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Epítome de las Historias filípicas de Pompeyo Trogo: Libro tercero

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☙ LIBRO TERCERO ❧

Jerjes rey de la Persia que antes era un terror y espanto de las gentes, acabada la guerra de la Grecia con tan mala dicha también comenzó a ser de los suyos menospreciado y tenido en poco: donde después procedió que Artabano un prefecto y gobernador suyo: como la majestad y la estimación del rey se iba disminuyendo y apocando, acordó de matar a Jerjes y a todos sus herederos con esperanza de reinar después de él. Y así entrando una tarde con siete hijos que tenía en el palacio (lo cual fue muy fácil: porque como a muy amigo y servidor del rey a cualquier hora le daban entrada y salida con él) como le tomase solo le mató.

Y como después los hijos del mismo rey que quedaban le pareciese que eran grande obstáculo e impedimento para efectuar su deseo, trato contra ellos un engaño, y principalmente contra Darío que era el mayor y ya buen mancebo: porque del segundo llamado Artajerjes; por ser muy pequeño: estaba seguro. Y la astucia y traición que usó fue fingir que Darío deseoso de reinar presto había sido el que había muerto al rey su padre: y así lo persuadió a todos: e incito a Artajerjes


para que vengase un parricidio con otro: que fue la muerte del padre con la muerte del hermano, como se hizo. Porque Artajerjes incitado y conmovido de Artabano fue en casa de Darío: y hallándole durmiendo, creyendo que el sueño era fingido: le mató.

Puesta la cosa en tal estado, viendo Artabano que no le quedaba ya sino solo un hijo del rey que le pudiese contrastar e impedir en su maldad: temiendo no se levantase alguna contienda y sedición entre los principales y más nobles del reino, tomó por compañero de su concejo y mal deseo a uno que se llamaba Megabizo: el cual contento con el estado que tenía al presente y no deseando otra mudanza o novedad, descubrió el secreto de la cosa a Artajerjes, que diciéndole la manera de cómo primero había sido muerto su padre: y a él le habían inducido a que matase el hermano sin razón ni culpa ninguna y como contra él así mismo andaba preparando insidias: para darle muerte. Sabidas estas cosas por Artajerjes temiéndose de la muchedumbre de los hijos de Artabano, mando que para el día siguiente viniesen apercibidos a punto de guerra todos los que tuviesen armas: porque quería hacer alarde de sus gentes: y saber el número de ellos: y ver también la industria y destreza que tenían en las armas.

Y como entre los otros viniese también Artabano muy bien armado: el rey fingiendo que la loriga suya le era pequeña y que no alcanzaba, rogó a Artabano que trocasen lorigas porque quería ver si sus armas por ventura le armarían mejor.


Y estándose, desnudando Artabano, el rey lo hirió con su espada y lo mato, y así mismo mando luego prender a sus hijos y de esta manera el noble mancebo vengo las muertes de su padre y hermano; y libro también así de las acechanzas e insidias que le tenían puestas. Entre tanto que estas cosas en la Persia pasaban; la Grecia así andaba dividida en dos partes o parcialidades con los capitanes de Atenas y Lacedemonia. Porque viéndose libres de las guerras extranjeras volvieron las armas contra sus propias entrañas que así con razón se puede decir pues comenzaron la guerra entre sí mismos peleando los unos contra los otros de tal manera que el pueblo que solía ser uno, se repartió y dividió en dos partes, y las gentes que solían ser de un mismo real, se dividieron en dos ejércitos enemigos y contrarios. Los Lacedemonios por una parte trabajaban de allegar a todos los amigos y confederados que de antes todos en comunidad y conformidad solían tener. Los Atenienses por otra parte viéndose muy ensalzados y esclarecidos, así por la antigüedad de su linaje, como por sus excelentes hechos en armas; confiándose en sus fuerzas y virtud. Y de esta forma dos pueblos; los más poderosos y afamados de toda Grecia, igualmente en leyes y policía instituidos, los unos por Solón, y los otros por Licurgo; por envidia y emulación del valor y poderío se dejaron venir a romper y quebrantar sus odios en guerra. Porque Licurgo el que sucedió a su hermano Polidectes; rey de los Lacedemonios, pudiendo usurpar el reino para si no quiso. Antes


