ella; luego Trampa)

POSADERA.- Maese Garra, ¿habéis ya inscripto la ejecución?

GARRA.- Sí, está ya inscripta.

POSADERA.- ¿Dónde está vuestro corchete? ¿Es hombre vigoroso? ¿Irá adelante sin flaquear?

GARRA.- (Al criado) A ver, pelafustán, ¿dónde está Trampa?

POSADERA.- Eso, eso, señor: ese buen maese Trampa.

TRAMPA.- (Avanzando) Aquí estoy, aquí estoy.

GARRA.- Trampa, debemos arrestar a Sir John Falstaff.

POSADERA.- Sí, mi buen, maese Trampa; ya le hemos hecho ejecutar legalmente.

TRAMPA.- Puede que cueste la vida a alguno de nosotros, porque se va a defender a puñalada limpia.

POSADERA.- ¡Día maldito! Tened mucho cuidado con él; me ha apuñaleado en mi propia casa y eso de la manera más brutal. A la verdad, cuando echa el arma fiera, no se preocupa del mal que hace; juega de punta como un diablo, no perdona hombre, ni mujer, ni niño.

GARRA.- Si puedo agarrarlo bien, no me importa su arma.

POSADERA.- Ni a mí tampoco; yo os echaré una mano.

GARRA.- ¡Si puedo echarle la zarpa una sola vez y tenerlo entre estas tenazas!

POSADERA.- Su partida me arruina; os aseguro que tiene en casa una cuenta de nunca acabar. Mi buen maese Garra, agarradlo bien; no le dejéis escapar, mi buen maese Trampa. Va continuamente a la boca-calle, salvo vuestro respeto, a comprar una silla; está complicado a comer en la Cabeza del Leopardo, en casa de maese Pulido, el mercader de sedas, en Lombard-Strect. Os ruego pues, ya que mi ejecución está registrada y mi caso tan notoriamente conocido del mundo entero, obligadle a arreglar cuentas. Cien marcos es una carga muy pesada para una pobre mujer sola. Y me he aguantado, aguantado y me la ha pegado, pegado, que es una vergüenza recordarlo. Un proceder semejante es indecente, a menos que no se haga de una mujer un asno, una bestia, para soportar todo al primer pillo que llegue.

(Entra Sir John Falstaff, el Paje y Bardolfo)

Helo aquí que viene y con él ese pícaro redomado de nariz de malvasía, Bardolfo. Haced vuestro oficio, maese Garra, haced vuestro oficio, maese Trampa, hacedme, hacedme vuestro oficio.

FALSTAFF.- ¿Qué es esto? ¿Quién ha perdido aquí la muja? ¿De qué se trata?

GARRA.- Sir John, os arresto a requisición de Mistress Quickly.

FALSTAFF.- ¡Atrás, canalla! - Desenvaina, Bardolfo, córtame la cabeza de ese villano y échame esa zorra al canal.

POSADERA.- ¿Echarme al canal? ¡Soy yo quien voy a echarte al canal! ¡Ensaya, ensaya, inmundo bastardo! ¡Homicidio! ¡Homicidio! ¡Malvado asesino! ¿Quieres matar a los oficiales de Dios y del rey? Eres un asesino, un bandido, matador de hombres y mujeres.

FALSTAFF.- Haz despejar esa canalla, Bardolfo.

GARRA.- ¡Ayuda, ayuda!

POSADERA.- Buenas gentes, dadnos un golpe de mano, o dos. ¡Ah! no quieres, ¿eh? ¿Conque no quieres? ¡Ahora verás, asesino, canalla!

FALSTAFF.- ¡Atrás, fregona hedionda, atrás, víbora o te acaricio la catástrofe!

(Entra el Lord Justicia Mayor y su séquito)

LORD JUSTICIA.- ¿Qué es esto? ¡Queréis cesar de alborotar!

POSADERA.- Mi buen lord, sedme favorable, sostenedme, ¡os conjuro!

