Enrique IV: Segunda parte, Acto II, Escena III
WARKWORTH- Delante del Castillo.
(Entran Northumberland, lady Northumberland y lady Percy)
NORTUMBERLAND.- Te ruego, amada esposa y a ti, gentil hija, dejadme dar libre curso a mis severos designios, no toméis la expresión de las circunstancias y no seáis, como ellas, importunas a Percy.
LADY NORTUMBERLAND.- No, ya he cesado, no hablaré más; haced lo que queráis. Que vuestra prudencia sea vuestro guía.
NORTUMBERLAND.- ¡Ay! querida mía, mi honor está empeñado y solo mi partida puede redimirlo.
LADY PERCY.- No, os conjuro por la salud divina, ¡no vais a esa guerra! Hubo un tiempo, padre, en que faltasteis a vuestra palabra, cuando os ligaban vínculos más queridos que ahora; cuando vuestro propio Percy, el Harry querido a mi alma, arrojó más de una mirada al Norte, para ver si su padre, le traía sus refuerzos; pero en vano suspiró. ¿Quién os persuadió entonces a quedaros en vuestra casa? Hubo dos honores perdidos: el vuestro y el de vuestro hijo. El vuestro.., ¡quiera el cielo reavivarlo gloriosamente! El suyo... estaba adherido a él como el sol a la bóveda gris del cielo y con su luz guiaba a todos los caballeros de la Inglaterra a los hechos brillantes. Era, a la verdad, el espejo al que la noble juventud se ajustaba; todos imitaban su modo de andar- y el brusco lenguaje, que era su defecto natural, se había convertido en el idioma de los bravos; porque aquellos mismos que hablaban bajo y reposadamente, se corrigieron de esa calidad como de una imperfección, a fin de parecérsele. Taiito que, en palabras, en continente, en gustos, en obligaciones, placeres, en disciplina militar, en humoradas, era el parangón y el espejo, la copia y el libro, sobre el que los demás se modelaban. ¡Y a él, a ese prodigio, a ese milagro de los hombres, habéis abandonado!- No habéis secundado a aquel que nunca tuvo segundo. Le dejasteis afrontar el horrible Dios de la guerra desaventajado y sostener un campo de batalla donde solo el eco del nombre de Hotspur era elemento de lucha. Así le abandonasteis. Nunca, ¡oh! ¡nunca, hagáis a su sombra la afrenta de mantener vuestra palabra con más religión a los otros que a el! Dejadlos solos. El mariscal y el arzobispo son fuertes. ¡Si mi dulce Harry hubiera tenido la mitad de sus tropas, podría hoy, colgada del cuello de mi Hotspur, hablar de la tumba de Monmouth!
NORTHUMBERLAND.- ¡Amargo y duro tienes el corazón, mi gentil hija! Abates mi espíritu, haciéndole de nuevo lamentar pasados errores. Pero debo ir a hacer frente al peligro; si no me buscará en otra parte y me encontrará menos preparado.
LADY NORTHUMBERLAND.- ¡Oh! huye a Escocia, hasta que los nobles y las comunas armadas hayan hecho un primer ensayo de sus fuerzas.
LADY PERCY.- Si ganan terreno y obtienen ventajas sobre el rey, entonces unios a ellos, como un puntal de acero, para fortalecer su pujanza; pero, por todo lo que amamos, dejadles que primero se ensayen ellos mismos. Así hizo vuestro hijo, así permitisteis que hiciera, así quedé yo viuda, y jamás tendré bastante vida para regar mi recuerdo con mis lágrimas, de manera que crezca y se eleve tan alto como los cielos, en memoria de mi noble esposo.
NORTHUMBERLAND.- Vamos, vamos, entrad conmigo. Sucede a mi espíritu lo que a la marea cuando, llegada a su mayor altura, queda inmóvil entre dos direcciones. De buena gana iría a reunirme con el arzobispo, pero mil razones me detienen. Resuelvo ir a Escocia; allí permaneceré hasta que el momento y la ocasión exijan mi regreso.
(Salen)