guardada mucha fe y lealtad, después lo entrego a Carilo, su sobrino; el que era póstumo, (que quiere decir nacido después de la muerte de su padre). Al tiempo que este mancebo fue ya en edad crecida para que todos viesen y entendiesen cuanto debe pesar y ser estimada en más (entre los buenos y más verdaderamente hablando entre todos los del mundo que conocimiento tienen) el derecho y piedad que las riquezas ni poderíos. En este medio tiempo que tuvo el gobierno de él, avivo entre tanto que el niño crecía administrando en la tutela suya; viendo padecer los Lacedemonios por falta de leyes, aunque ellos no las pedían él las instituyo, en lo que él no se mostró menos claro por la invención de ellas, que por el ejemplo que con su vida y costumbres dio. Porque nunca se halló del haber dado ni establecido ley para otro que el primero no la cumpliese y experimentase en su persona. Con estas leyes al pueblo confirmo en el servicio de su príncipe, y al príncipe en el ejercicio de la justicia con sus pueblos. Amonesto a todos a ser bien templados y modestos teniendo por cierto que los trabajos de la guerra al que fuese usado a la templanza todos se le harían fáciles. Mando también que comprasen y vendiesen, no por dineros, sino por torques y cambios de unas cosas por otras. Del oro y plata como materia y ocasión de todos los vicios y males quito el trato y uso de ello. La administración y regimiento de la república dividiendo en todas las ordenes, conviene saber del pueblo y de los nobles. De esta manera que a los reyes dio poder y cargo sobre la administración y cosas de la guerra, a los magistrados del juzgar y oír de justicia por


sucesiones y discurso de año en año. Al senado de hacer cumplir y guardar las leyes. Al pueblo la licencia de elegir o sustituir senadores y de crear los magistrados que quisiesen. Las heredades y posesiones de todos las dividió por partes iguales, porque igualados los patrimonios y haciendas unos no fuesen más poderosos que otros. Mando que todos comiesen en lugares públicos y manifiestos; y esto a efecto que ni las riquezas de nadie, ni la lujuria o excesivos y demasiados gastos no se pudiesen encubrir. A los mancebos no consintió que pudiesen mudar nuevos trajes, ni invenciones de vestidos; sino que con una sola ropa y no más anduviesen todo un año, y no pudiesen los unos andar más adornados y ataviados que los otros, ni comer mejor, ni más delicados manjares, o con más aparato; porque no diesen los que le hiciesen mal ejemplo, y causasen que de la imitación y querer el uno hacer lo que el otro no naciese demasía excesiva en los gastos. Los niños chiquitos mando que hasta que fuesen grandes no los criasen en las ciudades, ni los trajesen por las calles y plazas; sino en las aldeas y campos. Para que los primeros años, así como se fuesen criando los fueren empleando y gastando en trabajos y ejercicios y no en ocio ni en descuidos; ni comiesen carnes ni ningunos otros manjares guisados con demasiada curiosidad; ni durmiesen en camas, sino en el suelo; ni volviesen a la ciudad hasta ser ya hombres barbados. Ordenó que las doncellas se casasen sin dote ninguno; y esto justa y prudentemente lo mando hacer así, para que los hombres buscarán mujeres y no dineros;


pareciéndole que con más severidad y sin menos molestia castigarían los hombres a sus mujeres no siendo detenidos con el freno del dote. Quiso que las dignidades y honras mayores no se las diesen a los más ricos y poderosos sino a los más prudentes y honrados viejos a cada uno según el grado de su edad; y a la verdad en ningún lugar del mundo la vejez fue más honrada ni acatada que allí. Y porque estas cosas según las viciosas y malas costumbres que antes tenían; conoció que habían de parecer algo duras fingió que Apolo Délfico había sido el autor de ellas. Y que de allí las había traído por expreso mandamiento del mismo dios, y esto lo hizo Licurgo, porque, aunque se le hiciese al pueblo áspera y dificultosa cosa el comenzar y adelante después proseguir y permanecer en el uso y costumbre de estas leyes, todavía por el miedo de la religión no las quebrantasen ni pudieren dejar de permanecer en ellas. Y sobre todo porque estas leyes fuesen perpetuadas y eternas, hizo jurar a la ciudad que por ninguna forma mudarían ni innovarían cosa ninguna de aquellas leyes hasta que el tornase de adonde fingió que iba, que era la ciudad o templo de Delfos a consultar el oráculo sobre si había alguna cosa que quitar o añadir; y con este disimulado engaño se fue para la isla de Creta, donde como en destierro vivió todo el restante de su vida; y al tiempo de la muerte mando que sus huesos fuesen echados en el mar, porque si fueran llevados a su tierra, por ventura pensarían los Lacedemonios ser absueltos del juramento y querrían innovar algo de las leyes.