LORD JUSTICIA.- ¿Cómo es esto, Sir John? ¿Qué escándalo estáis produciendo? ¿Es éste vuestro sitio, en estos momentos y así cumplís vuestra misión? Deberíais estar ya muy adelante en el camino de York.-

(Al corchete) Soltadle, muchacho; ¿porqué te aferras a él?

POSADERA.- ¡Oh! mi muy venerable lord, permítame Vuestra Gracia decirle que soy una pobre viuda de Eastcheap y que le prenden a mi requisición.

LORD JUSTICIA.- ¿Por qué suma?

POSADERA.- Es más que por algo, milord, es por todo, por todo lo que poseo; me ha comido la casa y el hogar entero; ha trasladado toda mi sustancia dentro de esa gruesa panza pero quiero que me devuelva algo o he de cabalgar sobre ti todas las noches como una pesadilla.

FALSTAFF.- Me parece más probable que sería yo quien cabalgara la yegua, por poco que me favoreciera el terreno.

LORD JUSTICIA.- ¿Qué significa esto, Sir John? ¿Qué hombre decente podría sufrir esta tempestad de denuestos? ¿No tenéis vergüenza de obligar a una pobre viuda a recurrir a esa violencia para recuperar lo que es suyo?

FALSTAFF.- (A la posadera) ¿A qué suma asciende el total de lo que te debo?

POSADERA.- ¡Caramba! Tu persona y tu dinero, si fueras un hombre honrado. ¿No me juraste, sobre un jarro con figuras doradas, sentado en mi cuarto del Delfin, en la mesa redonda, cerca de un buen fuego, el miércoles de Pentecostés, el día en que el príncipe te rajó la cabeza porque comparaste a su padre con un cantor de Windsor, no me juraste, cuando estaba lavándote la herida, casarte conmigo y hacer de mi milady Falstaff? ¿Puedes negarlo? ¿Acaso en ese momento no entró Doña Sólida, la mujer del carnicero y me llamó comadre Quickly? Venía a pedirme prestado un poco de vinagre, diciendo que tenía un buen plato de langostinos; por lo que deseaste comer algunos, a lo que contestó que eran malos para una herida abierta. ¿Y no me dijiste, cuando Doña Sólida había ya bajado la escalera, que deseabas que no me familiarizara tanto con esa especie de gentes, añadiendo que antes de poco tendrían que llamarme Milady? ¿Y no me besaste entonces, pidiéndome te fuera a buscar treinta chelines? Ahora, te exijo jures sobre la Sagrada Escritura si es o no cierto. Niégalo, si puedes.

FALSTAFF.- Milord, es una pobre loca, anda diciendo por todos los rincones de la ciudad, que su hijo mayor se os parece. Ha estado en buena situación y la verdad es que la pobreza le ha perturbado el cerebro. Pero en cuanto a estos groseros corchetes, me permitiréis presente una reclamación contra ellos.

LORD JUSTICIA.- Sir John, Sir John, conozco perfectamente vuestra manera de torcer la buena causa por el mal camino. No es un aspecto confiado, ni ese flujo de palabras que dejáis escapar con un descaro más que imprudente, que pueden desviarme de mi estricto deber; me parece que habéis abusado de la complaciente simplicidad de espíritu de esta mujer y la habéis convertido en sierva de vuestra persona tanto en cuerpo como en bienes.

POSADERA.- ¡Esa, esa es la verdad, milord!

LORD JUSTICIA.- ¡Vamos, silencio!... Pagadle lo que le debéis y reparad el daño que le habéis hecho. Lo primero podéis hacerlo en moneda esterlina; lo segundo con la penitencia de costumbre.

FALSTAFF.- Milord, no sufriré esa reprensión sin replicar. Llamáis imprudente descaro a la honorable franqueza. Si un hombre hace muchas cortesías, sin decir palabra, es virtuoso. No, milord, sin olvidar, mis humildes deberes para con vos, no os hablaré en tono de súplica: os digo que deseo que se me desembarace de estos corchetes, porque el servicio del rey me reclama con premura.