Con estas costumbres esta ciudad creció en tanto grado, que en muy breve tiempo se hizo noble y valerosa, y confiados los Lacedemonios en sus fuerzas y poder; porque los Mesenios en su tierra violaron y corrompieron las vírgenes y dueñas nobles que a hacer ciertos sacrificios habían ido a su ciudad: les movieron guerra conjurados todos y obligados debajo de muy graves penas y juramentos de no volver a su tierra hasta que Mesenia; la ciudad de los otros contrarios fuese tomada, teniendo por cosa fácil según estaban confiados de sus fuerzas y fortuna. Y este fue el principio de la disensión de la Grecia, y el principal origen de todas la guerras, que entre los unos con los otros tuvieron. Más como después sucediesen a los Lacedemonios las cosas de la guerra muy al revés de como ellos lo habían pensado y se detuviesen por espacio de diez años cumplidos en el cerco de la ciudad, y sus mujeres con importunidad y lamentables quejas muchas veces los llamasen, ya después de tanto tiempo como había que estaban casi viudas y carecían del ayuntamiento de ellos; después de tan larga venganza temiendo los Lacedemonios que esta perseverancia de la guerra no fuese más dañina para ellos que para los Mesenios, a los cuales todos los que les mataban en la guerra se tornaban a suplir y de nuevo multiplicar con los que nacían y parían cada día sus mujeres. Y a ellos por el contrario les seguían dos daños; que el uno era de la continua pérdida de la gente, y el otro que sus mujeres no parían ni hacían fruto ninguno


por causa de la ausencia de sus maridos. Y por tanto acordaron de escoger de su compañía algunos mancebos de aquellos que en su favor habían venido al real; después del juramento hecho. Porque estos no eran obligados a cumplirle, ni a dejar de tornar a su ciudad cuando quisiesen. Pues enviando estos a Lacedemonia les dieron licencia, y mandaron que indiferentemente se mezclasen y tuviesen que hacer con todas las mujeres, creyendo por esta vía más presto se preñaría cada mujer por el ayuntamiento de muchos varones. Lo cual así hecho los que por esta vía de concúbito y ayuntamiento nacieron por la nota infamia de las madres fueron llamados Partenios que quiere decir bastardos, o más verdaderamente hablando desterrados o fugitivos; porque estos llegados a la edad de treinta años, con temor de pobreza; porque muy pocos o ninguno de ellos tenía padre cierto cuya hacienda heredase ni tuviese esperanza de poder heredar después, acordaron de partirse de la patria mando por capitán a Falanto; un hijo de Arato, el cual había sido el autor del concejo que habían tomado los Lacedemonios de enviar los mancebos por la forma ya dicha, para multiplicar su guarnición. Y esto hicieron estos mancebos a efecto de que, así como el padre había sido ocasión de su nacer, el hijo también lo fuere de su esperanza y acrecentamiento y con esto se fueron a buscar nuevo asiento. Partiendo sin despedirse ni saludar a sus madres pareciéndoles cosa justa hacerlo así pues por el adulterio de ellas, habían ellos cobrado tanta infamia. Salidos de su tierra andando muchos días


peregrinando, y al cabo de diversos discursos y acontecimientos vinieron en Italia; donde tomada la ciudad de Taranto y echados fuera los antiguos moradores de ella hicieron allí su asiento. Y al cabo de muchos días levantada entre ellos contienda y sedición popular; con la cual su capitán Falanto siendo lanzado de la ciudad y desterrado se fue a Bríndisi; a donde también se habían acogido los moradores antiguos de Taranto cuando de su tierra fueron echados. Este Falanto cuando murió persuadió a los de Bríndisi que tomasen sus huesos y todas las reliquias de su cuerpo, y muy bien quemado y molido lo tomasen y secretamente llevasen aquellos polvos y los sembrasen en la plaza de Taranto, y que por esta vía podrían tornar a cobrar su tierra; porque así lo había certificado la respuesta de Apolo en Delfos. Esta gente poco astuta dio fe a las palabras de Falanto, creyendo que les descubría aquel secreto por poder tomar venganza de la ira que contra sus ciudadanos tenía. Y teniendo por cierto lo dicho, deseosos de recobrar su antigua y natural tierra, cumpliendo su mandado le pusieron por obra. Pero muy al contrario de como ellos habían creído les sucedió, porque lo que Falanto les dijo del oráculo había sido todo al revés diciendo que, si esto se hiciese así, la ciudad duraría para siempre en poder de los Partenios sin poderles en ningún tiempo ser ganada por otros ningunos. Pues por esta manera por el consejo del desterrado y por la obra de los enemigos la ciudad de Taranto quedo para siempre con los Partenios, y por


memoria de este beneficio ellos de allí en adelante estatuyeron sacrificios y honras divinas a el Falanto. En este medio tiempo los Lacedemonios tomaron la ciudad de Mesina con cautelosas asechanzas y engaños viendo que con virtud ni fuerza de armas no habían podido. Vencidos y sujetados los Mesinos después ya de ochenta años de sujeción habiendo padecido durante este tiempo graves azotes de servidumbre, carecerles y aherrojamientos con todos los otros males que una ciudad cautiva suele padecer al cabo cansados y hartos de sufrir tantas molestias y males, determinaron de renovar la guerra para ponerse en su primera libertad. A la cual los Lacedemonios alegre y prestamente fueron a contradecir muy confiados de la victoria. Y esto por ser ellos como lo eran más ejercitados en las armas y guerras que sus contrarios y de mayor y mejor número de gente, y también porque les parecía que lo habían de haber con esclavos suyos. Lo cual en parte los conmovía a un cierto furor y deseo de tomar venganza haciendo grande castigo en ellos. Por esta manera de la una parte la injuria de la otra el enojo encendía la ira. Los Lacedemonios enviaron a consultar el oráculo sobre el fin de la guerra, y les fue respondido que pidiesen a los Atenienses capitán. Lo cual así hicieron. Mas como los Atenienses habían sabido la respuesta que del oráculo habían recibido, como en menosprecio suyo les enviaron a Tirteo, un poeta cojo que su ciudad tenía. Este Tirteo siendo recibido por capitán de los Lacedemonios y


salido a la batalla, fue vencido por tres veces, en las cuales perdieron tanta gente, que fue forzado para suplir la falta del ejercito ahorrar y dar libertad a todos los esclavos y traerlos a la guerra, prometiendo de darles las mujeres, haciendas y dignidades de todos los que ya eran muertos, o después allí muriesen. Verdad es que los reyes de los Lacedemonios por no hacer más daño a su ciudad peleando contra la fortuna tuvieron propósito de volverse y dejar la guerra. Y todavía lo hicieran así; si no fuera por Tirteo, el cual compuestos unos versos los rezo en presencia de todo el ejército. Y como en ellos contase ciertas amonestaciones y persuasiones para el ejército y perseverancia y otros consuelos de los daños recibidos, y junto con esto los aconsejase todavía permaneciesen en aquella guerra. Fueron de tanta virtud y fuerza estos versos y la eficacia con que se cantaron, que pusieron tanto ánimo y audacia en todos los caballeros que encendidos con el furor y deseo de la victoria, ya no se acordaban ni pensaban en la salud sino en las sepulturas, y con esta intención y propósito tomando cada uno de ellos un papel donde estaba escrito su nombre y el de su padre los ataron a los brazos derechos. Y esto hicieron a efecto de que si la ventura les fuese tan contraria que todos muriesen; y siendo tanta multitud y en el campo por los gestos no pudiesen ser hallados ni conocidos, a lo menos por los escritos los conociesen para poderlos enterrar. Como los reyes vieron de tan buen propósito a los suyos y con tanto corazón y ánimo para


morir, trabajaron de hacer de manera que los Mesenios lo supiesen; creyendo que por ventura desmayarían. Pero fue, al contrario, porque antes con la envidia se incitaron y conmovieron a mayor virtud y esfuerzo. Y por esta manera con grande velocidad y furia los unos y los otros se vinieron a encontrar con tanta fortaleza y ánimo, que pocas veces se ha visto batalla más sangrienta ni mortal que esta. Pero al fin ya todavía vencieron los Lacedemonios. Andando el tiempo adelante los Mesenios tornaron a rehacer la guerra por tercera vez, y en esta se quisieron ayudar los Lacedemonios de todos sus amigos y compañeros, y entre los otros también de los Atenienses; a los cuales después de ya venidos en su favor tuvieron por sospechosos, y como a hombres superfluos, y que no habían de aprovechar en la guerra, los despidieron y tornaron enviar a su tierra. Esta cosa sufrió agria y molestamente los Atenienses y por notable injuria e ignominiosa afrenta. Y así enviaron luego a Delos por el tesoro que allí tenían depositado de toda Grecia para la guerra de Persia, el cual tesoro luego fue pasado de Delos a Atenas. Y esto hicieron a efecto que, si los Lacedemonios quebrantada la alianza y compañía que entre ellos estaba puesta, no le robasen. Y en esto no erraron mucho, porque los Lacedemonios no estuvieron después muy quietos, ni menos consintieron que sus contrarios lo estuviesen; porque como ellos estuviesen en la guerra de los Mesenios, trataron con los


Peloponenses que viniesen a hacer guerra a los de Atenas. Lo cual fue así hecho. Y sucedió que los Atenienses en esta sazón habían enviado su flota a Egipto por cuya causa tenían muy flacas fuerzas y así peleando en el mar fueron fácilmente vencidos. Pero de ahí a pocos días, vueltos sus compañeros y la flota, acrecentados así en aumento de fuerzas de hombres como de naos, tornaron a renovar la guerra; y en este tiempo ya también los Lacedemonios, dejados los Mesenios, volvieron contra los Atenienses.