LORD JUSTICIA.- Habláis en un tono como si tuvieseis derecho a hacer el mal; contestad como corresponde a vuestro carácter y satisfaced a esta pobre mujer.

FALSTAFF.- Óyeme, posadera.

(Toma aparte a la posadera)

(Entra Gower)

LORD JUSTICIA.- Y bien, maese Gower, ¿qué noticias?

GOWER.- El rey, milord, y el príncipe Enrique de Gales, están al llegar. Este papel os dirá el resto.

FALSTAFF.- (A la posadera) ¡Palabra de caballero!

POSADERA.- No, lo mismo decíais antes.

FALSTAFF.- ¡Palabra de caballero!... Vamos, no hablemos más de eso.

POSADERA.- Por esta tierra cubierta de cielo que piso, me voy a ver obligada a empeñar toda mi plata labrada y los tapices de mis comedores.

FALSTAFF.- Vasos, vasos es todo lo que se necesita para beber; en cuanto a las paredes, cualquier historieta graciosa, como la del hijo pródigo o la cacería alemana, pintada al fresco, valen mil veces más que esas cortinas de cama o esas tapicerías apolilladas. Si puedes, que sean diez libras. Vamos, si no fueran tus humores, no habría mujer que te valiera en Inglaterra. Ve, lávate la cara y retira tu queja. No te vuelvas a poner de mal humor conmigo. ¿No me conoces acaso? Vamos, ya sé que te han impulsado a obrar así.

POSADERA.- Te ruego, Sir John, ¡que no sean más que veinte nobles! Voy a tener que empeñar toda la vajilla, toda entera, te lo juro.

FALSTAFF.- No hablemos más de eso; buscaré otro arbitrio; serás una tonta toda tu vida.

POSADERA.- Bien, tendrás la suma, aunque tenga que empeñar hasta el vestido. Espero que vendréis a cenar a casa. ¿Me pagaréis todo junto?

FALSTAFF.- ¿Viviré? Ve con ella, ve con ella, (a Bardolfo) engatúsala, engatúsala.

POSADERA.- ¿Queréis que Dorotea Rompe-Sábana cene con vos?

FALSTAFF.- Que venga y basta de charla.

(Salen la Posadera, Bardolfo, los corchetes y el paje)

JUSTICIA.- He oído mejores noticias.

FALSTAFF.- ¿Qué noticias son, mi buen lord?

LORD JUSTICIA.- ¿Dónde durmió el rey la última noche?

GOWER.- En Basingstoke, señor.

FALSTAFF.- Espero, milord, que todo va bien. ¿Qué noticias hay, milord?

LORD JUSTICIA.- (A Gower) ¿Todas sus fuerzas han regresado?

GOWER.- No; mil quinientos infantes y quinientos jinetes van a unirse a milord de Lancaster, para marchar contra Northumberland y el Arzobispo.

FALSTAFF.- ¿El rey vuelve del país de Gales, milord?

LORD JUSTICIA.- Os daré en breve algunas cartas; venid, venid conmigo, buen maese Gower.

FALSTAFF.- ¿Milord?

LORD JUSTICIA.- ¿Qué hay?

FALSTAFF.- (A Gower) Maese Gower, ¿comeréis conmigo?

GOWER.- Tengo que esperar aquí las órdenes de milord; os agradezco, buen Sir John.

LORD JUSTICIA.- Sir John, haraganeáis aquí demasiado, teniendo que reclutar soldados en los condados por donde paséis.

FALSTAFF.- ¿Queréis cenar conmigo, maese Gower?

LORD JUSTICIA.- ¿Quién es el imbécil profesor que os ha enseñado esas maneras, Sir John?

FALSTAFF.- (A Gower siempre) Maese Gower, si esas maneras no me van bien, es un imbécil quien me las enseñó. Es la gracia perfecta de la esgrima, milord; golpe por golpe y a mano.

LORD JUSTICIA.- ¡Que el Señor te ilumine! ¡Eres un gran mentecato!

(Salen)