Muchos días anduvo la victoria dudosa, variable e incierta mudándose de los unos a los otros. Pero al fin los unos y los otros se vieron de partir iguales. En esta sazón los Lacedemonios tornados a llamar para la guerra de los Mesenios; por no dejar en este medio tiempo descansar a los Atenienses, hicieron pacto con los Tebanos que a ellos se les volviese el imperio de toda Beocia el cual habían perdido en el tiempo de los Persas; con tal condición, que ellos tomasen a su cargo, de hacer guerra contra Atenas. Ved que tanto era el valor y la animosidad de los Lacedemonios; que impedidos y ocupados con dos guerras no reusaron de con osadía grande tomar otra tercera, con tanto que por cualquiera vía adquiriesen y pudiesen hallar contrarios para sus enemigos. Por esta manera los Atenienses contra tanta tempestad de guerra instituyeron dos capitanes que fueron, Pericles; hombre muy excelente y aprobado en virtud, y Sófocles; escritor de tragedias. Los cuales cada uno por su parte,


con su ejército destruyó los campos de los Lacedemonios; por otro nombre comúnmente llamados Partenios. Y sujetaron a su imperio muchas ciudades de la Acadia a el imperio de los Atenienses. Con estos males algo domados y quebrantados los Lacedemonios, asentaron sus paces o treguas por espacio de treinta años. Pero con la grande enemistad que a los Atenienses tenían, no pudieron tanto tiempo estar quietos. Y por esta causa, antes de los quince años quebrantados todos los conciertos y pactos que antes tenían, y no sin gran menosprecio de los hombres y de los dioses, entraron en los términos de Atenas, asolando y destruyéndolos todos; y por qué no pareciese que venían por solo robar y no para pelear, llamaron y desafiaron a los enemigos para la batalla, más los Atenienses por consejo de Pericles; su capitán, no quisieron aceptar. Antes dilataron de demandarles la injuria hasta ver tiempo dispuesto para poderla vengar; teniendo por superflua la batalla, pues sin peligro y riesgo grande no podían por entonces tomar venganza de sus adversarios. Después procediendo el tiempo adelante, secretamente entraron en el mar sin ser sentidos de los Lacedemonios y fueron sobre su ciudad y tierra llamada Esparta y la robaron toda, satisfaciendo su injuria con tomarles mucha más cantidad de la que ellos habían perdido. De forma que mirándolo bien todo fue mayor sin comparación la venganza que hicieron, que la


injuria que habían recibido; y así fue muy señalada y clara esta presa y cabalgada de Pericles, pero mucha mas honra y gloria gano después en la grande animosidad y virtud con que menospreció su propio patrimonio y hacienda. Por esta razón que los enemigos cuando después vinieron y entraron talando los campos de Atenas, todos los destruyeron sino solo los de Pericles los cuales dejaron intactos, creyendo que por esta manera o ponerle en peligro por vía del odio o envidia, o por infamia y sospecha de traición. Lo cual, habiendo sentido Pericles, antes que sucediese, lo contó todo al pueblo; y para mejor apartarse y huir de la envidia, hizo gracia y donación de todos sus campos a la república. Y por esta manera, por la parte por donde habían procurado ponerle en peligro, por allí le procuraron muy mayor seguridad y gloria. Después de esto andando el tiempo venció otra segunda vez a sus contrarios peleando por mar haciéndolos huir ignominiosamente. Más ni por esto los Lacedemonios cesaron jamás de hacerles la guerra de hay en adelante, ahora por mar, ahora por tierra, con diversa fortuna de los unos y de los otros, peleando y matándose cada día; hasta tanto que cansados ya en fin de tantos males tomaron por remedio asentar paces por cincuenta años, los cuales después guardaron solo por los seis primeros. Usando para quebrantarlas de esta cautelosa


maña, que las treguas que en su nombre estaban puestas, quebrantaban debajo el título y nombre de los compañeros, como si fueran menos perjurios peleando debajo de aquel engaño en favor de sus amigos, que peleando clara y abiertamente por sí. De aquí se pasó la guerra después a Sicilia; de la cual antes que hablemos será bien decir un poco de su sitio.